DE MARICÓN, PUÑAL Y OTRAS JOTERÍAS
POR SERGIO
TÉLLEZ-PON
En marzo
pasado, la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió que los términos
“maricón” y “puñal” son homofóbicos, discriminatorios y no van acorde con las
leyes de un país plural y democrático, así que prohibió su uso. Lo curioso del
caso es que quien interpuso el recurso de inconstitucionalidad ante la Corte no
fue un gay sino un periodista de Puebla quien fue calificado con esas palabras
por un colega desde su columna. Ante la resolución, el presidente en turno de
la Academia Mexicana de la Lengua, el poeta y editor Jaime Labastida, no ocultó
su molestia pues consideró que la Corte se había extralimitado en sus funciones
ya que no le corresponde regular el uso de nuestro idioma.
La expresión
más alta de una cultura es su lengua. Y dentro de ella hay infinidad de calós
de grupos o minorías que la enriquecen, uno de ellos es la jerga gay. Son
lenguajes casi secretos formados para crear complicidad. Lo que Proust llamaba
“la identidad de glosario” y que Didier Eribon define como esa “clase de
vínculos” que “forman una red” en la “subcultura gay” (Reflexiones sobre la
cuestión gay, Anagrama, 2001). Así, el habla de los gays está llena de
modismos,
expresiones, frases hechas, interjecciones (para todo anteponemos el
“Ay,…”), muletillas y neologismos. Es por eso que, aunque la Corte nos prohíba
el uso de “maricón” o “puñal”, los gays tenemos un arsenal de palabras para definirnos
y usarlos con burla para revertir su carga homofóbica: maricón, puto (del cual
se deriva el “puñal” ahora prohibido por la Corte), joto o jota, mana
(contracción de “hermana”), obvia, torcida, quebrada… Incluso en náhuatl,
escribió el cronista Salvador Novo, existía la palabra “cuiloni”, que gritaban
los aztecas a los españoles que huían hacia Popotla a refugiarse bajo el Árbol
de la Noche Triste; es decir, lo que en castellano conocemos como “puto” (lo
que es casi mujer y no tiene valor, dice Novo).
Desde luego, la
amplitud lingüística no se puede abolir con una resolución: la traductora al
danés de Roberto Bolaño me contactó hace tiempo porque un párrafo de Los
detectives salvajes le era particularmente complicado:
Dentro del
inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas,
mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes
mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt
Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica.
William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era
fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente
asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las
locas. (Anagrama, 2004, p. 83.)
¿Cómo
distinguir tantas categorías?, era su duda. Por supuesto, no pude darle la
definición exacta que ella buscaba porque no hablo danés, así que me limité a
explicarle cada una, que las entendiera para que ella misma se esclareciera y
buscara la palabra adecuada. “Mariquitas” es la feminización de maricón;
“mariposas” se usa para llamar a alguien muy flamboyant, un gay muy obvio, muy
femenino; “ninfos” viene seguramente de “ninfas” o tal vez de “nefando”, hay
una novela de José Tomás de Cuellar que se llama Chucho el ninfo (1871).
“Marica”: desde una visión muy machista un poeta es casi un maricón (porque su
labor es cursi), aunque no lo sea. Y Rubén Darío era una “loca” porque
pertenece al siglo XIX, un siglo muy camp, muy amanerado, más en un sentido
estético que un sentido sexual: camp, según Susan Sontag, es algo estéticamente
afeminado, como las películas de Visconti, donde la escenografía es evidente de
una loca, llena, saturada de arreglos y ornamentos, justo como la poesía de
Darío. Finalmente, le dije, sería interesante consultar la versión al inglés de
la novela de Bolaño para ver cómo resolvió el traductor ese párrafo sin usar
gay u homosexual (seguramente usó faggot, queer, faeries, flamboyant, queens…).
Por fortuna, me dijo ella, tenía un hijo gay que con la descripción podía
ayudarla a encontrar las palabras exactas.
Me llama la
atención que la Corte no haya prohibido el término más usado en México: “joto”.
Los gays también usamos “jota”, que es la feminización de lo ya feminizado
(“joto”), lo mismo sucede en el caso de “loco” que se vuelve “loca” y su
variante “loquita” o, como dicen en España, “locaza”. No se sabe a ciencia
cierta en qué momento se le adjudicó el uso de esa letra a la homosexualidad en
México. Se cree erróneamente que es a partir de que se encierran a los
homosexuales, prostitutos y proxenetas en la crujía J de Lecumberri, sin
embargo, una vez le pregunté al respecto a Luis González de Alba (quien estuvo
preso en el Palacio Negro al ser uno de los líderes más visibles del movimiento
estudiantil del 68) y me dijo que al menos cuando él estuvo allí a los
homosexuales no los mandaban a la crujía J, sino a la G. Además, la cárcel de
Lecumberri se abrió apenas un año antes de la redada de “Los 41”, de manera que
no pudo haber salido de allí y popularizarse tan rápido. Luego, en las
cuartetas de Antonio Vanegas Arroyo que ilustró Posada con sus grabados sobre
el famoso baile de “Los 41” en 1901 aparece el término cuando los llama “los
famosos jotitos”; si Vanegas Arroyo lo usa es porque estaba muy difundido en el
pópulo y la gente entendía a qué se refería. Años después, a finales de los
veinte, Federico García Lorca lo usará como distintivo de México en su Oda a
Walt Withman:
Faeries de
Norteamerica.
