Tercera
Parte: Crítica de la Conferencia y Barreras No Discutidas a la Ejecución de la
Ley de Víctimas
Los panelistas estuvieron
de acuerdo en que la ley de víctimas es una buena ley, no una ley ideal o
perfecta. Igualmente estuvieron de acuerdo en que la ley encuentra serios
obstáculos y mucha oposición con respecto a su ejecución. La mayoría de ellos
consideró que la ley –y el respaldo institucional que tiene en este momento- es
el punto de partida pero no una condición suficiente para adelantar un proceso
de paz sólido y duradero en las áreas rurales del país.
Hubo, sin embargo, y como
era de esperar, temas que no fueron tocados o cuyo análisis quedó incompleto.
Quizá el tiempo reservado para este evento fue insuficiente para permitir a
todos los panelistas hacer sus presentaciones y comentarios tan razonadamente
como hubieran querido y no dio oportunidad a que la participación del público
abriera un debate más amplio y profundizara en algunos temas. Solo hubo un
período de preguntas y respuestas al final de la primera parte y es apenas
justo reconocer que dos de los asistentes que recibieron la palabra malgastaron
su tiempo en extensas peroratas erráticas, emocionales, ricas en referencias
narcisistas, que obligaron a los panelistas a ser muy creativos en la invención
de preguntas que querían responder y a fe que lo lograron como se echa de ver
en mi transcripción. No hubo tiempo para preguntas del público al final de la
segunda parte.
A mi manera de ver hubo cuatro
temas que han debido recibir más atención de los panelistas pues constituyen
obstáculos serios para que la ley de víctimas cumpla sus objetivos:1) las metas específicas de restitución de
tierras y reparación de víctimas, 2) los costos de este proceso, 3) la voluntad
de las elites económicas del país para aceptar un nuevo paradigma de propiedad
rural y relaciones con la mano de obra campesina y 4) la actitud de la
población urbana sobre la violencia que afecta a la población rural.
1) Ausencia de metas específicas. La ley de víctimas como la ha presentado el gobierno colombiano es una
política de estado y una estrategia de paz que afecta bastas extensiones de
territorio, varios millones de personas, grupos opositores en armas y tiempo
limitado para poner a andar los mecanismos de aplicación. Hablando de una
manera realista, el gobierno solo tiene dos años (los que quedan antes de las
próximas elecciones presidenciales) para convertir sus planes en un hecho
irreversible. Lo que parece faltarle al gobierno, o al menos lo que no nos
informaron sus voceros en esta conferencia, es un plan de acción concreto, algo
que diga: en los próximos dos años vamos a restituir tal número de hectáreas
despojadas, a tener tal número de campesinos desalojados viviendo en el campo,
a tener tal número de oficinas de extensión agraria, escuelas y clínicas
populares en las áreas de reinserción, a tener tal número de soldados y
policías protegiendo a los que ejercieron el derecho al retorno, a tener tal
número de inspectores y auditores independientes controlando la titulación de
tierras, el respeto a los derechos de las víctimas y la prestación de servicios
por parte de los funcionarios encargados de ello. Extensiones muy grandes del
campo colombiano viven una realidad de latifundismo, agroindustria y
persecución de campesinos creada por la violencia de los últimos 30 años; la
ley de víctimas quiere substituir esa realidad con otra de restauración de
derechos a los antiguos ocupantes de la tierra. Esta es una tarea inmensa. Pero
no es suficiente con que las agencias encargadas de la ejecución simplemente
hagan lo que puedan en la situación que se les presente cada día.
2) Costo del proceso.
Críticos de la ley de víctimas han enderezado sus baterías a la carga
financiera asumida por el estado para hacerla efectiva. Ellos, por supuesto,
aprovechan una distorsión de perspectiva en el tiempo para darle peso a sus
argumentos. Es como si asumieran que los millones de desplazados van a retornar
al campo, que las agencias encargadas de la limpieza de títulos de propiedad
van a procesar todos los predios del despojo, que los servicios de apoyo a los
campesinos que han regresado a sus tierras van a estar funcionando en todo el
territorio afectado por la violencia, que las comunidades destruidas por la
violencia van a reconstituirse de inmediato y simultáneamente. Es una confusión
a la que contribuye el gobierno con su falta de planes de acción y metas
concretas.
A falta de una revolución
integral, los efectos de una violencia vivida durante 30 años se pueden
reversar gradual y progresivamente. Muy probablemente, además, de una manera
incompleta. El costo de hacerlo se va a repartir sobre un periodo de varios
años.
