Tuesday, January 29, 2013

EXTRANJERO EN SU TIERRA: EL RETORNO DE UN COLOMBIANO



El año pasado estuve en Colombia por dos meses. He escrito una crónica de mis experiencias en 13 capítulos que listo a continuación:
Día 1: El Riesgo De Quedarse
Día 2: ¿Un País De Exageraciones O Un Autor Que Exagera?
Día 3: El Riesgo De Moverse En Bogotá
Día 4: Viaje A La Provincia
Día 5: Armenia, Una Ciudad de Parques Feos
Día 6: Armenia, Una Ciudad de Parques Bellos
Día 7: Cabalgata En La Ciudad
Día 8: De Paseo Por Medellín
Día 9: De Paseo En Los Alrededores de Medellín
Día 10: De Viaje Entre Medellín y Armenia
Día 11: De Paseo Por el Quindío
Día 12: Aprendiendo De Los Colombianos
Día 13: Hablando Como Los Colombianos

EXTRANJERO EN SU TIERRA: EL RETORNO DE UN COLOMBIANO -XIII



Día 13: Hablando Como Los Colombianos

El Modo Impersonal Reflexivo Irresponsable
“Guachificación” del Lenguaje
Innovaciones del Lenguaje
Vulgarización de “Mi Amor”

El Modo Impersonal Reflexivo Irresponsable. Existe una tendencia mundial hacia el lenguaje neutro, en oraciones de sujeto anónimo, hecho para proteger a las elites y sus representantes de las consecuencias de sus actos. Es un lenguaje que niega al oyente la posibilidad de establecer la conexión entre un acto o decisión y el nombre de quien hizo o decidió. Es el lenguaje diplomático y de los documentos de estado. También de los escritos hechos para corporaciones y empresarios por sus agentes de publicidad y relaciones públicas. Aunque en apariencia idéntico al de los textos legislativos o normativos hay una gran diferencia entre los dos. Este último describe situaciones hipotéticas en las que puede caber cualquier persona, por ejemplo: se prohíbe la esclavitud, se garantiza la libertad de conciencia, para citar la Constitución colombiana. Por supuesto que hay circunstancias que hacen válido el uso del reflexivo en tercera persona y de oraciones sin sujeto, pero no es de eso de lo que estoy hablando aquí.

En Colombia el uso de este lenguaje se ha llevado al extremo. Es como si al país lo manejaran manos invisibles. Nadie asume responsabilidad y a nadie le atribuyen responsabilidad de algo si en ello va el nombre de un miembro de la elite o de algún funcionario, empleadillo o bufón a quien le hayan dado autoridad temporal sobre algo que los verdaderamente poderosos no quieran manejar. Los medios, las declaraciones de los funcionarios del estado, los voceros de empresas y compañías hablan de esta manera: se tiene conocimiento, se han tomado medidas, se está haciendo un estudio, se están recibiendo ofertas, se ha decidido, se ha considerado, se ha cometido un crimen, se ha metido a la cárcel, se ha llamado a declarar, se han robado un dinero, se ha incumplido un contrato, se ha cometido un error, se ha obrado correctamente, se castigará al responsable, se hizo un mal cálculo y así ad infinitum. A veces se usa un nombre abstracto como sujeto de la oración: las autoridades, la gerencia, la administración.

El diario bogotano El Tiempo en su edición del 7 de enero del 2013 provee un buen ejemplo de este uso del impersonal irresponsable en un solo artículo. En un reporte sobre un asesinato múltiple cometido en el cabo de año dice: …se han encontrado nuevas pistas”, “…una de las nuevas conjeturas que se maneja en la investigación…”, “…se investiga si…”, “…se avanza en recopilar la información…”, “Las autoridades confirmaron que…”.

El mismo diario en su edición del 9 de enero del 2013 trae una entrevista con el director de la red nacional de prisiones. El reportero del periódico y el entrevistado dicen cosas como estas: “…se lanzó un plan de choque contra la corrupción…”, “…se hizo un mapa de riesgos…”, “Se activó una emergencia…”, “…se pagaba por visitas…”, “Cobran [oración sin sujeto gramatical] por la ubicación, por un cupo para que estudien o trabajen, por permitir visitas, por no sancionar al interno…”.

