Wednesday, March 21, 2012

Economía de la Guerra y de la Paz: Un Modelo Para Calcular los Costos - Parte I


Introducción: Base Social de la Economía

Cuando hablamos de la guerra y la paz en Colombia queremos hacernos una idea de lo que está en juego, queremos anticipar el efecto que el conflicto de ahora y el arreglo final tenga en las condiciones éticas, sociales, políticas, demográficas, económicas y culturales del pueblo colombiano y en sus relaciones con los demás países. La población civil, que lleva del bulto en las decisiones que tomen los líderes políticos y militares para combatirse entre sí y para reconstruír el mundo que les quede en las manos al final de sus enfrentamientos, tiene derecho a decirles: “Señores, cuánto nos va a costar lo que ustedes están haciendo?”

En este documento quiero sugerir un modelo económico para calcular lo que los colombianos tendremos que pagar por esta guerra de ahora y por la paz que vendrá. Es un modelo muy simple, que podemos llamar de economía contable, en el cual apenas se enuncian los rubros en que se está yendo y se va a ir nuestra riqueza.

Empecemos, entonces, por la noción de riqueza social. La riqueza de una nación comprende, entre otras cosas, el patrimonio cultural, la identidad histórica, el territorio que ocupa, la gente y su capacidad productiva. En términos económicos, la riqueza de un pueblo resulta del proceso de tomar cosas que valen poquito y convertirlas en algo que valga más, o, en términos más técnicos, en tomar cosas cuya utilidad relativa es baja para convertirlas en otras que sean más útiles. A un nivel muy elemental consiste en limpiar una cuadra de tierra enmontada, sembrar un bulto de maíz y producir con qué alimentar la familia por una temporada y con qué sembrar la próxima cosecha. Idealmente debería quedar un poquito de maíz para cambiarlo por chorotes de barro con el vecino alfarero, por una camisa de algodón con la costurera del pueblo, por una libra de pescado con el pescador y ojalá alcance para una cadenita de oro que hizo el orfebre y que se vería linda en el cuello de la muchacha que vende besos al otro lado del río. En el mundo de hoy las cosas no son así de simples pero en este ejemplo ya vemos los dos componentes de la riqueza social: la transformación de la naturaleza por el trabajo del hombre que incrementa sus dones y frutos, y lo que se ha podido guardar del trabajo que se hizo antes. Lo primero es la producción actual, que es en parte consumida (el maíz de la comida y el pescado de nuestro ejemplo), y lo segundo es el ahorro, o sea, toda la producción -actual o pasada- que no se consumió sino que se guardó para uso futuro (el maíz que se deja para semilla, los chorotes de barro y la cadenita de oro, para seguir con el mismo ejemplo). Este ejemplo nos muestra además que el proceso productivo social comprende mercancías o artículos y servicios. Los servicios son actividades que uno necesita para su bienestar o su comodidad, como los prestados por educadores, filósofos, médicos, enfermeros, cantantes, payasos, telefonistas, choferes, masajistas.

En una sociedad hay, pues, los creadores directos de riqueza. Son, por ejemplo, los obreros, los artesanos, los campesinos, las amas de casa, los inventores, los artistas y los profesionales durante el período productivo de sus vidas. Hay los que ayudan a crear riqueza porque tienen (o deberían tener) talento para organizar y coordinar las actividades del grupo, como los empresarios y sus administradores, los líderes políticos y sociales, los jueces y legisladores. Hay algunos que todavía no producen, como los niños y los estudiantes, a quienes sostenemos con la esperanza de que van a producir mañana. Hay algunos que dejaron de producir, como los ancianos, a quienes también sostenemos en reconocimiento de lo que produjeron en el pasado. Hay algunos que no van a producir porque física o mentalmente están incapacitados para hacerlo y a estos los sostenemos por solidaridad humana. Hay algunos que no producen porque no les da la gana, como los herederos de fortunas familiares o los que se dedican a vivir de la beneficencia pública o privada, a quienes sostenemos porque no nos ponemos de acuerdo sobre qué más hacer con ellos. Y, finalmente, hay algunos que destruyen el capital social.  Por ejemplo, los políticos y empresarios que inician proyectos que no van a ser capaces de terminar o de utilidad pública inexistente; especialmente los políticos corruptos y los empresarios que por incompetencia o por codicia destruyen sus propias empresas y que luego socializan las pérdidas causadas por sus errores, en el caso de los últimos, o por sus delitos, en el caso de los primeros. En esta categoría están los hombres de armas o guerreros. Aunque la literatura y la historia han hecho de la guerra un teatro de heroísmo, el hecho es que  la guerra es un acto de destrucción de bienes propios y ajenos.

Para una sociedad, la guerra puede, en balance, ser económicamente beneficiosa si produce la conquista de otros grupos humanos cuya riqueza puede ser expropiada o si moviliza recursos internos para sostener el conflicto que después puedan ser convertidos a uso civil.  En una guerra civil, sin embargo, no hay beneficio económico sino para los individuos que manejan las finanzas y aprovisionamiento de los combatientes,  para los que encuentran oportunidad de lucro en la escasez, miseria y dolor humano que resultan de los combates, para los que aprovechan los desórdenes de la guerra y la euforia de la paz para apropiarse de bienes ajenos. La sociedad misma sufre pérdidas muy grandes durante el conflicto y tiene que hacer sacrificios mayores para construir la paz como lo veremos en seguida.

Luis Mejía – 21 de marzo de 2012

Publicado en blogluismejia.blogspot.com

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