Thursday, September 17, 2015

INMIGRANTES Y REFUGIADOS: DIMENSIONES DE UNA CRISIS EUROPEA



Este artículo del filósofo e intelectual público Slavoj Žižek analiza la crisis creada por los refugiados del Levante en Europa este verano y la enlaza con la crisis mundial del desarraigo de poblaciones causado por las acciones bélicas, políticas y económicas de Occidente o por catástrofes naturales. Žižek hace énfasis en la necesidad de preservar la cultura liberal europea y de acoger los refugiados e inmigrantes en el entendimiento de que están llamados a respetarla. En esto es consistente con su defensa del ideario del liberalismo occidental que ha hecho en otras oportunidades, como en su entrevista para Der Spiegel en marzo de este año que se encuentra también en este blog.

NORUEGA, UTOPÍA DEL REFUGIADO


Afrontando la crisis

El movimiento de refugiados del África y el Medio Oriente hacia Europa occidental ha provocado una serie de reacciones muy similares a las que según Elisabeth Kübler-Ross (en su célebre estudio De la muerte y su proceso) tenemos cuando nos enteramos de que sufrimos una enfermedad terminal. Primero hay una negación: “No es tan serio. Ignorémoslo” (aunque esto ya no lo oímos con frecuencia). Luego viene la rabia -¿cómo me puede pasar esto a mí?- que explota cuando ya no es viable negar: “Los refugiados son una amenaza a nuestra manera de vivir; entre ellos se esconden unos fundamentalistas musulmanes; hay que atajarlos”. Sigue el regateo: “Está bien, fijemos unas cuotas, ayudémosles a crear campos de refugiados en sus propios países”. Luego la depresión: “Estamos perdidos, Europa se está volviendo Europistán”. Lo que todavía no vemos es la quinta etapa de Kübler-Ross, la aceptación, que en este caso implicaría el diseño de un plan pan-europeo de manejo de refugiados.


¿Qué se debería hacer? La opinión pública está seriamente dividida. Los liberales izquierdistas se declaran ofendidos porque Europa permite que miles de personas se ahoguen en el Mediterráneo. Europa, dicen ellos, debería mostrar solidaridad y abrir sus puertas. Los populistas anti-inmigrantes dicen que necesitamos proteger nuestra manera de vivir y que los extranjeros deber solucionar sus propios problemas. Ambas propuestas suenan mal, pero ¿cuál es peor? Parafraseando a Stalin, ambas son peores.

Evasión de responsabilidades

Los hipócritas más grandes son los que proponen fronteras abiertas. Bien saben que eso nunca sucederá pues haría estallar de inmediato una revolución populista en Europa. Ellos están haciendo teatro, el teatro del alma noble, superior, en un mundo corrupto, mientras siguen viviendo en él. Los populistas anti-inmigrantes también saben bien que abandonada a su suerte la gente de África y el Medio Oriente nunca logrará resolver sus propios problemas y cambiar las sociedades en que vive. ¿Por qué no? Porque nosotros en Europa Occidental se lo impedimos. La intervención occidental en Libia lanzó a ese país al caos. El ataque de los Estados Unidos a Irak creó las condiciones para el surgimiento del Estado Islámico. La continua guerra civil en la República Centro Africana entre el sur cristiano y el norte musulmán no es solo una explosión de odio étnico sino también el producto del petróleo descubierto en el norte: Francia y China están enfrentadas por el control de recursos a través de sus intermediarios nativos. La codicia global por el control de minerales como coltán, cobalto, diamantes y cobre, dio lugar al surgimiento de caudillos de guerra en la República Democrática del Congo en los años noventa y el primer decenio de este siglo.

Si queremos parar el movimiento de refugiados es necesario reconocer que la mayoría de ellos salen de estados fallidos donde la autoridad pública es más o menos inoperante: Siria, Iraq, Libia, Somalia, RDC, etc. Esta desintegración del poder del estado no es un fenómeno local sino el resultado de políticas internacionales y del sistema económico global; en algunos casos –como en Libia e Iraq- es resultado directo de la intervención occidental. Además, debería tenerse en cuenta que los estados fallidos del Medio Oriente fueron condenados al fracaso por las fronteras que durante la Primera Guerra Mundial les asignaron Gran Bretaña y Francia.

No deja de llamar la atención que los países más ricos del Medio Oriente (Arabia Saudita, Kuwait, los Emiratos, Qatar)  han sido más renuentes a recibir refugiados que los menos ricos (Turquía, Egipto, Irán, etc.). La misma Arabia Saudita ha repatriado refugiados “musulmanes” de Somalia. ¿Lo hace porque es una teocracia fundamentalista que no puede tolerar la presencia de intrusos extranjeros? Sí, pero su dependencia de los ingresos generados por el petróleo la hacen un socio económico de Occidente al que está integrada completamente. Debería haber una presión internacional seria sobre la Arabia Saudita (como también sobre Kuwait, Qatar y los Emiratos) para que acepten un grupo numeroso de refugiados, especialmente porque al respaldar a los rebeldes anti-assadistas los sauditas tienen un grado de responsabilidad por la situación actual de Siria.

