Introducción
El liberalismo
como ideal de organización del estado se basa en un conjunto de normas e
instituciones enderezadas a proteger la libertad personal, la representación democrática
de los ciudadanos y los derechos humanos.
En general el
ideal liberal implica soberanía de la ley, igualdad ante esta, elecciones
libres y regulares, alternación de partidos en el poder, representación de diferentes
segmentos de la población en órganos del poder, tolerancia de la crítica y las minorías,
separación de los órganos del poder, limitación de términos del ejecutivo, derechos
civiles y garantías sociales. Entre estos se incluyen, por ejemplo, las
libertades de pensamiento, fe religiosa, opinión, prensa, asociación, domicilio
y movimiento, el derecho a la vida, a la integridad personal y a la propiedad
privada, a ser juzgado conforme a reglas preestablecidas, a ejercer la libertad
propia sin más límite que el respeto a la libertad ajena. Todo esto supone, por
supuesto, un estado y unas autoridades que reconocen límites a sus poderes y
aceptan la existencia de ciudadanos libres de hacer cuanto no prohíba la ley,
la cual, a su turno, solo se extiende hasta donde haga falta para mantener un mínimum
de convivencia y orden social. Literariamente las constituciones de los estados
latinoamericanos son una bella antología de ideas liberales.
En el mundo
moderno la noción de democracia se ha ido disociando en la práctica del ideario
liberal y se ha reducido a un mero mecanismo electoral para acceder al poder y
conservarlo. Los gobernantes de muchos países legitiman su posición con el
concurso de los ciudadanos que participan en elecciones más o menos limpias y
ejercen el poder de manera más o menos iliberal.
El autor del
ensayo que presento a continuación, John Gray, filósofo político, historiador y
profesor universitario por muchos años sostiene la hipótesis de que el ideal
liberal ni es de aceptación universal ni está destinado a convertirse en
paradigma de organización estatal en todo el mundo, sino que, al contrario, es
una creación específica de Occidente, está amenazado por las realidades del
mundo contemporáneo y ha sido causa de serios trastornos en sociedades donde se
ha querido imponer a la fuerza.
En opinión de
Gray la mentalidad liberal de Occidente se equivoca al asumir que cosas como el
ejercicio arbitrario del poder, la dominación inter-étnica, las guerras
religiosas, el imperialismo y la guerra para zanjar diferencias entre estados
son reliquias de un pasado que la humanidad está superando.
Algunas de sus
afirmaciones tienen validación en las noticias nacionales e internacionales de
cada día y se confirman con los resultados electorales de países como Colombia
y Venezuela, para poner dos ejemplos. Dice él:
Las garantías legales y constitucionales tienen poco
valor cuando las mayorías son indiferentes u hostiles a los valores liberales.
La mayoría de los seres humanos se preocupa la mayor
parte del tiempo por cosas diferentes a las de ser libre.
Muchos votarán entusiasmados por un gobierno no
liberal que les prometa seguridad contra la violencia y las dificultades, que
proteja la manera de vivir a la que están acostumbrados y le niegue libertad a
la gente que ellos odian.
La libertad requiere un estado que funcione, con una
burocracia competente, un sistema legal que no sea exageradamente corrupto y
una cultura política que permita a estas instituciones operar
independientemente de los legisladores. Si estas condiciones no se dan los derechos humanos,
que en el fondo son ficciones legales creadas y sostenidas por estados bien
organizados, se vuelven irrelevantes.
Lejos de ser una condición natural de la humanidad la
libertad es de por sí frágil y siempre será un estado de excepción.
Las clases medias han hecho poca resistencia al
surgimiento de las dictaduras; con frecuencia ellas se han contado entre los
simpatizantes más entusiastas y comprometidos de regímenes autoritarios.
No hay un mecanismo oculto que ligue la modernización
con la adopción de valores liberales.
Sin más doy
paso al texto que he prometido.
LIBERALISMO: EL
LENTE CON QUE OCCIDENTE MIRA EL MUNDO
Por John Gray
Interpretación
Liberal de la Historia
En Octubre de 1997, en una conferencia de prensa
conjunta en Washington, Bill Clinton le dijo al presidente de la China Jiang
Zemin que se había quedado en el “lado erróneo de la historia”. En marzo del
2014 Barack Obama mostró la misma certeza sobre el futuro de la humanidad; dijo
que el presidente de Rusia Vladimir Putin se había puesto “del lado erróneo de
la historia” al anexar la Crimea.
