Presentación: Vasili Grossman (1905-1964) fue un escritor de la
Unión Soviética reconocido por novelas como Todo fluye..., Por una causa justa,
Vida y destino. En 1961 vivió por dos meses en Armenia, en ese entonces una de
las repúblicas asociadas de la Unión Soviética. A su regreso a Moscú escribió
un libro de memorias y reflexiones inspiradas en su viaje, del cual he hecho
una selección de temas que fueron importantes para él y que en mi opinión
pueden interesar al lector hispanohablante. El título que le puso en ruso se
basaba en un saludo armenio que significa “el bien esté contigo” (una expresión
idiomática sin equivalente en otros idiomas, similar a las despedidas “que te
vaya bonito” y “mi dios te lleve con bien” usadas por los viejos en la región
antioqueña colombiana a principios del siglo pasado) y que Wikipedia ha
traducido como La paz
sea con vosotros en su biografía de Grossman. Sus traductores al inglés, que es
la versión que he usado, lo han llamado Libro de borradores sobre Armenia.
El
material que encomendó a este libro es muy personal. En él, Grossman –que fue
un ciudadano respetuoso de la ley pero que no hallaba razones para respetar a
la clase gobernante- comparte con nosotros su manera de pensar, de juzgar el
mundo, de mirar con ojo crítico a quienes tenían el poder de llevar vida y
muerte, libertad y prisión, prosperidad y pobreza a él y a sus conciudadanos.
No usa la intermediación literaria, ficticia, del novelista sino que deja
hablar su propia voz interior, directa y sin tamiz, para poner frente al lector
su concepción ética del mundo y de la humanidad. Es, sin embargo, la voz del
literato, observador, sensible, pensante, analista de lo que ha vivido y ha
visto en el curso de una revolución, una guerra civil, una guerra mundial, el
terror estalinista, la reconstrucción total de su entorno, sin pretensiones de
académico o de estudioso sistemático de la cultura, la política, la filosofía,
la religión y la ética.
Dos
temas sobresalen en el material que he seleccionado. El primero es el del valor
personal inspirado en principios morales. Y el segundo es el de los principios
morales inspirados en el cristianismo pero no identificados con la religión
cristiana organizada en iglesias.
Grossman
no estuvo afiliado con iglesia alguna pero reconoce que su pensamiento, su
sistema de valores y su criterio para juzgar al mundo son de origen cristiano.
Aún su discusión sobre el origen del bien y el mal es cristiana pues en el
fondo del cristianismo -como en el fondo del judaísmo, su religión madre, y del
mahometismo, su religión hermana- hay un problema fundamental: ¿quién creó el
mal, el dolor, la muerte y para qué?
En
su manera de ver las cosas, relacionarse éticamente con los demás exige un acto
de valor personal en un mundo que le pone tantos obstáculos a la compasión, la
solidaridad, la empatía, el respeto a los demás, la decencia en el trato
humano, y ese valor es más común entre los humildes, los que no tienen poder,
los que tienen más que perder, que entre los poderosos y los que juegan un
papel de liderazgo social. Para él las personas importantes no son
necesariamente las que tienen mayor entereza moral; esas son dos nociones
diferentes.
A
mí, como lector, Grossman me ha puesto a cuestionarme el cuerpo de principios
morales predominantes en nuestra sociedad: ¿Cómo se crea? ¿Cómo se transmite y
se refuerza? ¿Quiénes tienen la autoridad para darle forma y qué les da esa
autoridad? Y con estas preguntas dejo a mis lectores.
Nacionalidad y humanidad
¿Por qué las
diferencias entre individuos desaparecen para fundirse en un carácter nacional?
Me pregunto
esto porque los individuos, no importa qué tan diferentes sean, comparten un
carácter nacional; en todos hay un rastro de ese carácter, como una tonalidad
que los colora sin distingos.
He hablado con
cientos de armenios, cada uno con sus propios intereses, pasiones, penas y
esperanzas, con destinos, amigos y enemigos individuales. ¿Qué tienen en común
la vida y el destino de un viejo pastor en las laderas del Monte Aragats[i]
y una joven estudiante de postgrado que sueña con su novio de Moscú, escribe
una disertación sobre literatura francesa del siglo XVIII y se muere por
comprar un abrigo de piel artificial? De la misma manera que miles de
riachuelos corren en sus cauces por bosques, montañas rocosas y arenas del
desierto, igual que esos riachuelos, silenciosos, lentos, agitados, espumosos,
transparentes, turbulentos, surgen de la misma fuente subterránea y contienen
los mismos minerales, en Armenia el destino y el carácter de todos sus nacionales
están unidos por miles de años de historia, por la tragedia que sufrieron en
Turquía[ii],
por la nostalgia que todos sienten por Kars y Van[iii].
