CREENCIAS: EL DEBER PERSONAL Y SOCIAL DE VALIDARLAS
Publicado originalmente
en Contemporary Review, 29
(1876:Dec.-1877:May)
Trad. Luis Mejía,
doctor en economía y en derecho
Índice:
1. El deber de cuestionar
1.1 Creencias convenientes para la negligencia
1.2 Maledicencia y creencias infundadas
1.3 Creencias y comportamiento
1.4 De la creencia a la acción
1.5 Acervo personal de creencias
1.6 Acervo social de creencias
1.7 Relevancia social de las creencias
1.8 Deber universal de cuestionar
1.9 Saber es poder
1.10 Creencias falsas y sus consecuencias
1.11 El pecado de creer sobre una base falsa
2. El criterio de autoridad
2.1 Creencias en la vida diaria
2.2. Creer lo que oímos o lo que no hemos experimentado
2.3 Criterios para creerle a alguien
2.4 Buen nombre pero con pocos conocimientos
2.5 El científico como autoridad
2.6 Autoridad de las tradiciones: ¿son intocables?
2.7 Autoridad tradicional e ignorancia colectiva
2.8 Tradiciones que definen lo recto
2.9 Revaluando a tradición de benevolencia hacia el
pobre
2.10 Cuestionando y perfeccionando las tradiciones
2.11 Preguntas y método científico
2.12 Tradición de investigar y cuestionar
2.13 Crítica de las religiones como sistemas de
creencias
3. Inferencia o ampliando el universo de lo que creemos
3.1 Creencias y experiencia personal
3.2 Uniformidad de la naturaleza
3.3 Uniformidad del carácter humano
3.4 Inferencias y uniformidad de la naturaleza
3.5 Inferencia, experiencia y creencia
3.6 Conclusión
Nota al lector: Un resumen de este ensayo se encuentra pulsando aquí.
1. El deber de cuestionar
1.1 Negligencia y creencias convenientes
Había una vez un
empresario naviero que tenía un barco en el que pensaba despachar a un grupo de
viajeros que emigraban a otro país. Sabía que el barco era viejo, que desde el
principio había mostrado fallas de construcción, que ya había estado expuesto a
muchos mares y climas y que con frecuencia había que repararlo. Tenía dudas de
si era seguro enviarlo a altamar. Estas dudas le trabajaban en la cabeza y lo
hacían infeliz. Pensaba que quizá debería hacerlo revisar y reparar
completamente aunque le costara mucho dinero. Pero logró superar estos tristes pensamientos antes de
que el barco levara anclas. Se convenció a sí mismo de que si el barco había
completado bien tantos viajes y
sobrevivido tantas tempestades era una necedad pensar que no regresaría de este
viaje. Puso su fe en la Providencia Divina que con seguridad protegería a
tantas familias desesperadas que buscaban una vida mejor en otra parte.
Desterró de su cabeza toda sospecha mezquina sobre la honestidad de los
constructores y contratistas por cuyas manos había pasado su barco. De esta
manera logró adquirir una convicción sincera y cómoda de que su barco era
esencialmente seguro y confiable en el mar. Lo vio partir con alegría en el
corazón y con los mejores deseos de que sus pasajeros tuvieran éxito en las
tierras extrañas donde encontrarían un nuevo hogar. Cuando el barco naufragó en
medio del mar recibió el dinero que le pagó la aseguradora y no se habló más
del asunto.
¿Qué deberíamos
pensar de él? Sin duda fue culpable de la muerte de pasajeros y tripulación.
Aceptamos su creencia sincera en el buen estado del barco, pero la sinceridad
de su convicción no lo hace inocente; él no
tenía derecho a creer en la evidencia que tenía ante sus ojos. Había
llegado a creer no porque hiciera una investigación detallada de la situación
sino porque suprimió sus dudas. Y aunque al final su certeza eral tal que no
hubiera podido creer otra cosa, se había empeñado, a sabiendas y por su propia
decisión, en convencerse a sí mismo; por eso debe considerárselo responsable de
lo que pasó.
Cambiemos un poco el
ejemplo y supongamos que el barco era en efecto seguro y que hubiera completado
este viaje y muchos más en buenas condiciones. ¿Reduciría eso la culpa del
dueño? En nada. Una vez ejecutada una acción es correcta o incorrecta para
siempre. Eso no cambia aunque por casualidad sus consecuencias sean benéficas,
o perjudiciales si es el caso. Ese individuo no sería inocente; solo que nadie
lo hubiera sabido. El problema de si obró correcta o incorrectamente tiene que
ver con el origen de sus creencias, no con el contenido de estas; no tiene que
ver con lo que creía sino con la manera como llegó a creer. No tiene que ver
con que sus creencias fueran acertadas o equivocadas sino con la pregunta de si
tenía derecho a creer en la evidencia que tenía ante sus ojos.
1.2 Maledicencia y creencias infundadas
Miremos otro ejemplo.
Había una vez una isla donde algunos de los habitantes profesaban una religión
que no enseñaba ni el pecado original ni el castigo eterno. Algunos comenzaron
a sospechar que los maestros de esta religión habían usado medios poco honestos
para enseñarla a los niños y los acusaron de abusar de las leyes del país para
distanciar a los niños de sus guardianes naturales y legales. Aún llegaron a decir que se robaban a los
niños y los escondían de amigos y parientes.
Formaron una
organización con el fin de agitar al público sobre este asunto. Publicaron
acusaciones contra varios ciudadanos de buen carácter y alta posición e
hicieron cuando estuvo a su alcance para perjudicarlos en el ejercicio de sus
profesiones. Hicieron tanto ruido que se designó una comisión para que
investigaran los hechos. Esta hizo una evaluación cuidadosa de las pruebas que
pudo reunir y llegó a la conclusión de que no las había suficientes para
sustentar las acusaciones y que las víctimas eran inocentes; además, la prueba
de inocencia era tal que los agitadores hubieran podido verla fácilmente si
hubieran querido averiguar la verdad.
Después de que todo
quedó claro los habitantes de esa isla desconfiaron del buen juicio de los
miembros de la asociación de denunciantes y de ahí en adelante no los
consideraron personas honorables. Cierto que ellos habían creído sinceramente y
“en conciencia” en las acusaciones que habían formulado, pero la verdad es que no tenían ningún derecho a creer en la
información que habían usado. Sus convicciones sinceras no estaban respaldadas
por una investigación honesta y paciente de los hechos; por el contrario,
llegaron a ellas oyendo la voz de sus prejuicios y pasiones.
Hagamos también
algunos cambios en este ejemplo. Dejando las demás circunstancias intactas
supongamos que una investigación más profunda hubiera descubierto que los
acusados eran realmente culpables. ¿Hubiera esto cambiado la culpa de los
acusadores? Por supuesto que no. El fondo del asunto no es si su creencia era
verdadera o falsa sino que habían llegado a ella sobre bases falsas.
Sin duda que en este
caso hubieran podido decir: “¿Se dan cuenta? Nosotros estábamos en lo cierto
después de todo. Quizá la próxima vez sí nos crean”. Y la gente podría creerles
pero no por eso serían personas honorables. Ni serian inocentes. Simplemente no
los hubieran cogido en falta. Si ellos se hubieran examinado a sí mismos in foro conscientiae[i]
se hubieran dado cuenta de que habían adquirido y mantenido una creencia que no
estaba sustentada en la información que tenían en ese momento y habrían sabido,
en consecuencia, que estaban cometiendo un error.
