Wednesday, March 21, 2012

Memorias de un Estudiante de Leyes: El Externado, Fernando y Yo – Parte I

 
Cómo viví el Externado

Estaba yo en vísperas de terminar bachillerato en el Colegio San José de los Hermanos Maristas en Amenia y me enfrentaba a la difícil decisión de escoger carrera. En mi familia se daba por sentado que yo sería universitario de manera que ni la vida bohemia, ni el aprendizaje de los oficios de comerciante y hacendado que practicaba mi padre, ni la entrada inmediata al mercado de trabajo eran opciones que yo pudiera considerar por un momento. 

Había empezado mis estudios muy niño y no había tenido que repetir ningún año escolar a pesar de los esfuerzos que hice para perder álgebra y geometría en la mitad del camino, así que la decisión debía tomarla cuando aún no había terminado la adolescencia ni desarrollado conciencia de mi inmadurez y desconocimiento del mundo de los adultos –lo que he conseguido con los años- y, cuando, por supuesto, no tenía cabal entendimiento de para qué podría servir en la vida. De ñapa, venía de un medio social y familiar donde a uno lo entrenaban para obedecer –que es mucho más subyugante que respetar- a sus mayores en edad, dignidad y gobierno, y para no pensar –a fin de protegerlo de peligros en un país ignorante, conservador, católico e hipócrita-. También para no asumir responsabilidades personales, lo que es casi segunda naturaleza en los miembros de una sociedad timorata, violenta, jerárquica, cuyas elites adoran la impunidad más que la riqueza y los que no son parte de la elite se arriman al poderoso en busca de protección contra la ley y la autoridad.

Por supuesto que esta descripción del medio en que me crié apunta a tendencias dominantes y no excluye la existencia de individuos pensantes, rebeldes y de integridad personal cuya influencia se sentía en el ámbito social a pesar de todo. En especial porque mucha gente respetaba el statu quo cultural y social en algunas cosas y le faltaba al respeto en otras y eso abría brechas por donde los disidentes llegaban a los que apenas empezábamos a vivir.

Cuento esto para explicar la manera tan poco personal como escogí carrera. En primer lugar, el financiador de mis estudios quería, a toda costa, que su primogénito fuera doctor. Pero en esa época los únicos doctores eran los abogados y los médicos. Y como yo, a pesar de haber nacido en medio de la violencia colombiana de los años 40 y 50 y haberme criado en el ambiente de peleas callejeras propias de los escolares de la época, no toleraba la vista de la sangre ni de las secreciones del cuerpo quedé destinado a la abogacía, con tanta mayor razón cuanto que desde muy temprana edad mostré inclinación por la literatura y el debate y a pesar de ser tímido, débil e inseguro tenía momentos de lucidez, independencia mental y osadía frente a la autoridad que me dieron una cierta reputación de rebelde y contestatario. El ejercicio del derecho era el único campo donde las clases media y baja podían andar en contravía de la verdad establecida, el deber ciego y el respeto a la tradición lo que me podría dar un nivel de protección si se me iba la mano en la rebeldía.

Habiendo escogido carrera de esa manera, quedaba por definir la escuela donde iría. Fue quizá la única parte de esa decisión con respecto a mi futuro que tomé por mí mismo. Decidí irme a la escuela de leyes que quedara lo más lejos posible de mi familia. Lo que quería decir Bogotá. Comencé entonces a preguntar a distintos estudiantes de derecho que estaban de vacaciones en Armenia su opinión sobre las escuelas de derecho de la capital del país. Fue la primera encuesta que hice sin saber que años más tarde mi profesión sería la de investigador social. El resultado de mis averiguaciones me ayudó a tomar la decisión acertada. Los estudiantes de la Universidad del Rosario me dijeron que las mejores escuelas de derecho eran la suya y la del Externado. Los de la Universidad Javeriana me dijeron que la suya y la del Externado. Los de la Universidad Nacional que la suya y la del Externado. El consenso indicaba que la escuela de derecho de la Universidad Externado de Colombia era la mejor y allá quise ir a estudiar. Por si me hiciera falta un empujón adicional, un viejo amigo mío sacerdote dominico me dijo, medio en serio y medio en broma, que yo ya había tenido suficiente educación con curas y que para un desarrollo más balanceado de mi inteligencia y personalidad me convenía mucho exponerme a los masones del Externado.

En esa época el Externado era solo la escuela de derecho. La admisión fue sencilla y relativamente fácil. Además de presentar las calificaciones de bachillerato había que escribir una carta explicando el interés que tenía en la carrera y la universidad, presentar un examen de admisión y llevar una carta de recomendación. Un amigo de familia, senador de la república y exalumno externadista, con mi mismo apellido me presentó como sobrino suyo. El afecto y admiración mutua que desarrollamos y el amor que he profesado a los suyos justificaron con le tiempo esta adopción ficticia y generosa.

