Traductor
destruye obra literaria
Cuando era estudiante de leyes en el
Externado de Colombia tuve una fiebre de admiración por la obra de Antoine de Saint-Exupéry.
Me había embrujado la magia de El Principito y en poco tiempo leí El aviador,
Correo del Sur, Vuelo de medianoche. Sabía que había escrito un libro de
reflexiones sobre el mundo y el hombre contemporáneos titulado La ciudadela y
por años lo busqué. Finalmente en una librería de viejo en Bogotá encontré un
ejemplar traducido al castellano e impreso en la Argentina. Con emoción apenas
disimulada lo compré y ese mismo día empecé a leerlo. A medida que lo hacía me
iba entrando una desazón intelectual. Lo que estaba leyendo no tenía sentido.
Me decía: esto no es congruente con lo que he leído antes; no es posible que
Saint-Exupéry haya escrito tanta bobería.
Poco a poco fui cayendo en
la cuenta de que estaba leyendo una mala traducción de un buen autor. Fue una
crisis intelectual muy grande. Yo todavía tenía una actitud reverencial hacia
el material impreso y una veneración ingenua por los autores publicados pues
mis maestros me habían enseñado a leer de corrido pero no a leer críticamente.
Me parece que esta fue la primera vez que comencé a pensar en serio sobre lo
que leía y a clasificar libros, periódicos y autores en buenos y malos -pero no
en el sentido del Índice de Libros Prohibidos-, mediocres e inútiles.
Muchos años más tarde tuve
acceso a una buena traducción inglesa de La ciudadela. El autor ya no me
interesaba tanto aunque sigo leyendo El principito de vez en cuando por la
crítica aguda que hace de la superficialidad con que los adultos llegamos a
manejar nuestras vidas. Por curiosidad
le gasté un par de horas saltando de una página a otra. Era como si el autor que
conocí en castellano hubiera sido un homónimo del que estaba conociendo en
inglés pero no su par en inteligencia y capacidad de tener ideas y saber cómo
comunicarlas.
Traductores crean variaciones del castellano
No hace mucho tiempo leí
una reseña de una novela de Patrick Deville sobre el bucanero William Walker, un estadounidense que aprendió a ser caudillo
latinoamericano del siglo XIX y que se hizo presidente de Nicaragua utilizando
los mismos recursos de fuerza y engaño de los caudillos de entonces. Interesado
en ella importuné hasta el cansancio a mis amigos latinoamericanos para que me
la consiguieran. Cuando finalmente la
recibí, en una traducción publicada en España, me senté a leerla anticipando
las emociones que me despertaría la lucha que con ayuda de sus vecinos libró el
pueblo nicaragüense contra el personaje de la novela. Poco me duró el interés.
Tenía en mis manos una pieza redactada en perfecto castellano galicado.
Algo
similar me pasó cuando un buen amigo me regaló una famosa biografía de Lauchlin
Currie, el controversial economista que vivió, practicó su profesión e hizo una
modesta fortuna en Colombia. Una obra de alto nivel académico, había sido
traducida para publicación en Bogotá. Empecé a leerla con muchísimo entusiasmo
pues tanto la vida como la obra de Currie son casi que de obligatorio
conocimiento para los estudiosos de los problemas teóricos y políticos del
desarrollo. De nuevo, poco a poco fui perdiendo interés. Era como leer inglés
en castellano. El texto era una obra maestra de castellano anglicado.
Traductores
hacen buena literatura
Las memorias de Adriano es una gran
novela de Margarita Yourcenar, leída y
admirada tanto en su original francés como en traducciones a otros idiomas. Su
popularidad en el mundo de habla castellana se debe a su calidad intrínseca y,
en no menor medida a mi manera de ver, a la fortuna de haber sido traducida por Mario
Vargas Llosa. En manos de este virtuoso de la lengua la obra de Yourcenar se
convirtió en un clásico de nuestra literatura. En otras manos hubiera podido
ser cosa mediocre y literariamente irrelevante.