El carácter de
una nación está formado por el carácter de muchos seres humanos, pero todo
carácter nacional es, en el fondo, la mera naturaleza humana. Un carácter
nacional es solo una tonalidad de la naturaleza humana, una cristalización
particular de esa naturaleza. De ahí que todas las naciones del mundo tienen
mucho en común.
La comunicación
entre gentes de diferentes nacionalidades enriquece la sociedad humana y le da
colorido. Pero este enriquecimiento no se da sino en un ambiente de libertad.
Cuando la gente
es libre la comunicación entre diferentes naciones es fructífera y provechosa.
Imaginemos que los
intelectuales nuestros, las alegres y maliciosas viejas campesinas, nuestros
obreros y nuestros muchachos, las muchachas de Rusia, fueran libres para
participar en un intercambio humano normal con los pueblos del norte y el sur
de las Américas, la China, Francia, la India, la Gran Bretaña y el Congo.
¡Cómo sería la
diversidad de costumbres, modas, comidas y trabajo que veríamos! !Cómo sería de
maravillosa la comunidad humana que mezclara las peculiaridades del carácter y
maneras de vivir de las naciones! ¡Y cómo quedarían desenmascaradas la miseria,
la ceguera y la falta de humanidad que inspira los nacionalismos estrechos y la
hostilidad entre estados!
Ya es hora de
reconocer la fraternidad humana.
Nacionalismos vs Libertad y dignidad humanas
Los reaccionarios
buscan mutilar y neutralizar los aspectos más profundos y esencialmente humanos
del carácter nacional y reforzar sus aspectos más inhumanos y superficiales.
Ellos prefieren la tusa al grano.
Cuando predican
nacionalismo los reaccionarios apuntan a destruir lo que el pueblo comparte a
nivel más profundo y a resaltar solo lo que el pueblo comparte a nivel más
superficial. Los reaccionarios adoran lo que ellos consideran el tipo nacional
y su devoción hacia todo lo que es meramente nacional ligada a su desprecio por
cualidades más esenciales es absurda e innoble.
La lucha por la
dignidad y la libertad nacionales es primero que todo una lucha por la dignidad
y la libertad humanas. Los que luchan por la verdadera libertad nacional luchan
contra los estereotipos obligados, contra la obsesión ciega con el carácter
nacional, sea en lo positivo o lo negativo.
En el siglo XX
la importancia del carácter nacional ha sido grandemente exagerada. Esto ha
sucedido en países grandes y pequeños.
Cuando una
nación grande y fuerte, con ejércitos numerosos y armas poderosas, proclama su
superioridad amenaza a otras naciones con guerra y esclavitud. Los excesos
nacionalistas de pequeñas naciones, de otra parte, nacen de la necesidad de
defender su dignidad y libertad. Y con todas esas diferencias, el nacionalismo
del agresor y el del oprimido tienen mucho en común.
El nacionalismo
de una nación pequeña puede, con traicionera facilidad, despegarse de sus
raíces en lo que es noble y humano. Entonces se vuelve deplorable porque
empequeñece a la nación. Con las naciones sucede lo mismo que con las personas:
uno revela sus propios defectos cuando se empeña en llamar la atención sobre
los ajenos.
La verdadera
lucha por la dignidad nacional es una lucha por riqueza material y espiritual, una
lucha por la libertad de pensamiento y expresión, una lucha por la libertad del
campesino de sembrar lo que quiera cultivar, es una lucha por la libertad de
todos de disfrutar los frutos de su trabajo.
Días felices
Goethe dijo una
vez que en el curso de sus ochenta años de vida podía contar once días en que
fue feliz. Creo que en el curso de sus vidas la gente presencia cientos de amaneceres
y atardeceres, lloviznas, aguaceros, arcos iris, lagos, mares y prados. Pero solo
dos o tres de estos momentos entran al alma de una persona con poder milagroso
y se convierten para ella en lo que fueron esos once días felices para Goethe.
Una persona
puede conservar la memoria de una vez que vio una cierta nubecilla iluminada
por el sol poniente y olvidar cientos de atardeceres aún más espléndidos. De la
misma manera, otra persona puede que no olvide un momento de lluvia en el
verano o una luna llena de abril reflejada en la superficie risada de un arroyo
en el bosque.
Para que una
escena en particular entre en una persona y se vuelva parte de su alma no es
suficiente con que sea bella. La persona debe tener algo claro y hermoso dentro
de sí misma. Es como un momento de amor compartido, de comunión, de encuentro
verdadero entre el ser humano y el mundo que lo rodea.
