Día 11: De Paseo
Por el Quindío
Este es el cielo de
azulada altura
Y este el lucero y
esta la mañana…
Jorge Rojas
En los días de mi estadía en el Quindío vino un médico
genetista amigo mío a participar en una conferencia sobre temas de su
conocimiento. Su familia y la mía han tenido una amistad de muchos años toda
vez que nuestras casas en la vieja Avenida Bolívar de Armenia estaban a tres o
cuatro portones de distancia. Su hermana, maestra de una escuela en Circasia,
organizó una reunión de estudiantes de secundaria para que él les diera una
charla motivacional. Como habíamos hecho planes previos de encontrarnos durante
este viaje suyo, me dejó saber sobre el evento y fui a acompañarlo. En un auditorio lleno hasta las puertas de
estudiantes y maestros de las escuelas locales habló de su niñez similar a la
de ellos, de sus estudios en escuela pública, de la manera como llegó a la
medicina como profesión y como descubrió su vocación de genetista, de su
pobreza cuando era universitario, de sus trabajo y de cómo enriquece sus
conocimientos combinando la literatura científica y la cultura universal. En el
dialogo que logró establecer con algunos de los estudiantes me llamaron la
atención los conocimientos y el desparpajo con que se expresaban los más
jóvenes. La escuela donde tuvo lugar la charla funciona en un edificio de
madera, amplio, de techos altos, con los artesonados y decoraciones típicas de
la arquitectura de la primera mitad del siglo XX en las ciudades de provincia.
Es posible que muy pronto las autoridades locales lo reemplacen con una mole de
cemento sin atributos de belleza. Es la tendencia del modernismo en la región y
el país.
Luego de la charla sobre medicina y genética dimos –él,
su hermana y otro par de amigos que vinieron de Cali para la ocasión- una caminada
por las calles de Circasia, donde se alternan viejas casas de madera bien
conservadas con otras deterioradas y unas terceras que llaman “de material”, es
decir de ladrillo y cemento. Las primeras tienen el encanto de lo viejo, evocan
unas maneras de vivir y relacionarse con el entorno físico y social que a mí se
me antojan más equilibradas que las contemporáneas. Las segundas dan una
sensación de abandono y pobreza que apoca el espíritu. Las terceras,
consideradas por algunos funcionales en cuanto son más fáciles de asear y
mantener que las antiguas, tienen esa apariencia de uniformidad e indiferencia
a la belleza tan propia de la arquitectura contemporánea de masas en todo el
mundo; verlas no me va a hacer salir de casa.
De Circasia fuimos a Filandia, a unos 20 minutos por
carretera bien pavimentada. Este es un pueblo donde la arquitectura de madera
propia de la primera vitad del siglo 20 se conserva intacta pues sus moradores
y las autoridades locales entienden que su nostálgica belleza atrae visitantes
de cerca y de lejos. Hubo en la segunda
mitad de la década de los 90 una telenovela que llegó al corazón de los
colombianos y de muchos latinoamericanos cuando fue distribuida
internacionalmente. Se llamaba Café con Aroma de Mujer y narraba la vida de una
hacienda cafetera, el pueblo cercano y la vida de los dueños en Bogotá, en una
combinación muy bien lograda de actitudes y comportamientos modernos y
tradicionales. Las escenas rurales fueron hechas en Filandia y sus alrededores
y de ello los nativos viven muy orgullosos.
Almorzamos en un restaurante en el segundo piso de una casa al frente
del Parque de Bolívar, junto a la ventana que mira al parque, un menú basado en
la cocina local, de sabores frescos y sazón familiar.
