Wednesday, January 23, 2013

EXTRANJERO EN SU TIERRA: EL RETORNO DE UN COLOMBIANO - IX



Día 9: De Paseo En Los Alrededores de Medellín

Cual manchón de colores en la grama
Vese la grey que pace a la ventura…
Antonio Gómez  Restrepo

La gente de Medellín ama con pasión las tierras que rodean la ciudad y les parece poca cosa viajar a dos o tres horas de distancia para ver el paisaje. Y en contraste con la arquitectura metropolitana, fea y funcional como es, hay en el vecindario pueblitos famosos por la belleza de sus construcciones coloniales y republicanas, agradables a la vista, con una vida social centrada alrededor de su plaza principal –casi siempre llamada plaza de Bolívar, como en casi toda Colombia, donde el culto al Libertador es tan intenso como en la vecina Venezuela, más popular si se quiere pero menos sujeto al uso y abuso de los partidos políticos y los gobernantes- donde abundan los restaurantes familiares, las heladerías y los bares abiertos a la calle.

El pueblo de San Pedro, al norte de la ciudad, es uno de esos destinos de turismo local a donde fui a pasar un fin de semana en la casa-finca de un amigo. Asentado en una meseta más alta sobre el nivel del mar que Medellín, con su clima frio, las colinas relativamente suaves y las tierras que responden   favorablemente al abono orgánico procedente de las porquerizas  que allí se han establecido, San Pedro está rodeado de hatos lecheros que surten las pasteurizadoras y fábricas de derivados lácteos de Medellín. La carretera que lo une a la ciudad tuvo aceptable mantenimiento en otras épocas, cuando era la vía de salida hacia Urabá y la costa atlántica. La gobernación del departamento la ha abandonado desde cuando se construyó una va alterna que ni usan los vehículos pesados ni ha reducido el volumen  de carros circulantes, en consecuencia su deterioro es notorio y en muchos lugares hay socavamiento, grietas y desgaste de la calzada lo que daña los vehículos que circulan por ella y reduce su velocidad notablemente, todo ello a pesar de un costoso sistema de peajes que la burocracia oficial justifica por los costos de reparación.

El viaje a San Pedro lo lleva a uno por barrios pobres de las afueras de Medellín, miradores que tienen una vista espectacular sobre el Valle de Aburra –en el que se asientan la metrópoli y sus ciudades satélites-, precipicios enormes donde los deportistas practican parapente y, al final, a una extensa planicie de pastos, ganados y vegetación propia del clima frio. La carretera es típica de las de la región: estrecha, carece de berma por donde los caminantes puedan ir con cierta seguridad y que dé margen de maniobra a los conductores en apuros,  carece de cuneta para el desvío de las aguas lluvias así como de muros de contención en los  taludes internos y externos que minimicen el impacto de los elementos, y no tiene señalamiento sobre el piso o a la orilla para regularizar el tráfico .

Más cerca de Medellín, en el municipio satélite de Bello, se encuentran los Charcos de Niquía. Un riachuelo arisco, que baja por los quiebres de una montaña alta y escarpada, ha creado una serie de remansos de profundidad variable entre las rocas de su lecho, con pequeñas cascadas que se forman a medida que las aguas descienden de remanso en remanso. Uno llega a ellos caminando por senderos muy estrechos abiertos en la ladera de la montaña.  La vista es imponente, las aguas frías, limpias y claras. Un par de generaciones atrás este era un lugar de recreo que compartían las clases baja y media. Hoy las clases medias prefieren la reserva y circunspección  de los clubes privados y las instalaciones de los hoteles campestres. Las clases bajas tienen para sí un lugar bello y muy ameno. Allá estuve con mis amigos de clase media, por supuesto, y lo disfruté.

En las montañas que cierran al oriente el paisaje de Medellín se encuentran los manantiales y corrientes de agua que alimentan el acueducto de la ciudad. Las empresas públicas municipales han comprado los terrenos aledaños a las vertientes de agua y los han consolidado en una unidad territorial llamada parque Arví. La administración del parque lo ha desarrollado como un lugar turístico donde los visitantes pueden hacer caminatas por los múltiples senderos que lo cruzan o participar en deportes de varios niveles de peligro y esfuerzo. Yo lo visité en compañía de un ingeniero agrónomo con quien hice una caminata de dos horas, por antiguos caminos construidos por los nativos antes de la llegada de los españoles y reparados por ingenieros contemporáneos, mientras hablábamos unas veces de la flora local y otras de la evolución del pensamiento científico. Es cosa de intelectuales colombianos aprovechar el tiempo procesando ideas.

Para llegar al parque Arví uno toma un teleférico que es parte del sistema integrado del metro y lo lleva a uno hasta la mitad de las montañas que encierran a Medellín por el oriente, en medio de barrios muy pobres. A falta de este sistema los trabajadores empleados en la ciudad tendrían un viaje interminable por caminos y calles serpenteantes construidos en las laderas. Luego uno toma otro teleférico que lo lleva por encima de la cuchilla de la montaña y sobre una hondonada de altura hasta una meseta donde están asentadas las oficinas administrativas del parque y las áreas de llegada del público. Las canastas en que viajan los pasajeros se mueven a alturas de vértigo. Es una obra de ingeniería admirable por el diseño, las demandas técnicas del sistema y las condiciones del terreno. La ciudad se ve inmensa y poderosa a los pies del viajero.

Para completar la vista de la misma subí con otro amigo a la cuchilla de las montañas que la ciñen por el occidente en otro teleférico también conectado al metro. Una obra de ingeniería igualmente admirable. Los guías que tuve en ambas ocasiones me ayudaron a identificar las zonas industriales y residenciales, los barrios de las clases altas y medias, donde se vive con relativa seguridad, los barrios obreros donde se vive con cierto sobresalto y las franjas de miseria y violencia. Desde las canastas del teleférico uno ve la brecha que separa a los que viven muy bien de los demás y vislumbra los dilemas que podrían enfrentar las elites locales si tuvieran un momento de despotismo ilustrado[i]. Uno ve tanto dinamismo, tanto potencial, tanta capacidad de trabajo, tanto esfuerzo para vivir y progresar que piensa con las ganas: Este pueblo debería buscarse mejores elites.

Luis Mejía –  de enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com


[i] La Real Academia Española define el despotismo como “Política de algunas monarquías absolutas del siglo XVIII, inspirada en las ideas de la Ilustración y el deseo de fomentar la cultura y prosperidad de los súbditos”. En mi opinión Colombia todavía se puede beneficiar de esta manera de ejercer el poder aunque algunos crean que ya estamos en el siglo XXI .

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