1.3 Creencias y comportamiento
Uno puede decir que
en los dos casos descritos lo que estuvo mal no fueron las creencias sino las
acciones que resultaron de ellas. El dueño del barco hubiera podido decirse a
sí mismo “Yo estoy completamente seguro de que mi barco no corre peligro pero aún
así siento que mi deber es hacerlo examinar antes de confiarle la vida de tanta
gente”. Y al agitador se le hubiera podido decir: “Por muy convencido que esté
de la justicia de su causa y la verdad de sus convicciones usted no debe lanzar
un ataque público contra el carácter de otras personas hasta que no haya
examinado las pruebas de lado y lado con la mayor paciencia y cuidado”. [N. del
T.: Es decir, ni el naviero ni el agitador obraron con la debida diligencia.]
1.4 De la creencia a la acción
Admitamos primero que
todo que esta manera de ver las cosas es buena y necesaria dentro de sus
límites.
Es buena porque uno
tiene opciones con respecto a las acciones que resultan de sus creencias, no
importa qué tan rígidas sean o que no pueda pensar de otra manera; uno no puede
eludir el deber de averiguar si lo que cree tiene bases sólidas.
Y es necesaria porque
las personas que NO son capaces de controlar sus sentimientos y pensamientos
deben tener una regla clara sobre cómo ponerlos o no ponerlos en práctica.
Decimos lo anterior
como una premisa necesaria pero reconocemos que no es suficiente y por eso
reiteramos el principio enunciado antes. Como no es posible separar la creencia
de la acción que inspira tenemos que condenar una y otra.
Nadie que tenga (o
quiera tener) una creencia firme sobre algo está en posición de investigarla
con objetividad y exhaustivamente como si de verdad tuviera dudas y fuera
imparcial. Por eso, el hecho de tener ya una creencia sobre algo que uno no ha
averiguado completamente lo descalifica para la tarea necesaria de evaluarla.
1.5 Acervo personal de creencias
Si una creencia no
tiene alguna influencia en las acciones de su portador no es una creencia real.
El que de verdad tiene una creencia
siente que ella lo mueve a actuar en una dirección u otra, desea actuar, la ha
realizado ya en su corazón. La creencia que no lo ha hecho hacer algo
inmediatamente queda guardada como guía para un futuro. Entra a formar parte
del conjunto de creencias que ligan lo que uno siente con lo que uno hace en
cada momento de la vida.
Esas creencias están
organizadas y fusionadas de tal modo que uno no puede separarlas y aislar una
de otra. Cada creencia adicional que uno adquiere modifica la estructura que
forman todas juntas.
Ninguna creencia que
tengamos, por pequeña o fragmentaria que parezca, es insignificante. Al
contrario. Nos prepara para aceptar otras que se le parezcan, confirma las
similares que ya tenemos y debilita otras. Gradualmente se combinan y
construyen un hilo oculto que guía nuestros pensamientos y dejan un rastro
permanente en nuestro carácter y algún día pueden explotar y manifestarse en
nuestras acciones.
1.6 Acervo social de creencias
Las creencias de una
persona nunca son asunto privado, de interés exclusivamente personal. Nuestras
vidas se guían por una concepción general de cómo deben funcionar las cosas que
la sociedad ha creado con fines sociales [sic]. Nuestras palabras, las frases
que construimos, nuestras formas y maneras de pensar son propiedad colectiva,
creadas y perfeccionadas de una generación a otra. Son como un legado que
hereda cada generación, un depósito sagrado, que debe pasarse a la generación
que sigue, no intacto sino mejorado y agrandado. En él está integrada, para
bien o para mal, toda creencia que haya sido aceptada por cada miembro de la
sociedad. Tenemos la obligación de ayudar a crear el mundo en el que vivirá la
posteridad; ese es nuestro privilegio y nuestra responsabilidad.
1.7 Relevancia social de las creencias
En los dos ejemplos
dados hemos concluido diciendo que está mal creer en algo sin suficiente
evidencia o alimentar una creencia ahogando las dudas y eludiendo la búsqueda
de pruebas. No es difícil encontrar la razón para hacer este juicio. En ambos
casos lo que una persona creía tuvo consecuencias muy importantes para otras.
Este mismo juicio lo
tenemos que generalizar a todo tipo de creencias porque ninguna es
efectivamente irrelevante o carece de impacto en el destino de la humanidad
aunque a simple vista parezca trivial o sea muy humilde la persona que la
mantenga.
Creer es una facultad
sagrada que inspira las decisiones de nuestro querer y hace funcionar
armoniosamente las energías combinadas de nuestro ser, pero esa capacidad no es
para nosotros solos sino para la humanidad. Se usa correctamente cuando se
aplica a verdades que han sido confirmadas por experiencia de años y paciente
esfuerzo y que han pasado la prueba de un cuestionamiento libre y sin temores.
En estos casos la capacidad de creer ayuda a estrechar lazos entre la gente y a
dirigir las acciones colectivas.
Pero esa facultad es
profanada cuando creemos cosas que no han sido probadas o cuestionadas y que:
[1] el creyente
acepta porque le dan tranquilidad o se ajustan a su gusto personal, o
[2] las usamos para
agregar un toque de esplendor a nuestras simples vidas y proyectar un luminoso
espejismo en el más allá, y
[3] nos sirven para
ahogar las penas de nuestra condición humana con un autoengaño que nos deja
abatidos y degradados.
1.8 Deber universal de cuestionar
Líderes, estadistas,
filósofos, poetas, cargan con esta responsabilidad ineludible hacia la
sociedad. Pero no solo ellos. El hombre ignorante que rara vez habla en la
taberna ayuda con sus palabras a conservar o
destruir las supersticiones funestas que mantienen subyugada a la gente
de su condición social. La esposa del artesano, agotada del trabajo, transmite
a sus hijos las creencias que unen o dividen a la sociedad. Nadie, por limitado
de entendimiento o por bajo que se encuentre en la pirámide social, está exento
del deber universal de cuestionar todo lo que cree.
1.9 Saber es poder
Es verdad que el
deber de cuestionar creencias es difícil de cumplir y genera dudas que nos
intranquilizan. Cuando las abandonamos nos quedamos desnudos y sin poder.
Saberlo todo con
respecto a algo es estar en control de la situación y manejarla según las
circunstancias. Nos sentimos más confiados y en terreno firme cuando sabemos
qué hacer exactamente, sin que importen las consecuencias, que cuando perdemos
la dirección y no sabemos hacia dónde ir. Por eso nos sentimos molestos cuando
nos damos cuenta de que somos ignorantes e impotentes, que tenemos que empezar
desde el principio y aceptar la necesidad de estudiar otra vez una situación
para tratar de entenderla, si es que de verdad se trata de algo que podamos
entender.
El conocimiento de
algo nos da una sensación de dominio y control que nos afianza en la creencia y
nos hace temer la incertidumbre. Esta sensación está justificada cuando lo que
creemos es verdadero, resultado de un estudio objetivo, basado en conocimientos
válidos para nosotros y para la humanidad en general.
