Día 12: Aprendiendo
De Los Colombianos
El Peso del Mundo
Amor a los
Uniformes
La Invasión del
Ruido
La Ausencia de
Información
El Elogio Del “Rebusque”
El Peso del Mundo. Los muchachos colombianos, especialmente los de
Antioquia y el eje cafetero, tienen una expresión adusta a todo momento, como
si llevaran el peso del universo sobre sus hombros. En otras partes los
muchachos de la misma edad tienen una expresión sonriente, arrogante, indiferente
o vacía, según el temperamento, el estado de ánimo, la clase social. Aunque no
falta quien se vista a la manera de las minorías pobres estadounidenses, con la
ropa interior a la altura de las tetillas, la cintura de los pantalones abajo
de la ingle y la camisa como para una persona seriamente obesa, la mayoría
viste con elegancia y atildamiento. Con frecuencia las jóvenes despliegan un
aire coqueto, una manera de llamar la atención a la vez insinuante y
distanciadora.
Amor a los Uniformes. Desde mi llegada me ha
llamado la atención el entusiasmo con que los colombianos han acogido la moda
de los uniformes. Cuando yo era joven los únicos uniformes en uso eran los de
soldados, policías y guerrilleros, enfermeras y médicos, miembros del clero y
las órdenes religiosas y estudiantes de algunos colegios de primaria y muy
pocos de secundaria. De hecho, el uso de uniformes estaba pasando de moda en la
población civil, laica o religiosa, y los profesionales de la salud nunca los
usaban fuera de sus lugares de trabajo. Había, indudablemente, una cierta
uniformidad en la manera de vestir de las clases altas y profesionales en el
sentido de que los caballeros preferían trajes formales de color obscuro,
camisas blancas o de rayas discretas, corbatas que hacían contraste sutil con
el traje y zapatos de cuero, y las damas trajes completos, zapatos y carteras
de color similar y joyas costosas pero no ostentosas; aunque similares en la
moda a nadie le hubiera pasado por la cabeza vestirse exactamente igual que
otras personas. La excepción eran los gemelos a quienes por una incomprensible
perversión materna vestían con trajes idénticos.
Hoy en día hay grupos de colombianos que parecen vivir
dentro de sus uniformes. Los profesionales de la salud, por ejemplo, parecen pasar
del dormitorio, el comedor, el lavatorio y la calle con todos sus contaminantes
al quirófano sin cambiar sus trajes antisépticos. Los trabajadores del aseo y
de la construcción están todos uniformados, como lo están los voluntarios de la
cruz roja y los oficiales de la agencia estatal de calamidades públicas.
Trabajadores del aseo han añadido un toque de asepsia a su ajuar, una máscara
respiratoria que les cubre boca y nariz; también lo han hecho meseros de
restaurante en lo que yo interpreto como una concesión a las fobias
antipopulares de los sectores ricos de la sociedad que encuentran intolerable
el contacto físico con individuos de las clases inferiores.
La Invasión del Ruido. El ruido, el ruido excesivo,
cacofónico, es una presencia intrusa en las calles, plazas, oficinas, hogares,
vehículos de transporte público y privado, en las ciudades y el campo. Como si
hubiera un propósito nacional de eliminar el silencio, pero no el silencio de
las víctimas en un país de marcadas injusticias sociales, que es un silencio
cultivado y sancionado desde lo alto de la jerarquía social, sino el silencio
que precisa la persona pensante, meditante, que quiere estar sola o que
preferiría oír algo de su propia elección. En todos los ambientes, públicos y
privados, el ruido invade el espacio, asedia al visitante, inunda el oído de
todos. Parecería que todo equipo capaz de generar sonido -radios, televisores,
tocadiscos, teléfonos portátiles- estuviera dedicado a hacerlo
permanentemente.
Piedad Bonnett habló de esto en un artículo que no ha
tenido la resonancia que merece. Describe ella un fin de semana en Salento,
Quindío, Dice, y copio textualmente porque me economiza describir mi propia
experiencia: “Si usted va a Salento o a Filandia en un día de fiesta
o en alta temporada se encontrará con que ni siquiera puede apreciar el
conjunto de la plaza central, con sus bellos cafés y su atractiva arquitectura [...]
pues el despliegue de carpas afuera de los locales y en los parques mismos
impide toda perspectiva. A ese conjunto abigarrado se suman los montones de
carros y camiones que se parquean alrededor de la plaza o se desplazan
ruidosamente abriéndose campo entre los peatones. De cada uno de estos locales,
para acabar de ajustar, emanan las más estridentes músicas, sin ningún control
de decibeles por parte de las autoridades. En las calles del comercio, al lado
de unas pocas artesanías locales, lo que proliferan son las chucherías made in
China”.