“Guachificación” del Lenguaje. Un mito muy popular entre los colombianos es el de que hablan el español más castizo del mundo. Yo ni sé ni quiero saber de dónde sacaron ese embeleco mis paisanos. Lo que sí sé es que en las últimas dos generaciones ha habido una innegable vulgarización de la expresión hablada entre  los colombianos, lo que Alfredo Iriarte llama “guachificación” del lenguaje. La expresión es interesante. La palabra “guache” la heredamos de los indios o habitantes primigenios del territorio que hoy es Colombia y la usamos  para designar a alguien que es burdo, zafio, ordinario, atarbán. Hablaban los colombianos un lenguaje educado, formal, lleno de eufemismos para remplazar todo lo que tuviera que ver con funciones fisiológicas, actividad sexual, enfermedades vergonzosas, manchas de familia y delitos cometidos por miembros de las clases altas. Había, por supuesto, un lenguaje de rufianes y bazofia consignado a estratos marginales de la sociedad. 

La movilidad social –hasta donde es posible en un país rígidamente estratificado en clases sociales-, el ascenso de estratos bajos enriquecidos por el narcotráfico, el paramilitarismo y la corrupción oficial, la claudicación de los medios  de comunicación a lo que ellos mismos identifican como gustos de las masas y el esfuerzo de los humoristas populares ha producido un deterioro en la calidad del lenguaje, un empobrecimiento del léxico, una desvalorización del insulto, un abuso de las palabras soeces, una pérdida de respeto en la manera de hablar a amigos y desconocidos y, en general, una creciente aceptación del lenguaje bajo. El mejor ejemplo de este uso es el hijueputazo (y el lector me perdone la expresión) con que muchos humoristas rematan sus chistes provocando un ataque de hilaridad entre los oyentes.

Innovaciones del Lenguaje. Para contrarrestar la “guachificación” del lenguaje los colombianos han inventado uno nuevo, elaborado con acepciones espurias asignadas a palabras cuyo significado parecía ya establecido. Es como si algunas palabras  parecieran bajas o descorteses y para “adecentar” el lenguaje fuera necesario reemplazarlas por otras elegantes o de clase alta. Es eso, o que en el afán de parecer originales y bien leídos algunos comunicadores sociales, profesores de escuela y tertuliantes de café echan mano del primer vocablo que les viene a la memoria sin saber qué significa. Mejor les quedaría echar mano de un diccionario pues el mal ejemplo que dan contagia al número infinito de desconocedores del idioma que se gradúan en bachilleratos y universidades. 

Me he referido a este tema en una entrega anterior, cuando traté del desaparecimiento del verbo poner del lenguaje culto e inculto de los colombianos. Se encuentra en este enlace: http://blogluismejia.blogspot.com/search/label/Poner

Muchos usan el verbo regalar cuando quieren comprar algo; por ejemplo, regáleme un sancocho, dicen al mesero del restaurante, o regáleme  una cerveza, al mozo del bar; también cuando quieren pedir algo prestado: regáleme un vaso, dicen al anfitrión de una recepción. Son innumerables las anécdotas de los colombianos viajeros en otros países hispanoparlantes que despiertan reacciones airadas, y con toda razón, cuando andan pidiendo que les regalen cosas en establecimientos comerciales. Regalar en el resto del mundo, y en Colombia antes de que se re-inventara el idioma, quiere decir en su acepción principal dar sin contraprestación, es decir, donar o desprenderse de algo sin cobrar por ello.

Otra expresión que me  ha llamado la atención es la de colaborar usada en lugar de ayudar. Aunque hay un área de superposición entre ambos verbos el resto del mundo hispanohablante prefiere decir ayudar cuando se trata de asistir a alguien más débil, más pobre, más ignorante, limitado de alguna manera en sus capacidades o habilidades, y colaborar cuando se trata de agregar el esfuerzo de uno al de sus pares o iguales.  Hay una acepción derogatoria de colaborar y es la que se refiere a quienes ayudan a las fuerzas de ocupación o a los poderes de opresión de un país, de ahí deriva la palabra colaboracionista que es una modalidad de traición a la patria o a la clase social a la que uno pertenece. Es posible que la tendencia de los colombianos a decir colaborar oculte una renuencia a dar  y pedir ayuda, la que a su turno puede reflejar delirios de grandeza, incapacidad para aceptar limitaciones personales o aspiración a una igualdad social que la estructura social les niega minuto a minuto, pero eso no lo sabremos sin estudios de psicología social que exploren en detalle las frustraciones y decepciones colectivas.