Mis calificaciones de los últimos dos años de bachillerato eran excelentes. Mi carta de interés, mi examen de admisión y la carta de mi tío adoptivo hicieron lo suyo para convencer a los funcionarios de admisiones de la conveniencia de aceptarme en la cohorte estudiantil de ese año. Desde el punto de vista académico fue una decisión de la que ni la universidad ni yo nos arrepentimos. Durante cuatro años consecutivos fui uno de los primeros estudiantes de mi clase y me gané el honor de que se me eximiera de pagar matrícula. Es este honor del que me siento muy orgulloso pues en cierta manera fui primus inter pares en una cohorte de estudiantes de extraordinaria inteligencia y gran dedicación que con el paso del tiempo se distinguieron en el foro y la academia.

Económicamente el Externado era una de las escuelas menos costosas del país. Los primeros años la matrícula ascendía a $100, una suma irrisoria comparada con los $1.000 o algo más que se pagaban en la Javeriana, por ejemplo. En el tercer año si bien recuerdo la matrícula costaba $1.200, aún por debajo de lo que costaba en otras universidades privadas, y así se sostuvo por un tiempo. Esto explica que la juventud más ambiciosa e inteligente de clase media y baja de todo el país estuviera ampliamente representada en el cuerpo estudiantil.

Los primeros años del bachillerato los había hecho en un internado en Bogotá y allí supe que Armenia y Medellín -únicos lugares de cuya existencia yo era consciente y ello por razones de familia- no eran el centro del universo ni existían en un vacío geográfico y demográfico. Pero fueron mis condiscípulos del Externado los que me enseñaron la diversidad de poblaciones, culturas y talentos de Colombia.

El cuerpo de profesores estaba integrado por los juristas más destacados, brillantes y de mayor influencia intelectual y profesional en el país. Muchos de ellos, es cierto, eran compartidos con otras universidades. Pero solo el Externado reunía a todos los que eran reconocidos como líderes en las diferentes especialidades del derecho, sin distingo de ideología. Aunque en este momento caigo en cuenta de que no había voceros de la extrema derecha a pesar de que en el país existía un pequeño grupo de intelectuales y abogados semi-falangistas en lo político e integristas en lo religioso.

En las cátedras de derecho constitucional general y derecho constitucional colombiano se turnaban Gregorio Becerra, marxista-leninista, antiguo militante del MRL, pobre como ratón de iglesia, quien nos hacía aprender de memoria la estructura de gobierno de la Unión Soviética, y Carlos Restrepo Piedrahita, aristocrático y desdeñoso, rico y elegante, amante de citar a los constituyentes originales como fuente primaria de interpretación, quien nos hacía aprender al pie de la letra el texto de la Constitución  y nos hablaba del estado benevolente y la República de Weimar. Ricardo Medina Moyano, conservador, simultáneamente austero y cordial, “siempre de negro hasta los pies vestido” como el Felipe IV de Machado, y Alfonso Reyes, liberal, analítico, conocedor del derecho arcaico y la ley de los criminales callejeros, tímido y distante, dictaban derecho penal. Gabriel Escobar Sanín, improvisador, desorganizado y brillante, que nunca recordaba el tema que había desarrollado en su clase anterior, enseñaba el curso de bienes en derecho civil y Fernando Hinestrosa, sistemático, filosófico, el de obligaciones. Jaime Castro y Jaime Vidal Perdomo se turnaban los cursos de derecho administrativo; aunque no pertenecían a diferentes escuelas de pensamiento, Vidal era más apegado al modelo francés de administración pública. Mi profesor de derecho de familia fue Enrique López de la Pava, sabio, metódico, que nunca hablaba de embarazo sino de estado de buena esperanza y que, con mirada retozona, nos decía que el matrimonio era el único contrato que no podía anularse por engaño entre las partes pues todo el mundo entendía que el noviazgo era un período durante el cual los interesados se decían mentiras.

Antonio Rocha, viejito, frágil, de memoria infalible e inocentes anécdotas irrelevantes, fue mi profesor de teoría de la prueba; de él aprendí criterios de evaluación y confirmación de la evidencia que resultaron muy útiles cuando más tarde estudié fenómenos sociales y manejé hipótesis de trabajo y arrumes de datos estadísticos que las confirmaban o no. Samuel Finkelstein era la autoridad en derecho comercial y bajo su guía se preparaba para reemplazarlo un pequeño grupo de comercialistas jóvenes. Los cursos de sucesiones y de derecho romano los hice con Simón Carrejo, quien nunca levantó los ojos del libro que nos leía durante su hora de clase; él y el profesor de derecho tributario –cuyo nombre no recuerdo ahora- eran los únicos profesores de raza negra o afro-descendientes como se dice ahora. Luis Fernando Gómez, apuesto, elegante de modales, izquierdista, bohemio y cordial, nos enseñó filosofía del derecho y, por la mera fuerza de su personalidad y sus conocimientos, tuvo en muchos de nosotros una influencia permanente en la manera como interpretamos la ley y el papel del derecho en la vida social. Hernando Franco Idárraga, de exquisito refinamiento en el vestir donde no había escasez de gente elegante, sibarita, catador de la belleza, me enseñó derecho laboral. Con Eduardo Umaña Luna, humanista, inteligencia universal, de izquierda liberal, crítico mordaz de las elites nacionales, hice un curso introductorio a la sociología y con Fernando Vélez, maestro meticuloso y de amplios conocimientos, aprendí las primeras nociones de la economía como ciencia.

