ROBERT GRAVES Y LOS DOCE CESARES
Por Gore Vidal
Partisan Review, Summer 1965
Criterios Moralistas en las Traducciones de
Suetonio
Tiberio, Capri. Estanque. Niños… Todo bien hasta este momento. La
traducción laboriosa en que uno está trabajando se va yendo en una dirección
extraña. En seguida… peces. Peces? La imagen erótica que se forma en la mente se
vuelve surrealista. Otra victoria para J.C. Rolfe[1],
el cauteloso traductor de la Biblioteca Loeb[2],
quien anticipó correctamente la curiosidad morbosa de los lectores adolescentes
y dejó en el difícil idioma original los pasajes más salaces de Suetonio. Uno
nunca lograba interpretar esas curiosas notas de pie de página no porque la gramática
fuera muy complicada {aunque tampoco era fácil para los estudiantes educados en
latín militar más que en el latín social) sino porque la variedad de vicios
mencionados en ellas superaba la imaginación del adolescente más corrompido.
Uno llegaba a un punto en el que rechazaba su propio trabajo de traducción. Tiberio
y los pececitos, por ejemplo.
Afortunadamente
tenemos ahora a nuestra disposición una traducción completa del texto, producto
del señor Robert Graves[3],
quien, bajo la inspiración de su Triple Diosa[4],
ha venido traduciendo los clásicos en los últimos años. Uno de sus primeros
tributos a la Diosa fue una excelente versión del Asno de Oro, seguida de Farsalia
de Lucano y esta a su turno seguida de los Mitos
Griegos, una recopilación hecha para reorganizar la jerarquía del Olimpo y
dar a su Diosa (el principio femenino) la posición central que pierde el
principio masculino. (Ten cuidado con la ira de Apolo, Graves; el ‘diosesillo’
es mucho más que un testaferro de la
‘Diosa-Musa de las Nueve Caras’[5]).
Ahora, como una diversión, el señor Graves nos entrega Los Doce Césares de Suetonio[6]
en un estilo seco, apropiado, sin ambages, y la Anciana Madre de Todos Nosotros
nos sorprende, agradablemente, por su ausencia, quizá en una crítica sutil de
este período tan intensamente masculino de la historia..
Presentación de Suetonio
Gayo Suetonio
Tranquilo –abogado y autor de una docena de libros, ente los cuales están Vidas de Prostitutas Famosas y Los Defectos Físicos de la Especie Humana
(¿de qué trataría eso?)- trabajó por un tiempo como secretario privado del
emperador Adriano. Probablemente durante este tiempo tuvo acceso a los archivos
imperiales de los que obtuvo el material para escribir Los Doce Cesares, el único libro suyo que sobrevive completo.
Suetonio nació en el año 69 d.C., el mismo año de los tres césares, Galba, Oto
y Vitelio. Creció bajo los Flavios, Vespasiano, Tito y Domiciano, a quienes se
refiere como contemporáneos suyos. Cronológicamente estuvo muy cerca de los
primeros seis césares y pudo conocerlos íntimamente, al menos de Tiberio en
adelante, y es su ubicación en el tiempo lo que le da a su historia un aire de
inmediatez.
La Historia y el Individuo que Hace Historia
Suetonio
interpretó la historia del mundo del año 49 a.C. al 96 d.C. como la historia
personal de doce hombres que ejercieron un poder absoluto. Rastreó anécdotas
con curiosidad impresionante y las documentó desapasionadamente aunque con un
cierto sesgo reaccionario convencional. Como otros historiadores, desde Livio
hasta el tedioso e interesante Dion Casio, Suetonio era políticamente un
reaccionario para quien la República fue un período de virtud como no lo fue,
implícitamente, el Imperio. Pero no lo leemos por sus convicciones políticas.