La prioridad en este
momento debería ser la de diseñar un proyecto que defina qué extensión de
tierra, cuántos desplazados y qué volumen de servicios de apoyo se propone el
gobierno cubrir en los próximos dos años y cuánto personal técnico y
administrativo será necesario para lograr estos resultados. Una vez hecho esto
podremos calcular el costo inicial, proyectar el costo a mediano y largo plazo
y evaluar la viabilidad financiera del proyecto. A falta de un proyecto así
definido estamos haciendo conjeturas de cuya validez solo estaremos seguros, si
alguna tienen, dentro de mucho tiempo.
3) Voluntad política de las elites. En la iniciativa de paz de la administración
Uribe resaltan dos estrategias básicas: la intensificación de la guerra contra
las guerrillas y la asimilación de los paramilitares en la vida económica y
política del país dejando intacto el statu quo demográfico y económico creado
por ellos en el campo. Aunque inicialmente el gobierno había anticipado la
derrota militar de las guerrillas en el curso de cuatro años, el hecho es que
durante ocho de guerra sostenida se logró su repliegue a las montañas donde
tenían refugio histórico pero no fueron derrotadas. La supervivencia de las
guerrillas por el doble del tiempo –y un poco más- anticipado por el gobierno
de Uribe ha debido poner en duda la validez de los presupuestos, presunciones y
argumentos ideológicos que justificaban la estrategia oficial. Un manejo hábil
de los medios por parte del gobierno ayudado por un manejo torpe de las realidades políticas por parte de las
guerrillas impidieron que la opinión
pública llegara a las conclusiones correctas y la solución militar todavía
tiene muchos simpatizantes.
La estrategia de paz con
los paramilitares, por su parte, quedó plasmada en la mal llamada ley de
justicia y paz que les garantizaba impunidad con respecto a los actos
delictivos e inmunidad frente en la posesión de las tierras arrebatadas a otros;
a cambio de esto se les pedía comedidamente que depusieran las armas e hicieran
confesiones simbólicas de delitos irrelevantes. Aunque la ley no lo dijera, su
protección se extendía implícitamente a las elites económicas y políticas que
habían sido cómplices de los paramilitares o se habían beneficiado de sus
actividades. El propósito de la ley, sin embargo, se frustró porque el gobierno
no había logrado un acuerdo entre los distintos sectores de las elites
nacionales.
Disensiones dentro de las
elites hicieron posible que los magistrados de la corte constitucional y de la
corte suprema introdujeran limitaciones a la impunidad e inmunidad ofrecidas en
la iniciativa gubernamental. Estas mismas disensiones permitieron que los
sectores liberales (que uno quisiera considerar progresistas y demócratas) de
las elites impulsaran y aprobaran la ley de víctimas con el propósito de
debilitar los sectores conservadores beneficiarios de la ley de justicia y paz.
El reto de las elites
nacionales en este momento es desarrollar un compromiso con respecto a las negociaciones
con la guerrilla y al manejo de las secuelas demográficas, económicas y
políticas de la violencia rural que armonice con las ideas de de desarrollo y
progreso de los sectores más fuertes de las mismas, sea aceptable para el resto
y tenga el respaldo de la opinión pública popular. Si este compromiso no se
logra, la ejecución de la ley de víctimas encontrará barreras infranqueables y
lo que en este momento son actos de intimidación y asesinatos selectivos en el
campo dará paso a un nuevo ciclo de violencia organizada y desplazamiento
masivo de población rural.
4) Apatía política e indiferencia humana de las masas. La opinión pública popular en general no
juega un papel activo en este proceso. Históricamente la mayoría de la
población votante ha sido indiferente a los antecedentes éticos y profesionales
de los candidatos para cargos de elección popular y la mayoría de la población
urbana (que es la mayoría de la población en el país) ha sido indiferente a la
violencia sufrida por la población rural. Entre las personas elegidas en el
2011 para cuerpos colegiados, gobernaciones y alcaldías figuran muchas personas
cuyos antecedentes como delincuentes son de público conocimiento y muchas otras
que como parientes o amigos se presentaron en substitución de reos de la
justicia que por ley no podían ser elegidos.
Uno esperaría que cubriéndose en el secreto del voto los ciudadanos del
común hubieran expresado su rechazo a esos candidatos. Pero no sucedió así,
como no ha sucedido en el pasado.
De otra parte, es muy
indicativo de las actitudes de la opinión pública considerar el hecho de que
más de 32 millones de personas viven en áreas urbanas del país y que
VerdadAbierta de la revista Semana, el mayor depósito de información
actualizada y confiable de la violencia rural, solo tiene alrededor de 150.000
visitantes al año (Información de María Teresa Ronderos, directora editorial de
Verdad Abierta, en conferencia dictada en la New School en NYC en 03-05-2012).
