Wednesday, May 7, 2014

TRADUCCIONES: TAREA INGRATA Y DIFÍCIL



Traductor destruye obra literaria

Cuando era estudiante de leyes en el Externado de Colombia tuve una fiebre de admiración por la obra de Antoine de Saint-Exupéry. Me había embrujado la magia de El Principito y en poco tiempo leí El aviador, Correo del Sur, Vuelo de medianoche. Sabía que había escrito un libro de reflexiones sobre el mundo y el hombre contemporáneos titulado La ciudadela y por años lo busqué. Finalmente en una librería de viejo en Bogotá encontré un ejemplar traducido al castellano e impreso en la Argentina. Con emoción apenas disimulada lo compré y ese mismo día empecé a leerlo. A medida que lo hacía me iba entrando una desazón intelectual. Lo que estaba leyendo no tenía sentido. Me decía: esto no es congruente con lo que he leído antes; no es posible que Saint-Exupéry haya escrito tanta bobería.

Poco a poco fui cayendo en la cuenta de que estaba leyendo una mala traducción de un buen autor. Fue una crisis intelectual muy grande. Yo todavía tenía una actitud reverencial hacia el material impreso y una veneración ingenua por los autores publicados pues mis maestros me habían enseñado a leer de corrido pero no a leer críticamente. Me parece que esta fue la primera vez que comencé a pensar en serio sobre lo que leía y a clasificar libros, periódicos y autores en buenos y malos -pero no en el sentido del Índice de Libros Prohibidos-, mediocres e inútiles.


Muchos años más tarde tuve acceso a una buena traducción inglesa de La ciudadela. El autor ya no me interesaba tanto aunque sigo leyendo El principito de vez en cuando por la crítica aguda que hace de la superficialidad con que los adultos llegamos a manejar nuestras vidas.  Por curiosidad le gasté un par de horas saltando de una página a otra. Era como si el autor que conocí en castellano hubiera sido un homónimo del que estaba conociendo en inglés pero no su par en inteligencia y capacidad de tener ideas y saber cómo comunicarlas.

Traductores crean variaciones del castellano

No hace mucho tiempo leí una reseña de una novela de Patrick Deville sobre el bucanero William Walker, un estadounidense que aprendió a ser caudillo latinoamericano del siglo XIX y que se hizo presidente de Nicaragua utilizando los mismos recursos de fuerza y engaño de los caudillos de entonces. Interesado en ella importuné hasta el cansancio a mis amigos latinoamericanos para que me la consiguieran.  Cuando finalmente la recibí, en una traducción publicada en España, me senté a leerla anticipando las emociones que me despertaría la lucha que con ayuda de sus vecinos libró el pueblo nicaragüense contra el personaje de la novela. Poco me duró el interés. Tenía en mis manos una pieza redactada en perfecto castellano galicado.

Algo similar me pasó cuando un buen amigo me regaló una famosa biografía de Lauchlin Currie, el controversial economista que vivió, practicó su profesión e hizo una modesta fortuna en Colombia. Una obra de alto nivel académico, había sido traducida para publicación en Bogotá. Empecé a leerla con muchísimo entusiasmo pues tanto la vida como la obra de Currie son casi que de obligatorio conocimiento para los estudiosos de los problemas teóricos y políticos del desarrollo. De nuevo, poco a poco fui perdiendo interés. Era como leer inglés en castellano. El texto era una obra maestra de castellano anglicado.

Traductores hacen buena literatura

Las memorias de Adriano es una gran novela de Margarita Yourcenar,  leída y admirada tanto en su original francés como en traducciones a otros idiomas. Su popularidad en el mundo de habla castellana se debe a su calidad intrínseca y, en no menor medida a mi manera de ver, a  la fortuna de haber sido traducida por Mario Vargas Llosa. En manos de este virtuoso de la lengua la obra de Yourcenar se convirtió en un clásico de nuestra literatura. En otras manos hubiera podido ser cosa mediocre y literariamente irrelevante.