A todos los recuerdo con afecto porque, sin saberlo ellos o yo, me pusieron en el camino que eventualmente me llevó a obtener un doctorado en economía y hacer una carrera como investigador social.

Muchos otros hubo cuyos nombres no recuerdo pues han pasado muchos años y no tengo a mano ni archivos ni condiscípulo cuya memoria remedie los vacíos de la mía, pero que haya olvidado sus nombres no quiere decir que haya olvidado la deuda intelectual que les tengo. En este punto conviene explicar que cuando yo estudiaba leyes –de 1965 a 1970- el calendario académico era anual y que cada año cubríamos de ocho a diez cursos, lo que implica haberme sentado frente a no menos de 50 catedráticos. Además, había otros grupos de estudiantes del mismo nivel para quienes había otros profesores de renombre que no menciono porque no fui su alumno.

El Externado había reconocido que los estudiantes de bachillerato no llegaban a la universidad con un nivel adecuado de entendimiento de lectura ni sabían redactar con claridad y respeto de la gramática. Para remediar esta carencia –que con el transcurso del tiempo se ha agravado con gran daño para el desarrollo científico y cultural del país- Jaime Giraldo Angel, en ese entonces director de admisiones, había creado un curso que se presentaba a los estudiantes como metodología de la investigación bibliográfica y la controversia judicial. Cada año Giraldo entrenaba personalmente a un grupo de instructores que se encargaban de dictarlo. Prácticamente todos los que empezaban a enseñar en la universidad tenían que encargarse de uno de estos cursos. Uno de los que mejor lo aprovechó fue Alfonso Reyes, a quien sus estudiantes ayudamos a coleccionar las fichas bibliográficas exhaustivas que caracterizaban sus escritos y de quien aprendimos rigor de expresión, claridad en el argumento, precisión en los conceptos y diligencia en la búsqueda y utilización de fuentes de información.

Al mismo tiempo comenzaban a dar sus primeros pasos como catedráticos un grupo de exalumnos jóvenes que más tarde descollarían en  su campo, como Saul Sotomonte,  Daniel Manrique, José María Torres, Mario Fernández, Emilsen Gonzáles, Luis Felipe Zanna, Hernán Fabio López, Manuel Gaona, Manuel Urueta (nos presentaron veinte veces y para él cada vez siempre fue la primera en que nos conocíamos; su mala memoria para los nombres y los rostros era legendaria) y Antonio José Cancino, que fueron los que conocí.

Luego vino otra generación de profesores, los coetáneos míos en las bancas estudiantiles, de la que yo hice parte por corto tiempo. Pero esa es otra historia.

Luis Javier Mejía Maya
Nueva York - 21 de marzo de 2012
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Memorias de un Estudiante de Leyes: El Externado, Fernando y Yo – Parte II

Cómo interpreté a Hinestrosa

Sobre la comunidad de estudiantes y profesores presidía Fernando Hinestrosa con autoridad intelectual e institucional. Era rector y, como lo he mencionado arriba, profesor de derecho civil. En ese momento él era visto por todo el cuerpo universitario como primus inter pares, fideicomisario de un patrimonio intelectual y político cuya conservación era tarea de todos nosotros.

El año lectivo empezaba con una charla que él dictaba a los que empezaban estudios y a la que podían asistir los demás estudiantes, en la cual contaba la historia, describía la mentalidad y señalaba el camino del Externado. A clase llegaba puntual, llamaba a lista para aprenderse el nombre de todos nosotros -lo que lograba en un par de semanas y recordaba para siempre-, sacaba el paquete de cigarrillos y el encendedor del bolsillo del saco y los ponía sobre el escritorio en frente suyo, encendía un cigarrillo y empezaba a hablar. Golpeaba la mesa con sus dedos, largos, finos, sensitivos, manchados de nicotina, como signos de admiración para hacer énfasis en algún punto. Su voz era pareja y monótona. Para muchos era un soporífero y se echaban a dormir descaradamente, lo que parecía no molestarle. Si uno lograba seguir su charla durante los diez primeros minutos quedaba como hipnotizado. El venía preparado para disertar sobre el tema del día pero cada presentación era original e improvisada, no usaba notas ni escribía en el tablero. Hablaba en frases completas, presentaba los temas con claridad, desarrollaba los argumentos con precisión, daba ejemplos de la vida diaria, traía a colación anécdotas de la historia o la literatura universal, escogía las palabras por su significado preciso y las ponía en el lugar exacto de la oración. No cometía errores gramaticales ni ganaba tiempo con sonidos vacíos. Yo, que amaba desde niño la belleza de la palabra hablada, jamás me distraje en su clase. Solo otros dos profesores tenían el mismo dominio de la palabra: Eduardo Umaña Luna y Carlos Restrepo Piedrahita.