Lo leemos por el don que tiene de decirnos lo que queremos saber. Para mí es un
placer leer que Augusto tenía alrededor de un metro y medio de estatura, era
rubio, usaba sandalias de suelas levantadas para parecer más alto, tenía siete
marcas de nacimiento y la vista débil, se frotaba el vello de las piernas con
cáscaras calientes de nuez para suavizarlo y le gustaban los juegos de azar. O
enterarme de que las últimas palabras del excéntrico Vespasiano fueron: “Pobre
de mí, creo que me estoy convirtiendo en un dios”. Estas historias, verdaderas
o no, son entretenidas y sorprendentes cuando hablan de sexo, aún después de
Kinsey[7].
Los Césares y la Sexualidad Humana
Gibbon[8]
se quejaba, en su estilo adusto, que de los doce césares solo Claudio tenía una
sexualidad “normal”. Del oportunismo sexual de Julio César al sadismo de Nerón
a la pederastia senil de Galba, la vida sexual de los césares incluía tolos los
aspectos de lo que en nuestra era post-medieval se ha llamado “anormalidad
sexual”. Sería equivocado, sin embargo, desestimar, como lo han hecho tantos
comentaristas, la gran variedad de experiencias sensuales de los césares como
simples depravaciones de doce hombres anormales. Ellos, después de todo, forman
un grupo representativo de la humanidad. Lo único que los distingue de nosotros
–y de sus contemporáneos- es el poder, que hizo posible que cada uno de ellos
realizara sus más secretas fantasías sexuales. En esto reside la fascinación
psicológica de Suetonio. ¿Qué hará cualquier persona puesta en esa situación?
Todo y cualquier cosa es, al parecer, la respuesta.
Alfred Whitehead[9]
dijo una vez que la esencia de una cultura se puede captar no por las cosas que
se dicen en el momento sino por las cosas que no se dicen y que forman los presupuestos que informan la vida de
una sociedad, demasiado obvios para ser enunciados explícitamente. Así un
presupuesto básico en los Estados Unidos del siglo 20 es que todos los seres humanos
son o heterosexuales o, por insuficiente desarrollo psicológico, homosexuales,
con muy poca circulación de uno a otro estado. Para nosotros lo normal es ser
heterosexual, la familia básica, todo lo demás es desviación que puede ser
placentera dependiendo de los gustos de uno y de sus preocupaciones morales.
Suetonio revela
un mundo diferente. Parte del supuesto de que el ser humano es bisexual y que
si se le da completa libertad para amar –o, quizás más exactamente en el caso
de los césares, para violar- a otros lo hará yendo con abandono de hombre a
mujer según le dicte el antojo. Suetonio no es el único que da por obvia la
diversidad humana. Esta diversidad es explícita en la literatura clásica, desde
Platón hasta el surgimiento del cristianismo paulino que trató de embozalar el
sexo. Y hasta el día de hoy comentaristas cristianos, freudianos y marxistas,
todos a una, han prohibido o ignorado este hecho natural con el propósito de
despejar el camino al Reino de los Cielos que ha patentado cada uno de ellos.
Es una
experiencia extraña para un lector contemporáneo confrontar la pasión que
sentía Nerón por un hombre y una mujer al mismo tiempo. Parece haber algo raro
en eso. Ha de ser una cosa o la otra, no las dos. Y con todo, este eclecticismo
sexual se presenta una y otra vez. Aunque
algunos de los césares muy obviamente preferían las mujeres a los hombres
(Augusto tenía una inclinación marcada por jóvenes ninfas nabokovianas[10])
sus zigzags sexuales son extraordinarios porque no siguen un patrón. Uno
sospecha que a pesar de la estricta legislación moral de nuestros días los
seres humanos no son muy diferentes. Por si algo faltara, el Dr. Kingsey[11]
mostró a su manera, tenaz y aritmética, que todos somos menos predecibles y anodinos
de lo que se supone.
Los Césares Literatos
Uno de los pocos
rasgos atractivos de los Julio-Claudios era su condición de escritores. Todos
escribieron; algunos lo hicieron bien. Julio César además de escribir el relato
de esa famosa cruzada en las Galias escribió un Edipo. Augusto escribió, con alguna dificultad, un Ayax. Cuando un amigo le preguntó como
iba su Ayax Augusto suspiró: ‘Aunque
no ha caído sobre su propia espada se ha limpiado con mi propia esponja’[12].