Recordé a Bonnett en las plazas de Armenia, Circasia,
Filandia y Montenegro, y especialmente en un viaje que hice por autobús de Medellín a Armenia. El autobús tenía
altavoces y pantallas de televisión distribuidos a lo largo del techo. Salimos
de la ciudad con una versión en castellano mexicano de Los Tres Chiflados a un
volumen alto. Las voces del doblaje y la
traducción del libreto son hechas específicamente para las masas mexicanas, con
el uso intenso de los estereotipos de dicción y acento de clases bajas y clases
dominantes que causan hilaridad entre quienes están familiarizados con ellos.
Al oírlos me preguntaba si los administradores de la compañía de autobuses
alguna vez habían considerado la posibilidad de que las masas y las clases
dominantes colombianas estuvieran familiarizadas con otros estereotipos que
definan el humor local. Luego fuimos expuestos a una hora de música pop estadounidense
seguida de un par de horas de música del mismo tipo compuesta y vocalizada por
una variedad de artistas latinos, todo ello sin mayor valor artístico para mi
gusto –lo que, admito, deja margen para el gusto ajeno- y a un volumen casi
ensordecedor. Por fortuna para mí la
parte de atrás del autobús estaba vacía y yo pude moverme a áreas de relativa
seguridad, no expuestas a la reverberación directa de los altavoces.
La Ausencia de Información. La información
que interesa al público es escasa y aleatoria. La hora de iniciación de un
evento, el camino que seguirá un desfile cívico, el lugar donde habrá un acto
cultural, las calles temporalmente cerradas al tránsito, los cierres de
carreteras en los que participan las autoridades de policía son cosas que
generalmente suceden sin que la gente reciba información alguna que le permita
participar, organizar su tiempo o evitar contratiempos.
Esta falta de
información es especialmente notoria en la señalización de calles y carreteras.
En un tramo de la vía uno puede encontrar información sobre dónde esta y a
dónde va, en otro uno echa hacia adelante completamente al azar. En Bogotá uno
encuentra señalización más o menos adecuada en muchas partes de la ciudad, en
Armenia no, allí si uno no conoce la ciudad corre el riesgo de perderse. En
este particular fue una sorpresa agradable encontrar en Armenia un programa de
actividades celebratorias del aniversario de fundación con información
exhaustiva sobre eventos, tiempos y lugares. A veces, sin embargo, encuentra
uno información de una precisión admirable.
A poco de salir de Pereira hacia Armenia hay a borde de carretera un
gran aviso que dice: LA FINCA SANTA RITA QUEDA AQUÍ, lo que le asegura a uno
que la finca no se encuentra ni allí, ni allá, ni más acá.
El Elogio Del “Rebusque”. Las reformas
macroeconómicas introducidas por la administración Gaviria profundizadas por
los gobiernos de Uribe y Santos para dar aplicación al acuerdo de comercio
administrado celebrado con los Estados Unidos y un sistema regresivo de
impuestos han producido una alta tasa de desempleo contraria a las expectativas
(o al discurso en contravía de la realidad) de los gobiernos y un bajo nivel
ingresos para la población asalariada. Esto ha generado un sinnúmero de actividades
productivas, semi-productivas o simplemente parasitarias con que la gente se
ayuda a subsistir y que forman parte de la economía informal.
Los medios y los
colombianos en general llaman a esto el “rebusque”. Algunos lo presentan con
orgullo para demostrar que el pueblo es creativo, recursivo, imaginativo,
resistente, hábil y dinámico a pesar de las fallas de sus clases dirigentes y
existe una inclinación entre intelectuales y activistas políticos a verlo como
una alternativa al desarrollo empresarial y a oponerse a cualquier iniciativa del estado a
limitarlo. Una primera lectura ingenua del fenómeno avala esta interpretación.
Pero la economía informal tiene costos ocultos y aparentes que debería ponernos
a exigir del gobierno políticas más adecuadas a la generación de empleo dentro
de la economía formal.
La economía
informal opera sobre dos bases: capital pequeño o inexistente y margen de
utilidad muy pequeño. Esto implica que el “rebusque” no puede internalizar los
costos ecológicos y sociales que genera. Por eso, el entorno arquitectónico de
los vecindarios tomados por los “rebuscadores” es necesariamente feo, los
desechos y basuras que estos generan terminan en patios, calles, ríos y
potreros y la remuneración y estabilidad de sus empleados es inferior a la
observada en el sector formal. Esto es exactamente lo que uno observa en los
vecindarios menos prósperos y en las zonas productivas dominadas por la
informalidad.
Luis Mejía – 28 de
enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
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