Y al contrario,
cuando nuestra creencia no está sustentada por evidencia suficiente nuestra
sensación de dominio y control es espuria. No solo nos engañamos pensando que
estamos en control cuando no es así sino que hemos violado nuestros deberes
para con la humanidad.
1.10 Creencias falsas y sus consecuencias
Tenemos el deber de
rechazar las creencias injustificadas como si fueran la peste que primero nos
pone en peligro a nosotros y que luego ataca a nuestros vecinos.
Todo sufrimos las
consecuencias de mantener y sostener creencias falsas. Igualmente, todos sufrimos
las consecuencias de las acciones dañinas que se derivan de las creencias
falsas. Pero el daño es todavía peor
cuando nos empeñamos en mantener una
actitud crédula, cuando desarrollamos el hábito de creer por razones inválidas.
Cada vez que nos permitimos
creer por razones inválidas debilitamos nuestros poderes de autocontrol, de
duda, de evaluación juiciosa e imparcial de la evidencia.
Es posible que la
sociedad no sufra gran prejuicio por las meras creencias infundadas, sea porque
al final resulten ser verdaderas o porque no tengamos oportunidad de
convertirlas en acciones. La perjudicamos por el mero hecho de ser crédulos. No
solo la ponemos en peligro de creer cosas erradas –lo que ya es muy serio- sino
que la hacemos vulnerable a volverse crédula y a que pierda el hábito de
averiguar y comprobar las cosas. Cuando se pierde ese hábito la sociedad echa
reversa y cae en el salvajismo.
El perjuicio social
causado por la credulidad de un individuo no se limita a contagiar a los demás
con el hábito de ser crédulos y mantener creencias falsas. La falta habitual de
cuidado en lo que yo creo autoriza a los demás a que tampoco tengan cuidado con
la verdad de lo que me dicen.
Los hombres se
comunican entre sí con la verdad cuando la respetan en su propia mente y en la
mente ajena. De lo contrario, ¿cómo podría un amigo respetar la verdad en mi
mente cuando yo mismo soy indiferente a ella y creo cosas porque quiero
creerlas o porque me gustan o porque me hacen sentir cómodo?
Por ese camino yo
mismo terminaría rodeado de una atmósfera de mentira y fraude en la que tendría
que vivir. Eso no me importaría mucho pues yo estaría viviendo en un castillo
de ilusiones dulces y mentiras queridas. Pero sí sería importante para la
sociedad ya que prepararía a mis vecinos para que se dejaran engañar.
El hombre crédulo es
el padre del mentiroso y el tramposo con quienes vive en familia y no debiera
sorprender si se volviera como ellos.
1.11 El pecado de creer sobre una base falsa
Para resumir, siempre
está mal en cualquier lugar y para todo el mundo creer algo que no está
comprobado.
Comete un gran pecado
social el hombre que suprime o reprime las dudas sobre las creencias que
adquirió en la niñez o en el curso de la vida; también cuando de aposta evita
los libros o la compañía de personas que cuestionan esas creencias o las
discuten y cuando considera improcedentes o descomedidas las preguntas que se
hagan sobre ellas, es decir, cuando bloquea las preguntas que no se puedan
contestar sin crear dudas sobre la veracidad de sus creencias.
Al lector puede
parecerle dura esta opinión cuando se aplica a las almas simples que nunca han
visto más allá de su ignorancia, que desde la cuna fueron entrenadas para mirar
las dudas con horror y que han sido enseñadas que su felicidad eterna depende
de lo que crean. Si piensa así debe cuestionar el juicio bíblico: “Y [Yaveh]
entregará a Israel a causa de los pecados que Jeroboam cometió e hizo cometer a
Israel” (1Reyes 14, 16).
[N. del T.: El autor se refiere al castigo colectivo
que dios impuso al pueblo de Israel por las faltas que cometió bajo la
dirección de uno de sus líderes cuando tenía el deber de cuestionar sus órdenes
y ejemplo y de rehusarle obediencia].
Permítanme reforzar
mi opinión con lo dicho por Milton (Areopagitica,
Londres, 1644):
“Una persona puede
ser hereje en la verdad; y si cree las cosas solo porque su pastor lo dice o
porque una junta de gente importante lo ordena, desconociendo otra razón,
aunque su creencia sea verdadera la misma verdad que cree se vuelve herejía”.
Y Coleridge (Ayuda
para la reflexión: Confesiones de un espíritu inquisitivo, 1825 - Aids to reflection; and, The confessions of
an inquiring spirit) agrega este famoso aforismo:
“La persona que
empieza amando el cristianismo más que la verdad va a amar a su propia secta o
iglesia más que al cristianismo y va a terminar amándose a sí mismo más que a
los demás”.
Investigar las
pruebas que sostienen un conjunto de creencias no es cosa que se haga de una
vez por todas y que se dé la discusión por terminada. Nunca está bien ignorar
una duda: si la investigación inicial que se hizo estuvo bien hecha la duda
queda resuelta; si la duda no queda resuelta quiere decir que la investigación
no quedó bien hecha.
“Pero –dirá alguien-
yo soy una persona ocupada, no tengo tiempo para dedicarme a estudiar lo que
sea necesario para convertirme en un juez competente de una materia, ni
siquiera para entender los argumentos”. Pues tampoco debería tener tiempo para
aceptar una creencia.
2. El criterio de autoridad
2.1 Creencias en la vida diaria
¿Deberíamos, entonces,
volvernos escépticos absolutos, dudar de todo, abstenernos de caminar porque
personalmente no hemos comprobado que el piso es firme? ¿Hemos de rechazar el
acervo de conocimientos que tenemos a la mano y que crece a diario porque ni
para nosotros ni para nadie es físicamente posible comprobar una centésima
parte de su contenido ni por experimentación ni por observación personal y
porque, además, no obtendríamos una prueba concluyente si lo hiciéramos? ¿Deberíamos
robar y mentir porque no hemos tenido suficiente experiencia personal para
saber que está mal hacerlo?
En la vida real no
hay riesgo de que las dudas nos paralicen si ejercemos autocontrol y aplicamos
una atención escrupulosa a las cosas que creemos. Las personas que lo han hecho
así han descubierto ciertas reglas básicas -muy útiles además para la vida en
general- que han adquirido una certeza práctica por la honestidad y cuidado con
que han sido estudiadas y puestas a prueba.
Nuestros estudios
nunca ponen en peligro las creencias que tenemos sobre lo que es correcto o
incorrecto en nuestro trato con los demás y con la sociedad, tampoco ponen en
peligro nuestras creencias sobre la naturaleza física que guían nuestra
conducta con respecto a seres animados e inanimados. Estas creencias se cuidan
solas, no necesitan que las respaldemos con “actos de fe”, ni que paguemos para
que alguien las defienda, ni que suprimamos la evidencia que pueda afectarlas.
De otra parte, en
muchos casos tenemos el deber de obrar con base en probabilidades aunque no haya
evidencia suficiente para justificar una creencia en un momento dado. Precisamente,
al actuar sobre probabilidades y observar lo que resulta se crea la evidencia
que necesitamos para justificar una creencia en el futuro.
