Friday, March 16, 2012

BAJO AMENAZA Por David Remnick

La democracia es cosa que nunca se consigue completamente. Cuando más es una ambición, un estado al que se aspira a llegar. En los Estados Unidos fue un trabajo de generaciones lograr el reconocimiento de los derechos ciudadanos de los negros, las mujeres, las lesbianas y los homosexuales, derechos que en muchos aspectos están todavía incompletos. (Varios candidatos a la presidencia en este momento compiten por la oportunidad de reducir esos derechos). El siglo 21 empezó con un presidente elegido de manera fraudulenta. Y esto sucedió en la nación más afortunada del mundo. En otros países –Rusia, Hungría, Zimbabue- la fragilidad de las ambiciones democráticas es un hecho histórico brutal.

Echarle una mirada a la Primavera Arabe un año más tarde es una ocasión para celebrar el despertar popular y para reconocer la distancia que hay entre el éxtasis de la rebelión y la puesta en marcha de las instituciones democráticas. En Egipto hay una competencia por el poder entre oficiales autocráticos del ejército e islamistas de varios matices. En Siria Bashar al-Assad ha respondido a las exigencias de su población masacrándola; hay centenares de muertos cada semana. En el Golfo Pérsico los sultanes y emires usan las riquezas del petróleo para sofocar las protestas que se puedan venir.

Hay otro estado en la región que vive una crisis en el desarrollo de su democracia. Es el estado de Israel. Por décadas sus ciudadanos –al menos los de origen judío- han descrito el país, con justificación, como la única democracia del Medio Oriente. Aunque ni Teodoro Herzl lo imaginó ni la generación de David Ben-Gurión lo construyó como una réplica del modelo anglo-estadounidense, las estructuras de gobierno de Israel son motivo de orgullo. Aún hoy su cultura política se acerca más a la de las democracias sociales europeas. Con todo, como un experimento de poder judío, único después de dos milenios de persecución y exilio, Israel se ha metido en un callejón sin salida. Su naturaleza democrática se encuentra en crisis bajo la presión de un conflicto creciente de valores. Día tras día el gobierno habla de la amenaza que Irán representa para su existencia, insiste en la necesidad de atacar las instalaciones nucleares iraníes e ignora la amenaza existencial que lo carcome desde adentro. Elementos reaccionarios merodean en muchas democracias. Lo pueden testimoniar los holandeses, los británicos, los austriacos, los franceses. El Partido Republicano ha cortejado a algunos en este ciclo electoral. Pero en Israel el peligro es especialmente serio y no solo preocupa a los críticos más persistentes. Ehud Barak y Ehud Olmert, ambos ex-primeros ministros, han advertido sobre el peligro de aislamiento, xenofobia y apartheid.

La corrosión política empieza, por supuesto, con la ocupación de los territorios palestinos –la subyugación de hombres, mujeres y niños palestinos- que ha durado 45 años. Peter Beinart, en un apasionado libro de polémica próximo a aparecer, “La Crisis del Sionismo”, es precisamente el último crítico que describe cómo una cultura política profundamente antidemocrática, aún racista, se ha vuelto endémica en la mayoría de la población judía de la Cisjordania y pone en peligro al mismo Israel. La explosión de asentamientos, alentada y subsidiada por gobiernos del partido laborista y del Likud indistintamente, ha llevado al establecimiento de una etnocracia grande y sólida que se considera a sí misma la frontera permanente del estado israelí. En 1980 había 12.000 judíos viviendo en la Cisjordania, “al oriente de la democracia” dice Beinart; hoy en día son más de 300.000 y entre ellos está Avigdor Lieberman, el ministro de relaciones de exteriores de Israel, quien es furiosamente xenofóbico. Lieberman ha propuesto la ejecución de los miembros árabes del parlamento que se atrevan a reunirse con los líderes de Hamas. Sus aliados macartistas abogan por un juramento de lealtad al estado judío que deberían prestar todos los ciudadanos, restricciones a las organizaciones de derechos humanos como el Fondo del Nuevo Israel y leyes que limiten la libertad de expresión.