A uno le da la impresión de que pocos líderes
mundiales saben o tienen interés en el mundo que existía antes de que ellos
empezaran a hacer política. Les preocupa el presente, el pasado reciente y el
futuro cercano como ellos lo imaginan. Cuando Clinton y Obama decían que los
regímenes chino y ruso no tenían futuro pensaban en los eventos del último
cuarto de siglo, la caída del Muro de Berlín en el otoño de 1989 en particular.
Para ellos el colapso del comunismo había sido una victoria de valores -libertad,
democracia, derechos humanos- de acogida universal y cuyo avance es imparable; no
les pasaba por la cabeza que estuvieran invocando una filosofía o una teoría
sujetas a discusión. Verbalizaban reflejos intelectuales y presunciones que formaban
parte del sentido común de la época y que para ellos nunca estuvieron en duda.
Hay un consenso que en su sentido más amplio refleja
una interpretación liberal de la historia. Los partidos mayoritarios y amplios
sectores de opinión de Occidente mantienen la creencia de que tiranía e imperio
son reliquias del pasado, que el nacionalismo étnico está desapareciendo y que
el auge de la religión militante es una aberración temporal. La fe en el
progreso inevitable de la historia no es parte necesaria de estas creencias. Se
puede aceptar el papel de las decisiones humanas y reconocer la posibilidad de
un retroceso. Pero todos aquellos cuyo modo de pensar está moldeado por esta
convicción insisten en que, a largo plazo, no hay más alternativa viable que la
de un mundo unido por los mismos valores. Es un punto de vista que ha dado
cuerpo a planes grandiosos para cambiar gobiernos y que en este momento condiciona
la política con respecto a Rusia. El resultado práctico ha sido una forma de
democracia evangélica y su legado primario una camada de estados fallidos.
Ideas
Liberales, Unión Soviética y Federación Rusa
La propagación de los valores liberales poco tuvo que
ver con el colapso de la Unión Soviética. La URSS y su imperio fueron
destruidos ante todo por el nacionalismo y la religión. A la Guerra Fría le
puso fin una combinación de circunstancias: la derrota militar a manos de
yijadistas afganos armados por Occidente y el efecto desmoralizador que tuvo,
la pérdida de control en Polonia por la acción coordinada de la iglesia y el
movimiento Solidaridad, las rebeliones nacionales en los estados bálticos, la
desestabilización producida por las reformas de Mijaíl Gorbachov y los retos
creados por el programa Guerra de las Estrellas de proyectiles de defensa de
Ronald Reagan. La idea de que la caída del comunismo fue una victoria decisiva
de las ideas y valores de Occidente –“el fin de la historia”- es contraria a la
verdad.
La Guerra Fría fue un enfrentamiento de dos doctrinas
occidentales: liberalismo y comunismo. La Unión Soviética fue, de principio a
fin, un régimen occidentalizante empeñado en sacar a Rusia de su pasado euroasiático
y ortodoxo. El colapso del comunismo fue la derrota de ese proyecto. Del régimen soviético quedó un complejo militar-industrial inservible, devastación
del medio ambiente y millones de vidas destruidas. Encima, la Rusia
post-comunista sufrió los efectos de otra ideología occidental: la “terapia de
choque” neoliberal que le fue impuesta a principios de los noventa y que
produjo una depresión catastrófica, una caída dramática en la expectativa de
vida y el capitalismo mafioso de la era de Boris Yeltsin. Dado este panorama
estaban pensando con las ganas los que creían que Rusia se haría más
occidental. En lugar de eso, el país ha retrocedido políticamente hacia su ambigua
posición histórica entre Europa y Asia.
El ascenso de Putin, quien en algunos aspectos ha
construido un estado moderno en extremo, ha sido descrito como un regreso a las
tradiciones zaristas de gobierno autoritario. Tiene de base una versión
restaurada de la agencia de seguridad KGB, una institución de carácter
soviético por excelencia que Putin usa para coordinar políticas en diferentes
áreas. Rusia es económicamente débil y lo será más todavía; su modelo económico
basado en la explotación de recursos naturales y dependiente de precios altos
de petróleo no es sostenible.
