Introducción
En los días 16 y 17 de julio de
1942 la policía francesa arrestó en París y sus alrededores a 13.152 personas
de origen judío para enviarlas a los campos de concentración –y muerte- que
tenían los alemanes en Europa oriental como parte de su política de eliminación
total de la población judía en el
continente. La mayoría fueron confinados por unos días en el Velódromo de
Invierno. Para recordar, condenar y prometer que no se repetirá ese crimen
Francois Hollande, presidente de Francia, pronunció el siguiente discurso este
18 de agosto en el mismo sitio donde quedaba el velódromo.
Este discurso tiene
muchísimo valor por la claridad conceptual, el entendimiento de lo que
significa la historia de Francia para el resto del mundo, la traición que
Francia cometió contra sus propios ciudadanos, el deber de recordar y el
propósito de que ese crimen no vuelva a suceder.
Al leerlo como ciudadano de
un país latinoamericano he pensado en los episodios que claman por
un acto de reparación histórica similar al que ha presidido el presidente
francés: los miles de indios, negros y mestizos, campesinos, obreros y mineros
que han muerto en las guerras continentales contra la subversión, el comunismo,
la resistencia popular, la penetración de los sindicatos por elementos
indeseables y cuyo único crimen real es el de haber sido pobres y no haber
querido ser más pobres. Ejércitos nacionales, cuerpos de policía, bandas
paramilitares, sicarios, burócratas de gobiernos y compañías privadas,
movimientos guerrilleros, todos han sido parte de un complejo de agresores que hacen
más difícil las vidas de los que tienen poco o nada.
DISCURSO DEL PRESIDENTE
HOLLANDE
Primer Ministro, Presidente de la Asamblea Nacional, embajadores, Alcalde
de París, Presidente del Consejo Representativo de Instituciones Judías de
Francia, Gran Rabino, representantes de otras religiones, señoras y señores:
Nos encontramos reunidos esta mañana para recordar el horror de un crimen,
dar voz a la angustia de los que vivieron la tragedia y hablar de las horas
negras de colaboración, nuestra historia, y, en consecuencia, la
responsabilidad de Francia.
También estamos aquí para transmitir la memoria del Holocausto -del que las
redadas fueron el primer paso- con el fin de librar la batalla contra el olvido
y dar testimonio ante las nuevas generaciones de lo que puede hacer la barbarie
y de que la humanidad puede tener en sí misma los recursos para derrotarla.
Setenta años atrás, el 16 de julio de 1942, temprano en la mañana, 13.152
hombres, mujeres y niños fueron arrestados en sus casas. Las parejas sin niños
y las personas solas fueron internadas en Drancy, donde se abrirá este otoño el
museo creado por Conmemoración de la Shoa.
Los demás fueron llevados al Velódromo de Invierno. De allí, donde
estuvieron amontonados en condiciones inhumanas por cinco días, fueron llevados
a los campos de Pithiviers y Beaune-la-Rolande.
La administración de Vichy dio instrucciones claras: “Los niños no deben
viajar bajo la misma escolta que los padres”. Así, separados en medio de la
angustia, partieron –los padres a un lado, los niños en otro- para Auschwitz-Birkenau a donde los habían
precedido unos pocos días antes los deportados de Drancy.
Allí fueron asesinados. Por la única razón ser judíos.
Este crimen tuvo lugar aquí, en nuestra capital, en nuestras calles, en los
patios de nuestros edificios, en nuestras escaleras, en los patios de juegos de
nuestras escuelas.
Preparaba el camino para otras redadas, en Marsella y en toda Francia – en
otras palabras, a ambos lados de la línea de demarcación-. Hubo otras
deportaciones, especialmente de gitanos.
La infamia del Velódromo de Invierno fue parte de una iniciativa que no
tenía precedente y no podía compararse a nada más: la Shoah, el intento de
aniquilar a todos los judíos en el continente europeo.
Setenta y seis mil judíos de Francia fueron deportados a los campos de
exterminio. Solo regresaron dos mil quinientos.
Esas mujeres, esos hombres, esos niños, no podían saber el destino que les
estaba reservado. Ni siquiera lo podían imaginar. Ellos confiaban en Francia.
