Monday, January 28, 2013

EXTRANJERO EN SU TIERRA: EL RETORNO DE UN COLOMBIANO - XII



Día 12: Aprendiendo De Los Colombianos

El Peso del Mundo
Amor a los Uniformes
La Invasión del Ruido
La Ausencia de Información
El Elogio Del “Rebusque”

El Peso del Mundo. Los muchachos colombianos, especialmente los de Antioquia y el eje cafetero, tienen una expresión adusta a todo momento, como si llevaran el peso del universo sobre sus hombros. En otras partes los muchachos de la misma edad tienen una expresión sonriente, arrogante, indiferente o vacía, según el temperamento, el estado de ánimo, la clase social. Aunque no falta quien se vista a la manera de las minorías pobres estadounidenses, con la ropa interior a la altura de las tetillas, la cintura de los pantalones abajo de la ingle y la camisa como para una persona seriamente obesa, la mayoría viste con elegancia y atildamiento. Con frecuencia las jóvenes despliegan un aire coqueto, una manera de llamar la atención a la vez insinuante y distanciadora.

Amor a los Uniformes. Desde mi llegada me ha llamado la atención el entusiasmo con que los colombianos han acogido la moda de los uniformes. Cuando yo era joven los únicos uniformes en uso eran los de soldados, policías y guerrilleros, enfermeras y médicos, miembros del clero y las órdenes religiosas y estudiantes de algunos colegios de primaria y muy pocos de secundaria. De hecho, el uso de uniformes estaba pasando de moda en la población civil, laica o religiosa, y los profesionales de la salud nunca los usaban fuera de sus lugares de trabajo. Había, indudablemente, una cierta uniformidad en la manera de vestir de las clases altas y profesionales en el sentido de que los caballeros preferían trajes formales de color obscuro, camisas blancas o de rayas discretas, corbatas que hacían contraste sutil con el traje y zapatos de cuero, y las damas trajes completos, zapatos y carteras de color similar y joyas costosas pero no ostentosas; aunque similares en la moda a nadie le hubiera pasado por la cabeza vestirse exactamente igual que otras personas. La excepción eran los gemelos a quienes por una incomprensible perversión materna vestían con trajes idénticos.

Hoy en día hay grupos de colombianos que parecen vivir dentro de sus uniformes. Los profesionales de la salud, por ejemplo, parecen pasar del dormitorio, el comedor, el lavatorio y la calle con todos sus contaminantes al quirófano sin cambiar sus trajes antisépticos. Los trabajadores del aseo y de la construcción están todos uniformados, como lo están los voluntarios de la cruz roja y los oficiales de la agencia estatal de calamidades públicas. Trabajadores del aseo han añadido un toque de asepsia a su ajuar, una máscara respiratoria que les cubre boca y nariz; también lo han hecho meseros de restaurante en lo que yo interpreto como una concesión a las fobias antipopulares de los sectores ricos de la sociedad que encuentran intolerable el contacto físico con individuos de las clases inferiores.


La Invasión del Ruido. El ruido, el ruido excesivo, cacofónico, es una presencia intrusa en las calles, plazas, oficinas, hogares, vehículos de transporte público y privado, en las ciudades y el campo. Como si hubiera un propósito nacional de eliminar el silencio, pero no el silencio de las víctimas en un país de marcadas injusticias sociales, que es un silencio cultivado y sancionado desde lo alto de la jerarquía social, sino el silencio que precisa la persona pensante, meditante, que quiere estar sola o que preferiría oír algo de su propia elección. En todos los ambientes, públicos y privados, el ruido invade el espacio, asedia al visitante, inunda el oído de todos. Parecería que todo equipo capaz de generar sonido -radios, televisores, tocadiscos, teléfonos portátiles- estuviera dedicado a hacerlo permanentemente. 

Piedad Bonnett habló de esto en un artículo que no ha tenido la resonancia que merece. Describe ella un fin de semana en Salento, Quindío, Dice, y copio textualmente porque me economiza describir mi propia experiencia: Si usted va a Salento o a Filandia en un día de fiesta o en alta temporada se encontrará con que ni siquiera puede apreciar el conjunto de la plaza central, con sus bellos cafés y su atractiva arquitectura [...] pues el despliegue de carpas afuera de los locales y en los parques mismos impide toda perspectiva. A ese conjunto abigarrado se suman los montones de carros y camiones que se parquean alrededor de la plaza o se desplazan ruidosamente abriéndose campo entre los peatones. De cada uno de estos locales, para acabar de ajustar, emanan las más estridentes músicas, sin ningún control de decibeles por parte de las autoridades. En las calles del comercio, al lado de unas pocas artesanías locales, lo que proliferan son las chucherías made in China”.

