Tuesday, March 31, 2015

LIBERALISMO Y OCCIDENTE: PRESENTE Y FUTURO DE UN PARADIGMA POLÍTICO



Introducción

El liberalismo como ideal de organización del estado se basa en un conjunto de normas e instituciones enderezadas a proteger la libertad personal, la representación democrática de los ciudadanos y los derechos humanos.

En general el ideal liberal implica soberanía de la ley, igualdad ante esta, elecciones libres y regulares, alternación de partidos en el poder, representación de diferentes segmentos de la población en órganos del poder, tolerancia de la crítica y las minorías, separación de los órganos del poder, limitación de términos del ejecutivo, derechos civiles y garantías sociales. Entre estos se incluyen, por ejemplo, las libertades de pensamiento, fe religiosa, opinión, prensa, asociación, domicilio y movimiento, el derecho a la vida, a la integridad personal y a la propiedad privada, a ser juzgado conforme a reglas preestablecidas, a ejercer la libertad propia sin más límite que el respeto a la libertad ajena. Todo esto supone, por supuesto, un estado y unas autoridades que reconocen límites a sus poderes y aceptan la existencia de ciudadanos libres de hacer cuanto no prohíba la ley, la cual, a su turno, solo se extiende hasta donde haga falta para mantener un mínimum de convivencia y orden social. Literariamente las constituciones de los estados latinoamericanos son una bella antología de ideas liberales.

En el mundo moderno la noción de democracia se ha ido disociando en la práctica del ideario liberal y se ha reducido a un mero mecanismo electoral para acceder al poder y conservarlo. Los gobernantes de muchos países legitiman su posición con el concurso de los ciudadanos que participan en elecciones más o menos limpias y ejercen el poder de manera más o menos iliberal.


El autor del ensayo que presento a continuación, John Gray, filósofo político, historiador y profesor universitario por muchos años sostiene la hipótesis de que el ideal liberal ni es de aceptación universal ni está destinado a convertirse en paradigma de organización estatal en todo el mundo, sino que, al contrario, es una creación específica de Occidente, está amenazado por las realidades del mundo contemporáneo y ha sido causa de serios trastornos en sociedades donde se ha querido imponer a la fuerza. 

En opinión de Gray la mentalidad liberal de Occidente se equivoca al asumir que cosas como el ejercicio arbitrario del poder, la dominación inter-étnica, las guerras religiosas, el imperialismo y la guerra para zanjar diferencias entre estados son reliquias de un pasado que la humanidad está superando.

Algunas de sus afirmaciones tienen validación en las noticias nacionales e internacionales de cada día y se confirman con los resultados electorales de países como Colombia y Venezuela, para poner dos ejemplos. Dice él:

Las garantías legales y constitucionales tienen poco valor cuando las mayorías son indiferentes u hostiles a los valores liberales.

La mayoría de los seres humanos se preocupa la mayor parte del tiempo por cosas diferentes a las de ser libre. 

Muchos votarán entusiasmados por un gobierno no liberal que les prometa seguridad contra la violencia y las dificultades, que proteja la manera de vivir a la que están acostumbrados y le niegue libertad a la gente que ellos odian.

La libertad requiere un estado que funcione, con una burocracia competente, un sistema legal que no sea exageradamente corrupto y una cultura política que permita a estas instituciones operar independientemente de los legisladores. Si estas condiciones no se dan los derechos humanos, que en el fondo son ficciones legales creadas y sostenidas por estados bien organizados, se vuelven irrelevantes.

Lejos de ser una condición natural de la humanidad la libertad es de por sí frágil y siempre será un estado de excepción.

Las clases medias han hecho poca resistencia al surgimiento de las dictaduras; con frecuencia ellas se han contado entre los simpatizantes más entusiastas y comprometidos de regímenes autoritarios.

No hay un mecanismo oculto que ligue la modernización con la adopción de valores liberales.

Sin más doy paso al texto que he prometido.

LIBERALISMO: EL LENTE CON QUE OCCIDENTE MIRA EL MUNDO


Interpretación Liberal de la Historia

En Octubre de 1997, en una conferencia de prensa conjunta en Washington, Bill Clinton le dijo al presidente de la China Jiang Zemin que se había quedado en el “lado erróneo de la historia”. En marzo del 2014 Barack Obama mostró la misma certeza sobre el futuro de la humanidad; dijo que el presidente de Rusia Vladimir Putin se había puesto “del lado erróneo de la historia” al anexar la Crimea.