Herzl soñaba con un sionismo pluralista que no daría a los rabinos “una voz privilegiada en el estado”. Hoy en día, entusiastas fundamentalistas despliegan un medievalismo crecientemente agresivo. Hay reportes que causan gran malestar sobre individuos ultra-ortodoxos que escupen a las colegialas cuyos trajes, en su opinión, no son suficientemente modestos y que exigen que las mujeres se sienten en la parte de atrás de los autobuses públicos. Elyakin Levanon, el rabino principal del asentamiento Elon Moreh, cerca de Nablus, dice que los soldados ortodoxos deben preferir pararse frente a un “pelotón de fusilamiento” antes que legitimar con su presencia eventos donde haya mujeres cantando y le ha prohibido a las mujeres ser candidatas en elecciones porque “el marido es el que representa la opinión de la familia”. Dov Lior, líder de un importante comité de rabinos de Cisjordania, ha dicho que Baruch Goldstein –quien ametralló 29 palestinos en un asalto a la Cueva de los Patriarcas en Hebrón en 1994 – es “más sagrado que todos los mártires del holocausto”. Lior le dio su respaldo a un libro que discute cuándo es legítimo y apropiado matar a un árabe; él y un grupo de rabinos de su cuerda publicaron una proclama prohibiendo a los judíos vender o arrendar tierra a un no-judío. Individuos como Lieberman, Levanon y Lior son escasamente figuras amargadas, aisladas, al margen de la sociedad; al contrario, una base de derecha dura –los colonos, los ultra-ortodoxos, Shas, el Partido Nacional Religioso- es parte indispensable de la coalición de gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu.

Las corrientes reaccionarias del país pueden pasar desapercibidas al visitante de Tel Aviv y otros lugares de actitudes liberales, pero las encuestas revelan que muchos israelíes jóvenes están perdiendo contacto con los principios liberales y democráticos del estado. Muchos de ellos prestaron servicio militar en los Territorios Ocupados. Algunos aprendieron a despreciar la Ocupación que experimentaron de primera mano pero otros aprendieron a aceptar la narrativa oficial que justifica lo que fueron obligados a hacer.

El año pasado una encuesta hecha por el Instituto Democracia en Israel halló que el 51% de los israelíes creía que a la gente “debería prohibírsele hacer críticas fuertes de Israel en público”. Netanyahu promueve la idea de que tales críticas son obra de enemigos. Ni siquiera los Estados Unidos, el aliado más firme, está libre de sospechas. La administración actual ha cooperado con los organismos de inteligencia israelíes a un nivel sin precedentes y ha liderado un plan de sanciones debilitantes contra Irán; no obstante Netanyahu, quien está de visita esta semana en Washington, ha mostrado un desdén imperial hacia Barak Obama. De hecho el presidente es un filo-semita cuyos primeros padrinos políticos fueron judíos de Chicago como Abner Mikva, Newton y Marta Minow, Bettylu Saltzman, David Axelrod. Tuvo una relación cercana con Arnold Jacob Wolf, ya fallecido, quien fue rabino en el sur de la ciudad. Pero para Netanyahu estos judíos, hombres y mujeres, son el tipo de judío equivocado. Wolf, por ejemplo, trabajó con Abraham Joshua Heschel, el rabino más íntimamente ligado al movimiento de derechos civiles y otras causas de justicia social, invitó a Martin Luther King Jr a hablar en su sinagoga, participó en la marcha de Selma y en 1973 ayudó a fundar el movimiento Breira (Alternativa) que fue uno de los primeros grupos judíos en avalar un estado palestino en Cisjordania y la Franja de Gaza. A Netanyahu no le gustan esas relaciones.

El primer ministro de Israel acepta un estado palestino con una actitud menos que tibia. (Después de que él se declaró a favor de darles a los palestinos su propio estado, su padre, el historiador derechista Benzion Netanyahu, perspicazmente dijo que “respalda el estado palestino en condiciones que ellos nunca aceptarán”). Para Netanyahu el aliado correcto es el que está ejemplificado por AIPAC[1] y Sheldon Adelson, el millonario de los casinos y financista de la campaña de Gingrich, propietario de un periódico en Israel dedicado a respaldarlo. Netanyahu sabe que los judíos jóvenes en los Estados Unidos están divididos entre la comunidad ortodoxa que está en proceso de crecimiento y lo respalda y la mayoría secular y menos religiosa, una mayoría que se asimila cada vez más al medio estadounidense, no se interesa en una visión del mundo específicamente judía y se va volviendo cada vez más indiferente hacia el estado de Israel. Es obvio que para el primer ministro es más importante el fervor que los pocos que la desilusión y desapego de los muchos.

Obama ha dicho que “el sueño de un estado judío y democrático no puede realizarse bajo un estado de ocupación permanente”. Netanyahu y sus seguidores opinan lo contrario. Con frecuencia consideran que los principios de la democracia liberal son negociables en el juego político de las coaliciones. Ese oportunismo a corto plazo tiene que imponer un precio a largo plazo: este sueño –y el proceso de construir la democracia- puede resultar penosamente –fatalmente quizá- aplazado.

[Texto original: Threatened by David Remnick, The New Yorker, 12 de marzo del 2012 @  http://www.newyorker.com/talk/comment/2012/03/12/120312taco_talk_remnick]


Traducción de Luis Mejía – 16 de marzo del 2012

Publicado en blogluismejia.blogspot.com


[1] N. del T.: The American Israeli Public Affairs Committee o Comité Israeli-Estadounidense de Asuntos Públicos, uno de los más poderosos instrumentos de influencia foránea en la política internacional de los EEUU

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