Edith Grossman y Gregory Rabassa son reconocidos como dos de los traductores más hábiles del castellano al inglés. Los dos han trabajado con obras que van de lo clásico a lo popular o representativo de regiones o escuelas de interés regional o temático. La crítica reconoce el éxito con que en general han solucionado los retos de estilo, lenguaje y construcción propios de cada autor. Con frecuencia, en charlas, entrevistas y libros Grossman y Rabassa han hablado de las dificultades de su oficio y de cómo en muchas ocasiones no es posible hacer una traducción exacta de una expresión o una palabra. La inspiración para lograr que su trabajo se vuelva arte viene de su conocimiento de las dos literaturas y de sus conversaciones con los autores mismos y con sus conocidos hispanohablantes.

Hace apenas una semana le oí decir al escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, en una charla en la Sociedad de las Américas de Nueva York, que el haber trabajado  por un tiempo como traductor le había ayudado a desarrollar sus habilidades de novelista y preparado para asistir a los traductores de su obra.

Traducciones en los medios hispanohablantes

Estas reflexiones se me han ocurrido al leer en los medios colombianos unas traducciones seriamente defectuosas de artículos originalmente escritos en inglés. Al leerlos uno se pregunta si está ante el resultado de una traducción automatizada que no ha sido revisada por menta humana, o ante un esfuerzo escolar para un mal profesor de idiomas, o ante una traducción hecha diccionario en mano por alguien que no tiene  entendimiento del idioma de origen ni del idioma de destino. Uno excusa el ocasional anglicismo y que el traductor caiga de vez en cuando en la trampa de los falsos amigos gramaticales, pero cuando la traducción es consistentemente defectuosa se engaña al lector y se ofende al autor pues a aquel se le ofrece una versión falsa o distorsionada del pensamiento original, se destruye la inspiración literaria o poética del autor y se anulan las nociones científicas que este intentaba transmitir. Simultáneamente uno pone en duda la competencia profesional del editor o jefe de redacción del medio que acepta traducciones cuya pobre calidad es evidente.

Competencia del traductor

Mi propia experiencia en el campo me ha enseñado que traducir no es tarea fácil. Por ello aprecio la discusión que del tema hace Wikipedia. Esta enciclopedia virtual es por el momento una excelente fuente de información sobre fechas de eventos históricos, identificación de personalidades notables y nociones elementales de temas técnicos. Al hablar del proceso de  traducción describe con gran provecho del no iniciado las habilidades y conocimientos que forman la base de la “competencia traductora”, es decir la capacidad de comprender el sentido de algo escrito en una lengua y de verterlo a otra respetando la manera de ser de esta. También hace un resumen ilustrativo de las dificultades que debe vencer quien se apresta a intentar una traducción.

Sin embargo, mi experiencia no es típica de la vida de un traductor profesional. Yo lo hago por pasatiempo, por amor a los dos idiomas que conozco –ambos de manera limitada, por cierto- y por el deseo de poner al alcance de los pacientes lectores de mi blog material que puede serles de interés. Además, le dedico todo el tiempo que haga falta. El traductor profesional, de otra parte, está sujeto a dos influencias específicas: la remuneración y la reacción de la crítica.

Remuneración, fuente de inspiración intelectual

El primer punto lo quiero ilustrar con una anécdota del poeta colombiano Porfirio Barba-Jacob quien había vivido en México durante los últimos años de gobierno de Porfirio Díaz. Estaba él de casualidad en Bogotá cuando murió el gobernante mexicano que había hecho tanto por tantos años para estimular la revolución popular con sus políticas de proteger a los inversionistas, darles confianza en el respaldo de su gobierno y formar una clase trabajadora que les ayudara a tener éxito. Dos diarios de circulación nacional contrataron a Barba Jacob para escribir una nota necrológica que acompañara la noticia. Uno de los diarios le ofreció $20 y el otro $10. En las oficinas de redacción de uno de los diarios pidió prestada una máquina de escribir y se sentó a hacer lo suyo. Poco después pasó por su lado un colega periodista y como lo viera rascándose la cabeza se detuvo y le preguntó: ¿qué te pasa, Porfirio? Este le contestó: Tengo un problema: se me confunden las ideas de veinte pesos con las de diez.