El novelista Fernando Vallejo en su obra La Rambla Paralela crea un personaje que se queja constantemente del abuso colombiano del verbo escuchar en reemplazo de oír. Lo mismo podríamos decir del reemplazo de ver con mirar y de opinar, parecer y creer  con conceptuar, todo lo cual ha ocurrido sin que los colombianos –y sus orientadores de opinión en la radio y la televisión- hayan adquirido mayor profundidad de visión, atención o entendimiento. De manera similar sucede con el adjetivo puntual en expresiones como oposición puntual, hecho puntual,  realización puntual, decisión puntual y similares, cuyo sentido no coincide con las seis acepciones del diccionario de la Real Academia y que uno no puede colegir del contexto pues parece una palabra de relleno usada por quienes escriben y hablan cuando no conocen la palabra que realmente querrían usar, sin que por eso los colombianos se hayan vuelto más puntuales.

Entre las innovaciones lingüísticas hechas por los colombianos una de las más peculiares es el pronombre personal colectivo, una variación del plural mayestático, muy usado por el proletariado. Plural mayestático es el pronombre de primera persona plural usado por un individuo. Lo usaban los reyes y los papas. Por ejemplo, Nos, Alejandro VI, Sumo Pontífice por la gracia de Dios [y la virtud de nuestras mulas cargadas de oro, hubiera podido agregar] declaramos que el nuevo mundo es propiedad de Castilla y Portugal, o Nos, Pedro I, autócrata de Rusia por la gracia de Dios [y la virtud de la violencia sistemática y selectiva que soy capaz de hacer, también hubiera podido agregar], decretamos la pena de muerte contra nuestro hijo el zarévich.

El plural mayestático a la colombiana funciona así: Uno entra a un almacén u oficina oficial o privada donde los clientes se aglomeran sin orden. De pronto sale de la oficina del gerente un subalterno con orden de poner orden y valga el pleonasmo.  Su misión empieza por decir en voz alta: Hagamos fila, señores, u Organicémonos, señores. En una versión menos culta sería: Enfilémonos, señores. Lo que realmente está pasando es que alguien consciente de su inferioridad social está tratando de ejercer autoridad sobre un grupo de extraños y para hacerla aceptable la disimula con una combinación de lo mayestático y lo colectivo. Un uso muy interesante ocurre en conversaciones que bordean la agresión personal y alguien dice: Vamos ‘jalándole’ al respetico, lo cual presenta una mezcla del imperativo falsamente colectivo, un vulgarismo regional y un diminutivo apaciguador muy propio de los colombianos.

Vulgarización de “Mi Amor”. Una vulgarización que me ha llamado la atención es el uso de la expresión “mi amor” en todo tipo de situaciones, especialmente por las mujeres. En el mundo hispanohablante no colombiano mi amor es una expresión de ternura, afecto, intimidad, entre personas que comparten un cariño muy grande. Por eso cuando una vendedora de ropa interior me  dice: ¿En qué le puedo servir, mi amor?, o una recepcionista de oficina me dice: Qué pena contigo, mi amor, pero el doctor no te puede atender en este momento,  o una telefonista me dice: No, mi amor, no puedo corregir ese error de facturación por teléfono pues la política de la compañía es obligarte a hacer cola en nuestras oficinas, yo no sé si sentirme ofendido o halagado. Al fin y al cabo somos perfectos desconocidos y si tomo la expresión literalmente me molesta que alguien me invite a una intimidad que no busco o me trate con una familiaridad que no le he autorizado; si la tomo en sentido figurado no encuentro en ella nada que me incline a tratar a mi interlocutora con mayor respeto del que doy a todo mundo o me inhiba de manifestarle mi desagrado por un servicio mal prestado.

Estas innovaciones del lenguaje me hacen pensar que la educación universal realmente no educó a la gente; apenas si le enseñó a leer y escribir.

