Este artículo del filósofo e
intelectual público Slavoj Žižek analiza la crisis creada por los
refugiados del Levante en Europa este verano y la enlaza con la crisis mundial
del desarraigo de poblaciones causado por las acciones bélicas, políticas y económicas
de Occidente o por catástrofes naturales. Žižek hace énfasis en la necesidad de
preservar la cultura liberal europea y de acoger los refugiados e inmigrantes
en el entendimiento de que están llamados a respetarla. En esto es consistente
con su defensa del ideario del liberalismo occidental que ha hecho en otras
oportunidades, como en su entrevista para Der Spiegel en marzo de este año que
se encuentra también en este blog.
NORUEGA, UTOPÍA DEL REFUGIADO
Por Slavoj Žižek
Afrontando la crisis
El movimiento
de refugiados del África y el Medio Oriente hacia Europa occidental ha
provocado una serie de reacciones muy similares a las que según Elisabeth Kübler-Ross (en su célebre estudio De
la muerte y su proceso) tenemos cuando
nos enteramos de que sufrimos una enfermedad terminal. Primero hay
una negación: “No es tan serio.
Ignorémoslo” (aunque esto ya no lo oímos con frecuencia). Luego viene la rabia -¿cómo me puede pasar esto a mí?-
que explota cuando ya no es viable negar: “Los refugiados son una amenaza a
nuestra manera de vivir; entre ellos se esconden unos fundamentalistas
musulmanes; hay que atajarlos”. Sigue el regateo:
“Está bien, fijemos unas cuotas, ayudémosles a crear campos de refugiados en
sus propios países”. Luego la depresión:
“Estamos perdidos, Europa se está volviendo Europistán”. Lo que todavía no
vemos es la quinta etapa de Kübler-Ross, la aceptación,
que en este caso implicaría el diseño de un plan pan-europeo de manejo de
refugiados.
¿Qué se debería hacer? La opinión pública está
seriamente dividida. Los liberales izquierdistas se declaran ofendidos porque
Europa permite que miles de personas se ahoguen en el Mediterráneo. Europa,
dicen ellos, debería mostrar solidaridad y abrir sus puertas. Los populistas anti-inmigrantes
dicen que necesitamos proteger nuestra manera de vivir y que los extranjeros
deber solucionar sus propios problemas. Ambas propuestas suenan mal, pero ¿cuál
es peor? Parafraseando a Stalin, ambas son peores.
Evasión de responsabilidades
Los hipócritas más grandes son los que proponen
fronteras abiertas. Bien saben que eso nunca sucederá pues haría estallar de
inmediato una revolución populista en Europa. Ellos están haciendo teatro, el
teatro del alma noble, superior, en un mundo corrupto, mientras siguen viviendo
en él. Los populistas anti-inmigrantes también saben bien que abandonada a su
suerte la gente de África y el Medio Oriente nunca logrará resolver sus propios
problemas y cambiar las sociedades en que vive. ¿Por qué no? Porque nosotros en
Europa Occidental se lo impedimos. La intervención occidental en Libia lanzó a
ese país al caos. El ataque de los Estados Unidos a Irak creó las condiciones
para el surgimiento del Estado Islámico. La continua guerra civil en la
República Centro Africana entre el sur cristiano y el norte musulmán no es solo
una explosión de odio étnico sino también el producto del petróleo descubierto
en el norte: Francia y China están enfrentadas por el control de recursos a
través de sus intermediarios nativos. La codicia global por el control de
minerales como coltán, cobalto, diamantes y cobre, dio lugar al surgimiento de
caudillos de guerra en la República Democrática del Congo en los años noventa y
el primer decenio de este siglo.
Si queremos parar el movimiento de refugiados es necesario
reconocer que la mayoría de ellos salen de estados fallidos donde la autoridad
pública es más o menos inoperante: Siria, Iraq, Libia, Somalia, RDC, etc. Esta
desintegración del poder del estado no es un fenómeno local sino el resultado
de políticas internacionales y del sistema económico global; en algunos casos
–como en Libia e Iraq- es resultado directo de la intervención occidental.
Además, debería tenerse en cuenta que los estados fallidos del Medio Oriente
fueron condenados al fracaso por las fronteras que durante la Primera Guerra Mundial
les asignaron Gran Bretaña y Francia.
No deja de llamar la atención que los países más ricos
del Medio Oriente (Arabia Saudita, Kuwait, los Emiratos, Qatar) han sido más renuentes a recibir refugiados
que los menos ricos (Turquía, Egipto, Irán, etc.). La misma Arabia Saudita ha
repatriado refugiados “musulmanes” de Somalia. ¿Lo hace porque es una teocracia
fundamentalista que no puede tolerar la presencia de intrusos extranjeros? Sí,
pero su dependencia de los ingresos generados por el petróleo la hacen un socio
económico de Occidente al que está integrada completamente. Debería haber una
presión internacional seria sobre la Arabia Saudita (como también sobre Kuwait,
Qatar y los Emiratos) para que acepten un grupo numeroso de refugiados,
especialmente porque al respaldar a los rebeldes anti-assadistas los sauditas
tienen un grado de responsabilidad por la situación actual de Siria.