A uno le da la impresión de que pocos líderes mundiales saben o tienen interés en el mundo que existía antes de que ellos empezaran a hacer política. Les preocupa el presente, el pasado reciente y el futuro cercano como ellos lo imaginan. Cuando Clinton y Obama decían que los regímenes chino y ruso no tenían futuro pensaban en los eventos del último cuarto de siglo, la caída del Muro de Berlín en el otoño de 1989 en particular. Para ellos el colapso del comunismo había sido una victoria de valores -libertad, democracia, derechos humanos- de acogida universal y cuyo avance es imparable; no les pasaba por la cabeza que estuvieran invocando una filosofía o una teoría sujetas a discusión. Verbalizaban reflejos intelectuales y presunciones que formaban parte del sentido común de la época y que para ellos nunca estuvieron en duda.

Hay un consenso que en su sentido más amplio refleja una interpretación liberal de la historia. Los partidos mayoritarios y amplios sectores de opinión de Occidente mantienen la creencia de que tiranía e imperio son reliquias del pasado, que el nacionalismo étnico está desapareciendo y que el auge de la religión militante es una aberración temporal. La fe en el progreso inevitable de la historia no es parte necesaria de estas creencias. Se puede aceptar el papel de las decisiones humanas y reconocer la posibilidad de un retroceso. Pero todos aquellos cuyo modo de pensar está moldeado por esta convicción insisten en que, a largo plazo, no hay más alternativa viable que la de un mundo unido por los mismos valores. Es un punto de vista que ha dado cuerpo a planes grandiosos para cambiar gobiernos y que en este momento condiciona la política con respecto a Rusia. El resultado práctico ha sido una forma de democracia evangélica y su legado primario una camada de estados fallidos.

Ideas Liberales, Unión Soviética y Federación Rusa

La propagación de los valores liberales poco tuvo que ver con el colapso de la Unión Soviética. La URSS y su imperio fueron destruidos ante todo por el nacionalismo y la religión. A la Guerra Fría le puso fin una combinación de circunstancias: la derrota militar a manos de yijadistas afganos armados por Occidente y el efecto desmoralizador que tuvo, la pérdida de control en Polonia por la acción coordinada de la iglesia y el movimiento Solidaridad, las rebeliones nacionales en los estados bálticos, la desestabilización producida por las reformas de Mijaíl Gorbachov y los retos creados por el programa Guerra de las Estrellas de proyectiles de defensa de Ronald Reagan. La idea de que la caída del comunismo fue una victoria decisiva de las ideas y valores de Occidente –“el fin de la historia”- es contraria a la verdad.

La Guerra Fría fue un enfrentamiento de dos doctrinas occidentales: liberalismo y comunismo. La Unión Soviética fue, de principio a fin, un régimen occidentalizante empeñado en sacar a Rusia de su pasado euroasiático y ortodoxo. El colapso del comunismo fue la derrota de ese proyecto. Del régimen soviético quedó un complejo militar-industrial inservible, devastación del medio ambiente y millones de vidas destruidas. Encima, la Rusia post-comunista sufrió los efectos de otra ideología occidental: la “terapia de choque” neoliberal que le fue impuesta a principios de los noventa y que produjo una depresión catastrófica, una caída dramática en la expectativa de vida y el capitalismo mafioso de la era de Boris Yeltsin. Dado este panorama estaban pensando con las ganas los que creían que Rusia se haría más occidental. En lugar de eso, el país ha retrocedido políticamente hacia su ambigua posición histórica entre Europa y Asia.

El ascenso de Putin, quien en algunos aspectos ha construido un estado moderno en extremo, ha sido descrito como un regreso a las tradiciones zaristas de gobierno autoritario. Tiene de base una versión restaurada de la agencia de seguridad KGB, una institución de carácter soviético por excelencia que Putin usa para coordinar políticas en diferentes áreas. Rusia es económicamente débil y lo será más todavía; su modelo económico basado en la explotación de recursos naturales y dependiente de precios altos de petróleo no es sostenible.

