Extracto del
libro El futuro de la iglesia católica y
el papa Francisco de Garry Wills
¿Una institución estática?
El papa
Francisco despierta entusiasmo en algunos católicos y temor en otros, y por la
misma razón en ambos: la perspectiva de cambio. La iglesia católica es la
institución más antigua de la civilización occidental. Uno de los secretos de
su larga vida es sin duda su capacidad de evadir y sobrevivir las rupturas y
faltas de continuidad de los últimos veinte siglos. Desde este punto de vista
una iglesia que cambia no es la iglesia católica. Inmutabilidad debe ser parte
de su ADN.
Conviene saber muy poca historia para mantener
este punto de vista. Si uno parte del principio de que la iglesia fue siempre
lo que es ahora todo lo que tiene que hacer es extrapolar hacia el pasado lo
que vemos ahora.
Tenemos sacerdotes, en consecuencia siempre los tuvimos -aunque ellos no figuran en los Evangelios-. Tenemos papas, en consecuencia siempre los tuvimos también -y probablemente estuvieron escondidos por varios siglos-. Tenemos transubstanciación -y no tuvimos que esperar hasta el siglo XIII para que se nos dijera en qué consistía-. La belleza de la iglesia es su constitución marmórea. Los cambios hubieran sido su condena a muerte.
Tenemos sacerdotes, en consecuencia siempre los tuvimos -aunque ellos no figuran en los Evangelios-. Tenemos papas, en consecuencia siempre los tuvimos también -y probablemente estuvieron escondidos por varios siglos-. Tenemos transubstanciación -y no tuvimos que esperar hasta el siglo XIII para que se nos dijera en qué consistía-. La belleza de la iglesia es su constitución marmórea. Los cambios hubieran sido su condena a muerte.
¿Una institución
cambiante?
Desde muy temprano yo adquirí una visión
distinta de la iglesia. El hombre eterno
de G. K. Chesterton fue publicado nueve años antes de que yo naciera; me gasté
dieciséis más para tenerlo en mis manos; cuando finalmente sucedió me intrigó
un capítulo titulado Las cinco veces en
que murió la fe. Para Chesterton la
historia de la supervivencia de la iglesia por tanto tiempo no es la de una
certeza formada al principio y nunca modificada. Era una historia de escapes de
última hora, cuando la iglesia estaba muriendo de vejez o inanición o por
causas externas. La hubiera podido matar la corrupción, el imperio romano, el
renacimiento, Galileo o Darwin o Freud. “La cristiandad ha muerto muchas veces
y ha resucitado porque tiene un dios que conoce la salida del sepulcro”.
Esto sucedió así no porque la iglesia se
limitara a rechazar el cambio. De hecho, cambiaba con el tiempo: se volvió
romana durante el imperio romano, desprendiéndose de sus raíces en el medio
oriente y adoptando la estructura latina, se volvió una supermonarquía en la
edad de los monarcas, se volvió superascética en la época del desprecio estoico
del cuerpo, se volvió misógina durante periodos de patriarcado, se volvió
antisemita cuando el mundo se fue contra los judíos. Una época tras otra moría
de vejez pero la iglesia seguía adelante.
En lugar de leer la historia en reversa, desde
la forma actual de la iglesia hacia una inmutabilidad ficticia en el pasado, aprendí
de Chesterton a leerla hacia adelante, partiendo de las primeras evidencias e
identificando los hábitos que debió vestir para sobrevivir. Esta es una
historia no solo más interesante sino también más atractiva pues incluye
escapes imposibles y virajes inesperados.
Jerarquía vs pueblo de
dios
Más que enemigo del catolicismo el cambio es su
manera de respirar, de inhalar y exhalar. Mucho antes del papa Francisco el
Segundo Concilio Vaticano, en los años sesenta, descubrió que en los primeros
tiempos de la iglesia la “iglesia” no significaba lo que sus defensores decían
que debía significar y que estaba
implícito en expresiones de uso frecuente como “la iglesia enseña” o “uno debe
obedecer a la iglesia”. Para algunos la “iglesia” es el Vaticano, el papado, el
magisterio, la autoridad magisterial
de la iglesia. Pero esta concepción no existía antes. Había otro significado de
“iglesia” más antiguo, más amplio y mejor documentado en las fuentes. El
Vaticano II volvió a él cuando proclamó que la iglesia es “el pueblo de dios”
que incluye a todos los que creen en Jesús, lo siguen y lo aman.
