Wednesday, November 20, 2019

CAPITALISMO Y PROTESTA POPULAR: EXPLICAN LOS EXPERTOS


Índice:


AMÉRICA LATINA ESTABA LISTA A EXPLOTAR: ¿POR QUÉ
Por: Moisés Naím y Brian Winter

América Latina protesta
¿La conspiración internacional?
Más allá de la conspiración: la situación económica interna
La bonanza que pasó
Crisis doméstica después de la bonanza
Detonantes locales de las protestas
La democracia asediada en América Latina
El reto de la dirigencia latinoamericana
América Latina, vulnerable al populismo y a la injerencia extranjera

CUANDO LOS MERCADOS CHOCAN CON LA MOVILIDAD
Por Ricardo Hausmann

COSTO DEL NEOLIBERALISMO EN CHILE
Por Al Jazeera

Insatisfacción popular a pesar del crecimiento económico
El modelo económico capitalista y los servicios sociales
El auge de las inversiones fantasmas


LAS CIUDADES PRÓSPERAS SE REBELAN. ¿POR QUÉ?
Por: Jeffrey D. Sachs

Rebeliones populares en ciudades avanzadas
Estadísticas de riqueza
Libertad constreñida para diseñar el futuro personal
Progreso económico vs Expectativas personales
Dándole un propósito al crecimiento económico




AMÉRICA LATINA ESTABA LISTA A EXPLOTAR: ¿POR QUÉ?

Por: Moisés Naím[i] y Brian Winter[ii]
Traductor: Luis Mejía, Ph.D.

América Latina protesta

En un mundo inflamado de protestas la América Latina se distingue como un incendio que arde con furia.

Los últimos meses de 2019 han visto manifestaciones multitudinarias, a veces violentas, provocadas por una lista de quejas cuya variedad puede causar confusión, tales como fraude electoral, corrupción y aumentos en los precios de combustibles y transporte público.

Aún Chile, el faro de calma y prosperidad más reconocido en la región, ha estallado en protestas y disturbios que han dejado 20 personas muertas y han forzado al presidente Sebastián Piñera a declarar el estado de emergencia. En este momento no se puede decir con seguridad que algún país de la región sea verdaderamente estable.

¿La conspiración internacional?

La velocidad con que han circulado en los medios sociales imágenes de edificios incendiados y de policía antimotines cercada por manifestantes ha permitido que los rumores de conspiración tengan amplia acogida. En particular se habla de que las protestas en la región han sido orquestadas por Venezuela y Cuba. Según se dice, estas dictaduras socialistas están desesperadas por alejar la atención de sus propias crisis internas y para ello desestabilizan las democracias de la región gobernadas por partidos de centro-derecha, como Ecuador y Chile. 

El venezolano Nicolás Maduro parece confirmar esta teoría cuando ha dicho en público que “el plan se está cumpliendo exactamente como lo  esperábamos”, con “la acción unida de movimientos sociales, progresistas y revolucionarios de toda la América Latina y el Caribe”[iii].

Por mucho tiempo Maduro ha exagerado su influencia en la región con la esperanza de proyectar frente a sus conciudadanos y el resto del mundo una imagen de hombre fuerte. En este momento tiene incentivos adicionales para hacerlo dada la grave crisis económica y humanitaria de Venezuela y la amenaza que para su continuidad en el poder representa Juan Guaidó, reconocido como presidente legítimo del país por docenas de países incluyendo a los Estados Unidos. Cuba, por su parte, también enfrenta una situación económica difícil causada, parcialmente, por las sanciones impuestas por la administración Trump[iv].

Dicho esto, conviene tener presente que muchas personas de reconocida autoridad, como el ministro argentino de relaciones exteriores Jorge Faurie[v] y el secretario general de la Organización de Estados Americanos Luis Almagro[vi], han denunciado lo que ellos consideran una clara injerencia de Cuba y Venezuela en el descontento reciente de la región. A principios de octubre, en el momento más álgido de los disturbios en el Ecuador, su ministro del interior dijo[vii] que diecisiete personas habían sido arrestadas en el aeropuerto, “la mayoría venezolanas… portadoras de información sobre las protestas”.

Todavía es muy temprano para decir con certeza qué papel ha tenido la injerencia extranjera en iniciar y sostener las protestas. Por ejemplo, de acuerdo con la periódico chileno La Tercera[viii] la policía chilena ha identificado a  varios venezolanos y cubanos que a mediados de octubre participaron en ataques violentos en Santiago.