Es muy posible que Putin esté actuando bajo la impresión de que tiene muy poco tiempo para evitar una caída dramática en la posición internacional de Rusia. Ha desarrollado un tipo de guerra híbrido, a veces llamado no linear, que combina desinformación, diplomacia de engaños y amenazas de intervención armada, como lo hizo recientemente con la anexión de la Crimea y la desestabilización del gobierno en Kiev.

La Crisis Ruso-Ucraniana y Las Ideas Liberales

La salida de Ucrania de la órbita rusa representaba una amenaza existencial para Putin. Había gastado los últimos seis años modernizando sus fuerzas armadas mientras Occidente adelantaba un proceso de desarme. Su estrategia ha consistido en estabilizar el capitalismo mafioso ruso a través de un proceso de semi-nacionalizaciones y límites a las ambiciones de los oligarcas a quienes al mismo tiempo garantiza la protección del estado. Este sistema de semi-baronías de desbarataría si Occidente llegara a controlar a Ucrania pues los oligarcas podrían buscar a alguien que garantice mejor sus intereses. A Putin le era imposible ignorar el avance de Occidente en Ucrania. Calculó que Occidente no la defendería y escaló la guerra hasta un punto en el que neutralizó el peligro y generó un conflicto insoluble que de hecho ha dividido el país e impide el desarrollo de vínculos permanentes con Occidente.

Una de las razones por las cuales Occidente descuidó la realidad estratégica de Ucrania fue la crisis financiera que disminuyó los recursos financieros y humanos destinados a defensa y seguridad. Pero la falla principal de Occidente fue en términos de conocimiento. De acuerdo con el consenso liberal vigente la Rusia de Putin -un  despotismo supermoderno y muy popular- no debería existir. El país continúa siendo incontrolablemente corrupto, hay una persecución permanente de homosexuales y minorías religiosas y los que le hacen oposición al régimen sufren una represión que pone en peligro sus vidas. Al mismo tiempo Putin goza de una legitimidad mayor que la de cualquier otro gobernante desde la Revolución porque logra mantener la apariencia de normalidad interna y de poder en sus tratos con Occidente; ningún líder de Occidente logra los niveles de respaldo electoral que él mantiene.

Hablar de una nueva Guerra Fría muestra la falta de realismo del pensamiento occidental. Si Putin quisiera desatar una campaña de guerra no linear en los estados bálticos sería muy poco lo que Occidente podría hacer. Las divisiones de la OTAN no estarían en posición de bloquear la toma de oficinas locales de gobierno o de correo por las minorías rusas movilizadas por su país de origen, tampoco podrían controlar las fuerzas clandestinas que estarían detrás de esas protestas. La capacidad de reacción de la OTAN se ha visto debilitada por cortes sostenidos en el presupuesto de defensa. Pero esto no tiene nada que se parezca a la Guerra Fría. Putin no promueve una ideología universal o un modelo de sociedad. Al reafirmar las exigencias de la geopolítica, la etnicidad y el imperio Putin hace algo impensable para el consenso liberal que todavía no acepta la posibilidad de que tendrá que vivir indefinidamente con una Rusia autoritaria.

Democracia, Liberalismo y Tiranía de Mayorías

La democracia puede ser un instrumento de tiranía como bien lo entendieron generaciones pasadas de pensadores liberales. Desde Benjamín Constant, Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill hasta Isaiah Berlin hubo un reconocimiento de que la democracia no necesariamente protege las libertades individuales. El peligro más grande que anticipaban estos liberales no era el de que hubiera un retroceso en el movimiento histórico hacia la democracia sino el del posible surgimiento de una democracia de tipo no liberal. Este era un desarrollo que ellos preveían en la teoría de la voluntad general de Jean-Jacques Rousseau. 

Las garantías legales y constitucionales tienen poco valor cuando las mayorías son indiferentes u hostiles a los valores liberales. La libertad va a estar más amenazada en el futuro que lo estuvo en el pasado porque los regímenes democráticos pueden reclamar una legitimidad de la que carecen otras formas de gobierno. La mayoría de los seres humanos se preocupa la mayor parte del tiempo por cosas diferentes a las de ser libre. Muchos votarán entusiasmados por un gobierno no liberal que les prometa seguridad contra la violencia y las dificultades, que proteja la manera de vivir a la que están acostumbrados y le niegue libertad a la gente que ellos odian.