Es muy posible que Putin esté actuando bajo la
impresión de que tiene muy poco tiempo para evitar una caída dramática en la
posición internacional de Rusia. Ha desarrollado un tipo de guerra híbrido, a
veces llamado no linear, que combina desinformación, diplomacia de engaños y
amenazas de intervención armada, como lo hizo recientemente con la anexión de
la Crimea y la desestabilización del gobierno en Kiev.
La
Crisis Ruso-Ucraniana y Las Ideas Liberales
La salida de Ucrania de la órbita rusa representaba
una amenaza existencial para Putin. Había gastado los últimos seis años
modernizando sus fuerzas armadas mientras Occidente adelantaba un proceso de
desarme. Su estrategia ha consistido en estabilizar el capitalismo mafioso ruso
a través de un proceso de semi-nacionalizaciones y límites a las ambiciones de
los oligarcas a quienes al mismo tiempo garantiza la protección del estado.
Este sistema de semi-baronías de desbarataría si Occidente llegara a controlar
a Ucrania pues los oligarcas podrían buscar a alguien que garantice mejor sus
intereses. A Putin le era imposible ignorar el avance de Occidente en Ucrania. Calculó
que Occidente no la defendería y escaló la guerra hasta un punto en el que
neutralizó el peligro y generó un conflicto insoluble que de hecho ha dividido
el país e impide el desarrollo de vínculos permanentes con Occidente.
Una de las razones por las cuales Occidente descuidó
la realidad estratégica de Ucrania fue la crisis financiera que disminuyó los
recursos financieros y humanos destinados a defensa y seguridad. Pero la falla
principal de Occidente fue en términos de conocimiento. De acuerdo con el
consenso liberal vigente la Rusia de Putin -un
despotismo supermoderno y muy popular- no debería existir. El país
continúa siendo incontrolablemente corrupto, hay una persecución permanente de
homosexuales y minorías religiosas y los que le hacen oposición al régimen
sufren una represión que pone en peligro sus vidas. Al mismo tiempo Putin goza de
una legitimidad mayor que la de cualquier otro gobernante desde la Revolución
porque logra mantener la apariencia de normalidad interna y de poder en sus
tratos con Occidente; ningún líder de Occidente logra los niveles de respaldo
electoral que él mantiene.
Hablar de una nueva Guerra Fría muestra la falta de
realismo del pensamiento occidental. Si Putin quisiera desatar una campaña de
guerra no linear en los estados bálticos sería muy poco lo que Occidente podría
hacer. Las divisiones de la OTAN no estarían en posición de bloquear la toma de
oficinas locales de gobierno o de correo por las minorías rusas movilizadas por
su país de origen, tampoco podrían controlar las fuerzas clandestinas que
estarían detrás de esas protestas. La capacidad de reacción de la OTAN se ha
visto debilitada por cortes sostenidos en el presupuesto de defensa. Pero esto
no tiene nada que se parezca a la Guerra Fría. Putin no promueve una ideología
universal o un modelo de sociedad. Al reafirmar las exigencias de la
geopolítica, la etnicidad y el imperio Putin hace algo impensable para el
consenso liberal que todavía no acepta la posibilidad de que tendrá que vivir indefinidamente
con una Rusia autoritaria.
Democracia,
Liberalismo y Tiranía de Mayorías
La democracia puede ser un instrumento de tiranía como
bien lo entendieron generaciones pasadas de pensadores liberales. Desde
Benjamín Constant, Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill hasta Isaiah Berlin
hubo un reconocimiento de que la democracia no necesariamente protege las libertades
individuales. El peligro más grande que anticipaban estos liberales no era el
de que hubiera un retroceso en el movimiento histórico hacia la democracia sino
el del posible surgimiento de una democracia de tipo no liberal. Este era un
desarrollo que ellos preveían en la teoría de la voluntad general de Jean-Jacques Rousseau.
Las garantías legales y
constitucionales tienen poco valor cuando las mayorías son indiferentes u
hostiles a los valores liberales. La libertad va a estar más amenazada en el futuro
que lo estuvo en el pasado porque los regímenes democráticos pueden reclamar una
legitimidad de la que carecen otras formas de gobierno. La mayoría de los seres
humanos se preocupa la mayor parte del tiempo por cosas diferentes a las de ser
libre. Muchos votarán entusiasmados por un gobierno no liberal que les prometa
seguridad contra la violencia y las dificultades, que proteja la manera de
vivir a la que están acostumbrados y le niegue libertad a la gente que ellos
odian.
