Tuesday, January 29, 2013

EXTRANJERO EN SU TIERRA: EL RETORNO DE UN COLOMBIANO -XIII



Día 13: Hablando Como Los Colombianos

El Modo Impersonal Reflexivo Irresponsable
“Guachificación” del Lenguaje
Innovaciones del Lenguaje
Vulgarización de “Mi Amor”

El Modo Impersonal Reflexivo Irresponsable. Existe una tendencia mundial hacia el lenguaje neutro, en oraciones de sujeto anónimo, hecho para proteger a las elites y sus representantes de las consecuencias de sus actos. Es un lenguaje que niega al oyente la posibilidad de establecer la conexión entre un acto o decisión y el nombre de quien hizo o decidió. Es el lenguaje diplomático y de los documentos de estado. También de los escritos hechos para corporaciones y empresarios por sus agentes de publicidad y relaciones públicas. Aunque en apariencia idéntico al de los textos legislativos o normativos hay una gran diferencia entre los dos. Este último describe situaciones hipotéticas en las que puede caber cualquier persona, por ejemplo: se prohíbe la esclavitud, se garantiza la libertad de conciencia, para citar la Constitución colombiana. Por supuesto que hay circunstancias que hacen válido el uso del reflexivo en tercera persona y de oraciones sin sujeto, pero no es de eso de lo que estoy hablando aquí.

En Colombia el uso de este lenguaje se ha llevado al extremo. Es como si al país lo manejaran manos invisibles. Nadie asume responsabilidad y a nadie le atribuyen responsabilidad de algo si en ello va el nombre de un miembro de la elite o de algún funcionario, empleadillo o bufón a quien le hayan dado autoridad temporal sobre algo que los verdaderamente poderosos no quieran manejar. Los medios, las declaraciones de los funcionarios del estado, los voceros de empresas y compañías hablan de esta manera: se tiene conocimiento, se han tomado medidas, se está haciendo un estudio, se están recibiendo ofertas, se ha decidido, se ha considerado, se ha cometido un crimen, se ha metido a la cárcel, se ha llamado a declarar, se han robado un dinero, se ha incumplido un contrato, se ha cometido un error, se ha obrado correctamente, se castigará al responsable, se hizo un mal cálculo y así ad infinitum. A veces se usa un nombre abstracto como sujeto de la oración: las autoridades, la gerencia, la administración.

El diario bogotano El Tiempo en su edición del 7 de enero del 2013 provee un buen ejemplo de este uso del impersonal irresponsable en un solo artículo. En un reporte sobre un asesinato múltiple cometido en el cabo de año dice: …se han encontrado nuevas pistas”, “…una de las nuevas conjeturas que se maneja en la investigación…”, “…se investiga si…”, “…se avanza en recopilar la información…”, “Las autoridades confirmaron que…”.

El mismo diario en su edición del 9 de enero del 2013 trae una entrevista con el director de la red nacional de prisiones. El reportero del periódico y el entrevistado dicen cosas como estas: “…se lanzó un plan de choque contra la corrupción…”, “…se hizo un mapa de riesgos…”, “Se activó una emergencia…”, “…se pagaba por visitas…”, “Cobran [oración sin sujeto gramatical] por la ubicación, por un cupo para que estudien o trabajen, por permitir visitas, por no sancionar al interno…”.

“Guachificación” del Lenguaje. Un mito muy popular entre los colombianos es el de que hablan el español más castizo del mundo. Yo ni sé ni quiero saber de dónde sacaron ese embeleco mis paisanos. Lo que sí sé es que en las últimas dos generaciones ha habido una innegable vulgarización de la expresión hablada entre  los colombianos, lo que Alfredo Iriarte llama “guachificación” del lenguaje. La expresión es interesante. La palabra “guache” la heredamos de los indios o habitantes primigenios del territorio que hoy es Colombia y la usamos  para designar a alguien que es burdo, zafio, ordinario, atarbán. Hablaban los colombianos un lenguaje educado, formal, lleno de eufemismos para remplazar todo lo que tuviera que ver con funciones fisiológicas, actividad sexual, enfermedades vergonzosas, manchas de familia y delitos cometidos por miembros de las clases altas. Había, por supuesto, un lenguaje de rufianes y bazofia consignado a estratos marginales de la sociedad. 