Edith Grossman y Gregory Rabassa son
reconocidos como dos de los traductores más hábiles del castellano al inglés.
Los dos han trabajado con obras que van de lo clásico a lo popular o
representativo de regiones o escuelas de interés regional o temático. La
crítica reconoce el éxito con que en general han solucionado los retos de
estilo, lenguaje y construcción propios de cada autor. Con frecuencia, en
charlas, entrevistas y libros Grossman y Rabassa han hablado de las
dificultades de su oficio y de cómo en muchas ocasiones no es posible hacer una
traducción exacta de una expresión o una palabra. La inspiración para lograr
que su trabajo se vuelva arte viene de su conocimiento de las dos literaturas y
de sus conversaciones con los autores mismos y con sus conocidos
hispanohablantes.
Hace apenas una semana le oí decir
al escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, en una charla en la Sociedad de
las Américas de Nueva York, que el haber trabajado por un tiempo como traductor le había ayudado
a desarrollar sus habilidades de novelista y preparado para asistir a los
traductores de su obra.
Traducciones en
los medios hispanohablantes
Estas reflexiones se me han ocurrido
al leer en los medios colombianos unas traducciones seriamente defectuosas de artículos
originalmente escritos en inglés. Al leerlos uno se pregunta si está ante el
resultado de una traducción automatizada que no ha sido revisada por menta
humana, o ante un esfuerzo escolar para un mal profesor de idiomas, o ante una
traducción hecha diccionario en mano por alguien que no tiene entendimiento del idioma de origen ni del
idioma de destino. Uno excusa el ocasional anglicismo y que el traductor caiga
de vez en cuando en la trampa de los falsos amigos gramaticales, pero cuando la
traducción es consistentemente defectuosa se engaña al lector y se ofende al
autor pues a aquel se le ofrece una versión falsa o distorsionada del
pensamiento original, se destruye la inspiración literaria o poética del autor
y se anulan las nociones científicas que este intentaba transmitir.
Simultáneamente uno pone en duda la competencia profesional del editor o jefe
de redacción del medio que acepta traducciones cuya pobre calidad es evidente.
Competencia del
traductor
Mi propia experiencia en el campo me
ha enseñado que traducir no es tarea fácil. Por ello aprecio la discusión que
del tema hace Wikipedia. Esta enciclopedia virtual es por el momento una
excelente fuente de información sobre fechas de eventos históricos,
identificación de personalidades notables y nociones elementales de temas
técnicos. Al hablar del proceso de traducción describe con gran provecho del no
iniciado las habilidades y conocimientos que forman la base de la “competencia
traductora”, es decir la capacidad de comprender el sentido de algo escrito en
una lengua y de verterlo a otra respetando la manera de ser de esta. También
hace un resumen ilustrativo de las dificultades que debe vencer quien se
apresta a intentar una traducción.
Sin embargo, mi experiencia no es
típica de la vida de un traductor profesional. Yo lo hago por pasatiempo, por
amor a los dos idiomas que conozco –ambos de manera limitada, por cierto- y por
el deseo de poner al alcance de los pacientes lectores de mi blog material que
puede serles de interés. Además, le dedico todo el tiempo que haga falta. El
traductor profesional, de otra parte, está sujeto a dos influencias
específicas: la remuneración y la reacción de la crítica.
Remuneración,
fuente de inspiración intelectual
El primer punto lo quiero ilustrar
con una anécdota del poeta colombiano Porfirio Barba-Jacob quien había vivido
en México durante los últimos años de gobierno de Porfirio Díaz. Estaba él de
casualidad en Bogotá cuando murió el gobernante mexicano que había hecho tanto
por tantos años para estimular la revolución popular con sus políticas de
proteger a los inversionistas, darles confianza en el respaldo de su gobierno y
formar una clase trabajadora que les ayudara a tener éxito. Dos diarios de
circulación nacional contrataron a Barba Jacob para escribir una nota
necrológica que acompañara la noticia. Uno de los diarios le ofreció $20 y el
otro $10. En las oficinas de redacción de uno de los diarios pidió prestada una
máquina de escribir y se sentó a hacer lo suyo. Poco después pasó por su lado un
colega periodista y como lo viera rascándose la cabeza se detuvo y le preguntó:
¿qué te pasa, Porfirio? Este le contestó: Tengo un problema: se me confunden
las ideas de veinte pesos con las de diez.