Más allá de la conspiración: la situación económica interna

Pero el tamaño y la duración de las protestas, en las que el 25 de octubre participaron más de 18 millones de ciudadanos chilenos, sugieren que las causas profundas son estructurales y van más allá de que haya o no participantes extranjeros. Por eso las teorías conspirativas se prestan para dar a los políticos y a otros miembros de la élite un chivo expiatorio conveniente.

Con o sin agitadores que prendieran la mecha, gran parte de América Latina estaba lista para explotar.

La mayor parte de América Latina entró en un largo período de crecimiento mediocre después de la bonanza de materias primas a principios del siglo. Esta bonanza había despertado grandes expectativas. Pero los salarios congelados y el costo de vida en subida han hecho que la gente encuentre más difícil aceptar situaciones que ofenden su sensibilidad, como la inequidad y la corrupción. 

Al mismo tiempo, los latinoamericanos se han convertido en uno de los grupos que hace uso más intenso de los medios sociales[ix] [N.T.: el 73% de la población latinoamericana es usuaria de Internet, el 95% en Norteamérica y Europa, el 60% en Asia Oriental y 50% en África del norte]. Ellos han visto la erupción de protestas desde Hong Kong hasta Beirut y Barcelona. Sin duda algunos se dijeron: ¿y por qué no nosotros también?

La bonanza que pasó

Aunque las protestas que ahora se viven en una gran parte de la América Latina han tenido varios detonantes, todas comparten un común denominador: el malestar económico.

En promedio las economías latinoamericanas y caribeñas crecerán apenas un 0,2% en el 2019, que es el peor desempeño de cualquier región importante del mundo según el Fondo Monetario Internacional. En comparación, se espera que  los mercados emergentes globales crezcan un 3,9% este año, resultado de varios años de crecimiento sólido a pesar de obstáculos como la guerra comercial de los Estados Unidos y China.

Para entender por qué la crisis económica latinoamericana ha despertado tanta rabia uno solo tiene que echar una mirada atrás, a los principios de la década, cuando la región progresaba mejor que el resto del mundo.

Gracias a la bonanza de los precios de materias primas, que fue impulsada principalmente por la demanda china, las economías latinoamericanas crecieron más o menos a un promedio del 3,5% anual per cápita entre 2003 y 2013. El mejor récord de crecimiento en medio siglo. El beneficio resultante fue relativamente bien distribuido. Cerca de cien millones de latinoamericanos entraron a la clase media durante ese periodo según datos del Banco Mundial[x]. Por primera vez muchos pudieron comprar carro, lavadora y televisor de pantalla grande. Todos esperaban que los buenos tiempos continuaran indefinidamente.

Crisis doméstica después de la bonanza

Pero las cosas no han sucedido de esa manera. En la media década pasada Venezuela ha sufrido uno de los colapsos económicos más severos por fuera de una zona de guerra[xi], el Brasil pasó por una de las recesiones más largas y profundas de su historia, la Argentina sufrió una crisis monetaria y de crédito, y países relativamente resilientes como el Perú, México o Colombia, han tenido un crecimiento mediocre.

Las circunstancias específicas varían de país a país pero hay algunos factores causales comunes a la recesión de la región.

Al final de la bonanza de materias primas muchos gobiernos latinoamericanos quedaron con déficits presupuestales insostenibles y fueron incapaces de hacer a tiempo los ajustes necesarios para dar confianza a los inversionistas. No ha habido mejoras en la productividad de la mayor parte de la región y solo el África subsahariana tiene una tasa de inversión menor con respecto al producto interno bruto. Como consecuencia de esta situación los salarios no han mejorado, la pobreza ha retornado en varios países y la gente se ha rebelado contra lo que considera promesas incumplidas de los gobiernos.

Todo esto combinado ayuda a explicar el malestar del momento.

Detonantes locales de las protestas

En Chile estallaron las protestas cuando el gobierno aumentó en treinta pesos, o cuatro centavos de dólar, las tarifas de transporte público. En el Ecuador la gente se tomó las calles cuando el gobierno redujo los subsidios a los combustibles aumentando los precios del diésel a más del doble. Ambos gobiernos dieron reversa a esas decisiones en respuesta a las protestas pero ya el daño estaba hecho y el malestar continúa.

Aún donde la causa inmediata de las protestas ha sido política, los problemas económicos hacen presencia en el fondo. Este mes hubo disturbios en Bolivia luego de que el presidente Evo Morales, cuya popularidad ha caído a la par con la economía, ganara un cuarto periodo consecutivo en medio de unas elecciones marcadas por muchas acusaciones de fraude[xii].