Tiberio escribió Elegía a la Muerte de
Julio César. Claudio, atolondrado como era, un príncipe encantadoramente
lerdo, era un pedante dedicado que quería reformar el alfabeto. Fue, además, el
primero en intentar un estudio serio de la historia etrusca. Nerón es
recordado, por supuesto, como un poeta. Julio César y Augusto fueron prosistas
distinguidos que preferían un latín anticuado y simple. Augusto en particular
le tenía aversión a lo que llamaba estilo ‘asiático’, que era preferido, entre
otros, por su rival Marco Antonio cuyos discursos consideraba imprecisos y ‘cargados
de afirmaciones inverosímiles’.
El Miedo de los Césares
Fuera del poder
que tenían había muy poco en común entre los doce césares como personas. Pero
ese poco era significativo: el temor a un cuchillo en la obscuridad. De
los doce, ocho (quizá nueve) murieron
asesinados. Como lo anotó Domiciano poco antes de que lo mataran: ‘Los
emperadores son necesariamente hombres desdichados pues solo su asesinato puede
convencer al público de que las conspiraciones contra sus vidas son reales’. Es
entendible que intentando anticipar el destino estudiaran augurios, hicieran
horóscopos e interpretaran sueños (eran simbolistas ingeniosos, mucho antes de
Freud quien, a su turno era aficionado, a las cosas de Roma). Lo que se veía de
la vida desde la colina Palatina no daba motivos para estar tranquilo; aunque
ninguno de los césares era religioso en el sentido que nosotros le damos a la
palabra, todos se inclinaban a ser estoicos. Tiberio, con su característica
crudeza, recalcó el peligro de la situación en que vivían cuando dijo que era
el Destino -no los dioses- quien regía
las vidas de los hombres.
El Desbarrancadero Emocional y Moral del Poderoso
Finalmente, ¿cuál
fue, entonces, el efecto que el poder absoluto tuvo en estos doce hombres
especiales? Suetonio lo dice con toda claridad: desastroso. Calígula fue
loco declarado. Nerón, que empezó bien, poco a poco perdió la razón. Aún el carácter severo de Tiberio se fue
delitando. De hecho, Tácito, cubriendo el mismo período que Suetonio, observa: ‘A
pesar de su enorme experiencia en los asuntos públicos a Tiberio lo arruinó y
transformó la influencia violenta del poder absoluto’. Calígula destapó el
juego cuando le dijo a un crítico: ‘Tenga presente que yo puedo tratar a
cualquiera como me dé la gana’. Y esa crueldad que es innata en los seres
humanos, dada ahora la oportunidad de tratar a otros como juguetes, floreció
monstruosamente en los césares. La tarjeta clínica (y es precisamente eso) de
Domiciano que escribió Suetonio es especialmente fascinante. Un hombre
inteligente, relativamente agradable, entrenado para el gobierno, Domiciano se
contentó al principio de su Principado con arrancarle las alas a las moscas, un
pasatiempo infantil que gradualmente desapareció hasta que, inevitablemente,
reemplazó las moscas con hombres. Su juego favorito consistía en tranquilizar a
una víctima nerviosa hablándole amablemente de su clemencia y una vez que había
vencido todos sus temores ejecutarla.
Los césares no
carecían completamente de objetividad con
respecto a la extraña posición en que se encontraban. Hay una carta
extrañamente reveladora de Tiberio al Senado que había ofrecido darle
aprobación anticipada a todas las decisiones que llegara a tomar en el futuro.
Tiberio rechazó el ofrecimiento: ‘Mientras yo tenga el uso de mis facultades
ustedes pueden contar con que mi comportamiento será consistente, pero yo no
querría que ustedes sentaran el precedente de comprometerse a aprobar todas las
acciones de un hombre pues qué pasaría si algo llegara a cambiar el carácter de
ese hombre?’ Temiendo por sus vidas, acosados por sueños y augurios, mareados
por el poder sobre otros, no sorprende que los césares se refugiaran en la
locura de hecho frente a una realidad tan tóxica.