Estas ideas pertenecen hoy en día al universo de
pensamientos prohibidos. Cuando la democracia es de hecho fuente de opresión
los liberales insisten en que la democracia no está operando adecuadamente, que
si hubiera una genuina participación popular las mayorías no oprimirían a las
minorías. Disputar esta opinión es una pérdida de tiempo porque se basa en un
artículo de fe, en la convicción de que la libertad es una condición humana
natural que la tiranía destruye. Sin embargo, la mera ausencia de tiranía puede
dar lugar a un estado de anarquía. La libertad requiere un estado que funcione,
con una burocracia competente, un sistema legal que no sea exageradamente
corrupto y una cultura política que permita a estas instituciones operar
independientemente de los legisladores.
Si estas condiciones no se dan los derechos humanos,
que en el fondo son ficciones legales creadas y sostenidas por estados bien
organizados, se vuelven irrelevantes. Esas condiciones no existen en la mayor
parte del mundo hoy en día y por mucho tiempo no van a existir en muchos
países. Además, donde existen pueden ponerse en peligro fácilmente. Lejos de
ser una condición natural de la humanidad la libertad es de por sí frágil y
siempre será un estado de excepción.
Clase
Media y Liberalismo
Esta situación es intolerable para los liberales de
todos los países que responden con una letanía sostenida en centros de estudios
y universidades de Occidente: una clase media global en crecimiento asegura el
futuro de la libertad. Se presume que por medio de un proceso oculto la
modernización económica va a promover valores liberales. Sin embargo, esta
esperanza tiene pocas bases históricas. Las clases medias han hecho poca
resistencia al surgimiento de las dictaduras; con frecuencia, como sucedió en Europa
entre las dos guerras mundiales, ellas se han contado entre los simpatizantes
más entusiastas y comprometidos de regímenes autoritarios. Ellas respaldan a
Putin en Rusia y le dan fuerza a movimientos como el Frente Nacional de
Francia. Igual que la teoría de la historia de Marx, la idea de que la clase
media salvará los valores liberales es una teleología secular, es el residuo
racionalista de la fe religiosa en la Providencia.
Primavera
Árabe y Liberalismo
Con frecuencia la visión liberal del mundo recibe
sorpresas desagradables. Cuando los simpatizantes occidentales de la Primavera
Árabe la comparaban con las revoluciones europeas de 1848 olvidaban que para
1850 la Primavera de las Naciones había sido reemplazada por el invierno de la reacción.
La democracia solo llegó a Europa Oriental siglo y medio más tarde, al final de
un ciclo de dictaduras, dos guerras mundiales y una convulsión geopolítica en
la antigua Unión Soviética. Pero está lejos de ser autoevidente que el Medio
Oriente vaya a repetir la experiencia europea aun a largo plazo. Los que
estaban convencidos de que la democracia liberal echaría raíces en el Medio
Oriente ignoraban el hecho de que todos los regímenes seculares de la región
eran dictaduras. Los dictadores que caen son reemplazados por versiones
islámicas de democracia no liberal o por estados fallidos.
Esto puede ser en parte resultado del colonialismo. La
mayoría de los estados en la región son creación de un poder imperial y muchos
carecen de culturas nacionales que les den unidad. El estado-nación mismo es
una imposición artificial y hasta el momento solo los curdos han demostrado la
coherencia interna que se necesita para formar un estado de estilo europeo. La
política occidental ha tenido por objeto mantener las funciones estatales en
Siria e Irak pero todo parece sugerir que estos dos países están en camino de
convertirse en territorios gobernados por alianzas inestables de grupos
religiosos y clanes. Los países que fueron creados durante la Primera Guerra
Mundial por diplomáticos europeos -como François Georges-Picot y Mark Sykes- pertenecen a un
arreglo postcolonial que está desapareciendo rápidamente de la memoria. Cuando el Estado Islámico puso en circulación
un video celebrando el desaparecimiento de la línea Sykes–Picot entre Siria e
Irak puso en evidencia que entiende algo que Occidente no ha podido entender.