La dura situación económica ha concentrado la rabia de los manifestantes en temas similares, como la inequidad y la corrupción. América Latina ha sido por mucho tiempo una de las regiones con mayores desigualdades pero han cambiado los términos de lo que la gente está dispuesta a tolerar. La clase media que surgió de la bonanza de materias primas es más educada y está hiperconectada gracias a Internet. Sus miembros tienen a la vista, sin filtros, los carros de lujo, las carteras de diseñadores y las costosas vacaciones en Miami de la élite. Durante la bonanza la clase media parecía tenerle más paciencia a esos excesos, quizá porque tenía la esperanza de que algún tendría acceso a ellos. Pero esa esperanza ha desaparecido en los últimos años junto con las perspectivas económicas de la región.

Una oleada de escándalos recientes de corrupción han llevado a la cárcel a expresidentes del Brasil, el Perú y Guatemala y al mismo tiempo ha disminuido la credibilidad del establecimiento. Los partidos políticos reciben en las encuestas las tasas más bajas de confianza en comparación con cualquier otra entidad o grupo[xiii]. Cada vez con mayor frecuencia los votantes en América Latina llegan a la conclusión de que la corrupción no afecta solo a los políticos o a los partidos sino al sistema mismo.

La democracia asediada en América Latina

Solo el 57% de los latinoamericanos cree que la democracia es “la mejor de todas las formas de gobierno” de acuerdo con una encuesta reciente hecha por el Proyecto Latinoamericano de Opinión Pública de la Universidad Vanderbilt[xiv]. Ese resultado se debe comparar con la aprobación del 66% al 70% en la década anterior al 2014, cuando el crecimiento económico decreció y estallaron varios escándalos de corrupción.

Los resultados de la encuesta de la Universidad Vanderbilt y otras similares[xv] no implican necesariamente que la gente quiere un regreso a las dictaduras militares que dominaron la región en los años setenta. Pero los votantes definitivamente se inclinan hacia líderes civiles “fuertes’ como el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y el brasileño Jair Bolsonaro –un excapitán del ejército-, que fueron elegidos por su promesa de soluciones fáciles que hasta el momento han sido incapaces de cumplir.

El reto de la dirigencia latinoamericana

Para tener éxito en el clima actual los líderes latinoamericanos tendrán que andar una cuerda floja sobre la que pueden dar un paso en falso en cualquier momento.

De una lado, sus votantes les exigen medidas inmediatas y comprensivas para solucionar problemas que en muchos casos han existido por décadas si no siglos. De otro, dichos líderes tienen tasas de aprobación muy bajas (muchos de ellos, como Piñera de Chile, por debajo del 30%) que les crearán dificultades para hacer aprobar las leyes necesarias. Las protestas constriñen aún más a estos líderes, aumentan la polarización y hacen los consensos más inciertos.

La semana pasada el presidente de Chile Piñera trató de confrontar estos dilemas. Pidió excusas en un discurso televisado a la nación por lo que llamó “falta de visión” de su administración y anunció un aumento del 20% en la pensión mínima, un aumento en el salario mínimo y una rebaja en el precio de las medicinas para los pobres. Estas medidas fueron diseñadas para cerrar la brecha entre los chilenos pobres y ricos. Pero simplemente es imposible reducir la inequidad a menos que la economía esté creciendo a buen ritmo. Esto es algo que saben con seguridad Piñera y sus colegas en el resto de América Latina.

Para que América Latina recupere la prosperidad relativa de los primeros años del siglo necesita poner en marcha una agenda de reformas muy ambiciosa, que vaya más allá de las medidas que son populares entre los grupos pro-negocios, tales como tratados de comercio y cambios en los impuestos. 

En lugar de esperar a que se extiendan las protestas los líderes de la región deben identificar las dos o tres prioridades fundamentales de sus países -por ejemplo, desnutrición en el Triángulo Norte de América Central, seguridad en México y el Brasil, infraestructura en Colombia, modernización de escuelas en todas partes- y convocar a una coalición amplia para solucionarlos.

Fallas crónicas en el cuidado de la salud, seguridad, infraestructura y educación impiden el crecimiento de buena parte de la región. Para enfrentar estos problemas eficientemente tienen que colaborar los gobiernos, os negocios y la sociedad civil. La gente debe poner a un lado sus teléfonos móviles y dejar de esperar que los gobiernos solucionen todos sus problemas.