Creadores: el artista vs el Todopoderoso
Los artistas
tienen el poder de crear el mundo a su imagen y semejanza y por eso cada uno
crea un mundo diferente.
De un lado está
el mundo de Hemingway, de otro el de Gleb Uspensky[iv].
No habría necesidad de insistir en que ambos mundos son diferentes. Hemingway
habla de gente que adora las corridas de toros y la caza mayor, de los
españoles dinamiteros en la guerra civil y de los pescadores que navegan las
aguas de Cuba. Uspensky habla de los artesanos borrachos de Tula, de
suboficiales de policía, de la burguesía provincial y de los campesinos. Pero
estos dos mundos no son creados a la imagen de una campesina rusa o de un
apuesto y arriesgado torero, sino a la imagen y semejanza de Uspensky y
Hemingway.
Hay mundos
hechos de fruslerías absurdas pero que tienen mucho sentido y mundos en
apariencia compuestos de materia muy sólida que no tienen sentido. Hay los
mundos de los obsesionados: los obsesionados por el amor, el vino, la guerra,
este o aquel método de cultivar la tierra. Y hay también aquellos que piensan,
constante e involuntariamente.
Los mundos que
crean a su imagen y semejanza los dioses de la pluma, el pincel, el teclado del
piano, las cuerdas del violín pueden ser imperfectos y disparatados,
incompletos, torcidos, distorsionados, confusos, dislocados, desdichados y
quizá grotescos. Pueden estar imbuidos del encanto de los primitivo e inocente,
de una profundidad cómica, del patetismo de un juguete infantil, de la ceguera
del dolor y de la esperanza sin sentido o de la vana y contagiosa admiración de
su creador por la belleza y la sutileza de lo que ha hecho. Algunas veces nos
topamos con la tediosa monotonía de un solo color, otras con una cacofonía de
lo absurdo y lo caótico.
Mundos
perfectos no existen. Solo existen los universos imperfectos, truncados,
extraños, estrafalarios, que cantan y lloran, creados por los dioses del pincel
y los instrumentos musicales, los dioses que ponen su cuerpo y su alma en la
obra que sale de sus manos. Cuando el verdadero Señor de los Ejércitos, Creador
del universo, echa una mirada a estos mundos probablemente deja escapar una
sonrisa burlona.
Pero no fueron
los poetas, los escritores, los compositores, los que crearon el alma de
Eichman o las temperaturas de sesenta grados bajo cero de Verkhoyansk. No
fueron ellos quienes crearon tarántulas y cobras, células cancerosas, cimas y
simas alucinantes en el espacio, la radiación que puede convertir todo en
cenizas, los pantanos para la malaria, el permafrost siberiano y no lejos del
permafrost las arenas ardientes del desierto de Kara Kum. No son ellos
responsables de la insensatez del universo[v].
Nosotros
tenemos el derecho de preguntarle al divino burlón: ¿A imagen y semejanza de
quién fue creada la humanidad? ¿A imagen de quién fueron creados Hitler y
Himmler? No fueron hombres y mujeres quienes dieron un alma a Eichman; ellos
solo hicieron su uniforme de teniente coronel. Y hubo muchas otras creaciones
de Dios que cubrieron su desnudez con los uniformes de generales y comandantes
de policía o con las camisas de seda del verdugo.
Deberíamos
exigir más modestia al Creador, que hizo el mundo en un ataque de excitación y
sin darse tiempo para corregir sus borradores los envió derecho al impresor,
¡Qué cantidad de contradicciones en su obra! ¡Qué de errores tipográficos,
inconsistencias en la trama, pasajes largos y verbosos, caracteres superfluos!
Pero es doloroso y difícil cortar y pulir el conjunto de un libro escrito y
publicado a la carrera…
Paganismo y cristianismo en los armenios
La simplicidad
exterior de las antiguas iglesias armenias muestra que en su interior vive el
dios de pastores, muchachas bellas, hombres de estudio, viejas brujas,
guerreros, picapedreros… el dios de todo el mundo.
Solo una fe
pura, infantil, pudo ayudar a la gente a construir estas iglesias, capillas,
monasterios.
Estas iglesias
son perfectas pero para mí tengo que estas iglesias perfectas no son cristianas
sino paganas. Fue la impresión que tuve pues en ninguna parte, ni en las
ciudades ni en el campo, vi creyentes. Lo que sí vi fue a la gente participando
en ritos.
