Día 9: De Paseo En
Los Alrededores de Medellín
Cual manchón de
colores en la grama
Vese la grey que
pace a la ventura…
Antonio Gómez
Restrepo
La gente de Medellín ama con pasión las tierras que
rodean la ciudad y les parece poca cosa viajar a dos o tres horas de distancia
para ver el paisaje. Y en contraste con la arquitectura metropolitana, fea y
funcional como es, hay en el vecindario pueblitos famosos por la belleza de sus
construcciones coloniales y republicanas, agradables a la vista, con una vida
social centrada alrededor de su plaza principal –casi siempre llamada plaza de
Bolívar, como en casi toda Colombia, donde el culto al Libertador es tan
intenso como en la vecina Venezuela, más popular si se quiere pero menos sujeto
al uso y abuso de los partidos políticos y los gobernantes- donde abundan los
restaurantes familiares, las heladerías y los bares abiertos a la calle.
El pueblo de San Pedro, al norte de la ciudad, es uno de
esos destinos de turismo local a donde fui a pasar un fin de semana en la
casa-finca de un amigo. Asentado en una meseta más alta sobre el nivel del mar
que Medellín, con su clima frio, las colinas relativamente suaves y las tierras
que responden favorablemente al abono
orgánico procedente de las porquerizas
que allí se han establecido, San Pedro está rodeado de hatos lecheros
que surten las pasteurizadoras y fábricas de derivados lácteos de Medellín. La
carretera que lo une a la ciudad tuvo aceptable mantenimiento en otras épocas,
cuando era la vía de salida hacia Urabá y la costa atlántica. La gobernación
del departamento la ha abandonado desde cuando se construyó una va alterna que
ni usan los vehículos pesados ni ha reducido el volumen de carros circulantes, en consecuencia su
deterioro es notorio y en muchos lugares hay socavamiento, grietas y desgaste
de la calzada lo que daña los vehículos que circulan por ella y reduce su
velocidad notablemente, todo ello a pesar de un costoso sistema de peajes que
la burocracia oficial justifica por los costos de reparación.
El viaje a San Pedro lo lleva a uno por barrios pobres de
las afueras de Medellín, miradores que tienen una vista espectacular sobre el
Valle de Aburra –en el que se asientan la metrópoli y sus ciudades satélites-,
precipicios enormes donde los deportistas practican parapente y, al final, a
una extensa planicie de pastos, ganados y vegetación propia del clima frio. La
carretera es típica de las de la región: estrecha, carece de berma por donde
los caminantes puedan ir con cierta seguridad y que dé margen de maniobra a los
conductores en apuros, carece de cuneta
para el desvío de las aguas lluvias así como de muros de contención en los taludes internos y externos que minimicen el
impacto de los elementos, y no tiene señalamiento sobre el piso o a la orilla
para regularizar el tráfico .
Más cerca de Medellín, en el municipio satélite de Bello,
se encuentran los Charcos de Niquía. Un riachuelo arisco, que baja por los
quiebres de una montaña alta y escarpada, ha creado una serie de remansos de
profundidad variable entre las rocas de su lecho, con pequeñas cascadas que se
forman a medida que las aguas descienden de remanso en remanso. Uno llega a
ellos caminando por senderos muy estrechos abiertos en la ladera de la
montaña. La vista es imponente, las
aguas frías, limpias y claras. Un par de generaciones atrás este era un lugar
de recreo que compartían las clases baja y media. Hoy las clases medias
prefieren la reserva y circunspección de
los clubes privados y las instalaciones de los hoteles campestres. Las clases
bajas tienen para sí un lugar bello y muy ameno. Allá estuve con mis amigos de
clase media, por supuesto, y lo disfruté.
En las montañas que cierran al oriente el paisaje de
Medellín se encuentran los manantiales y corrientes de agua que alimentan el
acueducto de la ciudad. Las empresas públicas municipales han comprado los
terrenos aledaños a las vertientes de agua y los han consolidado en una unidad
territorial llamada parque Arví. La administración del parque lo ha
desarrollado como un lugar turístico donde los visitantes pueden hacer
caminatas por los múltiples senderos que lo cruzan o participar en deportes de
varios niveles de peligro y esfuerzo. Yo lo visité en compañía de un ingeniero
agrónomo con quien hice una caminata de dos horas, por antiguos caminos
construidos por los nativos antes de la llegada de los españoles y reparados
por ingenieros contemporáneos, mientras hablábamos unas veces de la flora local
y otras de la evolución del pensamiento científico. Es cosa de intelectuales
colombianos aprovechar el tiempo procesando ideas.
Para llegar al parque Arví uno toma un teleférico que es
parte del sistema integrado del metro y lo lleva a uno hasta la mitad de las
montañas que encierran a Medellín por el oriente, en medio de barrios muy
pobres. A falta de este sistema los trabajadores empleados en la ciudad
tendrían un viaje interminable por caminos y calles serpenteantes construidos
en las laderas. Luego uno toma otro teleférico que lo lleva por encima de la
cuchilla de la montaña y sobre una hondonada de altura hasta una meseta donde
están asentadas las oficinas administrativas del parque y las áreas de llegada
del público. Las canastas en que viajan los pasajeros se mueven a alturas de
vértigo. Es una obra de ingeniería admirable por el diseño, las demandas
técnicas del sistema y las condiciones del terreno. La ciudad se ve inmensa y
poderosa a los pies del viajero.
Para completar la vista de la misma subí con otro amigo a
la cuchilla de las montañas que la ciñen por el occidente en otro teleférico
también conectado al metro. Una obra de ingeniería igualmente admirable. Los
guías que tuve en ambas ocasiones me ayudaron a identificar las zonas
industriales y residenciales, los barrios de las clases altas y medias, donde
se vive con relativa seguridad, los barrios obreros donde se vive con cierto
sobresalto y las franjas de miseria y violencia. Desde las canastas del
teleférico uno ve la brecha que separa a los que viven muy bien de los demás y vislumbra
los dilemas que podrían enfrentar las elites locales si tuvieran un momento de despotismo
ilustrado[i]. Uno ve tanto dinamismo, tanto potencial, tanta capacidad de trabajo,
tanto esfuerzo para vivir y progresar que piensa con las ganas: Este pueblo
debería buscarse mejores elites.
Luis Mejía – de
enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
[i] La Real
Academia Española define el despotismo como “Política de algunas
monarquías absolutas del siglo XVIII,
inspirada en las ideas de la Ilustración y el deseo de fomentar la cultura y
prosperidad de los súbditos”. En mi opinión Colombia todavía se puede
beneficiar de esta manera de ejercer el poder aunque algunos crean que ya
estamos en el siglo XXI .
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