No hay, pues, razón para
temer que el hábito de cuestionamiento a conciencia va a paralizar nuestro
comportamiento en la vida diaria.
2.2. Creer lo que oímos o lo que no hemos
experimentado
Pero no es suficiente
con decir: “Está mal creer sin prueba suficiente”; también hay que decir qué
prueba es suficiente. Por eso ahora vamos a averiguar en qué circunstancias es
legítimo creer en lo que dicen los demás. Y vamos a ir más allá. Nos vamos a
preguntar, de manera general, cuándo y por qué podemos creer las cosas que van
más allá de nuestra experiencia personal y las que van más allá de la
experiencia de la humanidad entera.
2.3 Criterios para creerle a alguien
Preguntémonos en
primer lugar: ¿en qué casos no se justifica creer lo que dice alguien?
Podemos responder que
no debemos creer lo que diga alguien cuando no es verdad, sépalo él o no. Si a
sabiendas dice algo falso [1] está mintiendo y [2] muestra una falla de carácter
moral. Si no sabe que está diciendo algo falso entonces [1] es ignorante o [2] está
equivocado y muestra falta de juicio o conocimiento.
Por eso para que
tengamos derecho a creer lo que alguien más dice debemos tener bases razonables
para confiar [1] en su veracidad, es
decir, en que él está tratando de decir la verdad hasta donde le es posible,
[2] en sus conocimientos, es decir,
que ha tenido la oportunidad de adquirir conocimiento del tema, y [2] en su juicio, es decir que ha hecho buen uso de sus conocimientos para llegar a
lo que dice.
Aunque estos criterios
son claros y obvios –y no se le escapan a nadie que tenga una inteligencia
promedio- hay muchas personas que habitualmente los ignoran cuando evalúan lo
que oyen.
2.4 Buen nombre pero con pocos conocimientos
Hay, pues, dos
preguntas igualmente importantes para juzgar si alguien merece credibilidad en
lo que dice: “¿Es deshonesto?”, y “¿Podría estar equivocado?”
La mayoría de la
gente se contenta con responder la primera pregunta diciendo que alguien no es
deshonesto. Y lo hace con alguna probabilidad de que tenga la razón. La gente
da por sentado que si una persona es de buen carácter moral se puede aceptar lo
que diga aunque no haya posibilidad alguna de que conozca las cosas de las que
habla.
El carácter moral de
una persona puede darnos confianza para creer que es honesta y dice la verdad
hasta donde la conoce pero no constituye prueba de que sabe qué es verdad. Por
eso uno debe hacerse la pregunta: ¿Qué bases hay para suponer que una persona
de buen carácter moral sabe de qué está hablando?
Si alguien me da
información que yo puedo o podría confirmar por mi cuenta estoy justificado en
pensar que él ha tenido medios superiores a los míos para obtener conocimiento
comprobables. Sin embargo, eso no justificaría que yo le creyera en asuntos que
no son verificables por otras personas o que no están al alcance del
conocimiento humano.
Podemos formular
otras dos preguntas para saber si le podemos creer a alguien: “¿Dice cosas que
yo puedo comprobar independientemente?”, y “¿Es posible que haya ido más allá
de lo que sabe?“. De esta manera elimino las cosas que él no podría saber
porque no están al alcance del conocimiento humano o dentro del campo de sus
conocimientos personales y que yo no debería aceptar con base en su autoridad.
Reiteremos este
punto. La bondad y grandeza de un hombre no nos autorizan a aceptar su autoridad
para creer algo. Necesitamos tener una base razonable para suponer que él sabe
la verdad de lo que está diciendo.
2.5 El científico como autoridad
Si un químico me dice
a mí, que no soy químico, que se puede crear una substancia determinada
combinando otras substancias en ciertas proporciones y sometiéndolas a un
procedimiento conocido, yo tengo motivos justificados para creerle. Acepto su
autoridad a menos que yo sepa algo que ponga en duda su carácter o su buen
juicio. Su entrenamiento profesional lo hace confiable. Uno espera que ese
mismo entrenamiento lo incline a la búsqueda honesta de la verdad y a que
desconfíe de conclusiones precipitadas e investigaciones chapuceras. Además, genera
una base racional para suponer que él sabe de qué está hablando: aunque yo no
soy químico puedo recibir suficiente instrucción sobre el método y
procedimiento de la ciencia para comprobar la información que él me dé.
Puede suceder que yo
no compruebe la información por mí mismo, ni siquiera que presencie un
experimento que la compruebe, aún así tengo suficientes motivos para pensar que
la comprobación está al alcance de poderes e instrumentos humanos y, en
particular, para creer que mi informante lo ha hecho. La creencia que él
adquiere con base en sus experimentos no solo es válida para él sino también
para los demás. Tiene colegas en el mismo campo que vigilan y chequean su
trabajo pues saben que no se le presta mejor servicio a la ciencia que depurarla
de errores. De esta manera los resultados se hacen de dominio universal, objeto
de creencia justificada, propiedad social y asunto de interés público. En
consecuencia, sabemos que su autoridad es válida porque hay quienes la
cuestionan y validan.
Este proceso de examen y depuración mantiene vivos en los
investigadores el sentido de responsabilidad pública y el deseo de encontrar
respuestas que resistan todos los cuestionamientos.
Reiterémoslo. Un
explorador del Ártico puede decirnos que en un punto dado de latitud y longitud
ha experimentado un frio de tantos grados, el mar tenía tal profundidad y el
hielo tenia tales características. Estaría bien que nosotros le creyéramos si
no hay dudas sobre su veracidad. Es concebible que nosotros vayamos allá y
verifiquemos su información o que esta sea confirmada por el testimonio de sus
compañeros de viaje. Hay base adecuada para suponer que sabe lo que está
hablando.
Pero si un viejo
pescador de ballenas nos dice que hay hielo de 300 pies de grueso desde cierto
punto hasta el polo no debemos creerle. Aunque su afirmación puede ser
confirmada por un ser humano, ciertamente él no pudo adquirirla con los medios
e instrumentos de que dispone. Él pudo convencerse a sí mismo de que es cierto
lo que dice pero eso no valida su testimonio. En consecuencia, aunque el asunto
esté al alcance del conocimiento humano no tenemos derecho a aceptar una
afirmación con base en la autoridad del que la hace a menos que esté dentro de
su campo de conocimiento.
2.6 Autoridad de las tradiciones: ¿son intocables?
¿Qué deberíamos decir
de las tradiciones de la especie humana, más venerables y respetadas que el
decir de cualquier individuo? ¿Valen más porque han pasado la prueba del
tiempo?
Nuestros antepasados
con su esfuerzo y trabajo crearon un acervo de creencias y opiniones que nos
ayudan a movernos a través de las circunstancias variadas y complejas de
nuestras vidas. Están alrededor nuestro, en nuestro entorno, dentro de
nosotros. No podemos pensar sino en la forma y con los procesos de pensamiento
que nos ofrecen. ¿Es posible ponerlas en duda y a prueba? Independientemente de
si es posible, ¿es correcto hacerlo?