En Armenia hay
muchas ruinas de templos paganos pero ni uno solo de ellos ha sido preservado,
ni uno ha sobrevivido el paso de dos milenios. Pero el espíritu del paganismo
ha sobrevivido. Este espíritu, como el del cristianismo en otras tierras, no se
siente en palabras, oraciones o sermones. Yo lo percibí en la manera como los
armenios beben vino, comen carne, hornean el pan y participan en sus ritos, en
la manera como caminan, cantan, ríen. Yo no sentí el espíritu del cristianismo
aunque las iglesias de Armenia todavía son espléndidas y los templos paganos
yacen en ruinas.
El espíritu del
paganismo no murió ni tuvo que sobrevivir en la clandestinidad. Vive todavía en
las aldeas, en las canciones de borrachos, en las historias del pasado, en el
escepticismo sabio de los viejos, en los estallidos de celos, en la tontería de
los enamorados, en la simplicidad aguda con que juzgan las viejas, en la
devoción por el vino y los melocotones, en la lealtad carnívora al cuchillo que
atasaja el carnero, en la copa de la camaradería y en los brazos de una mujer;
en la sabiduría popular forjada en el trabajo de cada día, no en la lectura de
un libro sagrado.
El espíritu del
paganismo vive en las casas humildes de las aldeas -donde nunca vi un ícono, no
hay humildad, y los viejos beben un vodka duro de uva y un coñac dorado como
las castañas- y llega hasta las puertas de la casa de Dios. Los días de fiesta
la gente llega con ovejas, gallos y gallinas a matarlos ante las puertas de la
iglesia, a la gloria del Dios de los cristianos… y luego, no lejos de la
iglesia, asa y fríe al carbón los animales sacrificados. Los transeúntes son
invitados a compartir la carne sacrificial.
El paganismo
vive dentro de las iglesias, visible en el crudo materialismo de las ofrendas
presentadas ante Dios por los millonarios armenios de los Estados Unidos y de
otros países: piezas gigantes de oro, inmensas piedras preciosas, pesadas
fuentes bautismales de plata.
El espíritu del
paganismo vive en libros escritos en pergamino hace mil años, libros de autores
que discurren sobre las delicias del amor y se aventuran a sugerir que la
tierra podría ser una esfera y el universo heliocéntrico, libros escritos en la
lengua de un pueblo que ha existido por miles de años, que adoptó el
cristianismo seiscientos años antes que Rusia y que conservó la memoria de la
sabiduría, nobleza y bondad de las naciones paganas anteriores por mucho tiempo
al nacimiento de Cristo. Esta memoria ha hecho que los armenios vivan libres de
intolerancia religiosa, crueldad y fanatismo.
La bondad trascendente
La bondad
verdadera es ajena a las formas y a las apariencias. No busca respaldo en el
dogma, no le importan las imágenes ni los ritos. La bondad verdadera existe
donde haya un hombre de buen corazón. El gesto amable de un pagano, el acto de
misericordia de un ateo, el perdón ofrecido por alguien que pertenece a otra
fe, todo eso, creo, es un triunfo del Dios de amor de los cristianos. Allí
reside su poder.
Sabiduría campesina: La fe en la humanidad
Pronto
estábamos [Grossman y un campesino en cuya casa pasó una tarde] hablando de
cosas que le interesan más que cualquier otra en el mundo: el amor a otros, el
bien y el mal, el juego limpio y el juego sucio, la fe y la incredulidad.
Él no trataba
de convencerme de nada. Hablaba con pesar de la gente que se resiste a obedecer
la ley más importante de la vida: que uno no debe desearle a otro lo que no
quiere para sí mismo, que uno debe desearle el bien a los demás sin
excepciones, independientemente de su nacionalidad, riqueza o pobreza, fe o
falta de fe, independientemente de si son copartidarios de uno o no. Si uno no
se desea ni se hace daño a sí mismo no tiene por qué deseárselo o hacérselo a
los demás.
Había un gran
poder en sus palabras que no eran el sermón de un sacerdote en su iglesia sino
las de un viejo habitante de una choza estrecha y sin aire, un viejo campesino
de abrigo roto, doblegado bajo el peso del trabajo diario.
No había en sus
palabras ni obsesión religiosa ni grandiosidad espiritual. Él solo hablaba de
la necesidad de tener compasión por los demás y desearles lo que uno desearía
para si mismo.
No tenía nada
de arrogante o impositivo; solo expresaba la tristeza de que a pesar de la
simplicidad de todo la gente era incapaz de vivir la buena vida, según la ley
del bien y la verdad, y que constantemente traicionaba este ideal.