Modelo económico y condiciones de trabajo

Nuevas formas de esclavitud distinguen a los países ricos. Millones de trabajadores inmigrantes en la península arábiga están privados de libertades y derechos civiles básicos. Millones de trabajadores de Asia viven en maquilas organizadas como campos de concentración. Y hay ejemplos más inmediatos. El 1º de diciembre del 2013 se incendió una fábrica de ropa de propiedad china en Prato, cerca de Florencia; siete trabajadores murieron atrapados en improvisados dormitorios de cartón. Roberto Pistonina, un sindicalista del área, declaró: “Nadie puede declararse sorprendido pues por mucho tiempo se ha sabido que entre Florencia y Prato hay cientos, si no miles, de personas que viven y trabajan en condiciones similares a las de esclavitud”. Los chinos son dueños de más de 4.000 negocios en Prato y se cree que miles de inmigrantes chinos viven ilegalmente en la ciudad, donde trabajan hasta 16 horas al día para una red de talleres y mayoristas.

La nueva esclavitud no está confinada a los suburbios de Shanghái, Dubái o Qatar. Está alrededor de nosotros pero no la vemos o pretendemos que no la vemos. El trabajo de maquila es una necesidad estructural del capitalismo global de hoy. Muchos de los refugiados que están llegando a Europa formarán parte de esta precaria y creciente mano de obra, en muchos casos con perjuicio de los trabajadores locales, los cuales reaccionarán a esta amenaza engrosando las filas del nuevo populismo anti-inmigrante.

Universo del inmigrante: quimeras y realidades

Al escapar de sus países destruidos por la guerra los refugiados están poseídos de un sueño. Los que llegan al sur de Italia no se quieren quedar allí; muchos quieren llegar a Escandinavia. Miles de ellos en Calais no están contentos en Francia sino que desean irse al Reino Unido y para lograrlo están dispuestos a arriesgar sus vidas. Miles más en los países balcánicos están desesperados por llegar a Alemania. Ellos dan a sus sueños el valor de un derecho incondicional y exigen a las autoridades europeas no solo alimentación y cuidado médico adecuados sino también transporte al país de destino que han escogido. Hay algo enigmáticamente utópico en esta exigencia. Como si Europa tuviera la obligación de realizar sus sueños, sueños, que dicho sea de paso, no están al alcance de la mayoría de europeos (¿no es cierto que un buen número de europeos del sur y el este preferirían también vivir en Noruega?). Esperaríamos que la gente se contentara con un mínimo de seguridad y bienestar cuando se encuentra en condiciones de pobreza, angustia y peligro, pero es en esas circunstancias su utopismo se vuelve más intransigente. La dura realidad que deben enfrentar los refugiados es que Noruega no existe, ni siquiera en Noruega.

Nuestra manera de vivir

No es inherentemente racista o proto-fascista que en las sociedades anfitrionas la gente hable de proteger su “manera de vivir”. Esa idea debería ser abandonada. Si no se abandona dejamos el camino abierto para que avancen los sentimientos anti-inmigrantes en Europa. La última expresión de esos sentimientos ha ocurrido en Suecia donde, según las últimas encuestas, los anti-inmigrantes Demócratas Suecos son más populares que los Social-Demócratas. La posición de la izquierda liberal en este asunto es de un moralismo arrogante; temen arriesgar su plataforma si le dan alguna validez a la idea de “proteger nuestra manera de vivir” cuando en realidad solo proponen una versión más modesta de lo que los populistas anti-inmigrantes defienden abiertamente. Por cierto, este es el enfoque cauteloso que han propuesto los partidos centristas en los últimos años. Rechazan el racismo abierto de los populistas anti-inmigrantes pero al mismo tiempo dicen que “entienden las preocupaciones” de la gente del común y ponen en vigencia políticas anti-inmigrantes más racionales.

Nosotros, sin embargo, deberíamos rechazar la actitud liberal de izquierda. Las denuncias que moralizan la situación (por ejemplo, “Europa es indiferente al sufrimiento ajeno”) son meramente el reverso de la brutalidad anti-inmigrante y aceptan la presunción -que de ninguna manera es autoevidente- de que defender la manera de vivir propia es incompatible con un sentimiento ético universal. Deberíamos evitar los callejones ciegos en que caen los liberales cuando se preguntan: ¿hasta dónde podemos ser tolerantes? ¿hemos de tolerar inmigrantes que no permitan que sus hijos vayan a escuelas públicas, que obliguen a sus mujeres a vestirse y comportarse de cierta manera, que arreglen los matrimonios de sus hijos, que discriminen contra los homosexuales?