Estas ideas pertenecen hoy en día al universo de pensamientos prohibidos. Cuando la democracia es de hecho fuente de opresión los liberales insisten en que la democracia no está operando adecuadamente, que si hubiera una genuina participación popular las mayorías no oprimirían a las minorías. Disputar esta opinión es una pérdida de tiempo porque se basa en un artículo de fe, en la convicción de que la libertad es una condición humana natural que la tiranía destruye. Sin embargo, la mera ausencia de tiranía puede dar lugar a un estado de anarquía. La libertad requiere un estado que funcione, con una burocracia competente, un sistema legal que no sea exageradamente corrupto y una cultura política que permita a estas instituciones operar independientemente de los legisladores.

Si estas condiciones no se dan los derechos humanos, que en el fondo son ficciones legales creadas y sostenidas por estados bien organizados, se vuelven irrelevantes. Esas condiciones no existen en la mayor parte del mundo hoy en día y por mucho tiempo no van a existir en muchos países. Además, donde existen pueden ponerse en peligro fácilmente. Lejos de ser una condición natural de la humanidad la libertad es de por sí frágil y siempre será un estado de excepción.

Clase Media y Liberalismo

Esta situación es intolerable para los liberales de todos los países que responden con una letanía sostenida en centros de estudios y universidades de Occidente: una clase media global en crecimiento asegura el futuro de la libertad. Se presume que por medio de un proceso oculto la modernización económica va a promover valores liberales. Sin embargo, esta esperanza tiene pocas bases históricas. Las clases medias han hecho poca resistencia al surgimiento de las dictaduras; con frecuencia, como sucedió en Europa entre las dos guerras mundiales, ellas se han contado entre los simpatizantes más entusiastas y comprometidos de regímenes autoritarios. Ellas respaldan a Putin en Rusia y le dan fuerza a movimientos como el Frente Nacional de Francia. Igual que la teoría de la historia de Marx, la idea de que la clase media salvará los valores liberales es una teleología secular, es el residuo racionalista de la fe religiosa en la Providencia.

Primavera Árabe y Liberalismo

Con frecuencia la visión liberal del mundo recibe sorpresas desagradables. Cuando los simpatizantes occidentales de la Primavera Árabe la comparaban con las revoluciones europeas de 1848 olvidaban que para 1850 la Primavera de las Naciones había sido reemplazada por el invierno de la reacción. La democracia solo llegó a Europa Oriental siglo y medio más tarde, al final de un ciclo de dictaduras, dos guerras mundiales y una convulsión geopolítica en la antigua Unión Soviética. Pero está lejos de ser autoevidente que el Medio Oriente vaya a repetir la experiencia europea aun a largo plazo. Los que estaban convencidos de que la democracia liberal echaría raíces en el Medio Oriente ignoraban el hecho de que todos los regímenes seculares de la región eran dictaduras. Los dictadores que caen son reemplazados por versiones islámicas de democracia no liberal o por estados fallidos.

Esto puede ser en parte resultado del colonialismo. La mayoría de los estados en la región son creación de un poder imperial y muchos carecen de culturas nacionales que les den unidad. El estado-nación mismo es una imposición artificial y hasta el momento solo los curdos han demostrado la coherencia interna que se necesita para formar un estado de estilo europeo. La política occidental ha tenido por objeto mantener las funciones estatales en Siria e Irak pero todo parece sugerir que estos dos países están en camino de convertirse en territorios gobernados por alianzas inestables de grupos religiosos y clanes. Los países que fueron creados durante la Primera Guerra Mundial por diplomáticos europeos -como François Georges-Picot y Mark Sykes- pertenecen a un arreglo postcolonial que está desapareciendo rápidamente de la memoria.  Cuando el Estado Islámico puso en circulación un video celebrando el desaparecimiento de la línea Sykes–Picot entre Siria e Irak puso en evidencia que entiende algo que Occidente no ha podido entender.