El Amor Desnudo del Poder
¿Por qué habría de estar el joven Julio César envidioso de Alejandro? A Suetonio no se le ocurre explicarlo. El asume que a cualquier hombre joven le gustaría conquistar el mundo. ¿Y por qué querría Julio Cesar, un hombre de inteligencia superior, conquistar el mundo? Para tenerlo, eso es todo. Ni siquiera la Pax Romana fue resultado de una política calculada, fue un mero accidente fortuito. César y Augusto, los creadores del Principado, representan el puro deseo de poder por el mero gusto de tenerlo.
Aunque nuestra propia sociedad no ha cambiado mucho con respecto a los romanos (baste con señalar con orgullo sombrío que Hitler y Stalin crearon en nuestros días un verdadero infierno neroniano), hemos mantenido de tal manera el hábito de disimular los motivos, de negar ciertas contantes obscuras del comportamiento humano, que es difícil encontrar un historiador estadounidense respetable que reconozca la cruda realidad de que Franklin Roosevelt, por ejemplo, quería ser presidente con el mero propósito de ejercer poder, de ser famoso y de ser temido. Para enterarse de algo tan simple uno tiene que navegar por un mar de subterfugios: historia como sociología, líderes en el papel de maestros, una benevolencia insubstancial como fuerza motivadora, cuando, en realidad, el poder es un fin en sí mismo y el impulso instintivo a predominar es la propiedad humana más importante, la fuerza imprescindible sin la cual ninguna ciudad hubiera sido construida, ninguna hubiera sido destruida. Sin embargo muchos sociólogos y creyentes religiosos contemporáneos, convertidos en historiadores dirán, con toda seriedad: Si no hubiera existido Julio César el Zeitgeist[14] hubiera producido otro como él, aunque es perfectamente evidente que si no hubiera existido este césar nadie se hubiera atrevido a inventarlo.
La Historia y el Individuo que Hace Historia -
Continuación
Uno entiende, por supuesto, que el papel del individuo en la historia sea minimizado en una sociedad que aspira a la igualdad. Tememos, con toda razón, ser víctimas de aventureros inescrupulosos. Para evitar esto hemos creado el mito que nos gobierna a todos de las masas ineluctables (‘bajo la dirección de los demás’[15]). La ciencia, se nos dice, no es una búsqueda individual sino un esfuerzo colectivo. Aún la agitación superficial de nuestras elecciones oculta una indiferencia fundamental con respecto a la personalidad humana: si no es este individuo pues será aquel otro, todos son lo mismo, la vida seguirá igual. Hasta cierto punto hay algo de valor en esto. Aunque nadie puede negar que en nuestra plácida nación nada hay que le dé color y animación, siempre es mejor estar bajo un mediocre que no gobierne que estar sometido a un césar. Pero negar lo obscuro en la naturaleza del ser humano es peligroso además de tonto. Nuestra insistencia en renunciar al querer individual (‘bajo la dirección de sí mismo’) para aceptar una concepción de la raza humana como una especie de bacteria fertilísima en el río de la vida, inmune a las actividades del individuo, nos ha hecho vulnerables no solo al aburrimiento, a esa sensación de irrelevancia que es la característica más importante de nuestra época, sino también al primer mesías que ofrezca a los jóvenes y los aburridos un opción espléndida, una certeza cesárea. Ese es un riesgo político y muy real.
La Responsabilidad Moral del Ciudadano
Hoy en día la mayor parte del mundo está gobernada por césares. Hombres y mujeres son tratados cada vez más como cosas. Se tortura en todas partes. Como escribió Sartre[16] en su prefacio al libro escalofriante de Henri Alleg[17] sobre Argelia: ‘Cualquier persona en cualquier momento puede hallarse lo mismo en el papel de víctima que de victimario’. Suetonio, al poner un espejo en frente de esos césares de leyenda y fascinación, no solo los refleja a ellos sino también a nosotros. A nosotros, criaturas en mitad de la tentación, cuya gran responsabilidad moral es mantener el balance entre el ángel y el monstruo que llevamos dentro, porque nosotros somos ambos, ángel y monstruo, y cuando olvidamos esta dualidad nos exponemos a un desastre.