La implicación de esta
indiferencia es que deja sin respaldo popular y electoral las políticas
gubernamentales de alivio a las víctimas de la violencia y sin sanción moral (y
electoral) a los victimarios. En esto, por supuesto, las mayorías populares
juegan en las manos de las elites como se echa de ver, por ejemplo, en la
reacción moderada, indiferente por parte del gobierno nacional, sin afrentas ni
propaganda antigobiernista por parte de la oposición, frente al asesinato del
líder sindicalista Daniel Aguirre –al que se refirió el panelista Aldo Civico-
y la reacción masiva, enérgica por parte del gobierno nacional, con serias
acusaciones de negligencia gubernamental por parte de algunos comentaristas
opositores, casi histérica en algunos sectores políticos, frente al atentado
contra la vida de Fernando Londoño. Ambos eventos merecen censura moral y
castigo legal pues son violaciones a derechos fundamentales del ciudadano
colombiano, pero la desproporción entre uno y otro caso indica una distorsión
en las prioridades y valores de los colombianos y sus dirigentes. Por supuesto
que algunos de nosotros condenamos TODA forma de violencia, fuere quien fuera
la víctima, pero somos muy pocos y nos oye muy poca gente de manera que no tenemos
impacto en las prácticas y criterios morales de los colombianos.
Para resumir, es difícil
exagerar la importancia de esta ley. Desde diferentes puntos de vista,
sociológico, político, económico, legal, si se logra ejecutar una mínima parte
de esta ley se establecería una situación irreversible y se le daría momentum a
un proceso de cambio social y político en el país. Corresponde a sociólogos y
politólogos hacer un estimado de este mínimo necesario para crear hechos
permanentes en el campo. La pregunta para ellos es: ¿sería necesario restituir,
por ejemplo, un 20% o 25% de las propiedades rurales a sus antiguos ocupantes o
reintegrar a la economía agrícola un 20% o 25% de la población desalojada para
presentar a las elites beneficiarias y cómplices de la violencia un hecho
cumplido al que ya no le pueden echar reversa?
Si se falla en este empeño estamos condenados a ver impotentes cómo los
colombianos capaces de armarse y matar a sus conciudadanos para proteger y
avanzar sus intereses continuarán haciéndolo impunemente.
Luis Mejía – 19
de mayo de 2012
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
Quiero hacer un comentario sobre Santos. NO voté por él. Voté por Gustavo Petro a quien considero un hombre muy inteligente. Pero cuando escuché su discurso de posesión mi corazón se llenó de esperanza. Lo mismo debió pasarle a muchas personas que no estaban obnubiladas con Uribe. Fueron 8 terribles años de pesadilla!!!.
ReplyDeleteEs cierto que Juan Manuel Santos no ha podido cumplir muchas de sus promesas. Pero si logra llevar a cabo satisfactoriamente su programa de restitución de tierras, pasará a la historia como uno de los mejores, o talvez el mejor presidente de Colombia. Al Ministro de Agricultura le hicieron un debate en el Congreso y yo me quito el sombrero. Son muchas las minucias, muchos los detalles, muchas las diligencias burocráticas, muchas las leyes y leguleyadas que tienen que superar para entregar un predio en debida forma, para que después, muchas veces, los beneficiarios tengan que pagar con sus vidas la osadía de reclamar sus derechos. No me extiendo en este punto. Lo cierto es que hay avances. También está atendiendo debidamente otros programas. Además, conservo la esperanza de que lleve a cabo un proceso de paz.
Es evidente que el principal problema de Santos es Uribe. Voy a tomar en préstamo una frase que alguien dijo esta semana: La explicación es simple: Santos no tuvo un Santos de Ministro de Defensa y Uribe no tuvo un Uribe como ex-presidente.
Se habla de que la percepción casi general sobre la seguridad, sobre la economía, sobre la seguridad social, sobre la educación y sobre otros temas es mala o pésima. En suma, que la percepción de la mayoría de los colombianos es que Santos no está cumpliendo las promesas de campaña y que el país va mal.
Yo pienso que no puede ser igual la percepción de una persona informada que la de una persona medianamente informada o mal informada. Y estoy segura que un porcentaje muy alto de colombianos no posee más información que la de un noticiero en la noche y un vistazo a "El Tiempo" los domingos. Diferente tiene que ser la percepción de las personas medianamente informadas como yo o bien informadas como usted.
Por eso no soy pesimista con Santos. Me encanta su talante conciliador, su capacidad de tolerancia, pero sobre todo, confío en su sinceridad cuando dijo que si sólo llega a cumplir con su plan de restitución de tierras valdrá la pena haber sido presidente. Yo creo que a pesar de todos los escollos hará esto y mucho más.