Pájaros de La
Habana.
Jotos de
Méjico.
Sarasas de
Cádiz.
Apios de
Sevilla.
Cancos de
Madrid.
Floras de
Alicante.
Adelaidas de
Portugal.
En las
cuartetas de Vanegas Arroyo hay otra pista, tal vez la más acertada, cuando dice:
“Mírame, marchando voy/ con mi chacó a Yucatán,/ por hallarme en un convoy/
bailando jota y cancán”. En este caso, “jota” se refiere, como el cancán, a un
baile, un típico baile español; o sea que según esas cuartetas se les encontró
bailando uno y otro bailes, en ambos se agitan las manos y se brinca mucho: de
hecho, “jota” proviene del mozárabe “sáwta”, salto, derivado a su vez del latín
“saltare”: saltar, brincar, bailar. También de ese baile proviene la “sota” de
la baraja española y por otra parte están los derivados “xoto” o “choto” (justo
como les dicen a los gays en Puebla y Veracruz). Finalmente, de “joto” o “jota”
se deriva “jotear” (la acción), “jotada” (esto es, el hecho en que derivó la
acción) o “jotería”, el cúmulo de jotear. Al respecto dice Enrique Serna: “El
joteo contrarresta la exageración histriónica de lo masculino, limpia nuestro
léxico de asperezas y nos permite sostener, con el tejido sobre las rodillas,
una verdadera y natural conversación de hombre a hombre” (en Las
caricaturas me hacen llorar, Terracota, 2012, p. 29).
Otro de los
términos más usados en el “ambiente” gay mexicano es “chichifear”. Al respecto,
hay una curiosidad en la correspondencia del poeta Gilberto Owen: al lado de
Villaurrutia, Novo y Jorge Cuesta, Owen hizo la revista Ulises entre
1927 y 1928, cuya mecenas fue Antonieta Rivas Mercado. Quien la convenció de
auspiciar la revista fue el pintor Manuel Rodríguez Lozano, conocido homosexual
de la época que, no obstante su sexualidad, la enamoró con tal de que apoyara
esa y otras causas más de su interés (el Teatro de Ulises, por ejemplo, y la
primera filarmónica que dirigió Carlos Chávez). Un par de años después, desde
Nueva York, donde trabajaba en el consulado, Owen quiere hacer una segunda
temporada de la revista, así se lo hace saber a Villaurrutia en una carta y le
dice que está saliendo con una señora con la que se ha acostado y ella podría
pagarla, y así “chuleándola sin pena para beneficio de nuestra obra” él podría
“rodriguezlozanearla”. Owen no era gay, como Villaurrutia y Novo, pero la
conversión del apellido Rodríguez Lozano en un verbo que los gays de hoy
conocemos como “chichifear” es tan ingeniosa que bien pudo habérsele ocurrido a
un gay o a alguien, como es el caso de Owen, que estaba muy cerca de tantos
gays. Aquí, “chichifear” se entiende como sacar provecho económico de alguien,
algo cercano a estafar.
Finalmente,
quienes por lo general “chichifean” son los mayates, es decir, los hombres de
clase baja o trabajadora para quienes no importa que sea un hombre si para su
visión parece mujer. A ellos se alude en los juicios a Oscar Wilde, quien
justificó así esos encuentros: “buscar el peligro a su lado”. El “mayate”, el
“chacal” o “chichifo” aparece, por ejemplo, en Stilitiano, el ladrón del que se
enamora Jean Genet, como lo cuenta en El diario del ladrón. Así,
puede haber un chacal que mayatea y chichifea (en teoría, cualquiera puede
chichifear), pero no puede haber una jota que mayatee porque es un
contrasentido. En un epigrama de Marcial, Hilo, le da prioridad a un chichifo
antes que a una necesidad básica:
Contra Hilo,
marica pobre
Aunque con
frecuencia hay en toda tu arca una sola moneda
y esté más
gastada, Hilo, que tu culo,
sin embargo no
te la quitará el panadero, no el cantinero,
sino el que
esté orgulloso de su exagerada verga.
Tu infeliz
vientre contempla los banquetes de tu culo,
y mientras éste
pasa siempre hambre, aquél devora.
Todavía en
nuestro siglo, Novo reivindica su derecho a pagarse un chulo:
¡Qué le vamos a
hacer! Ganar dinero
y que la gente
nunca se entrometa
en ver si se lo
cedes a tu cuero.
Hoy en día hay
muchos heterosexuales que usan palabras o modismos de los gays. Para empezar,
se recurre a la auto ofensa: es válido llamarse “joto”, “jota” o “maricón” si
el propósito es anular la ofensa ajena para que con el uso pierda todo su
sentido despectivo. Y ya con ese bagaje léxico entonces sí se puede “perrear”.
El perreo es la vertiente gay de lo que entre los hetero se conoce como el
albur, sólo que más refinado, con ironía y sarcasmo mordaz.
La resolución
de la Corte sólo es una muestra más del absurdo al que ha llegado el lenguaje
políticamente correcto. Una lengua viva, con su abundante vocabulario, es
imposible apresarla con normas o leyes.
Transcrito en
blogluismejia.blogspot.com
8 de julio del
2013
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