Traducción de Luis Mejía – 3 de agosto del 2012
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
[1] J.C. Rolfe fue autor de una traducción de
Los Doce Césares publicada en 1914
[2] La Biblioteca Clásica Loeb es una colección
de obras importantes de la antigüedad griega y romana publicada en formato
bilingüe que empezó a publicarse en 1912
[3] Robert Graves, ingles, poeta, novelista,
traductor, escritor de obras de divulgación histórica, especializado en la
antigüedad griega y romana; sus novelas históricas son favoritas del traductor
de este ensayo
[4] Vidal se refiere a La Diosa Blanca, un
ensayo sobre la formación de los mitos griegos en el que Graves propone la
existencia de una diosa del nacimiento, el amor y la muerte similar a la diosa
madre de las mitologías del centro y el norte de Europa
[5] Vidal se refiere a mitos célticos y
germánicos que representaban los atributos de la diosa madre o diosas madres en
grupos de tres
[6] Esta traducción fue publicada por primer vez
en 1957
[7] Alfred C. Kinsey fue un biólogo
estadounidense que se dedicó al estudio de la sexualidad humana; publicó sus
famosos reportes sobre la sexualidad masculina y femenina en 1948 y 1953,
respectivamente, con los que causó un escándalo todavía no acallado al
documentar el hecho de que no todos los seres humanos son exclusivamente
heterosexuales, practican siempre la posición misionera y carecen de vida
sexual en ciertas edades y ciertas circunstancias personales
[8] Edward Gibbon, historiador ingles,
publicó su Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano entre 1776 y 1788; hace un estudio del período comprendido entre
la muerte del emperador Marco Aurelio [año 180] y la caída de Constantinopla a
manos de los turcos [año 1453]
[9] Filósofo
y matemático inglés
[10] Vidal se refiere a Vladimir Nabokov,
autor de Lolita, novela en la que el personaje principal se obsesiona
sexualmente con su hijastra de 12 años
[11] Ver
nota 6
[12] Ayax es originalmente un personaje de la
Ilíada que inspire al dramatista griego Sófocles; en la tragedia escrita por
este, Ayax es un guerrero que pierde el juicio por obra de los dioses y que
comete suicidio cayendo sobre su propia espada cuando recupera la razón y se da
cuenta de lo que hizo cuando estaba loco
[13] Leitmotiv, palabra alemana, designa el
tema dominante de una composición musical o un relato
[14] Zeitgeist es un concepto inventado por los
filósofos e historiadores románticos alemanes del siglo XVIII para referirse al
“espíritu de la época” o “espíritu del tiempo”
[15] David Riesman et al. publicaron en
1950 L Muchedumbre Solitaria (The Lonely Crowd), un estudio sociológico en el
que propusieron tres tipos culturales: el que se deja dirigir por la tradición,
el que se deja dirigir por los demás y el que se dirige por sí mismo
[16] Filósofo francés iniciador de la escuela
existencialista, muy activo en los movimientos sociales antiimperialistas y
anticapitalistas
[17] Periodista franco-argelino, arrestado por
el ejército francés en Argelia por sus artículos anti-imperialistas fue torturado;
al ser liberado hizo acusaciones públicas de la tortura que sufrió, los
oficiales mencionados por él lo acusaron de mentiroso, fue enviado de nuevo a
prisión cuando el investigador encargado por el ejército de verificar las
acusaciones desechó su testimonio, escapó de prisión, se refugió en el
exterior, regresó a Francia y luego a Argelia al final de la guerra de
liberación de este país; en 1958 publicó La
Question, libro en el que describió detalladamente la tortura practicada
por el ejército francés en Argelia y cuya circulación fue prohibida por el
gobierno de Francia.
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