Irónicamente ha sido Occidente al crear el estado
fallido de Irak y respaldar los rebeldes yijadistas contra Assad en Siria el
que ha hecho posible el rápido crecimiento del Estado Islámico. Pero Occidente
tiene poca comprensión del monstruo que ayudó a crear. Casi invariablemente el Estado Islámico es
visto como algo medieval y es comparado con los Asesinos, el grupo islámico
radical de esa época. Ciertamente el Estado Islámico ha sido moldeado por el
wahabismo, un movimiento fundamentalista sunita del siglo XVIII que jugó un
papel formativo en el desarrollo del reino saudita. Igual que Rusia bajo Putin
el Estado Islámico es extremadamente moderno. Cuando hizo público un video de
la decapitación del periodista estadounidense James Foley, con un narrador de
acento británico, el Estado Islámico mostró que su influencia alcanza más allá
de su campo de batalla inmediato. De manera similar a los bolcheviques de
Rusia, los jacobinos en Francia o los Khmer Rouge en Camboya –y distanciándose
de los Asesinos- el Estado Islámico practica el terror metódico como parte de
su proyecto de crear un nuevo tipo de estado. Igual que los regímenes
establecidos por aquellos revolucionarios modernos, el Estado Islámico tiene
como base la fe en una doctrina religiosa no en la nacionalidad. Sus
ambiciones, en ese sentido, pueden considerarse globales.
El consenso dominante puede encontrar difícil entender
el uso persistente de la violencia al servicio de la fe por parte del Estado
islámico. La base de la interpretación liberal de la historia es la noción de
que si la gente tiene la oportunidad de modernizarse va a optar por la paz, la
libertad y la prosperidad. Pero no hay un mecanismo oculto que ligue la
modernización con la adopción de valores liberales. Por el contrario, han sido
movimientos modernos que han escogido la muerte y la destrucción los que han
reconfigurado el mundo una y otra vez. En el curso del siglo XX muchos de esos
movimientos fueron inspirados por ideologías seculares como el nazismo y el
comunismo. El proceso continúa hoy con el Estado Islámico inspirado en la
religión.
China
y la Ideología Liberal
El surgimiento de la China como una gran potencia
representa un reto mayor para el consenso occidental que la misma Rusia. En el
curso de una generación la China ha logrado la expansión económica más duradera
en la historia; esto le permitió sostener una colosal expansión de crédito
durante la crisis financiera. Hay algo de verdad en la afirmación de que el
Partido Comunista Chino salvó el capitalismo occidental. Voceros de la visión
liberal predicen que el modelo chino de desarrollo está llegando a su final;
dicen que necesita un cambio de dirección hacia el consumo doméstico y una
expansión simultánea de libertades políticas si se quiere evitar el descontento
popular y que uno o dos años de bajo crecimiento serían suficientes para
desestabilizar seriamente el régimen.
Pero las predicciones del consenso están equivocadas.
Aunque algunos miembros de las elites chinas continúan invirtiendo en
propiedades en Occidente como un seguro contra desórdenes políticos no hay
signo de que los gobernantes del país estén renunciando a sus aspiraciones
dinásticas. Por el momento las protestas locales dan paso a soluciones de
compromiso pero si los disturbios se generalizan y se vuelven más amenazantes
las probabilidades de represión son mayores que las de capitulación. Tampoco va
a haber una evolución hacia una economía de mercado de estilo occidental. El
capitalismo estatal de la China está al servicio de metas a largo plazo que intentan
restaurar el nivel de influencia que, en opinión de los gobernantes, el país y
su civilización merecen. Aún si llegara a ocurrir un cambio de régimen no hay
razón para pensar que los nuevos gobernantes de la China vayan a aspirar a algo
diferente.
Estados
Unidos: Gran Potencia
Nuestro mundo, como el de fines del siglo XIX, está
hecho de potencias grandes y medianas que compiten por influencia y recursos.
Este no es el mundo postmoderno que algunos se hacían la ilusión de ver realizado
en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Se acerca más al mundo de
finales de la Guerra de los Treinta Años que se consolidó con el Tratado de
Westfalia de 1648, un mundo en el que estados soberanos defienden sus propios
intereses y, en algunos casos, sus aspiraciones imperiales. Para sus rivales
–China, India, Alemania y Japón- los Estados Unidos ya no se perfilan como una
superpotencia. Tienen la peor infraestructura pública del mundo desarrollado,
una clase media cada vez más reducida, una proporción de la población mayor que
la de cualquier otro país en la cárcel y un gobierno paralizado por el poder de
compañías privadas, de manera que el país y su sistema político ya no se consideran un modelo a seguir en el resto
del mundo.