Este pueblo se organizó primero bajo la
inspiración del espíritu que recibió en Pentecostés. Escogió sus jefes, puso a
prueba la autoridad, rechazó los intentos de autoridades externas de imponerla
desde afuera. Tuvo varios líderes que competían entre sí: Santiago en
Jerusalén, Pedro en Antioquía, Pablo en Corinto. Sus concilios tomaban
decisiones doctrinales por medio de representantes (los obispos) que eran, a su
turno, elegidos por el pueblo. En el siglo XIX el magisterio estaba tan lejos de entender la iglesia de esta manera
que el teólogo John Henry Newman fue silenciado por decir que los laicos tenían
alguna participación en el desarrollo
doctrinal y que la iglesia podría hacer algún
cambio (bajo el nombre de “desarrollo”).
En defensa del cambio
Apegarse a una manera de hacer las cosas
paraliza el espíritu creativo. El papa Francisco describe así esta situación:
Cuando los cristianos nos encerramos en nuestros
grupos, nuestros movimientos, nuestras parroquias, nuestros pequeños mundos,
nos quedamos encerrados; nos pasa lo mismo que le pasa a cualquier cosa que se
encierra. Cuando un cuarto se cierra comienza a oler a húmedo. Si una persona
se encierra en ese cuarto se enferma.
Decir que el cambio ha hecho que la iglesia se
mueva no quiere decir que el cambio es siempre un proceso fácil. Y no
debiéramos esperar que se origine en un solo hombre, aunque sea papa. El papado
no tiene una función profética. La gente
puede estar poniendo demasiada esperanza en el nombre que escogió para sí el
cardenal Bergoglio. Ningún otro papa lo había usado y probablemente con sobrada
razón. Francisco de Asis no era un buen administrador; los profetas nunca lo
son. La orden religiosa que él fundó echó a andar en muchas direcciones, se
dividió, hubo peleas, aunque su ejemplo inspiró y refrescó a la iglesia entera
de una manera amplia y duradera.
Los límites del cambio
Aunque el papa Francisco ha cambiado muchas
cosas del estilo y presentación del papado, los conservadores se confían en que
no ha cambiado el dogma y los liberales lo critican porque sus cambios de
estilo han dejado intactas muchas cosas que ellos no aprueban. Por ejemplo, él
ha canonizado a una figura tan autoritaria como Juan Pablo II y ha conservado
la Congregación para la Doctrina de la Fe, el instrumento favorito de Benedicto
XVI para imponer disciplina. Pero Francisco tiene algo que ningún otro papa
tuvo que manejar: un predecesor que no solo está vivo sino que vive al lado
suyo.
El papa ha dicho que para ser verdaderamente
cristiano uno tiene que ser revolucionario como lo fue Jesús. “En nuestros días
los cristianos no son cristianos si no son revolucionarios”. Pero la persona
que manda no puede rebelarse contra sí misma. El cargo que desempeña el papa le
exige que proteja la continuidad y minimice las perturbaciones. Francisco puede
renunciar a las costumbres más ostentosas del papado pero no puede destruir las
bases del trono sobre el que se sienta. Los profetas levitan, los papas solo de
vez en cuando. Francisco no puede retirar la escalera por la que subió.
El reto del cambio: Prioridades
y acción colectiva
Aunque la reforma de la iglesia es un asunto que
Francisco no puede evadir, él mismo dice que la energía del Evangelio para
hacer reformas debe mirar hacia afuera, hacia las otras tareas –remediar el
sufrimiento de los pobres, de los inmigrantes, de las victimas sexuales de todo
tipo- cuyo descuido ha debilitado el poder de la iglesia para cumplir la misión
que recibió de Jesús. Las reformas que parecen inalcanzables suceden casi por
accidente cuando se genera esa energía y se dedica a esa misión. Como papa ha
hecho un énfasis constante en acercarse a la periferia, al margen, a la
frontera, así como en su deseo de que los católicos trabajen en compañía con
otras iglesias cristianas. Aunque a primera vista parece que solo está
asumiendo más tareas, más misiones externas que deben completarse al mismo
tiempo que las reformas internas, su idea es que todos esos esfuerzos se
facilitarán si la iglesia tiene claras sus prioridades.
Es una tarea inmensa. Si no es profeta tendrá
que ser acróbata. Tiene muchas tareas que nadie puede completar solo. Por eso
pide que lo respalden y recen por él. Estas son tareas que tienen que ser
realizadas por la iglesia entera; son tareas para el pueblo de dios. Ha hecho
de la iglesia como pueblo de dios una idea guía de sus declaraciones. Un papa
que cree en esa iglesia no tratará de cambiarla por sí solo. Y esa será la
mejor manera de cambiarla.
Tomado de
Harper’s Magazine, edición de marzo del 2015
Traducción y
subtítulos de Luis Mejía
1º de marzo del
2015
Publicado en
blogluismejia.blogspot.com
No comments:
Post a Comment