América Latina, vulnerable al populismo y a la injerencia extranjera

Es posible que estemos pidiendo demasiado al hablar de esa ambiciosa reforma de base amplia. Pero la región no puede esperar que ocurra otra bonanza o que aparezca otra fuente mágica de crecimiento. Una actitud pasiva solo resultará en un círculo vicioso de economías de  crecimiento lento, pérdida de confianza en la democracia y surgimiento de líderes populistas. Ese fue el ciclo que empujó hacia las dictaduras militares a buena parte de América Latina en las décadas del setenta y el ochenta del siglo pasado. 

Los mismos factores pueden empujar hacia el caos y la división social promovidos en los países latinoamericanos por fuerzas internas y externas. Es posible que Venezuela y Cuba no sean la razón principal para las protestas del momento. Pero si la región continúa en su declive actual se hará vulnerable a una conspiración futura, que llegue de la Habana, de Caracas o de cualquier otra parte.

Publicación original: Why Latin America Was Primed to Explode, Foreign Affairs, 29 de octubre del 2019[xvi]


[i] Distinguished Fellow at the Carnegie Endowment for International Peace
[ii] Vice President for Policy at the Americas Society / Council of the Americas
[iii] Los autores se refieren al evento documentado en este video, a 16.11min: https://www.youtube.com/watch?time_continue=975&v=miKyWX4lr_w&feature=emb_logo


CUANDO LOS MERCADOS CHOCAN CON LA MOVILIDAD 

Por Ricardo Hausmann
Traducción de Project Syndicate

INDHOEK – Se supone que la gasolina es combustible. ¿Pero por qué también se ha vuelto políticamente explosiva, como sugiere la erupción de protestas masivas en Ecuador y Chile?

Mientras que el caso ecuatoriano tuvo que ver con un incremento significativo del precio de la gasolina, lo que disparó la revuelta en Chile fue un aumento programado de apenas el 3% de las tarifas del metro de Santiago. Más allá de si hubo o no injerencia extranjera, el hecho es que las protestas, si no la violencia y la destrucción que las acompañaron, han tenido un respaldo público significativo.

El argumento económico contra los subsidios a la gasolina parece sólido. Los subsidios son ineficientes porque conducen a beneficios en el consumo que valen menos de lo que le cuesta a la sociedad ofrecerlos. Son nocivos desde un punto de vista ambiental porque el consumo de gasolina genera externalidades negativas: no sólo calentamiento global, sino también contaminación local, congestión y degradación de las vías. (Más bien, la gasolina debería gravarse para tener en cuenta estos costos). Y son profundamente injustos, porque los ricos consumen más gasolina que los pobres, lo que significa que obtienen una tajada mayor del subsidio.

Pero el argumento económico contra los subsidios ignora otras dimensiones del problema que ayudan a entender la oposición pública a una intervención en los costos del transporte. Reconocerlas y entenderlas es crucial para diseñar mejores soluciones en materia de políticas.

El problema con la lógica económica estándar es que no tiene en cuenta el papel de los bienes públicos en la vida urbana –y, en particular, en la movilidad-. Las calles, los metros, las ciclovías y las autopistas no tienen mercados o precios como sí los tienen los automóviles y los departamentos. Tampoco las vistas hermosas, los parques públicos y los barrios seguros.

La vida moderna exige interactuar con muchas otras personas, ya sea trabajando en grandes organizaciones o atendiendo a los consumidores. Es por eso que, a nivel mundial, el porcentaje de gente que vive en áreas urbanas ha crecido de menos del 35% en 1960 a más del 55% hoy. En países de altos ingresos, el porcentaje supera el 80%.

La posibilidad de interactuar con los demás implica la capacidad de movernos desde donde vivimos hacia donde trabajamos, compramos, aprendemos y socializamos. Cuán lejos tenemos que ir y cuánto tiempo y dinero nos cuesta son cosas que están determinadas por la disposición geográfica urbana y la infraestructura de transporte. Por ejemplo, Barcelona y Atlanta tienen poblaciones similares, pero Atlanta utiliza una superficie más de 26 veces superior y emite más de diez veces más dióxido de carbono. Barcelona ofrece transporte público mucho mejor y más económico, y su mayor densidad poblacional fomenta la eficiencia de la red. De la misma manera, si bien Tokio tiene más habitantes que Nueva Delhi o Ciudad de México, los tiempos de traslado son mucho más cortos, debido a una planificación urbana más inclusiva y grandes inversiones en infraestructura.