Decían los que habían sido discípulos de Ricardo Hinestrosa que en cada clase traía a cuento un episodio del Quijote para ilustrar el tema que estuviera desarrollando. De Fernando yo recuerdo que hablando del dolo en la formación de obligaciones civiles nos dijo una vez que la ley estaba hecha para proteger al hombre de buena fe pero no para proteger al pendejo.

Aprendí muchas cosas de Fernando Hinestrosa. Algunas de ellas él mismo olvidó en el curso de su vida.

Yo empecé mis estudios en el Externado en el segundo año de su rectoría. Todavía vivía sus ideales de juventud; según se decía no hacía muchos años había abandonado el partido comunista  y estaba fresco de sus estudios de jurisprudencia en Alemania. No estoy seguro de estas cosas pues en ese entonces no existía Internet y la hoja de vida de los administradores y docentes de las universidades no se subía a una página Web; la biografía de la gente importante todavía viva se transmitía como historia oral.  

En los cinco años de mi carrera la suya fue vertiginosa. Rector del Externado, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, ministro de justicia, ministro de educación. Vivía sus treinta años. Era alguien a quien obviamente bendecía la fortuna y favorecía el sistema. Los calculadores y cazadores de oportunidades, que trataban de acercarse a él eran infinidad. Jamás olvidaré el gesto de desdén y la expresión de desprecio que ponía frente a los más arrodillados. Lo veo como si fuera ayer bajando por las escaleras de la vieja casona que fue sede de la universidad en el barrio Santafé. Una casona sucia, empolvada, estrecha, olorosa a humo de cigarrillo pues la mayoría de nosotros fumaba todo el tiempo y en todas partes. Y él tratando de abrirse paso con gesto de paciencia agotada por entre la montonera de aduladores que cerraba su paso. Cuando se acostumbró al poder, la riqueza y la influencia perdió el pudor frente a la adulación, le gustaron los privilegios personales que no se avenían al espíritu de una república de ciudadanos iguales y encontró insoportable la falta de incondicionalidad de algunos de los colegas que le ayudaron a dirigir el Externado mientras adquiría experiencia y madurez.

Cuando era ministro doble de educación y de justicia en la administración Lleras Restrepo, hubo unos disturbios estudiantiles muy serios en todo el país. Como el manejo de la universidad se le estaba saliendo de las manos -el rector encargado era Carlos Medellín, competente como jurista, no así como administrador- tuvo que autorizar la suspensión de algunos estudiantes que participaron en los disturbios en la ciudad. Uno de ellos era compañero mío de clase así que me metí en una comisión que fue a verlo en su despacho de uno de los ministerios a pedirle que reconsiderara la medida. Tuvimos una conversación interminable de la que solo recuerdo la parte final, cuando nos dijo que entendía el espíritu que nos animaba y que admiraba la lealtad que sentíamos por nuestros compañeros pero que nos aconsejaba recordar que "uno acompaña a los amigos hasta el cementerio pero no se entierra con ellos". Esto fue exactamente lo que hizo con sus amigos que murieron en la masacre del palacio de justicia.

Su servicio como magistrado fue de muy corta duración y sus aportes a la jurisprudencia no fueron proporcionales a sus conocimientos y poderes de estudio. Cierto que sirvió con distinción como rector del Externado y como conferencista e instructor por muchos años, pero simultáneamente y por muchos más años que los dedicados a la magistratura hizo la carrera de litigante, consultor y miembro de juntas arbitrales a que tienen acceso los que por sí mismos o por mediación de sus protegidos tienen influencia en los círculos del poder.

Los colombianos importantes que mueren son sometidos a un desmedido proceso de canonización por parte de los que, a su turno, fueron introducidos al poder por el muerto. Quizá esto sea entendible dado el desdoroso desempeño de nuestras elites en la crisis moral y política de la república en las últimas décadas.

En su ensayo sobre cómo se ha formado la nación colombiana Luis López de Mesa dice que al  rededor de los hombres que lograron la independencia de España hemos formado un mito heroico, único, maravilloso, unificador. Ese mito, por supuesto, se combina con el territorio, el idioma, la religión y la raza para darle al pueblo un sentido de nación. Lo que no dijo López de Mesa es que las elites tienen que mantener vivo ese mito y tienen que mantener al menos la apariencia de que, de alguna manera, descienden de esos héroes fundadores y merecen por ello la obediencia del pueblo. ¿Necesitaré repetir las múltiples maneras como las elites le han fallado al pueblo y han destruido la presunción de que su autoridad es heredada de los héroes que crearon la república? ¿Necesitaré repetir de qué modo y manera las elites nuestras han sido parte, por acción u omisión, de la destrucción moral y política de la nación?

Ante ese vacío de presencia histórica en la construcción de una nación próspera, ordenada, de ciudadanos iguales ante la ley, parece natural que las elites aprovechen la muerte de un notable para magnificar sus logros, despersonificar su papel en la vida del estado y la sociedad, fabular su conducta, olvidar sus momentos de duda y debilidad, y, en general, reemplazar la persona real con una máscara de perfección apolínea.  