En las tareas intelectuales
asalariadas con frecuencia hay una proporción entre lo que se paga y lo que se
produce. No siempre, es verdad. A los profesores universitarios, pagados para
que piensen en la mejor manera de entrenar a los futuros profesionales y
pensadores de un país, les pagan mucho menos que a los generales del ejército,
pagados para pensar estrategias que derroten a los enemigos del gobierno, a los
legisladores, pagados para pensar leyes que promuevan el bien común, a los
jueces, pagados para pensar la mejor manera de aplicar las leyes, y a los
ejecutivos de empresas públicas y privadas, pagados para pensar la mejor manera
de utilizar los recursos escasos de una sociedad. Con frecuencia, también, se
observa que los profesores universitarios hacen mejor su trabajo que los
generales, legisladores, jueces y ejecutivos empresariales.
En el caso de los traductores puede
suceder que la remuneración es tal que no tienen incentivo para hacer el
trabajo bien hecho. Editores y jefes de redacción son conscientes de esta
situación y entonces tienen que decidir si devuelven el texto con comentarios,
si lo re-escriben ellos mismos o si lo dejan pasar sin correcciones.
Generalmente optan por esto último como puede uno deducir de lo que terminan
publicando.
Crítica y
calidad
El segundo punto es el de la crítica
de las traducciones. Cuando el traductor sabe que otros traductores u otras
personas conocedoras de idiomas van a leer su trabajo con ojo crítico se esmera
en su aprobación. Es un reflejo de la
presión entre pares que debería existir
en los medios profesionales. En el mundo hispanohablante, hasta donde mi
conocimiento alcanza, esa presión no es común ni siquiera en el caso de
traducciones de las grandes obras literarias o de los textos fundamentales de
las ciencias. En el mundo angloparlante, en cambio, esa presión es constante y
la crítica de traducciones es erudita, bien informada y en ocasiones
devastadora. Eso no implica, por supuesto, que toda traducción sea de buena
calidad. Pero las probabilidades de que una traducción al inglés haya sido
hecha con un nivel adecuado de competencia son más altas que en el castellano.
Paul Krugman, ejemplo
de un autor difícil
El economista estadounidense Paul
Krugman escribe regularmente una columna de opinión y divulgación de temas
propios de su profesión. Como quiere llegar a un público general sus textos
combinan términos técnicos de la economía –necesarios cuando no hay
equivalentes llanos que contengan el mismo concepto-, referencias literarias e
históricas propias del académico culto que es él y expresiones del habla
diaria, callejera, que le sirven para acercarse al lector menos sofisticado. Esto
lo hace particularmente inaccesible al traductor que no tiene conocimientos
profesionales de la materia, que no está familiarizado con los referentes del
canon cultural occidental, que no tiene oído para identificar el significado
que el autor tenía en mente entre los muchos que se le dan a una palabra dada y
a quien, para empeorar las cosas, no le pagan el tiempo que necesita para
consultar diccionarios.
Gazaperío alrededor
de Krugman
Todas estas cosas se combinan en la
traducción publicada en diciembre del año pasado por el diario El Espectador de
Bogotá del artículo Bits and barbarism de Krugman bajo el título Bits y barbarie. Hay dos partes que llaman la atención en este texto: la sintáctica y
la lexicográfica. El traductor de El Espectador construye las oraciones
siguiendo de cerca la construcción inglesa, maltratando especialmente los
tiempos y la concordancia de los verbos. Pero no me voy a detener en ello. Voy
a mencionar cinco expresiones inglesas que fueron mal traducidas y que afectan
la integridad de lo que Krugman quería decir.
1.