Sin embargo, en algunos aspectos los Estados Unidos
son los mejor posicionados entre las grandes potencias. Al contrario de la
China su sistema político no necesita rápido crecimiento económico para
mantener legitimidad popular. La mitología nacionalista del excepcionalismo
estadounidense es una poderosa fuerza de cohesión. Durante el gobierno de
Obama, igual que otras veces en el pasado, este tipo de nacionalismo ha
promovido una posición parcialmente aislacionista. Los votantes, exhaustos
después de años de guerras empobrecedoras, son renuentes a arriesgarse en más
compromisos costosos. La resistencia de los estadounidenses a las aventuras
militares ha sido fortalecida por lo que ha sucedido con el mercado de energía.
La opinión de los expertos está dividida con respecto a la viabilidad a largo
plazo de la revolución del petróleo y el gas de esquisto, pero si los Estados Unidos
vuelven a ser mayores exportadores de petróleo el impacto podría ser profundo.
Países como Arabia Saudita y Rusia, que necesitan precios altos del petróleo
para mantener sus sistemas políticos, enfrentarían una crisis. Hay poca razón,
sin embargo, para esperar que estos países evolucionen en una dirección
democrática. El empobrecimiento masivo probablemente generaría un tipo de
autoritarismo más violento o, en el caso de la Arabia Saudita, un colapso del
estado que dejaría como beneficiarias a varias versiones rivales de islamismo
radical.
Futuro
de Occidente y del Liberalismo
La historia es una sucesión de ciclos y contingencias
que, en general, carece de dirección. Pero si se pudiera detectar una tendencia
en este momento ella sería difícilmente favorable a Occidente.
De vez en cuando parecen surgir tendencias en la
dirección contraria, como en la Ucrania y en Túnez, donde los partidos
pro-occidentales obtuvieron en las elecciones recientes mejores resultados que
los esperados. Pero la Ucrania es un estado en bancarrota que Occidente no está
en capacidad de refinanciar y Túnez sigue profundamente dividido.
En general, Occidente sigue perdiendo poder y
autoridad. En cierto sentido ese es el curso normal de la historia: la
preeminencia de Occidente de los últimos siglos nunca iba a ser permanente.
Pero el declive de Occidente ha sido también acelerado por intentos repetidos
de exportar sus instituciones. Como lo argumenta la historiadora estadounidense
Bárbara Tuchman en La marcha de la locura,
su importante libro de 1984, muchas de las catástrofes de la historia han ocurrido por políticas inspiradas en la soberbia,
que desde el principio se han debido reconocer como irrealizables o
autodestructivas. Mucho de lo que Occidente ha hecho en el último cuarto de
siglo puede describirse así.
En cualquier futuro posible habrá muchos tipos de
regímenes. Tiranías y anarquía serán tan comunes como democracias liberales y
no liberales. El nacionalismo étnico continuará siendo una fuerza persistente
mientras que en algunos países lealtades y odios de clan se volverán
políticamente más importantes que la nacionalidad. Las rivalidades geopolíticas
se intensificarán, la guerra seguirá mutando en formas nuevas e hibridas y el
imperio se renovará en otras formas. La religión será una fuerza decisiva en la
formación y destrucción de estados. Habrá muchas culturas y maneras de vivir,
en cambio permanente e influyéndose mutuamente pero sin mezclarse y formar una
civilización universal. Este será el mundo en el que de alguna manera tendrán
que sobrevivir valores como la libertad y la tolerancia. Defenderse de ese
mundo requiere una manera de pensar realista que la mente liberal de hoy en día
es incapaz de asimilar; pero este liberalismo da a sus creyentes algo que el realismo
no les ofrece: una historia, un mito, que le da inspiración a la idea de que el
futuro de la humanidad es moldeable. Sin embargo, Occidente enfrenta un mundo
cada vez más desordenado en el cual el mayor peligro le viene de la fe infundada
en que la historia está de su parte.
Original bajo el título Under Western Eyes publicado en Harper’s Magazine, edición de enero del 2015
Traducción, adaptación y subtítulos de Luis Mejía
31 de marzo del 2015
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
Me parece muy acertado en los trazos generales. Al mismo tiempo es arriesgado, por lo que vaticinar es mas impreciso que leer el pasado. La idea de que los estadounidenses no tienen estomago para otra guerra tan pronto es un ejemplo. La nueva guerra contra ISIS se va materializando incrementalmente hasta que casi sin notarlo abarca 'center stage' como en su momento lo fue Iraq, luego Afganistan, etc.
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