La historia verdadera de Fernando Hinestrosa, la descripción objetiva de su legado social y cívico, el recuento de sus acciones de manera que sea útil a las generaciones presentes y futuras, exigirán del biógrafo un gran dominio de los matices y el claroscuro. El Externado fue empresa de masones, librepensadores, demócratas y filántropos de los que dedicaban su tiempo, riqueza y talentos a liberar las masas de la ignorancia, la superstición, los poderes abusivos, las constricciones arbitrarias del desarrollo personal, las limitaciones a los derechos civiles  y políticos. ¿Estuvo en manos de Fernando Hinestrosa mover la influencia institucional, profesional, política y social del Externado de Colombia para que el estado y las elites abrieran espacios de libertad para las masas?

Luis Javier Mejía Maya
Nueva York - 21 de marzo de 2012
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Economía de la Guerra y de la Paz: Un Modelo Para Calcular los Costos - Parte I


Introducción: Base Social de la Economía

Cuando hablamos de la guerra y la paz en Colombia queremos hacernos una idea de lo que está en juego, queremos anticipar el efecto que el conflicto de ahora y el arreglo final tenga en las condiciones éticas, sociales, políticas, demográficas, económicas y culturales del pueblo colombiano y en sus relaciones con los demás países. La población civil, que lleva del bulto en las decisiones que tomen los líderes políticos y militares para combatirse entre sí y para reconstruír el mundo que les quede en las manos al final de sus enfrentamientos, tiene derecho a decirles: “Señores, cuánto nos va a costar lo que ustedes están haciendo?”

En este documento quiero sugerir un modelo económico para calcular lo que los colombianos tendremos que pagar por esta guerra de ahora y por la paz que vendrá. Es un modelo muy simple, que podemos llamar de economía contable, en el cual apenas se enuncian los rubros en que se está yendo y se va a ir nuestra riqueza.

Empecemos, entonces, por la noción de riqueza social. La riqueza de una nación comprende, entre otras cosas, el patrimonio cultural, la identidad histórica, el territorio que ocupa, la gente y su capacidad productiva. En términos económicos, la riqueza de un pueblo resulta del proceso de tomar cosas que valen poquito y convertirlas en algo que valga más, o, en términos más técnicos, en tomar cosas cuya utilidad relativa es baja para convertirlas en otras que sean más útiles. A un nivel muy elemental consiste en limpiar una cuadra de tierra enmontada, sembrar un bulto de maíz y producir con qué alimentar la familia por una temporada y con qué sembrar la próxima cosecha. Idealmente debería quedar un poquito de maíz para cambiarlo por chorotes de barro con el vecino alfarero, por una camisa de algodón con la costurera del pueblo, por una libra de pescado con el pescador y ojalá alcance para una cadenita de oro que hizo el orfebre y que se vería linda en el cuello de la muchacha que vende besos al otro lado del río. En el mundo de hoy las cosas no son así de simples pero en este ejemplo ya vemos los dos componentes de la riqueza social: la transformación de la naturaleza por el trabajo del hombre que incrementa sus dones y frutos, y lo que se ha podido guardar del trabajo que se hizo antes. Lo primero es la producción actual, que es en parte consumida (el maíz de la comida y el pescado de nuestro ejemplo), y lo segundo es el ahorro, o sea, toda la producción -actual o pasada- que no se consumió sino que se guardó para uso futuro (el maíz que se deja para semilla, los chorotes de barro y la cadenita de oro, para seguir con el mismo ejemplo). Este ejemplo nos muestra además que el proceso productivo social comprende mercancías o artículos y servicios. Los servicios son actividades que uno necesita para su bienestar o su comodidad, como los prestados por educadores, filósofos, médicos, enfermeros, cantantes, payasos, telefonistas, choferes, masajistas.

En una sociedad hay, pues, los creadores directos de riqueza. Son, por ejemplo, los obreros, los artesanos, los campesinos, las amas de casa, los inventores, los artistas y los profesionales durante el período productivo de sus vidas. Hay los que ayudan a crear riqueza porque tienen (o deberían tener) talento para organizar y coordinar las actividades del grupo, como los empresarios y sus administradores, los líderes políticos y sociales, los jueces y legisladores. Hay algunos que todavía no producen, como los niños y los estudiantes, a quienes sostenemos con la esperanza de que van a producir mañana. Hay algunos que dejaron de producir, como los ancianos, a quienes también sostenemos en reconocimiento de lo que produjeron en el pasado. Hay algunos que no van a producir porque física o mentalmente están incapacitados para hacerlo y a estos los sostenemos por solidaridad humana. Hay algunos que no producen porque no les da la gana, como los herederos de fortunas familiares o los que se dedican a vivir de la beneficencia pública o privada, a quienes sostenemos porque no nos ponemos de acuerdo sobre qué más hacer con ellos. Y, finalmente, hay algunos que destruyen el capital social.  Por ejemplo, los políticos y empresarios que inician proyectos que no van a ser capaces de terminar o de utilidad pública inexistente; especialmente los políticos corruptos y los empresarios que por incompetencia o por codicia destruyen sus propias empresas y que luego socializan las pérdidas causadas por sus errores, en el caso de los últimos, o por sus delitos, en el caso de los primeros. En esta categoría están los hombres de armas o guerreros. Aunque la literatura y la historia han hecho de la guerra un teatro de heroísmo, el hecho es que  la guerra es un acto de destrucción de bienes propios y ajenos.