Ellos creían que el país de la gran Revolución y la Ciudad de las Luces les
servirían de refugio. Ellos amaban la República con una pasión nacida de la
gratitud. Porque en efecto fue en Paris, en 1791, bajo la Asamblea Nacional
Constituyente, donde los judíos se convirtieron en ciudadanos integrales por
primera vez en Europa. Más tarde, otros encontraron en Francia una tierra
acogedora, una oportunidad para vivir, una promesa de protección.
Esta promesa y esta confianza fueron pisoteadas hace setenta años.
Me gustaría recordar las palabras que el gran rabino de Francia, Jacob
Kaplan, escribió al mariscal Pétain en octubre de 1940, a raíz de la presentación del odioso Estatuto
de los Judíos: “Como víctimas de medidas que minan nuestra dignidad humana y
nuestro honor de franceses expresamos nuestra fe profunda en el espíritu de
justicia de la Francia eterna. Nosotros sabemos que los lazos que nos unen a la
gran familia francesa son demasiado fuertes para ser destruidos”.
Ahí es donde se encuentra la traición.
A través del tiempo, más allá del dolor, mi presencia esta mañana da
testimonio de la determinación de Francia de proteger la memoria de los hijos
que perdió y de honrar el recuerdo de aquellos que murieron y no tuvieron
sepultura, cuya única tumba es nuestra memoria.
Ese es el propósito del deber que se le impone a la República: que los
nombres de las víctimas no caigan en el olvido.
Nosotros tenemos la deuda con los mártires judíos del Velódromo de Invierno
de decir la verdad de lo que pasó hace setenta años.
La verdad es que policías franceses –con base en listas que ellos mismos
habían preparado- se encargaron de arrestar los miles de inocentes atrapados el
16 de julio de 1942. Y que la gendarmería francesa los escoltó a los campos de
internamiento.
La verdad es que no hubo soldados alemanes –ni uno solo de ellos-
movilizados durante la operación.
La verdad es que este crimen fue cometido en Francia, por Francia.
En acto que lo honra el presidente Jacques Chirac reconoció esta verdad, en
este mismo lugar, el 16 de julio de 1995.
“Francia”, dijo él, “Francia, patria de la Ilustración y los derechos
humanos, tierra de la bienvenida y el asilo, Francia, ese día, logró hacer algo
irreparable”.
Pero también es verdad que el crimen del Velódromo de Invierno fue un
crimen contra Francia, contra sus valores, contra sus principios, contra sus
ideales.
El honor lo salvaron los Justos y todos los que se levantaron contra la
barbarie, los héroes anónimos que escondieron a un vecino aquí, ayudaron a otro
allá, y arriesgaron sus vidas para salvar a gente inocente. Todos los franceses
que hicieron posible que sobrevivieran tres cuartas partes de los judíos de Francia.
El honor de Francia lo encarnó el general de Gaulle quien se levantó el 18
de junio de 1940 a continuar la lucha.
El honor de Francia lo defendió la Resistencia, ese ejército de sombras que
no se resignó a la vergüenza y la derrota.
Francia estuvo presente en los campos de batalla, con nuestra bandera, en
los soldados de la Francia Libre.
También la sirvieron las instituciones judías, como la obra para el socorro
de los niños, que organizó el rescate clandestino de más de cinco mil niños y
se encargó de los huérfanos después de la Liberación.
La verdad no divide a la gente. La acerca. En ese espíritu fue establecido
este día conmemorativo por François Mitterrand y se creó la Fundación en memoria
de la Shoah por el gobierno de Lionel Jospin. Bajo el mismo gobierno, con Jacques
Chirac, se estableció la comisión para la compensación de víctimas de despojo
resultante de legislación anti-semita vigente durante la ocupación con el ánimo
de enderezar lo que todavía se pudiera enderezar.
En la cadena de nuestra historia colectiva me corresponde hoy a mí
continuar este deber común de memoria, verdad y esperanza.
Este deber empieza con la transmisión de la memoria. La ignorancia es la
fuente de muchos abusos. Nosotros no podemos tolerar que dos o tres jóvenes
franceses ignoren lo que fue la redada del Velódromo de Invierno.
Las
escuelas de la República –en las que aquí pongo mi confianza- tienen una
misión: instruir, educar, enseñar el pasado, hacer que se conozca y se entienda
en todas sus dimensiones. La Shoah es parte del curriculum en tres niveles
escolares diferentes.