Irónicamente ha sido Occidente al crear el estado fallido de Irak y respaldar los rebeldes yijadistas contra Assad en Siria el que ha hecho posible el rápido crecimiento del Estado Islámico. Pero Occidente tiene poca comprensión del monstruo que ayudó a crear.  Casi invariablemente el Estado Islámico es visto como algo medieval y es comparado con los Asesinos, el grupo islámico radical de esa época. Ciertamente el Estado Islámico ha sido moldeado por el wahabismo, un movimiento fundamentalista sunita del siglo XVIII que jugó un papel formativo en el desarrollo del reino saudita. Igual que Rusia bajo Putin el Estado Islámico es extremadamente moderno. Cuando hizo público un video de la decapitación del periodista estadounidense James Foley, con un narrador de acento británico, el Estado Islámico mostró que su influencia alcanza más allá de su campo de batalla inmediato. De manera similar a los bolcheviques de Rusia, los jacobinos en Francia o los Khmer Rouge en Camboya –y distanciándose de los Asesinos- el Estado Islámico practica el terror metódico como parte de su proyecto de crear un nuevo tipo de estado. Igual que los regímenes establecidos por aquellos revolucionarios modernos, el Estado Islámico tiene como base la fe en una doctrina religiosa no en la nacionalidad. Sus ambiciones, en ese sentido, pueden considerarse globales.

El consenso dominante puede encontrar difícil entender el uso persistente de la violencia al servicio de la fe por parte del Estado islámico. La base de la interpretación liberal de la historia es la noción de que si la gente tiene la oportunidad de modernizarse va a optar por la paz, la libertad y la prosperidad. Pero no hay un mecanismo oculto que ligue la modernización con la adopción de valores liberales. Por el contrario, han sido movimientos modernos que han escogido la muerte y la destrucción los que han reconfigurado el mundo una y otra vez. En el curso del siglo XX muchos de esos movimientos fueron inspirados por ideologías seculares como el nazismo y el comunismo. El proceso continúa hoy con el Estado Islámico inspirado en la religión.

China y la Ideología Liberal

El surgimiento de la China como una gran potencia representa un reto mayor para el consenso occidental que la misma Rusia. En el curso de una generación la China ha logrado la expansión económica más duradera en la historia; esto le permitió sostener una colosal expansión de crédito durante la crisis financiera. Hay algo de verdad en la afirmación de que el Partido Comunista Chino salvó el capitalismo occidental. Voceros de la visión liberal predicen que el modelo chino de desarrollo está llegando a su final; dicen que necesita un cambio de dirección hacia el consumo doméstico y una expansión simultánea de libertades políticas si se quiere evitar el descontento popular y que uno o dos años de bajo crecimiento serían suficientes para desestabilizar seriamente el régimen. 

Pero las predicciones del consenso están equivocadas. Aunque algunos miembros de las elites chinas continúan invirtiendo en propiedades en Occidente como un seguro contra desórdenes políticos no hay signo de que los gobernantes del país estén renunciando a sus aspiraciones dinásticas. Por el momento las protestas locales dan paso a soluciones de compromiso pero si los disturbios se generalizan y se vuelven más amenazantes las probabilidades de represión son mayores que las de capitulación. Tampoco va a haber una evolución hacia una economía de mercado de estilo occidental. El capitalismo estatal de la China está al servicio de metas a largo plazo que intentan restaurar el nivel de influencia que, en opinión de los gobernantes, el país y su civilización merecen. Aún si llegara a ocurrir un cambio de régimen no hay razón para pensar que los nuevos gobernantes de la China vayan a aspirar a algo diferente.

Estados Unidos: Gran Potencia

Nuestro mundo, como el de fines del siglo XIX, está hecho de potencias grandes y medianas que compiten por influencia y recursos. Este no es el mundo postmoderno que algunos se hacían la ilusión de ver realizado en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Se acerca más al mundo de finales de la Guerra de los Treinta Años que se consolidó con el Tratado de Westfalia de 1648, un mundo en el que estados soberanos defienden sus propios intereses y, en algunos casos, sus aspiraciones imperiales. Para sus rivales –China, India, Alemania y Japón- los Estados Unidos ya no se perfilan como una superpotencia. Tienen la peor infraestructura pública del mundo desarrollado, una clase media cada vez más reducida, una proporción de la población mayor que la de cualquier otro país en la cárcel y un gobierno paralizado por el poder de compañías privadas, de manera que el país y su sistema político ya no se consideran un modelo a seguir en el resto del mundo. 