Existen razones que
lo hacen no solo posible sino correcto y obligatorio. El propósito principal de
la tradición misma es darnos los medios para hacer preguntas, cuestionar y
comprobar las cosas. Si las usamos mal y las tomamos como un catálogo de
prescripciones definitivas y finales que deben aceptarse sin expresar dudas nos
hacemos daño a nosotros mismos. Además, al rehusarnos a contribuir con nuestra
parte al acervo de lo que heredarán nuestros hijos, reducimos nuestra
participación y la de nuestros contemporáneos en el progreso de la humanidad.
2.7 Autoridad tradicional e ignorancia colectiva
Examinemos primero un
tipo de tradición que requiere atención especial y más cuidadoso
cuestionamiento porque es la menos propensa a la comprobación.
Supongamos que un
curandero tradicional del África central le dice a su tribu que para aplacar a
un poderoso ídolo que él mantiene en su choza tienen que sacrificar todo su
ganado. Supongamos también que la tribu le cree. No hay manera alguna de
confirmar si el ídolo fue aplacado o no pero ya no queda ganado. Además, en la
tribu puede persistir la creencia de que esta es la manera de propiciar al
ídolo y generaciones más tarde será mucho más fácil para otro curandero persuadirla
de hacer lo mismo.
En este caso la única
razón para creer es que todos lo han creído por tanto tiempo que debe ser
verdad. Sin embargo, la creencia empezó con una mentira y se ha propagado por
la credulidad. Sin duda le hará un bien a la humanidad la persona que la
cuestione y se dé cuenta de que ninguna prueba la respalda, ayude a sus vecinos
a ver las cosas de la misma manera y aún, si es necesario, vaya a la choza
sagrada y destruya el ídolo.
La regla que debe
guiarnos en estos casos es simple y muy obvia: el testimonio agregado de
nuestros vecinos está sujeto a las mismas condiciones que el testimonio personal
de cualquiera de ellos. Es decir, no tenemos derecho a considerar que algo es
verdad solo porque todo mundo lo dice a menos que haya bases suficientes para
creer que al menos una persona tiene los medios de saber que es verdad y habla
la verdad hasta donde sabe. No importa cuántos pueblos y generaciones sean
convocados al podio de los testigos, ninguno de ellos puede dar testimonio de
lo que no sabe.
Toda persona que
acepte las afirmaciones hechas por alguien más sin comprobarlas y verificarlas
por sí misma pierde el derecho a opinar, su palabra no vale nada. Por eso,
frente a aseveraciones de terceros tenemos que hacernos dos preguntas: ¿se
equivocó la persona que las hizo al pensar que sabía del asunto? O ¿mintió?
Esta última pregunta
es desafortunadamente muy actual y práctica, aún en nuestros días y en nuestro
país. No tenemos que ir a ninguna parte para buscar ejemplos de supersticiones
inmorales o degradantes. Es muy posible que un niño crezca en Londres en una
atmosfera de creencias buenas solo para los salvajes, nacidas en nuestros
propios días del fraude y propagadas por la credulidad de la gente.
2.8 Tradiciones que definen lo recto
Dejemos de lado,
entonces, las tradiciones que hemos
recibido sin que generaciones sucesivas las sometieran a comprobación y prestemos
atención a aquellas que han sido validadas por la experiencia común de la
humanidad.
Forman estas un marco que sirve de guía a nuestros pensamientos y a
través de estos a nuestras acciones tanto en el mundo moral como en el mundo
material.
En el mundo moral,
por ejemplo, nos dan los conceptos de justicia, verdad, benevolencia y, en
general, de lo recto. Estas son construcciones conceptuales, no son
afirmaciones o proposiciones. Responden a ciertos instintos concretos que
existen dentro de nosotros mismos, independientemente de cómo los hayamos
adquirido. Que es correcto ser benévolo es cuestión de experiencia personal
directa.
Cuando un hombre se
cuestiona a sí mismo encuentra algo más grande y duradero que su sola persona
que dice “Quiero actuar correctamente” y “Quiero hacerle bien a los demás” y puede
comprobar por observación directa que ambos instintos se sostienen y apoyan uno
a otro. Ese es su deber, comprobar esta afirmación y toda afirmación similar.
Las tradiciones dicen
también, en lugar y tiempos precisos, qué acciones en particular son justas,
verdaderas o benévolas. Para este tipo de reglas hace falta una comprobación adicional
pues sucede que algunas veces son impuestas sin base en la experiencia.
2.9 Revaluando a tradición de benevolencia hacia el
pobre
Hasta hace poco la
tradición moral de nuestro país –y de hecho la de toda Europa- nos decía que
dar limosna indiscriminadamente a los mendigos era un acto de bondad. Pero al
cuestionarse esta regla la gente se dio cuenta de que la verdadera benevolencia
estriba en ayudar a la gente a encontrar y hacer el trabajo para el que está
más capacitada. Lo contrario es asegurar la supervivencia de la pobreza en el
presente y de la miseria en el futuro. Por medio de la discusión y la
comprobación hemos logrado que la noción de benevolencia sea más clara y
eficiente, más amplia y adecuada.
La gran tradición
social de ayudar al pobre tiene dos aspectos: (1) el instinto de benevolencia
que cuando predomina hace que una parte de nuestra naturaleza se incline a
hacerle bien a la humanidad, y (2) el concepto intelectual de benevolencia que nos
hace comparar varios cursos de acción y nos lleva a preguntarnos: ¿Es esto beneficioso
o no? Cuestionándonos y respondiéndonos estas preguntas continuamente el
concepto se perfila de manera más amplia y nítida y el instinto se fortalece y
mejora.
2.10 Cuestionando y perfeccionando las tradiciones
Entonces, la parte
intelectual de los conceptos que heredamos de la tradición nos empodera para
hacer preguntas, las cuales, a su turno, los fortalecen y enderezan. Si no cuestionamos
la tradición perdemos gradualmente nuestra capacidad de pensar sobre ella y nos
quedamos con una lista de reglas que no tenemos derecho a llamar moral.
Estas consideraciones
se aplican de manera más obvia y evidente, si es posible, al acervo de
creencias y conceptos que nuestros antepasados nos dejaron con respecto al mundo
material. Nosotros nos reímos fácilmente del australiano que sigue amarrando su
hacha al costado del mango a pesar de que las hachas modernas tienen un ojo
para encabarlas. Sus antepasados amarraron las hachas, ¿quién es él para
desconocer su saber? Ese australiano ha caído tan bajo que no puede hacer lo
que alguno de ellos hubiera podido hacer en el pasado, es decir, cuestionar una
costumbre e inventar o aprender algo mejor.
Este ejemplo pone de
presente que la misma regla elemental se aplica al momento del nebuloso origen
del conocimiento, cuando la ciencia y el arte eran uno solo, y que el gran
árbol cósmico del conocimiento ha crecido porque cuestionamos los conocimientos
tradicionales.
Hay una manera
correcta de aplicar lo que ha sido acumulado y transmitido hasta nosotros. La
practican los que actúan como actuaron los creadores originales, los que hacen
preguntas adicionales, examinan, investigan, tratan con seriedad y honestidad
de encontrar la mejor manera de mirar y manejar las cosas.
