Thursday, January 17, 2013

EXTRANJERO EN SU TIERRA: EL RETORNO DE UN COLOMBIANO - VI



Día 6: Armenia, Una Ciudad de Parques Bellos

Este es el jardín donde el contacto
Con la tierra me aferra a la vida,
El jardín en el cual en tardes como esta,
La noche, ese pájaro
De alas oscuras, me sorprende
Como una flor que cierra sus pétalos…
Jaime Manrique

El Parque de los Fundadores fue creado para honrar la memoria de los primeros pobladores de la ciudad. Es un terreno en forma de islote alargado que divide la Avenida  Bolívar, una de las vías arterias de la ciudad, en dos calzadas; mide cerca de cuatro cuadras de largo y una cuadra de ancho en su punto más amplio. Desde el principio el parque fue una mezcla de arboleda y prado con senderos peatonales a lo largo y ancho. Es un lugar ameno que  combina con imaginación y gusto una variedad de plantas cuyos nombres y usos uno quisiera ver descritos en marcadores y marbetes para información de quienes hemos olvidado las ciencias del monte.

El parque fue construido para alojar el monumento a los fundadores que consiste en un hacha gigantesca sobre la cepa de un árbol mutilado y que recuerda a los invasores de tierras que a fines del siglo XIX y principios del XX y a puro músculo tumbaron la selva virgen que cubría la región. En esa época las únicas herramientas para tumbar arboles de tres pisos de altura y cuatro brazas en redondo eran el hacha de hierro y el músculo del hombre. Al tiempo de su construcción el  monumento fue puesto a la entrada del cementerio municipal viejo, sobre la carrera 18 casi frente a la Iglesia del Carmen, por muchos años el segundo espacio público más importante después de la Plaza de Bolívar.

En ese entonces la vida política y cívica de la ciudad giraba alrededor de las campañas electorales y las celebraciones de eventos que marcaron la vida de la ciudad. Los balcones de las casas privadas que daban sobre la Plaza de Bolívar servían de  tribuna a los políticos. El entierro de personas importantes y los actos en honor de los muertos del pasado se acompañaban de discursos frente al mausoleo de estos o en la explanada del cementerio de manera que los concurrentes por fuerza desfilaban frente al monumento a los fundadores. Después la diócesis de Armenia, administradora del cementerio a nombre del pueblo creyente, vendió esos terrenos sin hacer consulta popular ni rendir cuentas del destino que se dio a los dineros que recibió a cambio, y sobre ellos se construyó una terminal de transporte. En el terremoto de 1999 se cayó la Iglesia del Carmen, una imponente mole de ladrillo rojo reemplazada con un edificio que no es ni bello ni imponente.

El monumento fue removido del cementerio y trasladado al Parque de los Fundadores en época del presidente Valencia. El presidente mismo y el senador Luis Granada Mejía, formidables oradores ambos, marcaron el acontecimiento con discursos que conmovieron a toda la ciudad. Inicialmente el monumento estuvo localizado en un lugar prominente en el extremo sur del parque para ser luego trasladado a un costado del  mismo donde ha quedado oculto en la arboleda.

El Parque de la Vida es hermoso. Está situado en la parte nororiental de la ciudad, en terrenos que fueron del ancianato y orfanato regentado por las monjas vicentinas, una orden religiosa católica dedicada al cuidado de los enfermos y los desvalidos, la misma que manejó el hospital público desde su fundación. Las autoridades ordenaron el cierre del asilo de ancianos y huérfanos pobres y las monjas perdieron el control del hospital público cuando la ciudad se vio grande y rica como si ya no hubiera pobres y desvalidos que necesitaran si no de la beneficencia gubernamental al menos de la caridad de los  cristianos. Coincidieron estos cierres con el entendimiento adquirido por las autoridades de que negociar con contratistas privados era más lucrativo que negociar con órdenes religiosas.

Este parque fue  construido en el cañón formado por un riachuelo que corre paralelo a la ciudad y que en el pasado fue vertedero de aguas negras y hoy  corre limpio en gran parte de su curso, manso en temporadas secas y arremolinado y caudaloso en épocas de lluvia. Los diseñadores trazaron senderos peatonales que suben y bajan cortando la ladera por entre un bosque natural muy similar al que debieron encontrar los primeros colonos que llegaron a la región. Aves e insectos de muchos colores viven en arboles inmensos, de dos o tres pisos de altura y copas de varios metros de ancho, guaduales, helechos, plantas parásitas pegadas de los troncos y hierbas que crecen en los barrancos. Como los senderos siguen la curva del terreno el caminante va descubriendo una infinidad de pequeños ambientes de rara belleza y una variedad de vistas y perspectivas fascinantes y sorprendentes. Uno va desde el borde del riachuelo donde no llega rayo de sol hasta el filo del cañón donde ve la copa de los árboles a los pies.  El mejor momento para visitarlo es hacia el final del día, cuando la luz solar, filtrada por la fronda de los árboles, cae en un ángulo que resalta contrastes y define volúmenes, creando una atmosfera de misterio y suspenso.

Desafortunadamente en el parque tienen desmesurada influencia arquitectos, constructores y funcionarios públicos desprovistos de sentido estético. Varias construcciones destinadas a albergar juegos infantiles, instalaciones deportivas, herramientas y materiales de mantenimiento se levantan como orzuelos arquitectónicos en los lugares más inesperados. Mientras en el resto del mundo arquitectos, paisajistas y diseñadores han inventado una arquitectura que se adapta y amolda al entorno para no crear contrastes bruscos y desagradables, en el Parque de la Vida han hecho lo contrario.

No se les ha ocurrido a los encargados del parque que los visitantes pueden utilizar alguna información sobre horas  de apertura y cierre, orientación dentro del parque e identificación de la flora y, en consecuencia, no la han hecho disponible.

Hay también al norte de la ciudad un museo liliputiense de orfebrería precolombina situado en medio de un pequeño parque suntuoso, a varios niveles, cruzado por caminos y canales de agua en adobe, con árboles y palmas nativos cultivados con amplia distancia entre sí. Esto crea un efecto etéreo, da a los arboles una cualidad individual, una presencia única. El edificio que aloja la colección de objetos de oro y el parque en que se asienta fue diseñado por Rogelio Salmona, un arquitecto nacional reconocido por la originalidad de su trabajo quien logró en este lugar una pequeña obra maestra reminiscente de los jardines que dejaron los árabes –y sobrevivieron la barbarie de los cristianos- en España.

Luis Mejía –  18 de enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

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