Recordé a Bonnett en las plazas de Armenia, Circasia, Filandia y Montenegro, y especialmente en un viaje que hice por autobús  de Medellín a Armenia. El autobús tenía altavoces y pantallas de televisión distribuidos a lo largo del techo. Salimos de la ciudad con una versión en castellano mexicano de Los Tres Chiflados a un volumen  alto. Las voces del doblaje y la traducción del libreto son hechas específicamente para las masas mexicanas, con el uso intenso de los estereotipos de dicción y acento de clases bajas y clases dominantes que causan hilaridad entre quienes están familiarizados con ellos. Al oírlos me preguntaba si los administradores de la compañía de autobuses alguna vez habían considerado la posibilidad de que las masas y las clases dominantes colombianas estuvieran familiarizadas con otros estereotipos que definan el humor local. Luego fuimos expuestos a una hora de música pop estadounidense seguida de un par de horas de música del mismo tipo compuesta y vocalizada por una variedad de artistas latinos, todo ello sin mayor valor artístico para mi gusto –lo que, admito, deja margen para el gusto ajeno- y a un volumen casi ensordecedor.  Por fortuna para mí la parte de atrás del autobús estaba vacía y yo pude moverme a áreas de relativa seguridad, no expuestas a la reverberación directa de los altavoces.

La Ausencia de Información. La información que interesa al público es escasa y aleatoria. La hora de iniciación de un evento, el camino que seguirá un desfile cívico, el lugar donde habrá un acto cultural, las calles temporalmente cerradas al tránsito, los cierres de carreteras en los que participan las autoridades de policía son cosas que generalmente suceden sin que la gente  reciba información alguna que le permita participar, organizar su tiempo o evitar contratiempos. 

Esta falta de información es especialmente notoria en la señalización de calles y carreteras. En un tramo de la vía uno puede encontrar información sobre dónde esta y a dónde va, en otro uno echa hacia adelante completamente al azar. En Bogotá uno encuentra señalización más o menos adecuada en muchas partes de la ciudad, en Armenia no, allí si uno no conoce la ciudad corre el riesgo de perderse. En este particular fue una sorpresa agradable encontrar en Armenia un programa de actividades celebratorias del aniversario de fundación con información exhaustiva sobre eventos, tiempos y lugares. A veces, sin embargo, encuentra uno información de una precisión admirable.  A poco de salir de Pereira hacia Armenia hay a borde de carretera un gran aviso que dice: LA FINCA SANTA RITA QUEDA AQUÍ, lo que le asegura a uno que la finca no se encuentra ni allí, ni allá, ni más acá.

El Elogio Del “Rebusque”. Las reformas macroeconómicas introducidas por la administración Gaviria profundizadas por los gobiernos de Uribe y Santos para dar aplicación al acuerdo de comercio administrado celebrado con los Estados Unidos y un sistema regresivo de impuestos han producido una alta tasa de desempleo contraria a las expectativas (o al discurso en contravía de la realidad) de los gobiernos y un bajo nivel ingresos para la población asalariada. Esto ha generado un sinnúmero de actividades productivas, semi-productivas o simplemente parasitarias con que la gente se ayuda a subsistir y que forman parte de la economía informal. 

Los medios y los colombianos en general llaman a esto el “rebusque”. Algunos lo presentan con orgullo para demostrar que el pueblo es creativo, recursivo, imaginativo, resistente, hábil y dinámico a pesar de las fallas de sus clases dirigentes y existe una inclinación entre intelectuales y activistas políticos a verlo como una alternativa al desarrollo empresarial y a oponerse  a cualquier iniciativa del estado a limitarlo. Una primera lectura ingenua del fenómeno avala esta interpretación. Pero la economía informal tiene costos ocultos y aparentes que debería ponernos a exigir del gobierno políticas más adecuadas a la generación de empleo dentro de la economía  formal. 

La economía informal opera sobre dos bases: capital pequeño o inexistente y margen de utilidad muy pequeño. Esto implica que el “rebusque” no puede internalizar los costos ecológicos y sociales que genera. Por eso, el entorno arquitectónico de los vecindarios tomados por los “rebuscadores” es necesariamente feo, los desechos y basuras que estos generan terminan en patios, calles, ríos y potreros y la remuneración y estabilidad de sus empleados es inferior a la observada en el sector formal. Esto es exactamente lo que uno observa en los vecindarios menos prósperos y en las zonas productivas dominadas por la informalidad.

Luis Mejía –  28 de enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

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