2.11 Preguntas y método científico
Una pregunta hecha
correctamente es una pregunta que ya tiene la mitad de la respuesta, decía
Jacobi [N. del T.: No pude encontrar el origen de esta cita, es posible que uno
de estos dos sea el autor: Friedrich
Heinrich Jacobi, 1743-1819, filósofo alemán; Carl Gustav Jacob Jacobi,
1804-1851, matemático alemán]. Podemos agregar que la manera de contestarla es
la otra mitad. El resultado final no tiene importancia comparado con la
formulación de la pregunta y la manera de solucionarla.
Tomemos el telégrafo,
por ejemplo, cuyos avances diarios en teoría y práctica benefician a la
humanidad. Su punto de partida es la llamada ley de Ohm [N. del T.: Georg Simon
Ohm, 1789-1854, físico y matemático alemán] que establece una conexión entre
una corriente eléctrica, la pila que la genera y la longitud del alambre que la
transmite. Esta ley es parte de las cosas que creemos; pero lo más valioso no
es la manera como está formulada sino la pregunta implícita y el método para
contestarla.
La pregunta que nos
hacemos es: ¿qué relación guardan entre sí esos tres factores? Ya en esa
pregunta está incluida la idea de que los tres factores deben ser medidos y
comparados.
La respuesta implica
un método de averiguación: ¿cómo se miden esos factores y con qué
instrumentos?, y ¿cómo se usan estos instrumentos?
El estudiante que
empieza a estudiar electricidad no recibe la orden de creer en la ley de Ohm.
Se le hace entender el problema, se le pone frente a los instrumentos y se le
enseña a comprobar la validez de la respuesta que dio Ohm. Él aprende a hacer
cosas, no a creer que sabe cosas; a usar instrumentos y a hacer preguntas, no a
aceptar una fórmula respaldada por la tradición. Un genio formuló la pregunta
correctamente y ahora un aprendiz la puede responder.
Si la ley de Ohm se
perdiera u olvidara de repente pero se conservara la pregunta y el método de
solución, la ley seria redescubierta en una hora. Pero si la ley sola quedara
en manos de gente que no entendiera la importancia de la pregunta o la manera
de responderla sería como un reloj en manos de salvajes que no supieran cómo
darle cuerda.
2.12 Tradición de investigar y cuestionar
En conclusión, la
tradición sagrada de la humanidad no consiste en proposiciones y afirmaciones
que uno debe aceptar y creer con base en la autoridad de las generaciones
pasadas sino en las preguntas hechas correctamente, en conceptos que nos
permiten profundizarlas y en métodos para contestarlas. El valor de todas estas
cosas depende de nuestra voluntad de ponerlas a prueba día a día.
Nosotros tenemos el
deber y la responsabilidad de cuestionar y comprobar, de acrecentar y
perfeccionar hasta donde podamos el legado precioso y sagrado de nuestros
antepasados.
El que use la
tradición para embozalar las dudas o para entorpecer el cuestionamiento que
otros hagan es culpable de un sacrilegio que no se borrará con el paso del
tiempo, su nombre y sus obras deberán echarse al olvido y excluirse del templo
del saber que construiremos con el trabajo investigativo de los hombres y
mujeres que con honestidad y valentía han revisado la herencia del pasado.
2.13 Crítica de las religiones como sistemas de
creencias
Una sección del
ensayo aplica a las religiones mahometana y budista los mismos criterios de
validación que aplica a la autoridad de alguien para creer lo que dice. En esta
sección interrumpo la traducción del texto original para hacer un resumen de
los puntos sobre los que Clifford desarrolla su argumento:
1. El mensaje de
Mahoma gira alrededor de tres principios: No hay sino un solo Dios, Mahoma es
su profeta y quien crea en él gozará de vida eterna, el que no crea se
condenará.
2. Este mensaje
descansa en la revelación que recibió Mahoma del arcángel Gabriel mientras
oraba y ayunaba en el desierto.
3. El creyente puede
justificar su aceptación del mensaje porque Mahoma fue hombre de carácter
grande y noble y porque los pueblos que lo siguieron desarrollaron una gran
civilización que incluso llegó a inspirar a Occidente cuando este empezó a
expandirse.
4. El no creyente por
su parte puede argumentar lo siguiente con respecto a la verdad de lo dicho por
una persona que respetamos por su carácter:
4.a El carácter de
Mahoma es prueba de que era honesto y decía la verdad hasta donde la conocía,
pero no es prueba de si él sabía que era verdad todo lo que decía.
4.b Mahoma no podía
saber si la forma que identificaba como la persona del arcángel Gabriel era
verdadera o era una alucinación y si su visita al paraíso había sido un sueño,
pues está comprobado médicamente que la soledad y el ayuno inducen
alucinaciones y enfermedades mentales.
4.c Mahoma podía
estar honestamente convencido de que el cielo lo guiaba y que era instrumento
de una revelación sobrenatural pero no podía saber si estaba equivocado en su
convicción pues la información que uno atribuye a un ser extraterrestre puede
surgir inconscientemente de algo que ya ha percibido por los sentidos.
4.d La información
que uno recibe de alguien –sea o no un ser extraterrestre- es creíble siempre
que pueda ser verificada por el ser humano usando los conocimientos e
instrumentos que tenemos.
4.e El hecho de que
alguien me dé información que yo puedo verificar no me sirve de base para creer
que es verdadera la información no verificable que me dé; a lo sumo puedo usar
esta información para formular conjeturas interesantes que eventualmente uno
acepte como verdaderas si logra confirmarlas con la ciencia y el conocimiento.
5. El no creyente
puede argumentar lo siguiente con respecto a la inferencia de que los efectos
individuales y colectivos de un sistema de creencias confirman su veracidad:
5.a Las enseñanzas de
Mahoma han sido aceptadas por una población muy numerosa, han dado paz y
alegría a los santos que las aceptaron y han llevado la civilización a pueblos
que antes eran salvajes. Eso no prueba que tuviera una misión sobrenatural o
que su autoridad fuera confiable en asuntos que no podemos comprobar. Prueba sí
su sabiduría en materias prácticas.
5.b La paz y alegría
de los creyentes prueba que la doctrina es agradable al alma pero no
necesariamente verdadera, prueba el entendimiento y comprensión de la
naturaleza humana que tenía Mahoma de la naturaleza humana pero no prueba que
tuviera conocimientos teológicos sobrehumanos.
5.c El progreso
logrado por algunas naciones que aceptaron las enseñanzas de Mahoma permiten
inferir la efectividad de [1] sus preceptos morales, [2] de los medios que
empleó para hacerlos obedecer, o [3] de la estructura social y política que él
puso en movimiento. En estos casos queda confirmado su entendimiento de la
naturaleza humana pero no su inspiración divina o sus conocimientos teológicos.
6. El mensaje de Buda
gira alrededor de dos principios: No hay Dios y eventualmente desapareceremos
completamente si hemos sido suficientemente buenos.
7. Buda creía –según
sus primeros discípulos- que había venido al mundo con una misión cósmica.
8. El creyente puede
justificar su aceptación del mensaje porque Buda era persona de gran carácter:
se sometió voluntariamente a la miseria, tenía poderes milagrosos, subió al
cielo con su cuerpo.
