Día 6: Armenia, Una
Ciudad de Parques Bellos
Este es el jardín
donde el contacto
Con la tierra me
aferra a la vida,
El jardín en el
cual en tardes como esta,
La noche, ese
pájaro
De alas oscuras, me
sorprende
Como una flor que
cierra sus pétalos…
Jaime Manrique
El Parque de los Fundadores fue creado para honrar la
memoria de los primeros pobladores de la ciudad. Es un terreno en forma de
islote alargado que divide la Avenida
Bolívar, una de las vías arterias de la ciudad, en dos calzadas; mide
cerca de cuatro cuadras de largo y una cuadra de ancho en su punto más amplio.
Desde el principio el parque fue una mezcla de arboleda y prado con senderos
peatonales a lo largo y ancho. Es un lugar ameno que combina con imaginación y gusto una variedad
de plantas cuyos nombres y usos uno quisiera ver descritos en marcadores y
marbetes para información de quienes hemos olvidado las ciencias del monte.
El parque fue construido para alojar el monumento a los
fundadores que consiste en un hacha gigantesca sobre la cepa de un árbol
mutilado y que recuerda a los invasores de tierras que a fines del siglo XIX y
principios del XX y a puro músculo tumbaron la selva virgen que cubría la
región. En esa época las únicas herramientas para tumbar arboles de tres pisos
de altura y cuatro brazas en redondo eran el hacha de hierro y el músculo del
hombre. Al tiempo de su construcción el
monumento fue puesto a la entrada del cementerio municipal viejo, sobre
la carrera 18 casi frente a la Iglesia del Carmen, por muchos años el segundo
espacio público más importante después de la Plaza de Bolívar.
En ese entonces la vida política y cívica de la ciudad
giraba alrededor de las campañas electorales y las celebraciones de eventos que
marcaron la vida de la ciudad. Los balcones de las casas privadas que daban
sobre la Plaza de Bolívar servían de
tribuna a los políticos. El entierro de personas importantes y los actos
en honor de los muertos del pasado se acompañaban de discursos frente al
mausoleo de estos o en la explanada del cementerio de manera que los
concurrentes por fuerza desfilaban frente al monumento a los fundadores.
Después la diócesis de Armenia, administradora del cementerio a nombre del
pueblo creyente, vendió esos terrenos sin hacer consulta popular ni rendir
cuentas del destino que se dio a los dineros que recibió a cambio, y sobre
ellos se construyó una terminal de transporte. En el terremoto de 1999 se cayó
la Iglesia del Carmen, una imponente mole de ladrillo rojo reemplazada con un
edificio que no es ni bello ni imponente.
El monumento fue removido del cementerio y trasladado al
Parque de los Fundadores en época del presidente Valencia. El presidente mismo
y el senador Luis Granada Mejía, formidables oradores ambos, marcaron el
acontecimiento con discursos que conmovieron a toda la ciudad. Inicialmente el
monumento estuvo localizado en un lugar prominente en el extremo sur del parque
para ser luego trasladado a un costado del
mismo donde ha quedado oculto en la arboleda.
El Parque de la Vida es hermoso. Está situado en la parte
nororiental de la ciudad, en terrenos que fueron del ancianato y orfanato
regentado por las monjas vicentinas, una orden religiosa católica dedicada al
cuidado de los enfermos y los desvalidos, la misma que manejó el hospital
público desde su fundación. Las autoridades ordenaron el cierre del asilo de
ancianos y huérfanos pobres y las monjas perdieron el control del hospital
público cuando la ciudad se vio grande y rica como si ya no hubiera pobres y
desvalidos que necesitaran si no de la beneficencia gubernamental al menos de
la caridad de los cristianos.
Coincidieron estos cierres con el entendimiento adquirido por las autoridades
de que negociar con contratistas privados era más lucrativo que negociar con
órdenes religiosas.
Este parque fue
construido en el cañón formado por un riachuelo que corre paralelo a la
ciudad y que en el pasado fue vertedero de aguas negras y hoy corre limpio en gran parte de su curso, manso
en temporadas secas y arremolinado y caudaloso en épocas de lluvia. Los
diseñadores trazaron senderos peatonales que suben y bajan cortando la ladera
por entre un bosque natural muy similar al que debieron encontrar los primeros
colonos que llegaron a la región. Aves e insectos de muchos colores viven en
arboles inmensos, de dos o tres pisos de altura y copas de varios metros de
ancho, guaduales, helechos, plantas parásitas pegadas de los troncos y hierbas
que crecen en los barrancos. Como los senderos siguen la curva del terreno el
caminante va descubriendo una infinidad de pequeños ambientes de rara belleza y
una variedad de vistas y perspectivas fascinantes y sorprendentes. Uno va desde
el borde del riachuelo donde no llega rayo de sol hasta el filo del cañón donde
ve la copa de los árboles a los pies. El
mejor momento para visitarlo es hacia el final del día, cuando la luz solar,
filtrada por la fronda de los árboles, cae en un ángulo que resalta contrastes
y define volúmenes, creando una atmosfera de misterio y suspenso.
Desafortunadamente en el parque tienen desmesurada
influencia arquitectos, constructores y funcionarios públicos desprovistos de
sentido estético. Varias construcciones destinadas a albergar juegos
infantiles, instalaciones deportivas, herramientas y materiales de
mantenimiento se levantan como orzuelos arquitectónicos en los lugares más
inesperados. Mientras en el resto del mundo arquitectos, paisajistas y
diseñadores han inventado una arquitectura que se adapta y amolda al entorno
para no crear contrastes bruscos y desagradables, en el Parque de la Vida han
hecho lo contrario.
No se les ha ocurrido a los encargados del parque que los
visitantes pueden utilizar alguna información sobre horas de apertura y cierre, orientación dentro del
parque e identificación de la flora y, en consecuencia, no la han hecho
disponible.
Hay también al norte de la ciudad un museo liliputiense
de orfebrería precolombina situado en medio de un pequeño parque suntuoso, a
varios niveles, cruzado por caminos y canales de agua en adobe, con árboles y
palmas nativos cultivados con amplia distancia entre sí. Esto crea un efecto
etéreo, da a los arboles una cualidad individual, una presencia única. El
edificio que aloja la colección de objetos de oro y el parque en que se asienta
fue diseñado por Rogelio Salmona, un arquitecto nacional reconocido por la
originalidad de su trabajo quien logró en este lugar una pequeña obra maestra
reminiscente de los jardines que dejaron los árabes –y sobrevivieron la
barbarie de los cristianos- en España.
Luis Mejía – 18 de
enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
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