La movilidad social –hasta donde es posible en un país rígidamente estratificado en clases sociales-, el ascenso de estratos bajos enriquecidos por el narcotráfico, el paramilitarismo y la corrupción oficial, la claudicación de los medios  de comunicación a lo que ellos mismos identifican como gustos de las masas y el esfuerzo de los humoristas populares ha producido un deterioro en la calidad del lenguaje, un empobrecimiento del léxico, una desvalorización del insulto, un abuso de las palabras soeces, una pérdida de respeto en la manera de hablar a amigos y desconocidos y, en general, una creciente aceptación del lenguaje bajo. El mejor ejemplo de este uso es el hijueputazo (y el lector me perdone la expresión) con que muchos humoristas rematan sus chistes provocando un ataque de hilaridad entre los oyentes.

Innovaciones del Lenguaje. Para contrarrestar la “guachificación” del lenguaje los colombianos han inventado uno nuevo, elaborado con acepciones espurias asignadas a palabras cuyo significado parecía ya establecido. Es como si algunas palabras  parecieran bajas o descorteses y para “adecentar” el lenguaje fuera necesario reemplazarlas por otras elegantes o de clase alta. Es eso, o que en el afán de parecer originales y bien leídos algunos comunicadores sociales, profesores de escuela y tertuliantes de café echan mano del primer vocablo que les viene a la memoria sin saber qué significa. Mejor les quedaría echar mano de un diccionario pues el mal ejemplo que dan contagia al número infinito de desconocedores del idioma que se gradúan en bachilleratos y universidades. 

Me he referido a este tema en una entrega anterior, cuando traté del desaparecimiento del verbo poner del lenguaje culto e inculto de los colombianos. Se encuentra en este enlace: http://blogluismejia.blogspot.com/search/label/Poner

Muchos usan el verbo regalar cuando quieren comprar algo; por ejemplo, regáleme un sancocho, dicen al mesero del restaurante, o regáleme  una cerveza, al mozo del bar; también cuando quieren pedir algo prestado: regáleme un vaso, dicen al anfitrión de una recepción. Son innumerables las anécdotas de los colombianos viajeros en otros países hispanoparlantes que despiertan reacciones airadas, y con toda razón, cuando andan pidiendo que les regalen cosas en establecimientos comerciales. Regalar en el resto del mundo, y en Colombia antes de que se re-inventara el idioma, quiere decir en su acepción principal dar sin contraprestación, es decir, donar o desprenderse de algo sin cobrar por ello.

Otra expresión que me  ha llamado la atención es la de colaborar usada en lugar de ayudar. Aunque hay un área de superposición entre ambos verbos el resto del mundo hispanohablante prefiere decir ayudar cuando se trata de asistir a alguien más débil, más pobre, más ignorante, limitado de alguna manera en sus capacidades o habilidades, y colaborar cuando se trata de agregar el esfuerzo de uno al de sus pares o iguales.  Hay una acepción derogatoria de colaborar y es la que se refiere a quienes ayudan a las fuerzas de ocupación o a los poderes de opresión de un país, de ahí deriva la palabra colaboracionista que es una modalidad de traición a la patria o a la clase social a la que uno pertenece. Es posible que la tendencia de los colombianos a decir colaborar oculte una renuencia a dar  y pedir ayuda, la que a su turno puede reflejar delirios de grandeza, incapacidad para aceptar limitaciones personales o aspiración a una igualdad social que la estructura social les niega minuto a minuto, pero eso no lo sabremos sin estudios de psicología social que exploren en detalle las frustraciones y decepciones colectivas.

El novelista Fernando Vallejo en su obra La Rambla Paralela crea un personaje que se queja constantemente del abuso colombiano del verbo escuchar en reemplazo de oír. Lo mismo podríamos decir del reemplazo de ver con mirar y de opinar, parecer y creer  con conceptuar, todo lo cual ha ocurrido sin que los colombianos –y sus orientadores de opinión en la radio y la televisión- hayan adquirido mayor profundidad de visión, atención o entendimiento. De manera similar sucede con el adjetivo puntual en expresiones como oposición puntual, hecho puntual,  realización puntual, decisión puntual y similares, cuyo sentido no coincide con las seis acepciones del diccionario de la Real Academia y que uno no puede colegir del contexto pues parece una palabra de relleno usada por quienes escriben y hablan cuando no conocen la palabra que realmente querrían usar, sin que por eso los colombianos se hayan vuelto más puntuales.

Entre las innovaciones lingüísticas hechas por los colombianos una de las más peculiares es el pronombre personal colectivo, una variación del plural mayestático, muy usado por el proletariado. Plural mayestático es el pronombre de primera persona plural usado por un individuo. Lo usaban los reyes y los papas. Por ejemplo, Nos, Alejandro VI, Sumo Pontífice por la gracia de Dios [y la virtud de nuestras mulas cargadas de oro, hubiera podido agregar] declaramos que el nuevo mundo es propiedad de Castilla y Portugal, o Nos, Pedro I, autócrata de Rusia por la gracia de Dios [y la virtud de la violencia sistemática y selectiva que soy capaz de hacer, también hubiera podido agregar], decretamos la pena de muerte contra nuestro hijo el zarévich.