9. Igualmente, el
creyente puede invocar los efectos individuales y colectivos del mensaje:
9.a El budismo da
consuelo y descanso al enfermo y triste y ayuda a suavizar y endulzar las
angustias naturales del ser humano.
9.b El budismo ha
protegido a casi la mitad de la humanidad de las persecuciones religiosas[ii],
lo que es un logro admirable y noble.
10. Con respecto a
Buda y el budismo el no creyente puede plantear los mismos argumentos expuestos
con respecto a la autoridad de Mahoma y el mahometismo en asuntos que no
podemos comprobar con poderes humanos. Es decir, para poder comprobar la verdad
de lo que dijeron tendríamos que dejar de ser seres [sic] humanos.
11. Mahoma y Buda no
pueden ser infalibles en sus enseñanzas a un mismo tiempo; en consecuencia, uno
de los dos sufría de alucinaciones y hablaba de cosas de las que realmente no
sabía. ¿Cuál de los dos?
Concluimos, entonces,
que la bondad y grandeza de un hombre no nos da justificación para acepar una
creencia respaldada por su autoridad, a menos que haya bases razonables para
suponer que sabía la verdad de lo que estaba hablando. No hay bases para suponer
que alguien sabe lo que nosotros no estamos en capacidad de verificar sin dejar
de ser humanos.
3. Inferencia o ampliando el universo de lo que
creemos
3.1 Creencias y experiencia personal
¿Cuándo podemos creer
cosas que van más allá del ámbito de nuestra experiencia? Esta es una pregunta
muy amplia y delicada. Para darle respuesta aproximadamente precisa necesitamos
un desarrollo considerable del método científico pero entretanto debemos usar
estrictamente el existente. Pero hay una regla simple y de inmensa aplicación
práctica que se encuentra a la base del tema.
Un momento de
reflexión nos mostrará que toda creencia, aún la más elemental y básica, va más
allá del ámbito de nuestra experiencia cuando se la mira como una guía de
nuestras acciones.
Un niño que ha sido
quemado le tiene miedo al fuego porque cree que lo volverá a quemar, pero esta
creencia va más allá de la experiencia y presume que el fuego desconocido de
hoy es como el fuego conocido de ayer. Aún la creencia de que el niño se quemó
en el pasado va más allá de la experiencia del presente que contiene solo la
memoria de la quemadura pero no la quemadura misma y presume que esta memoria
es confiable, aunque sabemos que la memoria con frecuencia se equivoca. Pero si
la usamos como guía de nuestras acciones, como pista de lo que puede ser el
futuro, debemos empezar por asumir que ese futuro será consistente con la
presunción de que la quemada realmente ocurrió. Esto, como hemos dicho, va más
allá de nuestra experiencia.
Ni siquiera la expresión
elemental de “Yo soy”, que no admite duda, es una guía de acción si no va
acompañada de “Yo seré”, lo que va más allá de la experiencia. La pregunta, en
consecuencia, no es la de “¿Podemos creer lo que está más allá de nuestra
experiencia?” –lo que ya es parte de la naturaleza misma de la creencia- sino
la de “¿Hasta dónde y de qué manera ampliamos nuestra experiencia al formar
nuestras creencias?”
Y la respuesta, de
gran simplicidad y universalidad, la sugiere el ejemplo que hemos dado: el
temor del niño al fuego.
3.2 Uniformidad de la naturaleza
Podemos ir más allá
de la experiencia cuando suponemos que lo que no sabemos es similar a lo que
sabemos. En otras palabras, podemos aumentar nuestra experiencia con la
presunción de uniformidad de la naturaleza.
Dejamos de lado por
ahora dos temas: ¿Qué es exactamente esta uniformidad? y ¿cómo aumenta nuestro
conocimiento de esa uniformidad de una generación a otra?, y nos enfocamos en
dos ejemplos que nos ayudan a precisar la naturaleza de esa regla.
Ciertas observaciones
hechas con el espectroscopio nos permiten inferir la existencia de hidrógeno en
el sol. Cuando miramos el sol por la abertura del instrumento vemos ciertas
líneas brillantes que coinciden con las observadas en otros objetos terrestres
y que indican la presencia de hidrógeno. Presumimos entonces que las líneas
brillantes, no conocidas, que vemos en el sol son como las conocidas que vemos
en el laboratorio y que el hidrógeno se comporta en el sol de la misma manera
que en condiciones similares se comportaría en la tierra.
Sin embargo, ¿no
estamos confiando demasiado en nuestros espectroscopios? Veamos. Sabemos que el
espectroscopio es confiable con respecto a substancias terrestres pues sus
resultados pueden ser confirmados por el ser humano y, en consecuencia, podemos
aceptarlos con respecto a otros casos similares. ¿Podemos también confiar en él
cuando nos da información sobre las cosas del sol donde sus resultados no
pueden ser verificados directamente por el ser humano?
Sin duda querremos
saber un poco más para justificar esta inferencia. Por fortuna podemos hacerlo.
El espectroscopio da exactamente el mismo resultado con respecto a vibraciones
luminosas que tienen la misma medida en la tierra y en el sol. Ha sido diseñado
de tal manera que si se equivocara en un caso, se equivocaría también en el
otro.
Cuando analizamos el
raciocinio que hemos seguido reconocemos la presunción implícita de que el sol
está hecho de la misma materia de que está hecha la tierra. Hemos hecho la
presunción de que la materia de que está hecho el sol es similar a la materia
de que está hecha la tierra, que ambos son un compuesto de distintas
substancias las cuales cuando están expuestas a altas temperaturas tienen una
velocidad de vibración especifica que permite reconocer e identificar cada una
por separado.
Esta es la clase de
presunción con que podemos enriquecer nuestra experiencia. Es la presunción de
uniformidad de la naturaleza, que solo podemos comprobar por comparación con
otras presunciones que hacemos en casos similares.
¿Es la creencia en la
existencia de hidrógeno en el sol una creencia verdadera? ¿Puede ayudarnos a
guiar las acciones del ser humano?
Por supuesto que no
si la aceptamos sobre bases insuficientes o sin entender los procedimientos que
nos llevaron a ella. Pero cuando los procedimientos sirven de base para la
creencia, se convierte en un asunto de interés práctico. Por eso, si no hubiera
hidrógeno en el sol el espectroscopio sería un instrumento en el que no
podremos confiar para reconocer diferentes substancias y, en consecuencia, no
debería ser usado para análisis químicos, lo que economizaría tiempo, dinero y
trabajo. Sin embargo, la aceptación del método espectroscópico como confiable
nos ha dado no solo nuevas substancias, lo que de por sí es una gran cosa, sino
también nuevos procedimientos de investigación, lo que es todavía más
importante.
3.3 Uniformidad del carácter humano
Otro ejemplo es la
manera como inferimos la verdad de un acontecimiento histórico, digamos el
sitio de Siracusa durante la guerra del Peloponeso. Por experiencia sabemos de
la existencia de manuscritos que dicen ser y se dice que son copias de la
historia de Tucídides. Según se dice otros manuscritos escritos por
historiadores posteriores informan que Tucídides vivió en la época en que
ocurrió esa guerra. En varios libros, escritos en la era del renacimiento de
los conocimientos, se cuenta cómo esos manuscritos se conservaron y
adquirieron. También sabemos que por regla general nadie falsifica libros e
historias sin un motivo especial. Nosotros presumimos que en estas materias la
gente del pasado se comportaba como la gente de hoy y vemos que en este caso no
había ese motivo especial.