Luis Mejía – 29 de enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

Monday, January 28, 2013

EXTRANJERO EN SU TIERRA: EL RETORNO DE UN COLOMBIANO - XII



Día 12: Aprendiendo De Los Colombianos

El Peso del Mundo
Amor a los Uniformes
La Invasión del Ruido
La Ausencia de Información
El Elogio Del “Rebusque”

El Peso del Mundo. Los muchachos colombianos, especialmente los de Antioquia y el eje cafetero, tienen una expresión adusta a todo momento, como si llevaran el peso del universo sobre sus hombros. En otras partes los muchachos de la misma edad tienen una expresión sonriente, arrogante, indiferente o vacía, según el temperamento, el estado de ánimo, la clase social. Aunque no falta quien se vista a la manera de las minorías pobres estadounidenses, con la ropa interior a la altura de las tetillas, la cintura de los pantalones abajo de la ingle y la camisa como para una persona seriamente obesa, la mayoría viste con elegancia y atildamiento. Con frecuencia las jóvenes despliegan un aire coqueto, una manera de llamar la atención a la vez insinuante y distanciadora.

Amor a los Uniformes. Desde mi llegada me ha llamado la atención el entusiasmo con que los colombianos han acogido la moda de los uniformes. Cuando yo era joven los únicos uniformes en uso eran los de soldados, policías y guerrilleros, enfermeras y médicos, miembros del clero y las órdenes religiosas y estudiantes de algunos colegios de primaria y muy pocos de secundaria. De hecho, el uso de uniformes estaba pasando de moda en la población civil, laica o religiosa, y los profesionales de la salud nunca los usaban fuera de sus lugares de trabajo. Había, indudablemente, una cierta uniformidad en la manera de vestir de las clases altas y profesionales en el sentido de que los caballeros preferían trajes formales de color obscuro, camisas blancas o de rayas discretas, corbatas que hacían contraste sutil con el traje y zapatos de cuero, y las damas trajes completos, zapatos y carteras de color similar y joyas costosas pero no ostentosas; aunque similares en la moda a nadie le hubiera pasado por la cabeza vestirse exactamente igual que otras personas. La excepción eran los gemelos a quienes por una incomprensible perversión materna vestían con trajes idénticos.

Hoy en día hay grupos de colombianos que parecen vivir dentro de sus uniformes. Los profesionales de la salud, por ejemplo, parecen pasar del dormitorio, el comedor, el lavatorio y la calle con todos sus contaminantes al quirófano sin cambiar sus trajes antisépticos. Los trabajadores del aseo y de la construcción están todos uniformados, como lo están los voluntarios de la cruz roja y los oficiales de la agencia estatal de calamidades públicas. Trabajadores del aseo han añadido un toque de asepsia a su ajuar, una máscara respiratoria que les cubre boca y nariz; también lo han hecho meseros de restaurante en lo que yo interpreto como una concesión a las fobias antipopulares de los sectores ricos de la sociedad que encuentran intolerable el contacto físico con individuos de las clases inferiores.

Friday, January 25, 2013

EXTRANJERO EN SU TIERRA: EL RETORNO DE UN COLOMBIANO - XI



Día 11: De Paseo Por el Quindío

Este es el cielo de azulada altura
Y este el lucero y esta la mañana…
Jorge Rojas

En los días de mi estadía en el Quindío vino un médico genetista amigo mío a participar en una conferencia sobre temas de su conocimiento. Su familia y la mía han tenido una amistad de muchos años toda vez que nuestras casas en la vieja Avenida Bolívar de Armenia estaban a tres o cuatro portones de distancia. Su hermana, maestra de una escuela en Circasia, organizó una reunión de estudiantes de secundaria para que él les diera una charla motivacional. Como habíamos hecho planes previos de encontrarnos durante este viaje suyo, me dejó saber sobre el evento y fui a acompañarlo.  En un auditorio lleno hasta las puertas de estudiantes y maestros de las escuelas locales habló de su niñez similar a la de ellos, de sus estudios en escuela pública, de la manera como llegó a la medicina como profesión y como descubrió su vocación de genetista, de su pobreza cuando era universitario, de sus trabajo y de cómo enriquece sus conocimientos combinando la literatura científica y la cultura universal. En el dialogo que logró establecer con algunos de los estudiantes me llamaron la atención los conocimientos y el desparpajo con que se expresaban los más jóvenes. La escuela donde tuvo lugar la charla funciona en un edificio de madera, amplio, de techos altos, con los artesonados y decoraciones típicas de la arquitectura de la primera mitad del siglo XX en las ciudades de provincia. Es posible que muy pronto las autoridades locales lo reemplacen con una mole de cemento sin atributos de belleza. Es la tendencia del modernismo en la región y el país.