Los ricos eligen dónde vivir en parte teniendo en cuenta los tiempos de traslado, lo que hace subir los precios inmobiliarios en lugares bien conectados y empuja a los pobres a zonas periféricas. También conducen autos grandes (muchas veces solos), y así ocupan más espacio en las calles. Para ellos, el costo del transporte no es existencial.

Los pobres, en cambio, relegados como están a lugares no tan bien conectados, enfrentan tiempos de traslado más largos (un tema especialmente sensible para las madres) y deben asignar un porcentaje mayor de sus magros presupuestos al transporte. Si la infraestructura de movilidad es horrible, viajar al centro de la ciudad para obtener mejores oportunidades laborales puede ser tan costoso que la gente se queda atrapada en actividades informales menos productivas más cerca de sus vecindarios de bajos ingresos. Esto constituye una trampa de pobreza: como uno es pobre, no puede llegar adonde están los buenos empleos, lo que significa que uno seguirá siendo pobre.

En este contexto, utilizar precios de mercado para equilibrar la oferta y demanda de transporte excluiría sistemáticamente a los pobres de los beneficios de la vida urbana. Quienes tienen menos ingresos –digamos, los estudiantes de familias pobres que intentan llegar a la escuela- serían los que dejan de viajar cuando aumentan los precios. Es por eso que muchos sistemas de metro, inclusive el de Santiago, tienen precios especiales para los estudiantes. De la misma manera que no utilizamos subastas para asignar órganos de trasplante, necesitamos principios distintos a los de las leyes de mercado para administrar el transporte.

Lo mismo es válido para otras amenidades urbanas valiosas. En comparación con los residentes de los suburbios, las habitantes de las ciudades tienden a pasar menos tiempo en sus departamentos más pequeños y más tiempo en espacios públicos compartidos. Pero el Central Park de Nueva York, el Hyde Park de Londres o el Bois de Boulogne de París, que están disponibles para todos de manera gratuita, pronto se convertirían en clubes de campo o barrios cerrados si cayeran en manos del mercado.

Como el grueso de los costos del transporte son fijos, en el sentido de que se incurre en ellos en el momento de la construcción, las ciudades tienen muchos grados de libertad para decidir quién paga por ellos y cuándo. Consideremos un sistema de metro: ¿qué porcentaje del costo debería ser pagado por las futuras generaciones, los jóvenes, las personas mayores y la población en edad laboral? ¿Cuánto deberían pagar los usuarios del sistema y cuánto quienes se benefician de una menor congestión en las calles o del incremento del precio de los inmuebles gracias a su proximidad a una estación?

Aún más importante, ¿qué porcentaje de la asignación del espacio urbano debería dejarse en manos de los mercados, donde cada dólar vale lo mismo, y cuánto dedicarse a un mecanismo que trate a todos los ciudadanos por igual? Como señaló Michael Sandel de Harvard: “Cuantas más cosas puede comprar el dinero, más difícil es ser pobre”. Si el acceso a barrios seguros, buenos empleos y espacios públicos está limitado por la falta de dinero, los pobres tenderán a considerar injusta la asignación que resulte del mercado.

Nada de esto justifica los subsidios a la gasolina. Todo lo contrario: estos recursos deberían utilizarse de manera mucho más eficiente y justa en garantizar que todos tengamos acceso a las oportunidades y placeres de la vida social. Pero lo que la gente espera, y lo que los gobiernos deberían brindar, son políticas que mejoren la calidad del espacio público compartido y la eficiencia y disponibilidad de los medios para recorrerlo.

Publicación original: Ricardo Hausmann, When markets and mobility collide, revista virtual Project Syndicate, Nov 12, 2019[i]  
Por Al Jazeera en colaboración con The Economist
Traducción de Luis Mejía, Ph.D.

Echamos una mirada a la manera como la doctrina neoliberal ha debilitado la democracia en Chile. Aprovechamos para hablar de los efectos de las inversiones fantasmas.

Insatisfacción popular a pesar del crecimiento económico

La doctrina neoliberal puede haber tenido un efecto debilitador de la democracia en Chile. El país ha sido golpeado por protestas que han durado varias semanas.
Todo empezó cuando los estudiantes chilenos protestaron contra un aumento reciente en las tarifas del metro, pero las protestas se han multiplicado como hongos hasta convertirse en un movimiento contra la inequidad y en descontento con una economía que está en caída después de años de buen desempeño en comparación con los países vecinos.