Nunca seremos suficientemente tolerantes o ya somos demasiado tolerantes. La única manera de romper este impasse es ir más allá de la mera tolerancia: nosotros tenemos que ofrecer a los demás no solo nuestro respeto sino también la oportunidad de unirse a nosotros en un lucha común pues nuestros problemas actuales son suyos también.

Globalización y trashumancia

Los refugiados son el precio que tenemos que pagar por una economía globalizada en la que circulan libremente las mercancías pero no la gente. La idea de fronteras porosas, de movimientos masivos de extranjeros, es intrínseca al capitalismo global. El movimiento migratorio en Europa no es único. Los pobres nativos de Suráfrica atacaron en abril a más de un millón de refugiados de países vecinos a quienes acusaban de robarles sus trabajos. Eventos similares serán causados no solo por conflictos armados sino también por crisis económicas, desastres naturales, cambio climático, etc.

Hubo un momento inmediatamente después del desastre nuclear de Fukushima cuando las autoridades japonesas se prepararon para evacuar toda Tokio, lo que hubiera implicado la movilización de más de veinte millones de personas. Si se hubiera hecho eso, ¿a dónde habría ido toda esa gente? ¿Se les hubiera debido dar un pedazo de tierra dentro del Japón para que lo desarrollaran o se hubieran debido repartir alrededor del mundo? ¿Qué pasará si el cambio climático hace el norte de Siberia más habitable y apropiado para la agricultura mientras extensas regiones del sub-Sahara africano se vuelven demasiado áridas para sostener una población numerosa? ¿Cómo se organizaría la redistribución de la gente? En el pasado, cuando sucedían estos eventos, los cambios sociales fueron espontáneos y caóticos y estuvieron acompañados de violencia y destrucción.

Soberanía, migración y solidaridad

La humanidad debería prepararse para vivir de una manera más “plástica” y nómada. Una cosa es clara: la soberanía nacional tendrá que ser redefinida de una manera radical y deberán diseñarse nuevos métodos de cooperación global y nuevos mecanismos de decisión internacional.

Primero, en este momento Europa debe reafirmar su compromiso de tratar con dignidad a los refugiados. No debe haber ninguna vacilación en esto: nuestro futuro verá grandes movimientos migratorios y la única alternativa a dicho compromiso es un nuevo periodo de barbarie -lo que algunos llaman el “choque de civilizaciones”-.

Segundo, y como consecuencia de este compromiso, Europa deberá imponer reglas y reglamentos claros. El movimiento de inmigrantes debería controlarse de una manera eficiente a través de una red administrativa que comprenda a todos los miembros de la Unión Europea (para prevenir actos locales de barbarie como los que han sucedido en Hungría y Eslovaquia). Hay que garantizarle a los refugiados su seguridad pero se les ha de hacer claro que deben aceptar la destinación que les den las autoridades europeas y que deberán respetar las leyes y convenciones sociales de los estados europeos: ninguna tolerancia a la violencia religiosa, sexual o étnica, ningún derecho para imponer a otros su religión y manera de vivir, respeto al derecho de toda persona para abandonar las costumbres de su comunidad, etc. Si una mujer decide cubrirse la cara, esa decisión debe ser respetada; si ella escoge no cubrírsela su libertad para no hacerlo debe ser reconocida. Esas reglas implican darle prioridad a la manera de vivir de Europa occidental como el precio que se debe pagar por la hospitalidad europea. Estas reglas deben expresarse claramente y hacerse cumplir estrictamente cuando sea necesario tanto  con respecto a fundamentalistas extranjeros como con respecto a nuestros propios racistas.

Tercero, hay que concebir un nuevo tipo de intervención internacional militar y económica, una intervención que evite caer en las relaciones neocoloniales del pasado reciente. Los casos de Iraq, Siria y Libia demuestran cómo la intervención equivocada (en Iraq y Libia) y la no intervención también equivocada (en Siria, donde hay poderes extranjeros, como Rusia y Arabia Saudita, que participan activamente so pretexto de no intervención) terminan en el mismo callejón sin salida.

Cuarto, lo más importante y difícil, es necesario un cambio económico radical que termine con las condiciones que crean movimientos de refugiados. Sin una transformación en la manera como funciona el capitalismo global, los refugiados no europeos estarán pronto acompañados de emigrantes de Grecia y de otros países de la Unión. Cuando yo era joven el intento de regular el capitalismo se llamaba comunismo. Quizá deberíamos reinventarlo pues es talvez la única solución a largo plazo.

Tomado de London Review of Books, Vol. 37 No. 18 · 24 September 2015

Traducción y subtítulos de Luis Mejía
17 de septiembre del 2015
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

No comments:

Post a Comment