Luego de la charla sobre medicina y genética dimos –él, su hermana y otro par de amigos que vinieron de Cali para la ocasión- una caminada por las calles de Circasia, donde se alternan viejas casas de madera bien conservadas con otras deterioradas y unas terceras que llaman “de material”, es decir de ladrillo y cemento. Las primeras tienen el encanto de lo viejo, evocan unas maneras de vivir y relacionarse con el entorno físico y social que a mí se me antojan más equilibradas que las contemporáneas. Las segundas dan una sensación de abandono y pobreza que apoca el espíritu. Las terceras, consideradas por algunos funcionales en cuanto son más fáciles de asear y mantener que las antiguas, tienen esa apariencia de uniformidad e indiferencia a la belleza tan propia de la arquitectura contemporánea de masas en todo el mundo; verlas no me va a hacer salir de casa.

De Circasia fuimos a Filandia, a unos 20 minutos por carretera bien pavimentada. Este es un pueblo donde la arquitectura de madera propia de la primera vitad del siglo 20 se conserva intacta pues sus moradores y las autoridades locales entienden que su nostálgica belleza atrae visitantes de cerca y de lejos. Hubo en  la segunda mitad de la década de los 90 una telenovela que llegó al corazón de los colombianos y de muchos latinoamericanos cuando fue distribuida internacionalmente. Se llamaba Café con Aroma de Mujer y narraba la vida de una hacienda cafetera, el pueblo cercano y la vida de los dueños en Bogotá, en una combinación muy bien lograda de actitudes y comportamientos modernos y tradicionales. Las escenas rurales fueron hechas en Filandia y sus alrededores y de ello los nativos viven muy orgullosos.  Almorzamos en un restaurante en el segundo piso de una casa al frente del Parque de Bolívar, junto a la ventana que mira al parque, un menú basado en la cocina local, de sabores frescos y sazón familiar.

Luego del almuerzo caminamos por el pueblo y fuimos al mirador. Esta es una torre de madera de 27 metros de altura construida en las afueras, sobre una colina que domina el paisaje circundante. Hecha principalmente de mangle, consiste en una espiral interrumpida por una serie de plataformas de observación unidas por medio de escaleras cortas. Ventanas abiertas en las plataformas van guiando al visitante hacia todos los puntos de la rosa de los vientos. Las vigas que sostienen la estructura forman una trama por cuyos amplios intersticios uno también puede ven tanto hacia el exterior como hacia la columna de aire interior a cuya base hay un estanque y en él una mariposa de vidrio y espejo. Llegamos allí hacia el final de la tarde de manera que de lo alto vimos un atardecer tan vivo que aventajaría con creces los justamente famosos de Nueva York sobre el río Hudson. A esta hora los rayos del sol caen en una línea oblicua que resalta los detalles del aire y el suelo y trae a la memoria el poema de Guillermo Valencia: “Hay un momento del crepúsculo en que las cosas brillan más… Se aterciopelan los ramajes, pulen las torres su perfil, burila un ave su silueta sobre el plafondo de zafir…”.

Poco a poco, a medida que cae la tarde, se prenden las luces de las casas campesinas y 20 poblaciones que se divisan desde la cúspide del mirador. Tuvimos la suerte de un cielo despejado y extendimos la vista sobre las laderas de la Cordillera Central, la hoya del Quindío, el sur del Risaralda y el norte del Valle del Cauca. Guardo de este momento el recuerdo de un lugar y un momento de exquisita belleza.

Durante el recorrido uno admira el trabajo de los ingenieros, arquitectos y artesanos que unieron sus manos en la construcción de esta obra. Menos admira uno a los funcionarios del gobierno encargados de cuidarla y mantenerla pues a meros cuatro años de su inauguración ya muestra signos de serio abandono y negligencia: el estanque de la mariposa está seco y su piso resquebrajado, las chambranas en los pasamanos de las escaleras han perdido travesaños, algunas de las plataformas de observación han perdido estabilidad. Pero me pregunto, ¿habrá algo nuevo en la desidia con que las autoridades de este país cumplen su tarea?

De regreso paramos en una finquita de mi familia en la vereda La Cristalina a las afueras de Circasia. En una casa amplia que mis hermanos han convertido en el centro de sus vidas, abierta al campo circundante, rodeada de corredores sin paredes, en un comedor exterior desde donde veíamos las luces de Armenia a la distancia, tomamos un refrigerio tradicional de chocolate y parva (arepa, pandequeso, pandeyuca) y terminamos la conversación del día entre el mugido quedo de las vacas y el canto de los alcaravanes en los potreros vecinos.