Para una sociedad, la guerra puede, en balance, ser económicamente beneficiosa si produce la conquista de otros grupos humanos cuya riqueza puede ser expropiada o si moviliza recursos internos para sostener el conflicto que después puedan ser convertidos a uso civil.  En una guerra civil, sin embargo, no hay beneficio económico sino para los individuos que manejan las finanzas y aprovisionamiento de los combatientes,  para los que encuentran oportunidad de lucro en la escasez, miseria y dolor humano que resultan de los combates, para los que aprovechan los desórdenes de la guerra y la euforia de la paz para apropiarse de bienes ajenos. La sociedad misma sufre pérdidas muy grandes durante el conflicto y tiene que hacer sacrificios mayores para construir la paz como lo veremos en seguida.

Luis Mejía – 21 de marzo de 2012

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Economía de la Guerra y de la Paz: Un Modelo Para Calcular los Costos - Parte II.

El Costo de la Guerra

Cuando preparaba este documento leía la novela El Jinete Insommne de Manuel Scorza. En una escena muy conmovedora, durante la guerra del Pacífico en 1879-1883, cuando los ejércitos combatientes destruían todo lo que podía ser usado por el enemigo, los indios peruanos que se habían refugiado en el monte veían arder sus ranchos y sementeras en la distancia. Y pensaban: “…el trabajo de tantas generaciones regalado al humo…” . Eso es lo que hacen las guerras.

El costo inmediato de la guerra tiene dos componentes: lo que se destruye o se pierde en los intentos de debilitar al enemigo y lo que deja de producirse durante el conflicto.

A.     Gastos bélicos directos, necesarios para adelantar las acciones de ataque y defensa, incluyen los siguientes rubros:

1)      Armamentos, que comprenden municiones, maquinaria de guerra, y los gastos de
      operación y mantenimiento de la maquinaria de guerra

            2)   Vituallas para los combatientes

            3)   Uniformes para los combatientes

            4)   Salarios de oficiales y personal contratado para ayudar al esfuerzo de guerra: los equipos
      de comunicación militar y la maquinaria de guerra necesita personal altamente
      especializado que, en general, debe ser contratado a salarios competitivos

            5)   Transporte de equipos y materiales

            6)   Transporte del personal de guerra

B.     Gastos directos no bélicos:

1)      Propaganda

            2)   Espionaje

            3)   Soborno de fuerzas del enemigo

C.     Efectos de la guerra en la población:

1)      Muerte de combatientes y no combatientes, lo cual los elimina como agentes productivos de la sociedad

                  2)   Pérdida de la salud en los combatientes y no combatientes, lo cual reduce o elimina su
                         capacidad productive
             
            3)   Pérdida de la capacidad productiva de los llamados a filas, durante el tiempo que están
            en servicio

D.     Efectos de la guerra en la infraestructura y el entorno físico:

1)      Destrucción de infraestructura económica del país que incluye puentes, carreteras,
oleoductos, redes eléctricas, represas, obras de irrigación, ferrocarriles, fábricas, escuelas, edificios de uso público, viviendas y otras instalaciones de uso privado 

2)      Destrucción de tierras productivas por acciones de los combatientes que tienen por
efecto eliminar la posibilidad de usar la tierra para la agricultura o la habitación humana; así, por ejemplo:
-         pertrechos de guerra y materiales químicos usados en combate causan polución
del suelo y las aguas
-         derrames de productos perjudiciales al hombre o la naturaleza en instalaciones
industriales atacadas por los combatientes, que también producen polución del suelo y las aguas
-         las tierras minadas quedan efectivamente fuera del comercio y se convierten en
trampas mortales para quienes entren a ellas por descuido –como sucede a los niños en sus juegos- o desespero –como sucede a los campesinos desarraigados en busca de tierras nuevas que puedan cultivar-

3)      Desaparecimiento o disminución de la producción agrícola y el comercio, por las
siguientes razones:
-                  desplazamiento de la mano de obra agrícola a actividades o zonas improductivas
-                  pérdida de la capacidad de compra de los desplazados
-                  baja en la circulación de mercancías por falta de compradores y distribuidores o por obstáculos en el transporte (ej., inseguridad y deterioro de las carreteras)
-                  robo de ganados, cosechas, maquinaria y herramientas agrícolas e implementos domésticos en las zonas en conflicto
-                  destrucción de buses, camiones y otros equipos de transporte de pasajeros y carga
-                  cambios en el modelo de producción, con reducción de las cosechas de circulación legal y artículos de consumo civil para reemplazarlos por artículos para la guerra y productos ilegales

E.      Efectos de la guerra en el entorno social:

1)      Destrucción del liderazgo social y político alternativo a medida que los combatientes
eliminan los sectores independientes, neutrales y no conformistas para forzar una polarización dentro de la sociedad

2)      Debilitamiento de las instituciones civiles y de los mecanismos democráticos de
gobierno a medida que las necesidades de la guerra hace a los combatientes arbitrarios y adictos a las vías de hecho más favorables para su causa