Money pits. Dice Krugman
en la introducción de su artículo: “This is a tale of three money pits”. Dice
El Espectador: “Esta es la historia de tres fuentes permanentes de gastos”. Lo que dice
Krugman es que va a contar
una historia de tres fosas o socavones donde cae, se tira o se acumula inútil
el dinero.
2.
Hydropower.
Dice Krugman: “…Iceland,
which has cheap electricity from
hydropower…”. Dice El Espectador: “…Islandia, cuya electricidad es barata gracias a la hidrofuerza…”. Hidrofuerza es
un galicismo completamente innecesario pues de lo que se está hablando es de
riqueza hidroeléctrica.
3.
Hoards of gold. Dice
Krugman: “… to add to idle hoards of gold”. Dice El
Espectador: “…agregar hordas ociosas de oro”. . Horda es, según el diccionario
de la Academia, una comunidad de nómadas salvajes y, por extensión, un grupo de
gente indisciplinada y violenta. Nada de
eso se puede decir del oro. Sin embargo la expresión usada por el traductor
evoca una referencia histórica concreta: la Horda de oro u Horda dorada, el
nombre que le dieron los rusos a la parte occidental del imperio mongol en los
siglos XIII y XIV. Mientras tanto Krugman estaba hablando del continuo
atesoramiento de oro inútil o el oro que se añade al ya acumulado.
4.
Dead stock.
Dice Krugman: “…tying
up much of a nation’s wealth in a “dead stock” of silver
and gold”. Dice El Espectador: “…atar demasiada de la riqueza de una nación a “valores muertos” de plata
y oro”. Krugman está hablando de inventarios inactivos.
5.
Gold Bugs. Dice
Krugman: “Talk to gold bugs…”. Dice El
Espectador: “Si se habla con los bichos del oro…”. Al oro no le
dan bichos. No le entra ni el comején ni la hormiga arriera ni las termitas,
aunque sí atrae mucho parásito que quiere hacerse a él sin trabajarlo. Bug es
un modismo popular que significa entusiasta o hincha, como hincha de un equipo
deportivo.
Luis Mejía – 7 de mayo del 2014
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
De pura casualidad he encontrado en la edicion de hoy del diario bogotano El Espectador un articulo de Ricardo Bada sobre las malas traducciones y los malos traductores:
ReplyDeletehttp://www.elespectador.com/opinion/bacinica-y-el-pastor-columna-491259
Un buen ejemplo de discusión académica de los méritos de una traducción acaba de aparecer en el siguiente enlace:
ReplyDeletehttp://www.slate.com/articles/arts/books/2014/05/j_r_r_tolkien_s_beowulf_translation_reviewed.html
El autor compara los trabajos de Tolkein y Seamus -dos grandes de la literatura inglesa- sobre el poema Beovulfo.
El siguiente comentario a una nueva traduccion inglesa de El forastero de Camus muestra la erudición con que regularmente se discute el tema en los medios intelectuales:
ReplyDeletehttp://www.nybooks.com/articles/archives/2014/jun/05/camus-new-letranger/?insrc=hpma
Las consideraciones de un traductor que prefiere las traducciones de sus predecesores:
ReplyDeletehttp://www.nybooks.com/daily/2016/11/07/decameron-when-not-to-translate/
Traducciones de textos clásicos:
ReplyDeletehttps://www.theguardian.com/commentisfree/2017/nov/05/the-guardian-view-on-translation-an-interpretative-and-creative-act
Can a Translation Be a Masterpiece, Too?
ReplyDeletehttps://www.nybooks.com/daily/2019/01/21/can-a-translation-be-a-masterpiece-too/
The task of the translator, By Walter Benjamin
ReplyDeletehttp://users.clas.ufl.edu/burt/deconstructionandnewmediatheory/walterbenjamintasktranslator.pdf
La tarea del traductor, por Walter Benjamin
ReplyDeletehttps://programaddssrr.files.wordpress.com/2013/05/la-tarea-del-traductor-walter-benjamin.pdf