Modelo económico y condiciones de trabajo
Nuevas formas de esclavitud distinguen a los países
ricos. Millones de trabajadores inmigrantes en la península arábiga están
privados de libertades y derechos civiles básicos. Millones de trabajadores de Asia
viven en maquilas organizadas como campos de concentración. Y hay ejemplos más
inmediatos. El 1º de diciembre del 2013 se incendió una fábrica de ropa de
propiedad china en Prato, cerca de Florencia; siete trabajadores murieron
atrapados en improvisados dormitorios de cartón. Roberto Pistonina, un
sindicalista del área, declaró: “Nadie puede declararse sorprendido pues por
mucho tiempo se ha sabido que entre Florencia y Prato hay cientos, si no miles,
de personas que viven y trabajan en condiciones similares a las de esclavitud”.
Los chinos son dueños de más de 4.000 negocios en Prato y se cree que miles de
inmigrantes chinos viven ilegalmente en la ciudad, donde trabajan hasta 16
horas al día para una red de talleres y mayoristas.
La nueva esclavitud no está confinada a los suburbios
de Shanghái, Dubái o Qatar. Está alrededor de nosotros pero no la vemos o
pretendemos que no la vemos. El trabajo de maquila es una necesidad estructural
del capitalismo global de hoy. Muchos de los refugiados que están llegando a
Europa formarán parte de esta precaria y creciente mano de obra, en muchos
casos con perjuicio de los trabajadores locales, los cuales reaccionarán a esta
amenaza engrosando las filas del nuevo populismo anti-inmigrante.
Universo del inmigrante: quimeras y realidades
Al escapar de sus países destruidos por la guerra los
refugiados están poseídos de un sueño. Los que llegan al sur de Italia no se
quieren quedar allí; muchos quieren llegar a Escandinavia. Miles de ellos en
Calais no están contentos en Francia sino que desean irse al Reino Unido y para
lograrlo están dispuestos a arriesgar sus vidas. Miles más en los países
balcánicos están desesperados por llegar a Alemania. Ellos dan a sus sueños el
valor de un derecho incondicional y exigen a las autoridades europeas no solo
alimentación y cuidado médico adecuados sino también transporte al país de
destino que han escogido. Hay algo enigmáticamente utópico en esta exigencia.
Como si Europa tuviera la obligación de realizar sus sueños, sueños, que dicho
sea de paso, no están al alcance de la mayoría de europeos (¿no es cierto que
un buen número de europeos del sur y el este preferirían también vivir en
Noruega?). Esperaríamos que la gente se contentara con un mínimo de seguridad y
bienestar cuando se encuentra en condiciones de pobreza, angustia y peligro,
pero es en esas circunstancias su utopismo se vuelve más intransigente. La dura
realidad que deben enfrentar los refugiados es que Noruega no existe, ni
siquiera en Noruega.
Nuestra manera de vivir
No es inherentemente racista o proto-fascista que en
las sociedades anfitrionas la gente hable de proteger su “manera de vivir”. Esa
idea debería ser abandonada. Si no se abandona dejamos el camino abierto para
que avancen los sentimientos anti-inmigrantes en Europa. La última expresión de
esos sentimientos ha ocurrido en Suecia donde, según las últimas encuestas, los
anti-inmigrantes Demócratas Suecos son más populares que los Social-Demócratas.
La posición de la izquierda liberal en este asunto es de un moralismo arrogante;
temen arriesgar su plataforma si le dan alguna validez a la idea de “proteger nuestra
manera de vivir” cuando en realidad solo proponen una versión más modesta de lo
que los populistas anti-inmigrantes defienden abiertamente. Por cierto, este es
el enfoque cauteloso que han propuesto los partidos centristas en los últimos
años. Rechazan el racismo abierto de los populistas anti-inmigrantes pero al
mismo tiempo dicen que “entienden las preocupaciones” de la gente del común y
ponen en vigencia políticas anti-inmigrantes más racionales.
Nosotros, sin embargo, deberíamos rechazar la actitud
liberal de izquierda. Las denuncias que moralizan la situación (por ejemplo,
“Europa es indiferente al sufrimiento ajeno”) son meramente el reverso de la
brutalidad anti-inmigrante y aceptan la presunción -que de ninguna manera es
autoevidente- de que defender la manera de vivir propia es incompatible con un
sentimiento ético universal. Deberíamos evitar los callejones ciegos en que
caen los liberales cuando se preguntan: ¿hasta dónde podemos ser tolerantes?