Sin embargo, en algunos aspectos los Estados Unidos son los mejor posicionados entre las grandes potencias. Al contrario de la China su sistema político no necesita rápido crecimiento económico para mantener legitimidad popular. La mitología nacionalista del excepcionalismo estadounidense es una poderosa fuerza de cohesión. Durante el gobierno de Obama, igual que otras veces en el pasado, este tipo de nacionalismo ha promovido una posición parcialmente aislacionista. Los votantes, exhaustos después de años de guerras empobrecedoras, son renuentes a arriesgarse en más compromisos costosos. La resistencia de los estadounidenses a las aventuras militares ha sido fortalecida por lo que ha sucedido con el mercado de energía. La opinión de los expertos está dividida con respecto a la viabilidad a largo plazo de la revolución del petróleo y el gas de esquisto, pero si los Estados Unidos vuelven a ser mayores exportadores de petróleo el impacto podría ser profundo. Países como Arabia Saudita y Rusia, que necesitan precios altos del petróleo para mantener sus sistemas políticos, enfrentarían una crisis. Hay poca razón, sin embargo, para esperar que estos países evolucionen en una dirección democrática. El empobrecimiento masivo probablemente generaría un tipo de autoritarismo más violento o, en el caso de la Arabia Saudita, un colapso del estado que dejaría como beneficiarias a varias versiones rivales de islamismo radical.

Futuro de Occidente y del Liberalismo

La historia es una sucesión de ciclos y contingencias que, en general, carece de dirección. Pero si se pudiera detectar una tendencia en este momento ella sería difícilmente favorable a Occidente.

De vez en cuando parecen surgir tendencias en la dirección contraria, como en la Ucrania y en Túnez, donde los partidos pro-occidentales obtuvieron en las elecciones recientes mejores resultados que los esperados. Pero la Ucrania es un estado en bancarrota que Occidente no está en capacidad de refinanciar y Túnez sigue profundamente dividido.

En general, Occidente sigue perdiendo poder y autoridad. En cierto sentido ese es el curso normal de la historia: la preeminencia de Occidente de los últimos siglos nunca iba a ser permanente. Pero el declive de Occidente ha sido también acelerado por intentos repetidos de exportar sus instituciones. Como lo argumenta la historiadora estadounidense Bárbara Tuchman en La marcha de la locura, su importante libro de 1984, muchas de las catástrofes de la historia han  ocurrido por políticas inspiradas en la soberbia, que desde el principio se han debido reconocer como irrealizables o autodestructivas. Mucho de lo que Occidente ha hecho en el último cuarto de siglo puede describirse así.

En cualquier futuro posible habrá muchos tipos de regímenes. Tiranías y anarquía serán tan comunes como democracias liberales y no liberales. El nacionalismo étnico continuará siendo una fuerza persistente mientras que en algunos países lealtades y odios de clan se volverán políticamente más importantes que la nacionalidad. Las rivalidades geopolíticas se intensificarán, la guerra seguirá mutando en formas nuevas e hibridas y el imperio se renovará en otras formas. La religión será una fuerza decisiva en la formación y destrucción de estados. Habrá muchas culturas y maneras de vivir, en cambio permanente e influyéndose mutuamente pero sin mezclarse y formar una civilización universal. Este será el mundo en el que de alguna manera tendrán que sobrevivir valores como la libertad y la tolerancia. Defenderse de ese mundo requiere una manera de pensar realista que la mente liberal de hoy en día es incapaz de asimilar; pero este liberalismo da a sus creyentes algo que el realismo no les ofrece: una historia, un mito, que le da inspiración a la idea de que el futuro de la humanidad es moldeable. Sin embargo, Occidente enfrenta un mundo cada vez más desordenado en el cual el mayor peligro le viene de la fe infundada en que la historia está de su parte.

Original bajo el título Under Western Eyes publicado en Harper’s Magazine, edición de enero del 2015

Traducción, adaptación y subtítulos de Luis Mejía
31 de marzo del 2015
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

1 comment:

  1. Me parece muy acertado en los trazos generales. Al mismo tiempo es arriesgado, por lo que vaticinar es mas impreciso que leer el pasado. La idea de que los estadounidenses no tienen estomago para otra guerra tan pronto es un ejemplo. La nueva guerra contra ISIS se va materializando incrementalmente hasta que casi sin notarlo abarca 'center stage' como en su momento lo fue Iraq, luego Afganistan, etc.

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