En otras palabras,
enriquecemos nuestra experiencia con la presunción de uniformidad en el
carácter humano. Sin embargo, como nuestro conocimiento de esta uniformidad es
mucho más incompleto y menos exacto que nuestro conocimiento de la uniformidad
que aplica a la física, las inferencias de tipo histórico son más precarias y
menos firmes que en muchas otras ciencias.
De otro lado, el caso
cambia si hubiera alguna razón especial para sospechar del carácter de alguien
que escribió o transmitió algunos libros específicos. Si un grupo de documentos
provee evidencia interna de que fueron producidos entre gente que falsificaba
libros con nombre ajeno o que al describir eventos suprimía detalles que no le
convenían o aumentaba los que sí le convenían, y que no solo cometía estas
faltas sino que se enorgullecía de ellas como prueba de humildad y entusiasmo,
entonces deberíamos decir que esos documentos no dan base para hacer verdaderas inferencias históricas sino
únicamente para hacer conjeturas insatisfactorias.
3.4 Inferencias y uniformidad de la naturaleza
Podemos, entonces,
usar la presunción de uniformidad de la naturaleza para incrementar nuestra
experiencia. Podemos completar nuestro conocimiento de lo que es y ha sido,
acorde con lo que observamos por experiencia, de manera que podamos lograr una
descripción del todo consistente con esta uniformidad.
La inferencia basada
en la práctica, que nos da el derecho a creer en sus conclusiones, demuestra
claramente que solo la veracidad de estas conclusiones puede mantener válida la
uniformidad de la naturaleza.
En consecuencia,
ninguna prueba nos permite creer que una afirmación sea verdadera si es
contraria o cae por fuera de la uniformidad de la naturaleza. Si en nuestra
experiencia encontramos algo que no sea consistente con esta unidad, todo lo
que podemos concluir es que hay un error en alguna parte, desaparece la
posibilidad de hacer una inferencia y atenernos a nuestra experiencia sin ir
más allá.
Si de hecho hubiera
ocurrido un evento que no hubiera sido parte de la uniformidad de la
naturaleza, este tendría dos propiedades: [1] solo los que lo experimentaron
pueden creer en él y nadie más, bajo ninguna circunstancia, y [2] con base en
él no se puede hacer ninguna inferencia que valga la pena creer.
3.5 Inferencia, experiencia y creencia
¿Quiero esto decir
que estamos obligados a creer que la naturaleza es absoluta y universalmente
uniforme? Por cierto que no. No tenemos derecho a creer nada así. La regla solo
nos dice que al construir creencias que van más allá de nuestra experiencia
podemos hacer la presunción de que la naturaleza es prácticamente uniforme
hasta donde nos concierne. Con la ayuda de esta presunción podemos formar
creencias dentro de los límites humanos de acción y verificación. Más allá solo
podemos formular las hipótesis que nos permitan hacer preguntas más precisas.
3.6 Conclusión
Para resumir:
Podemos creer en algo
que va más allá de nuestra experiencia solo en cuanto podamos inferirlo de esa
experiencia con base en la presunción de que lo que no sabemos es similar a lo
que sabemos.
Podemos creer las
afirmaciones de otra persona cuando hay bases razonables para suponer que él
sabe el asunto de que habla y que dice la verdad hasta donde la conoce.
Siempre está mal
creer en algo sin prueba suficiente. Aunque hay osadía en la duda y la
investigación, la hay mayor en el creer.
Traducción, edición y
subtítulos de Luis Mejía
1 de octubre del 2019
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
[i] En la intimidad de sus
consciencias o en su fuero interno.
[ii] Este reconocimiento de la
superioridad moral del budismo debe reconsiderarse a la luz de eventos
contemporáneos. La persecución de los musulmanes en Burma y de los hinduistas
en Ceilán tiene causas múltiples pero monjes budistas han proveído la
motivación religiosa para la violencia desatada contra ellos.
A technical review of Clifford’s ethics of belief at the Stanford Encyclopedia of Phylosophy:
ReplyDeletehttps://plato.stanford.edu/entries/ethics-belief/
The Ethics of Belief: William Clifford versus William James
ReplyDeleteBy Peter Krey
http://www.scholardarity.com/?page_id=4165
The Virtues Of ‘The Ethics Of Belief’: W. K. Clifford’s Continuing Relevance
ReplyDeleteBy Timothy J. Madigan
https://secularhumanism.org/1997/03/the-virtues-of-the-ethics-of-belief-w-k-cliffords-continuing-relevance/
W.K. Clifford’s challenge to religious belief stemming from his moralized version of evidentialism is still widely discussed today.
ReplyDeleteBy Luis R.G. Oliveira
https://philpapers.org/archive/OLICWK.pdf
On W. K. Clifford and ‘The Ethics of Belief,’ 11 April 1876
ReplyDeleteBy Daniel Bivona
https://www.branchcollective.org/?ps_articles=daniel-bivona-on-w-k-clifford-and-the-ethics-of-belief-11-april-1876
Woody Allen on Abraham and Accepting Authority
ReplyDeletehttps://mysticscholar.org/the-sacrifice-of-isaac-jewish-humor-from-woody-allen/
The Fixation of Belief
ReplyDeleteCharles S. Peirce
Popular Science Monthly 12 (November 1877)
http://www.peirce.org/writings/p107.html
IDEAS Y CREENCIAS, por José Ortega y Gasset
ReplyDeleteRecomendaciones a los niños españoles:
¿Veis cuán importante seria que vosotros llegaseis a la
madurez con una exquisita sensibilidad para distinguir entre
el valer verdadero y el falso?
A este fin yo os recomendaría, entre otras, cuatro reglas o
criterios:
1. No hagáis nunca caso de lo que la gente opina. La
gente es toda una muchedumbre que os rodea -en vuestra
casa, en la escuela, en la Universidad, en la tertulia de
amigos, en el Parlamento, en el circulo, en los periódicos.
Fijaos y advertiréis que esa gente no sabe nunca por qué dice
lo que dice, no prueba sus opiniones, juzga por pasión, no
por razón.
2. Consecuencia de la anterior. No os dejéis jamás
contagiar por la opinión ajena. Procurad convenceros, huid
de contagios. El alma que piensa, siente y quiere por
contagio es un alma vil, sin vigor propio.
3. Decir de un hombre que tiene verdadero valor moral o
intelectual es una misma cosa con decir que en su modo de
sentir o de pensar se ha elevado sobre el sentir y el pensar
vulgares. Por esto es más difícil de comprender y, además, lo
que dice y hace choca con lo habitual. De antemano, pues,
sabemos que lo más valioso tendrá que parecernos, al primer
momento, extraño, difícil, insólito y hasta enojoso.
4. En toda lucha de ideas o de sentimientos, cuando veáis
que de una parte combaten muchos y de otra pocos,
sospechad que la razón está en estos últimos. Noblemente
prestad vuestro auxilio a los que son menos contra los que
son más.
http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2015/01/doctrina39846.pdf