Su lucha empezó con la fundación de un movimiento
político que prometía defender los derechos de los más necesitados. Con
frecuencia hablaba de que lo asesinarían y que el país entero estallaría en
llamas. Su vida, decía, no la hubiera predicho ningún astrólogo. Empezó
haciendo caricaturas para denunciar las injusticias que veía y para protestar
los abusos que los extraños cometían contra su ciudad. Luego descubrió el poder
de la oratoria. Sabía caldear los ánimos de su audiencia y no le importaba si
después había saqueos de almacenes o violencia contra sus enemigos.
Cuando obtuvo el poder en su ciudad tenía ideas a conveniencia del momento. Cambiaba de enemigos, hacía y rompía alianzas
con todo el mundo. Prefería ejercer el poder por medio de otros pues no le
gustaba responder preguntas sobre sanidad pública o finanzas. Prefería los
trucos políticos extremos y admiraba la “magia” de Hitler.
Amaba hacer favores, andar rodeado de guardaespaldas y
decorar las paredes de su oficina con hologramas de sí mismo. Escuchaba a los
peticionarios que se arrodillaban frente a él. Conseguía casas para los
deportistas, distribuidores para las películas de mercado difícil y era amigo
de los empresarios millonarios aunque les hacía protestas populares si
despedían del trabajo a alguno de sus protegidos.
Su mejor momento fue durante los levantamientos
religiosos de principios de la década de 1990 cuando perdieron la vida más de
1.000 personas. Su partido creció y ganó las elecciones regionales.
Investigadores oficiales documentaron la participación del partido en la
violencia pero él no respondió ante la justicia.
Quizá no dejó legado perdurable excepto por el cambio
de nombre de su ciudad natal. Sus herederos políticos, un hijo y un sobrino,
eran apenas una sombra de lo que él había sido. Cuando murió el país había
cambiado mucho a pesar de su oposición. Pero si hubiera podido asistir a su
propio funeral lo hubiera disfrutado: asistió gente muy importante que todavía
lo temía lo suficiente para hacerle un homenaje hipócrita y vinieron las masas
que lo adoraban, todavía ignorantes, todavía sumisas, presenciando cómo se
tornaba en ceniza todo lo que les dijo que creyeran.
Así se puede resumir la nota necrológica de Bal
Thackeray, cacique político de Bombay,
hoy Mumbay, muerto a los 86 años el 17 de noviembre del año pasado, publicada
en la revista Economist.
En solidaridad con la ignorancia de las masas y en
complicidad con las elites colombianas querría decir que no hay ni ha habido líder
colombiano que haya construido su carrera pública sobre la violencia, la
manipulación de las masas con palabras de odio a sus opositores, los favores
personales pagados con fondos del estado, la ausencia de principios, la actuación por manos de terceros para no
dejar rastros personales.
Luis Mejía –
10 de enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
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