¿hemos de tolerar inmigrantes que no permitan que sus hijos vayan a escuelas
públicas, que obliguen a sus mujeres a vestirse y comportarse de cierta manera,
que arreglen los matrimonios de sus hijos, que discriminen contra los
homosexuales?
Nunca seremos suficientemente tolerantes o ya somos
demasiado tolerantes. La única manera de romper este impasse es ir más allá de
la mera tolerancia: nosotros tenemos que ofrecer a los demás no solo nuestro
respeto sino también la oportunidad de unirse a nosotros en un lucha común pues
nuestros problemas actuales son suyos también.
Globalización y trashumancia
Los refugiados son el precio que tenemos que pagar por
una economía globalizada en la que circulan libremente las mercancías pero no
la gente. La idea de fronteras porosas, de movimientos masivos de extranjeros,
es intrínseca al capitalismo global. El movimiento migratorio en Europa no es único.
Los pobres nativos de Suráfrica atacaron en abril a más de un millón de
refugiados de países vecinos a quienes acusaban de robarles sus trabajos. Eventos
similares serán causados no solo por conflictos armados sino también por crisis
económicas, desastres naturales, cambio climático, etc.
Hubo un momento inmediatamente después del desastre
nuclear de Fukushima cuando las autoridades japonesas se prepararon para
evacuar toda Tokio, lo que hubiera implicado la movilización de más de veinte
millones de personas. Si se hubiera hecho eso, ¿a dónde habría ido toda esa
gente? ¿Se les hubiera debido dar un pedazo de tierra dentro del Japón para que
lo desarrollaran o se hubieran debido repartir alrededor del mundo? ¿Qué pasará
si el cambio climático hace el norte de Siberia más habitable y apropiado para
la agricultura mientras extensas regiones del sub-Sahara africano se vuelven
demasiado áridas para sostener una población numerosa? ¿Cómo se organizaría la
redistribución de la gente? En el pasado, cuando sucedían estos eventos, los
cambios sociales fueron espontáneos y caóticos y estuvieron acompañados de
violencia y destrucción.
Soberanía, migración y solidaridad
La humanidad debería prepararse para vivir de una
manera más “plástica” y nómada. Una cosa es clara: la soberanía nacional tendrá
que ser redefinida de una manera radical y deberán diseñarse nuevos métodos de
cooperación global y nuevos mecanismos de decisión internacional.
Primero, en este momento Europa debe reafirmar su
compromiso de tratar con dignidad a los refugiados. No debe haber ninguna vacilación
en esto: nuestro futuro verá grandes movimientos migratorios y la única
alternativa a dicho compromiso es un nuevo periodo de barbarie -lo que algunos
llaman el “choque de civilizaciones”-.
Segundo, y como consecuencia de este compromiso,
Europa deberá imponer reglas y reglamentos claros. El movimiento de inmigrantes
debería controlarse de una manera eficiente a través de una red administrativa
que comprenda a todos los miembros de la Unión Europea (para prevenir actos
locales de barbarie como los que han sucedido en Hungría y Eslovaquia). Hay que
garantizarle a los refugiados su seguridad pero se les ha de hacer claro que
deben aceptar la destinación que les den las autoridades europeas y que deberán
respetar las leyes y convenciones sociales de los estados europeos: ninguna
tolerancia a la violencia religiosa, sexual o étnica, ningún derecho para
imponer a otros su religión y manera de vivir, respeto al derecho de toda
persona para abandonar las costumbres de su comunidad, etc. Si una mujer decide
cubrirse la cara, esa decisión debe ser respetada; si ella escoge no cubrírsela
su libertad para no hacerlo debe ser reconocida. Esas reglas implican darle
prioridad a la manera de vivir de Europa occidental como el precio que se debe
pagar por la hospitalidad europea. Estas reglas deben expresarse claramente y
hacerse cumplir estrictamente cuando sea necesario tanto con respecto a fundamentalistas extranjeros
como con respecto a nuestros propios racistas.
Tercero, hay que concebir un nuevo tipo de
intervención internacional militar y económica, una intervención que evite caer
en las relaciones neocoloniales del pasado reciente. Los casos de Iraq, Siria y
Libia demuestran cómo la intervención equivocada (en Iraq y Libia) y la no intervención
también equivocada (en Siria, donde hay poderes extranjeros, como Rusia y
Arabia Saudita, que participan activamente so pretexto de no intervención)
terminan en el mismo callejón sin salida.
Cuarto, lo más importante y difícil, es necesario un
cambio económico radical que termine con las condiciones que crean movimientos
de refugiados. Sin una transformación en la manera como funciona el capitalismo
global, los refugiados no europeos estarán pronto acompañados de emigrantes de
Grecia y de otros países de la Unión. Cuando yo era joven el intento de regular
el capitalismo se llamaba comunismo. Quizá deberíamos reinventarlo pues es
talvez la única solución a largo plazo.
Traducción y subtítulos de Luis Mejía
17 de septiembre del 2015
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
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