En las tareas intelectuales asalariadas con frecuencia hay una proporción entre lo que se paga y lo que se produce. No siempre, es verdad. A los profesores universitarios, pagados para que piensen en la mejor manera de entrenar a los futuros profesionales y pensadores de un país, les pagan mucho menos que a los generales del ejército, pagados para pensar estrategias que derroten a los enemigos del gobierno, a los legisladores, pagados para pensar leyes que promuevan el bien común, a los jueces, pagados para pensar la mejor manera de aplicar las leyes, y a los ejecutivos de empresas públicas y privadas, pagados para pensar la mejor manera de utilizar los recursos escasos de una sociedad. Con frecuencia, también, se observa que los profesores universitarios hacen mejor su trabajo que los generales, legisladores, jueces y ejecutivos empresariales.

En el caso de los traductores puede suceder que la remuneración es tal que no tienen incentivo para hacer el trabajo bien hecho. Editores y jefes de redacción son conscientes de esta situación y entonces tienen que decidir si devuelven el texto con comentarios, si lo re-escriben ellos mismos o si lo dejan pasar sin correcciones. Generalmente optan por esto último como puede uno deducir de lo que terminan publicando.

Crítica y calidad

El segundo punto es el de la crítica de las traducciones. Cuando el traductor sabe que otros traductores u otras personas conocedoras de idiomas van a leer su trabajo con ojo crítico se esmera en  su aprobación. Es un reflejo de la presión entre  pares que debería existir en los medios profesionales. En el mundo hispanohablante, hasta donde mi conocimiento alcanza, esa presión no es común ni siquiera en el caso de traducciones de las grandes obras literarias o de los textos fundamentales de las ciencias. En el mundo angloparlante, en cambio, esa presión es constante y la crítica de traducciones es erudita, bien informada y en ocasiones devastadora. Eso no implica, por supuesto, que toda traducción sea de buena calidad. Pero las probabilidades de que una traducción al inglés haya sido hecha con un nivel adecuado de competencia son más altas que en el castellano.

Paul Krugman, ejemplo de un autor difícil

El economista estadounidense Paul Krugman escribe regularmente una columna de opinión y divulgación de temas propios de su profesión. Como quiere llegar a un público general sus textos combinan términos técnicos de la economía –necesarios cuando no hay equivalentes llanos que contengan el mismo concepto-, referencias literarias e históricas propias del académico culto que es él y expresiones del habla diaria, callejera, que le sirven para acercarse al lector menos sofisticado. Esto lo hace particularmente inaccesible al traductor que no tiene conocimientos profesionales de la materia, que no está familiarizado con los referentes del canon cultural occidental, que no tiene oído para identificar el significado que el autor tenía en mente entre los muchos que se le dan a una palabra dada y a quien, para empeorar las cosas, no le pagan el tiempo que necesita para consultar diccionarios.

Gazaperío alrededor de Krugman

Todas estas cosas se combinan en la traducción publicada en diciembre del año pasado por el diario El Espectador de Bogotá del artículo Bits and barbarism de Krugman bajo el título Bits y barbarie. Hay dos partes que llaman la atención en este texto: la sintáctica y la lexicográfica. El traductor de El Espectador construye las oraciones siguiendo de cerca la construcción inglesa, maltratando especialmente los tiempos y la concordancia de los verbos. Pero no me voy a detener en ello. Voy a mencionar cinco expresiones inglesas que fueron mal traducidas y que afectan la integridad de lo que Krugman quería decir.

