Wednesday, January 18, 2012

El mundo diferente de Salvador Allende: Revolución y decencia


He estado buscando la fuente de una frase atribuída a Salvador Allende sobre la diferencia entre “ellos” y “nosotros”. En medio de la crisis a finales de su gobierno alguien le propuso hacer uso del terror revolucionario para salvarse y salvar el intento de socializar el país. Dicen que dijo que “nosotros no podemos hacer lo mismo que hacen los otros, pues entonces ¿en qué nos vamos a distinguir?”. No la he podido encontrar y ahora me inclino a pensar que es una de esas frases apócrifas que la gente le adjudica a aquellos que llenan con su presencia –benévola, como en el caso de Allende, o perversa, como en muchos otros casos de los que no quiero acordarme- la vida y la memoria de sus contemporáneos. Son esas frases que parecen describir a las figuras descomunales en su momento y la que cito en este caso parece resumir lo que Allende pensaba de la acción política, de las relaciones entre su gobierno y la oposición y de su legado histórico.

Empecé a hacer estas reflexiones porque he estado leyendo una novela de Víctor Serge que se desarrolla en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial y cuyos caracteres van y vienen entre las grandes purgas previas a la guerra y las medidas extremas adoptadas por el partido comunista soviético para asegurarse de que en esa guerra ni los soldados ni la población civil se desviaban de la ortodoxia partidista, de la fe ciega en el jefe del partido y del patriotismo sin límites en el sacrificio propio y sin humanidad hacia el enemigo. Escrita originalmente en francés ha sido publicada en inglés con el título de Los Años Inmisericordes.

En la primera parte el narrador y carácter principal es un espía soviético destacado en Francia. Está a punto de desertar y va haciendo memoria de colegas y amigos del pasado. En un momento dado piensa en Daria, a quien conoció cuando ella apenas tenía 19 años y era administradora de una fábrica de uniformes para los soldados que luchaban en la guerra civil. Además de supervisar el trabajo de las obreras se había echado encima la responsabilidad de mantenerlas vivas durante un invierno brutal, en una aldea perdida, en los días de hambruna y terror del año 1919, con los comisarios políticos encima, interfiriendo en todo, sospechando de todo pues ella era hija de un burgués rico y liberal que había emigrado. La volvió a ver en 1922.

Para entonces “Daria era directora de escuelas, ‘sin papel, sin libros, el doble de niños, la mitad de maestros’ y estos ya incapaces de dar más. Hambruna, dos olas sucesivas de terror […] Me pareció obtusa, casi estúpida, al borde de la histeria, una noche fría en una playa pedregosa, bajo un cielo radiante de estrellas, cuando me puse a defender la conducta del Partido para contrarrestar la amargura que percibía en ella… La frente envuelta en una bufanda de encaje negro, las manos en las rodillas, acurrucada sobre los talones como un muchachota enfurruñada, Daria contestó secamente, cortando las frases como si hubiera rasgado con frío cálculo la fe sin la cual no hubiéramos podido vivir: ‘Quédese con sus reflexiones teóricas y sus citas de elevados sentimientos. Yo he presenciado las masacres. Las nuestras y las de ellos. ¿Ellos? Ellos están hechos para eso, basura de la historia, humanidad degradada de borrachos con uniforme… Pero nosotros… Si no somos diferentes hemos cometido una traición. Y hemos traicionado muchísimo. Eso es algo que yo lo puedo decir. Ve esa roca? Soldados amarrados unos a otros, empujados a sablazos hasta la orilla del precipicio. Yo los ví caer en racimos, como cangrejos gigantescos… Hay demasiados psicópatas entre nosotros… ¿Nosotros? ¿Qué tengo yo en común con ellos? ¿Y usted mismo? No, no me responda. ¿Qué tienen en común con el socialismo? Quédese callado. Si dice algo me voy”. [Traducción del inglés]

Y ahí está una bella y sobrecogedora coincidencia del artista y el político comprometidos, creyentes firmes en la capacidad transformadora del socialismo y en la dignidad humana, una dignidad que en ocasiones solo los escogidos pueden guardar y preservar para mejores días.

Luis Mejia

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