Luego del almuerzo caminamos por el pueblo y fuimos al
mirador. Esta es una torre de madera de 27 metros de altura construida en las
afueras, sobre una colina que domina el paisaje circundante. Hecha
principalmente de mangle, consiste en una espiral interrumpida por una serie de
plataformas de observación unidas por medio de escaleras cortas. Ventanas
abiertas en las plataformas van guiando al visitante hacia todos los puntos de
la rosa de los vientos. Las vigas que sostienen la estructura forman una trama
por cuyos amplios intersticios uno también puede ven tanto hacia el exterior
como hacia la columna de aire interior a cuya base hay un estanque y en él una
mariposa de vidrio y espejo. Llegamos allí hacia el final de la tarde de manera
que de lo alto vimos un atardecer tan vivo que aventajaría con creces los
justamente famosos de Nueva York sobre el río Hudson. A esta hora los rayos del
sol caen en una línea oblicua que resalta los detalles del aire y el suelo y
trae a la memoria el poema de Guillermo Valencia: “Hay un momento del crepúsculo en que las cosas brillan más… Se
aterciopelan los ramajes, pulen las torres su perfil, burila un ave su silueta
sobre el plafondo de zafir…”.
Poco a poco, a medida que cae la tarde, se prenden las
luces de las casas campesinas y 20 poblaciones que se divisan desde la cúspide
del mirador. Tuvimos la suerte de un cielo despejado y extendimos la vista
sobre las laderas de la Cordillera Central, la hoya del Quindío, el sur del
Risaralda y el norte del Valle del Cauca. Guardo de este momento el recuerdo de
un lugar y un momento de exquisita belleza.
Durante el recorrido uno admira el trabajo de los
ingenieros, arquitectos y artesanos que unieron sus manos en la construcción de
esta obra. Menos admira uno a los funcionarios del gobierno encargados de cuidarla
y mantenerla pues a meros cuatro años de su inauguración ya muestra signos de
serio abandono y negligencia: el estanque de la mariposa está seco y su piso
resquebrajado, las chambranas en los pasamanos de las escaleras han perdido
travesaños, algunas de las plataformas de observación han perdido estabilidad.
Pero me pregunto, ¿habrá algo nuevo en la desidia con que las autoridades de
este país cumplen su tarea?
De regreso paramos en una finquita de mi familia en la
vereda La Cristalina a las afueras de Circasia. En una casa amplia que mis
hermanos han convertido en el centro de sus vidas, abierta al campo
circundante, rodeada de corredores sin paredes, en un comedor exterior desde
donde veíamos las luces de Armenia a la distancia, tomamos un refrigerio tradicional
de chocolate y parva (arepa, pandequeso, pandeyuca) y terminamos la
conversación del día entre el mugido quedo de las vacas y el canto de los
alcaravanes en los potreros vecinos.
Andar por el Quindío es para mí un viaje de la memoria
por tres generaciones del lado materno de mi familia: mis abuelos, mis padres y
tíos, y mis hermanos y primos. Algunos de ellos tuvieron finca o administraron
una ajena en distintas partes de la región, muchos recorrieron aldeas y
poblados en su juventud celebrando las fiestas del santo local o cazando amores,
todos dejaron un recuerdo de su paso, de manera que recorrer estas carreteras
de necesidad me obliga a evocar los nombres y acciones de los míos. Las
relaciones con muchos de ellos han sido cordiales, distantes con otros. De
alguna manera todos logramos saber de todos. Aunque ya tengo sobrinos, sobrinos
nietos y primos segundos y terceros, los tiempos, los cambios en las costumbres
y mi ausencia prolongada han puesto una distancia innegable con respecto a las
nuevas generaciones que es difícil romper sin el afecto y la confianza del
trato frecuente. De todos, los que viven y los que murieron, quiero saber vidas
y amores y he aprovechado esta estadía para ponerme al día. Hay en esta
curiosidad una vanidad cierta pues la crónica de mi gente es tan fascinante
como la de los Buendía de Macondo. Armenia y el Quindío han sido para la
mayoría cuna, hogar, teatro de sus acciones y ambiciones, el lugar donde
empieza el mundo. Por eso –y hablo por ellos tanto como por mí mismo- tenemos
hacia la ciudad, la región y sus habitantes un ánimo de pertenencia y
conocimiento íntimo que se traduce en una observación alerta de lo bueno y lo
malo que sucede a nuestro alrededor. Lo cual se echa de ver en estas crónicas,
espero.
Luis Mejía – 25 de
enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
amigos lectores, les recomiendo este enlace para ver una serie de fotografias de Filandia y el mirador:
ReplyDeletehttp://www.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias/15108105/Filandia-un-pueblo-con-arquitectura-Vasca-en-Colombia.html