1.      Money pits. Dice Krugman en la introducción de su artículo: “This is a tale of three money pits”. Dice El Espectador: “Esta es la historia de tres fuentes permanentes de gastos”. Lo que dice Krugman es que va a contar una historia de tres fosas o socavones donde cae, se tira o se acumula inútil el dinero.
2.      Hydropower. Dice Krugman: “…Iceland, which has cheap electricity from
 hydropower…”. Dice El Espectador: “…Islandia, cuya electricidad es barata gracias a la hidrofuerza…”. Hidrofuerza es un galicismo completamente innecesario pues de lo que se está hablando es de riqueza hidroeléctrica.
3.      Hoards of gold. Dice Krugman: “… to add to idle hoards of gold”. Dice El
Espectador: “…agregar hordas ociosas de oro”. .  Horda es, según el diccionario de la Academia, una comunidad de nómadas salvajes y, por extensión, un grupo de gente indisciplinada y violenta.  Nada de eso se puede decir del oro. Sin embargo la expresión usada por el traductor evoca una referencia histórica concreta: la Horda de oro u Horda dorada, el nombre que le dieron los rusos a la parte occidental del imperio mongol en los siglos XIII y XIV. Mientras tanto Krugman estaba hablando del continuo atesoramiento de oro inútil o el oro que se añade al ya acumulado.
4.      Dead stock. Dice Krugman: “…tying up much of a nation’s wealth in a “dead stock” of silver and gold”. Dice El Espectador: “…atar demasiada de la riqueza de una nación a “valores muertos” de plata y oro”. Krugman está hablando de inventarios inactivos.
5.      Gold Bugs. Dice Krugman: “Talk to gold bugs…”. Dice El Espectador: “Si se habla con los bichos del oro…”.  Al oro no le dan bichos. No le entra ni el comején ni la hormiga arriera ni las termitas, aunque sí atrae mucho parásito que quiere hacerse a él sin trabajarlo. Bug es un modismo popular que significa entusiasta o hincha, como hincha de un equipo deportivo.


Luis Mejía – 7 de mayo del 2014
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

8 comments:

  1. De pura casualidad he encontrado en la edicion de hoy del diario bogotano El Espectador un articulo de Ricardo Bada sobre las malas traducciones y los malos traductores:

    http://www.elespectador.com/opinion/bacinica-y-el-pastor-columna-491259

    ReplyDelete
  2. Un buen ejemplo de discusión académica de los méritos de una traducción acaba de aparecer en el siguiente enlace:

    http://www.slate.com/articles/arts/books/2014/05/j_r_r_tolkien_s_beowulf_translation_reviewed.html

    El autor compara los trabajos de Tolkein y Seamus -dos grandes de la literatura inglesa- sobre el poema Beovulfo.

    ReplyDelete
  3. El siguiente comentario a una nueva traduccion inglesa de El forastero de Camus muestra la erudición con que regularmente se discute el tema en los medios intelectuales:

    http://www.nybooks.com/articles/archives/2014/jun/05/camus-new-letranger/?insrc=hpma

    ReplyDelete
  4. Las consideraciones de un traductor que prefiere las traducciones de sus predecesores:

    http://www.nybooks.com/daily/2016/11/07/decameron-when-not-to-translate/


    ReplyDelete
  5. Traducciones de textos clásicos:

    https://www.theguardian.com/commentisfree/2017/nov/05/the-guardian-view-on-translation-an-interpretative-and-creative-act

    ReplyDelete
  6. Can a Translation Be a Masterpiece, Too?

    https://www.nybooks.com/daily/2019/01/21/can-a-translation-be-a-masterpiece-too/

    ReplyDelete
  7. The task of the translator, By Walter Benjamin

    http://users.clas.ufl.edu/burt/deconstructionandnewmediatheory/walterbenjamintasktranslator.pdf

    ReplyDelete
  8. La tarea del traductor, por Walter Benjamin

    https://programaddssrr.files.wordpress.com/2013/05/la-tarea-del-traductor-walter-benjamin.pdf

    ReplyDelete