Recuerdo que al
referirse a las mentiras, chismes y todo tipo de maldades nunca condenaba a
nadie sino que decía: “No hace falta, eso no es necesario”.
Los encuentros
con gente famosa pueden dejarlo a uno desengañado. Alguien muy talentoso, aún
un genio verdadero, puede ser en el fondo una persona ordinaria. Su talento
está separado de su alma. Y uno de inmediato pierde interés en el talento que
este individuo puede exhibir en otro ambiente -el laboratorio, el quirófano, el
escenario, su obra escrita-.
Es peor cuando
alguien sabe que se espera de él que tenga ciertas cualidades especiales y sabe
también que no las tiene y empieza a pretender, a engañar, a actuar un papel de
persona moral o intelectualmente superior, lo que no sucede con genios de
verdad sino con talentos menores.
Alguien puede
ser inteligente, ilustrado, agradable, pero no dar la talla moral que uno
esperaba.
El don de un gran
poeta o de un gran científico no es el más alto de todos. Aún entre los virtuosos
más brillantes de la fórmula matemática, de la frase musical y la inspiración
poética, del pincel y el cincel, hay mucha gente débil, de mente estrecha,
codiciosa, servil, venal y envidiosa, gente como las babosas y los moluscos,
sin carácter moral, a quienes por caprichos de la consciencia les ha caído una
perla[vi].
Pero el don supremo de la humanidad es la belleza del alma, la nobleza, la magnanimidad
y el valor personal para hacer valer lo que tiene valor. Ese es el don de
ciertos luchadores tímidos y anónimos, soldados ordinarios, por quienes, si no
existieran, dejaríamos de ser humanos.
Yo ya no pienso
en la grandeza de una nación, en lo que hace especial a Rusia o Armenia. Lo que
importa es el espíritu humano, el espíritu que no pierde la fe en medio de la
angustia y el desespero de los campos y pedregales de Palestina, del espíritu
que se conserva humano y bueno en una aldea cerca de Penza[vii],
bajo el cielo de la India y en un tienda de las estepas asiática, porque en
todas partes hay gente buena por la simple razón de que son seres humanos[viii].
Este espíritu,
esta fe, vivía en un viejo medio analfabeto, tan simple como su vida y su pan
de cada día. Al oírlo y dejarme tocar de su fuerza interior se me vinieron las
lágrimas a los ojos pues comprendí que lo suyo tenia más que ver con la
humanidad que con Dios[ix].
[i] La montaña más elevada de
Armenia.
[ii] Se refiere al genocidio de armenios
ordenado por el gobierno turco en 1915.
[iii] Provincias ancestrales del pueblo
armenio ocupadas por Turquía en la guerra de 1920.
[iv] Escritor ruso (1843-1902).
[v] El autor no maneja aquí categorías
de la física o la cosmología sino que para introducir el tema de la creación
del bien y el mal en la humanidad invoca literariamente los extremos del mundo
que vemos y que en su opinión carecen de racionalidad.
[vi] Referencia de Grossman al evangelio
de Mateo: “…no echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las
pisoteen con sus patas” (7,6).
[vii] Durante la Guerra Civil Rusa
las ciudades de Moscú y Petrogrado estaban al borde de una hambruna colectiva.
El gobierno de los soviets envió delegados a las provincias cercanas a
requisicionar provisiones de urgencia. Los abusos de estos delegados dieron pie
a una rebelión de campesinos en la provincia de Penza. El 11 de agosto de 1918
Lenin telegrafió al soviet provincial órdenes de suprimir la revuelta sin
mostrar compasión, de colgar de la horca a no menos de 100 kulaks de la región
y de tomar rehenes. El presidente del soviet provincial se negó a cumplir esta
orden.
[viii] Estos sentimientos de Grossman me traen a la memoria el bellísimo final
de El sueño de las escalinatas del poeta colombiano Jorge Zalamea: “¡No más
cólera! ¡No más odio! ¡Sólo el amor, el viril amor del hombre por su especie y
por su semejanza!”
[ix] Grossman me hace recordar la
descripción que hizo Primo Levi de alguien que le ayudó a sobrevivir en
Auschwitz: “Era muy ignorante, muy inocente y muy civilizado”.
Tomado de Vasily Grossman. An
Armenian sketchbook, Trans. Robert and Elizabeth Chandler, New York Review Books,
New York, 2013
Traducción, adaptación, subtítulos y notas de
Luis Mejía
19 de octubre del 2015
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
The Trials of Vasily Grossman
ReplyDeleteA twentieth-century Tolstoy and his forgotten novel
https://harpers.org/archive/2019/07/the-trials-of-vasily-grossman/