No
debe haber en Francia una sola escuela, un solo colegio, un solo liceo donde no
se enseñe. No debe haber una sola
institución donde esta historia no sea
entendida, respetada y analizada. Para la República no puede haber y no habrá
memorias perdidas.
Yo me
encargaré personalmente de esto.
Tenemos el reto de luchar incansablemente contra toda forma de
falsificación de la historia. No solo contra el escándalo del negacionismo sino
también contra la tentación del relativismo. Transmitir la historia de la Shoah
es enseñar que fue un acto terriblemente especial. Este crimen persiste como un
abismo único en la historia de la humanidad por su naturaleza, su tamaño, sus métodos,
la terrible precisión de su ejecución. Nosotros tenemos que hacer memoria
permanente de cómo este acto fue único.
Finalmente, transmitir esta memoria quiere decir preservar todas sus
lecciones. Quiere decir entender cómo la ignominia fue posible en el pasado
para que nunca vaya a repetirse en el futuro.
La Shoah no fue creada en el vacío ni apareció de la nada. En verdad
resultó de una combinación inesperada y aterradora de la persistencia del
delirio racista y de la racionalidad industrial que permitió su ejecución. Pero
también la hicieron posible siglos de ceguera, estupidez, mentiras y odios. Los
signos y presagios que la anunciaron no lograron despertar las conciencias.
Debemos estar siempre vigilantes. Ninguna nación, ninguna sociedad, nadie
es inmune al Mal. No olvidemos el veredicto de Primo Levi sobre sus
perseguidores: “Salvo algunas excepciones ellos no eran monstruos; tenían
nuestras facciones”. Estemos alerta para que podamos detectar el retorno de lo
monstruoso oculto bajo el disfraz más anodino.
Soy consciente de los temores que algunos de ustedes albergan. Quiero
responderles.
Conocedora de esta historia la República perseguirá todo acto anti-semita
con la más firme determinación así como toda expresión que pueda hacer sentir
inseguros a los judíos franceses en su propio país.
En este campo no hay nada que sea irrelevante. Lucharemos contra todo hasta
el final. Permanecer callado frente al anti-semitismo, disimularlo, explicarlo,
es aceptarlo.
La seguridad de los judíos de Francia no es cosa de los judíos y nadie más,
es cosa de todos los franceses, y es mi intención que sea garantizada en todas
las circunstancias y en todos los lugares.
En Tolosa, hace cuatro meses, unos niños murieron por la misma razón que
los del Velódromo de Invierno: porque eran judíos.
El anti-semitismo no es una opinión, es una aberración. Por eso hay que
enfrentarlo directamente. Debe ser nombrado e identificado como lo que es.
Donde quiera que se presente hay que desenmascararlo y castigarlo.
Toda ideología excluyente, toda forma de intolerancia, todo fanatismo, toda
xenofobia que busque desarrollar una actitud de odio debe encontrar el camino
cerrado en la República.
Todos los sábados en la mañana, en todas las sinagogas francesas, al final
del servicio, se oye la plegaria de los judíos de Francia, la plegaria que
hacen por la patria que aman y a la que quieren servir: “Que Francia prospere y
sea feliz. Que la unidad y la armonía la hagan grande y fuerte. Que goce de paz
duradera y que preserve la nobleza de su espíritu entre las naciones”.
Toda Francia debe hacerse merecedora de este espíritu de nobleza.
Enseñar
sin descanso la verdad histórica, asegurar un respeto escrupuloso por los
valores de la República, recordar constantemente los deberes de tolerancia
religiosa en el marco laico de nuestras leyes, nunca renunciar a los principios
de libertad y dignidad de la persona, luchar siempre para lograr la promesa de
igualdad y emancipación. Esa es la misión colectiva que tenemos que darnos.
Pensando
en las vidas que no llegaron a florecer, en los niños privados de un futuro, en
los destinos truncados prematuramente, debemos inspirarnos para definir las
demandas que hacemos de nuestras propias vidas. Nos haremos más fuertes juntos
si rehusamos ser indiferentes, descuidados, satisfechos.
Francia
tiene que ver con claridad su propia historia para ser capaz de promover sus
valores, aquí y en el mundo, en un espíritu de armonía y unidad.
¡Que viva la República! ¡Que
viva Francia!
Traducción de Luis Mejía – 25 de agosto del 2012
Publicado en blogluismejia.blogspot.com