Andar por el Quindío es para mí un viaje de la memoria por tres generaciones del lado materno de mi familia: mis abuelos, mis padres y tíos, y mis hermanos y primos. Algunos de ellos tuvieron finca o administraron una ajena en distintas partes de la región, muchos recorrieron aldeas y poblados en su juventud celebrando las fiestas del santo local o cazando amores, todos dejaron un recuerdo de su paso, de manera que recorrer estas carreteras de necesidad me obliga a evocar los nombres y acciones de los míos. Las relaciones con muchos de ellos han sido cordiales, distantes con otros. De alguna manera todos logramos saber de todos. Aunque ya tengo sobrinos, sobrinos nietos y primos segundos y terceros, los tiempos, los cambios en las costumbres y mi ausencia prolongada han puesto una distancia innegable con respecto a las nuevas generaciones que es difícil romper sin el afecto y la confianza del trato frecuente. De todos, los que viven y los que murieron, quiero saber vidas y amores y he aprovechado esta estadía para ponerme al día. Hay en esta curiosidad una vanidad cierta pues la crónica de mi gente es tan fascinante como la de los Buendía de Macondo. Armenia y el Quindío han sido para la mayoría cuna, hogar, teatro de sus acciones y ambiciones, el lugar donde empieza el mundo. Por eso –y hablo por ellos tanto como por mí mismo- tenemos hacia la ciudad, la región y sus habitantes un ánimo de pertenencia y conocimiento íntimo que se traduce en una observación alerta de lo bueno y lo malo que sucede a nuestro alrededor. Lo cual se echa de ver en estas crónicas, espero.

Luis Mejía –  25 de enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

Thursday, January 24, 2013

EXTRANJERO EN SU TIERRA: EL RETORNO DE UN COLOMBIANO - X



Día 10: De Viaje Entre Medellín y Armenia

La carretera de Medellín a Armenia es una gran aventura visual, especialmente para quien va en un vehículo alto, con buena visibilidad sobre los setos que la bordean pues se está poniendo de moda plantar arbustos espesos a lo largo de las cercas de las fincas. La carretera sale de Medellín por en medio de la cordillera central colombiana, baja lentamente hasta la orilla del río Cauca y en la última parte corta las estribaciones del costado occidental de la cordillera. La cordillera, alta y ancha, está hecha de un número infinito de  montañas grandes y pequeñas,  colinas, riscos,  precipicios y cañones por donde corren aguas caudalosas unas y escasas otras.

Durante largos trechos la carretera va montada sobre el filo de las montañas internas de la cordillera. A lado y lado se ofrece al viajero la vista de montañas que se abren y se cierran arriba y abajo de sus ojos, de colinas y valles ondulados que se aprietan entre las montañas más altas, de cimas nubladas y de simas donde nunca llega el sol. Al salir del cañón del Cauca se abre el paisaje hacia un horizonte amplio, de colinas suaves y cortes menos precipitados. Las tierras a lo largo del camino varían en fertilidad y con ellas cambian los cultivos y ganados así como los árboles decorativos y las flores que hacendados, granjeros y jornaleros por igual mantienen alrededor de sus casas.

Uno sabe que ha salido de Antioquia y entrado a  Risaralda y el Quindío cuando la carretera se abre en dos calzadas separadas para los vehículos que van en direcciones opuestas.  En Antioquia la carretera es estrecha, apenas suficiente para dos vehículos paralelos, aunque las curvas sobre el terreno no son tan pronunciadas como entre Ibagué y Armenia y, en consecuencia, el tráfico es relativamente más rápido aunque no totalmente libre de contratiempos.

La carretera, como tantas otras en Colombia, carece de espacio para los peatones. En gran parte del país las carreteras que comunican las ciudades grandes con los pueblos cercanos atraviesan regiones intensamente cultivadas, densamente pobladas, con una población campesina en constante movimiento entre fincas adyacentes, de compras en almacenes rurales o de paso desde o hacia sus hogares. Al ver estas carreteras estrechas, hechas para uso exclusivo de vehículos automotores, yo trataba de entender la concepción de sociedad de quienes las diseñaron, financiaron y construyeron. ¿Existen los campesinos de a pie en su universo mental? Y si de casualidad existen, ¿los imaginarán como seres alados?

Luis Mejía –  24 de enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com