3)      Baja en la calidad de vida causada por el temor de participar en actividades cívicas, la
reducción de los contactos sociales, la violación de derechos humanos, el aumento de la
criminalidad

4)      Pérdida de la capacidad empresarial causada por emigración o por el temor de expropiación o chantaje en los sectores más emprendedores de la población, incluyendo a los hombres de negocios, los profesionales, los obreros calificados

F.      Efectos intangibles de la guerra:

            Aunque imposibles de medir económicamente, la guerra tiene efectos morales que conviene mencionar. Son la pena y el sufrimiento humanos, el desespero de los débiles, el despojo de los vulnerables, el rompimiento de las redes de confianza mutua y solidaridad humana en que se sostiene el edificio social, la pérdida de la esperanza, la liberación que algunos encuentran para dar expresión a su crueldad antes reprimida y la ruptura de los lazos de familia que causa una guerra civil.

Es cierto que en la desgracia social hay momentos de heroísmo individual, de generosidad ilímite, de solidaridad nunca antes vista, que la gente tiene gestos de compasión para con extraños, pero esto no neutraliza los males de la guerra.

Luis Mejía – 21 de marzo de 2012

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Economía de la Guerra y de la Paz: Un Modelo Para Calcular los Costos - Parte III.


El Costo de la Paz 
 
Cuando los campesinos no tenían que pagar por la guerra cantaban en Antioquia estos versos:

“Abierto a golpes de la mano mía
tengo en el corazón de la montaña
un pedazo de tierra labrantía”.
(Folklore colombiano)

Acabada la guerra ese pedazo de tierra labrantía hay que cultivarlo de nuevo. Y eso es lo que llega con la paz.

El costo de la paz es la inversión que hay que hacer para llevar al sector civil de la economía al estado en que se encontraba antes de la destrucción de la guerra o, al menos, moverlo hasta donde pueda empezar a producir.

En general, todo lo que destruyeron los combatientes tienen que reconstruirlo los civiles, entre los que se cuentan los veteranos de guerra que se reintegren a la vida civil. Así, pues, el proceso de construcción de la paz incluye:

1)      Reconstrucción de la infraestructura destruída o dañada

2)      Recuperación de tierras dañadas por la polución química

3)      Recuperación de tierras minadas

4)      Pensiones de los veteranos de guerra

5)      Pensiones e indemnizaciones de los inválidos de la guerra, las viudas y los huérfanos

6)       Tratamiento de los heridos de guerra cuya salud puede ser recuperada

7)       Reasentamiento, reentrenamiento y capacitación ocupacional de:
-         los refugiados y desplazados permanentes que no regresen a su ocupación anterior
-         los combatientes desmovilizados, dentro de los cuales hay dos categorías: (a) los adultos con experiencia previa de trabajo, que con relativa facilidad se reinsertan en la economía civil, y (b) los que fueron reclutados en la infancia o la adolescencia, que no adquirieron experiencia laboral y cuya reinserción en la economía civil requiere mucho más esfuerzo y mayores recursos

8)      Conversión a la economía civil de las plantas industriales que se dedicaron a la
 producción de guerra

9)      Reconversión de la economía ilegal a actividades legítimas

10)  Programas de estímulo para la repatriación de empresarios, profesionales y obreros especializados que emigraron en el conflicto

11)  Programas de estímulo y soporte para el desarrollo de liderazgo social y político alternativo

12)  Inversión social necesaria para reconstituir la vida cívica y la fé en las instituciones de gobierno, lo cual incluye los siguientes rubros:
-         reforma agraria
-         reforma urbana
-         consolidación de los servicios de salud pública
-         reforma y financiación de la educación pública
-         reforma y reconstitución del gobierno, los órganos de representación popular y la administación de justicia
-         reeducación de los líderes de la guerra que quieran permanecer en el gobierno y la política para que desarrollen virtudes de tolerancia de la oposición, transparencia en el manejo de fondos públicos y respeto del estado de derecho, y cuyos errores mientras aprenden a trabajar con la sociedad civil pueden ser extremadamente costosos

13)  Estímulo a la inversión privada para generar empleo, dinamizar la economía, diversificar la producción y establecer una estructura de competencia en el mercado que beneficie al consumidor

Luis Mejía – 21 de marzo de 2012

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Economía de la Guerra y la Paz: Un Modelo Para Calcular los Costos - Parte IV