El plural mayestático a la colombiana funciona así: Uno entra a un almacén u oficina oficial o privada donde los clientes se aglomeran sin orden. De pronto sale de la oficina del gerente un subalterno con orden de poner orden y valga el pleonasmo.  Su misión empieza por decir en voz alta: Hagamos fila, señores, u Organicémonos, señores. En una versión menos culta sería: Enfilémonos, señores. Lo que realmente está pasando es que alguien consciente de su inferioridad social está tratando de ejercer autoridad sobre un grupo de extraños y para hacerla aceptable la disimula con una combinación de lo mayestático y lo colectivo. Un uso muy interesante ocurre en conversaciones que bordean la agresión personal y alguien dice: Vamos ‘jalándole’ al respetico, lo cual presenta una mezcla del imperativo falsamente colectivo, un vulgarismo regional y un diminutivo apaciguador muy propio de los colombianos.

Vulgarización de “Mi Amor”. Una vulgarización que me ha llamado la atención es el uso de la expresión “mi amor” en todo tipo de situaciones, especialmente por las mujeres. En el mundo hispanohablante no colombiano mi amor es una expresión de ternura, afecto, intimidad, entre personas que comparten un cariño muy grande. Por eso cuando una vendedora de ropa interior me  dice: ¿En qué le puedo servir, mi amor?, o una recepcionista de oficina me dice: Qué pena contigo, mi amor, pero el doctor no te puede atender en este momento,  o una telefonista me dice: No, mi amor, no puedo corregir ese error de facturación por teléfono pues la política de la compañía es obligarte a hacer cola en nuestras oficinas, yo no sé si sentirme ofendido o halagado. Al fin y al cabo somos perfectos desconocidos y si tomo la expresión literalmente me molesta que alguien me invite a una intimidad que no busco o me trate con una familiaridad que no le he autorizado; si la tomo en sentido figurado no encuentro en ella nada que me incline a tratar a mi interlocutora con mayor respeto del que doy a todo mundo o me inhiba de manifestarle mi desagrado por un servicio mal prestado.

Estas innovaciones del lenguaje me hacen pensar que la educación universal realmente no educó a la gente; apenas si le enseñó a leer y escribir.

Luis Mejía – 29 de enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

2 comments:

  1. Voy a refirme de manera muy breve a algunas de sus notas sobre su capítulo "Hablando como los colombianos"que hace parte de sus crónicas sobre su viaje a Colombia En su aparte sobre la guachificación del lenguaje alude usted a un personaje creado por Fernando Vallejo en una de sus obras que se queja del uso del término escuchar en vez de oír y usted agrega el vocablo ver en vez de mirar.

    Desde mi primaria comprensión creo que la información del mundo exterior a través de nuestros sentidos es percibida de diferente manera dependiendo del sujeto que la reciba. No estoy hablando de nivel intelectual sino de percepción. Para mí, sin tener en cuenta definiciones del diccionario, no es lo mismo ver que mirar ni oir que escuchar. Oigo los ruidos y escucho los sonidos. Oigo el ruido de una piedras al caer o el ruido de los pitos de los automóviles, pero escucho el sonido del agua, el canto de los pájaros o una sinfonía.Veo lo perceptible por el tacto y miro lo que me interesa. Veo los edificios desde mi ventana o el tumulto de gente en los centros comerciales, pero miro los desplazados en los semáforos, las fotos de mis hijos, la belleza del arte. En suma, para mi ver y oir son facultades sensoriales mecánicas y mirar y escuchar involucra mi inteligencia, mis sentimientos.

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  2. Sobre el abuso de MI AMOR para todo: Se lo debemos agradecer a las telebobelas Venezolanas. Nuestro pueblo aprende muy bien y pronto lo que no debe de aprender.

    Cuando se comenzó con la modita de mi amor, llamaron por teléfono a mi empleada, contesté: ¿a la orden? Y me dice una mujer: Mi amorcito, ¿me pasa a Angélica?

    Le respondí: Está equivocada porque el único amor que tengo está a mi lado; no la conozco a usted, solicito respeto.

    Dijo que yo era una bruja amargada.

    Esa es nuestra gente: folclórica hasta el irrespeto

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