Recursos Para Pagar la Guerra y la Paz

A.     Recursos internos:

1)   Lo primero que se usa para hacer la guerra es el capital social acumulado, o sea, toda la infraestructura del país y la riqueza que se encuentre en manos públicas y privadas
2)    El capital social que sobreviva a la guerra se usa para comenzar a construir la economía de la paz; es decir, lo que no se haya destruido se usará de base para cubrir los gastos de producción y funcionamiento del estado y de la economía y para empezar el programa de reparación y reemplazo de lo dañado y destruido
3)     Para financiar la guerra, tanto como para la paz, el gobierno necesita un flujo de dinero en efectivo; para este efecto se necesita introducir nuevos impuestos, bien sea (a) de manera abierta, como todas las contribuciones decretadas y recaudadas por las autoridades legítimas, o (b) de manera subrepticia u oculta, como ocurre con la inflación y la devaluación
4)      Expropiación de bienes, sin indemnización o con indemnización a largo plazo
5)  Expropiación del fruto del trabajo, lo cual se hace por medio de campañas de trabajo voluntario y condenas a trabajos forzados aplicadas a la población de las áreas controladas por cada grupo combatiente durante la guerra y decretadas contra los enemigos del que la gane al terminar esta
6)    Transferencia de activos de un sector económico a otro para generar capital de inversión o acumularlo donde sea más fácil recaudar impuestos; esta transferencia se hace, por ejemplo, tolerando salarios bajos para los obreros y precios altos para el consumidor
7)     Apropiación violenta de bienes públicos y privados por medio de robos, chantajes, rescate de rehenes, asaltos a instalaciones bancarias, etc.
8)   Contratos celebrados por los combatientes para garantizar protección armada a grupos dedicados a actividades ilegales

B.     Recursos externos:

1)    Préstamos internacionales: estos son créditos concedidos a los combatientes por empresas financieras, organismos financieros internacionales y proveedores de materiales de guerra, que se usan para gastos inmediatos. Sólo en apariencia son recursos externos, pues a la larga se habrán de pagar con recursos internos; su costo se aumenta por las condiciones de incertidumbre que predominan durante la guerra y por el riesgo de insolvencia después de esta
2)      Inversión extranjera: estos son flujos de capital provenientes del exterior y que se aplican a la industria, el comercio, los servicios o la explotación de recursos naturales. Las condiciones impuestas por los inversionistas extranjeros durante la guerra y el período inmediatamente posterior son muy onerosas y terminan convirtiéndose en un escape de recursos internos hacia las economías de origen de dicha inversión
3)   Ayuda externa: como se sabe, la ayuda externa puede tomar la forma de (a) ayuda amarrada, que debe gastarse en la adquisición de bienes o la contratación de servicios del país donante y que básicamente redunda en beneficio de este,  (b) ayuda abierta, que el país receptor puede usar como a bien tenga, o (c) ayuda condicionada, en que el país o entidad donante determinan su destinación dentro del país receptor donde se consume completamente. Si las dos últimas formas de ayuda coinciden con las verdaderas necesidades del país receptor la ayuda externa se convierte en importante pero insuficiente mecanismo de reconstrucción en la paz

Nótese que los agentes internacionales dispuestos a arriesgar sus recursos durante la guerra no son independientes de las partes combatientes sino que se inclinan a ayudar a aquella parte que dé mejores garantías de influencia y ganancia tanto en la guerra como en la paz.

Es frecuente que cada grupo de combatientes tenga su propio grupo internacional de soporte. Así, durante la guerra los combatientes que controlan recursos naturales de fácil comercialización encuentran inversionistas extranjeros dispuestos a trabajar con ellos. Sucede, por ejemplo, con la cosecha de hojas de coca, los pozos petroleros, los yacimientos de oro y platino, las maderas preciosas de los bosques tropicales, los puertos de entrada del comercio exterior, las vías por donde se movilizan las mercancías entre las ciudades. El gobierno mismo, mientras controle la economía industrial y urbana del país encuentra ayuda internacional para la guerra.

La ayuda internacional que reciben los combatientes se dedica a la adquisición de material y equipos de guerra, destinados, por definición, a ser destruidos en combate. De ellos no queda nada utilizable en la paz. Pero la sociedad civil hereda la deuda incurrida, las obligaciones contratadas y el daño que los socios internacionales de los combatientes hayan causado al entorno natural y social con sus actividades. En consecuencia, tanto los préstamos internacionales como la inversión extranjera usados por el gobierno y los grupos armados rebeldes para generar recursos durante la guerra se convierten en una carga neta para la economía civil una vez que se recupera la paz.

CONCLUSION


El estudio de los costos de la guerra y la paz y su financiación muestran la necesidad de que la sociedad civil participe activamente en las negociaciones de paz con el propósito de disminuir los daños de la guerra, acortar el conflicto y desde el principio asumir un papel directivo en la construcción de la paz. Es el trabajo de la sociedad civil el que, quiéralo o no, sostiene a los combatientes, les provee los materiales y elementos con que destruirla, y luego los mantiene cuando acaba la guerra. La sociedad civil tiene que participar en las negociaciones de paz porque lo que está en juego son las condiciones en que va a vivir ahora y después.

Este ensayo fue presentado en el foro del MOVIENTO POR LA PAZ EN COLOMBIA, que tuvo lugar el 6 de mayo del año 2000 en Hunter College en la ciudad de Nueva York. Aunque en Colombia se han hecho algunos estimados del costo que tendría la paz, el autor considera que la presentación que se hace aquí todavía tiene validez y es aplicable al fenómeno que se presentará cuando se legalice la droga y queden sin ocupación remunerativa los colombianos que vivieron de ese negocio cuando era una empresa criminal.

Luis Mejía – 21 de marzo de 2012

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