Al Jazeera ha hablado con el editor de la revista The Economist, Michael Reid. Este dice: “Ha habido [en Chile] una sensación generalizada de insatisfacción que se ha manifestado ocasionalmente en manifestaciones y protestas durante la últimos diez años, más o menos, y que en esta ocasión ha explotado en algo mucho más serio. Primero que todo, ha habido incendios provocados por mano humana y serios daños al metro, pero también ha habido grandes protestas pacíficas sobre la multiplicidad de problemas que enfrenta Chile”.

Bajo la dictadura militar de Augusto Pinochet Chile se convirtió en un campo de ensayo de la economía de mercados libres irrestrictos, también conocida como neoliberalismo. El experimento empezado en los años setenta continuó bajo gobiernos democráticos desde 1990 hasta hoy. Aunque las políticas neoliberales fracasaron bajo Pinochet, la economía chilena tuvo un mejor desempeño que la de otros países latinoamericanos.

Reid dice que la economía chilena ha crecido más rápidamente que el promedio latinoamericano en las últimas tres décadas y que ha habido una reducción drástica de los niveles de pobreza pero que la inequidad es tan notoria que ha creado una división entre las élites políticas y de negocios y el pueblo chileno.

El modelo económico capitalista y los servicios sociales

Reid agrega: “En general hay un sentimiento de insatisfacción con la dirección en que se ha movido el capitalismo desde la crisis financiera. Eso tiene mucho que ver con el cambio tecnológico, la revolución digital y el surgimiento de la China, de una parte, y la concentración de empresas y mercados. Además la gente tiene la sensación de que el capitalismo es menos incluyente y menos democrático que antes”.

“Chile tiene que reflexionar cuidadosamente sobre el modelo que adoptó, en el cual los mecanismos de mercado iban a ser la fuente principal de la provisión de servicios sociales, educación, cuidado de la salud, pensiones, y en el que la gente pagaría directamente buena parte de los costos de los mismos. A mi modo de ver, eso no ha funcionado muy  bien. El modelo ha ido cambiando gradual e incrementalmente en los últimos 20 o 25 años. Yo creo que se necesita más cambio, hacia un aumento en la provisión pública de servicios. Eso implicaría una estructura de impuestos en la que los más pudientes pagarían más de lo que pagan hoy en día”.

El auge de las inversiones fantasmas

Una táctica de evasión de impuestos por las empresas conocida como ‘inversión fantasma’ se ha vuelto popular y está privando a los países en desarrollo de dinero que les es muy necesario.

Cuarenta billones de dólares en inversión extranjera directa circulan en el mundo en forma de inversiones fantasmas para minimizar los pagos de impuestos. La ONU calcula que los países en desarrollo pierden cien mil millones de dólares anualmente porque las compañías multinacionales transfieren sus ganancias a países donde pagan poco o nada en impuestos. Este dinero podría financiar agua potable o servicios sanitarios para dos mil millones de personas al año.

Petr Jansky de Charles University (N. del T.: Charles University está localizada en Praga, República Checa) le ha dicho a Al Jazeera que la inversión extranjera directa por parte de compañías multinacionales ha aumentado tanto que es equivalente a la mitad del Producto Interno Bruto mundial.

Explica Jansky: “Sabemos que es muy grande y también sabemos que no toda se convierte en inversión real sino que hace parte de los mecanismos de evasión de impuestos de esas multinacionales”.

Agrega: “Soy cuidadoso en el uso de la expresión evasión de impuestos pues implica que no es una actividad necesariamente ilegal. Fraude en los impuestos, de otra parte, es una actividad ilegal. Pero lo que debe quedar claro es que esto tiene un efecto perjudicial para otros contribuyentes de impuestos en otros países.

Publicación original: Al Jazeera, Counting the cost of neoliberalism in Chile, 10 de noviembre del 2019[i]  
Traductor: Luis Mejía, Ph.D.

Rebeliones populares en ciudades avanzadas

NUEVA YORK – Tres de las ciudades más prósperas del mundo han tenido una explosión de protestas y desórdenes este año.

París ha sufrido oleadas de protestas y vandalismo desde noviembre del 2018, poco después de que el presidente francés Emmanuel Macron[i] subiera los impuestos a los combustibles.

Hong Kong ha sido escenario de disturbios constantes desde marzo, luego de que la jefe ejecutiva, Carrie Lam, propusiera una ley que permitiría la extradición al territorio continental de la China.

Santiago estalló en protestas este mes, luego de que el presidente, Sebastián Piñera, ordenara un aumento en las tarifas del metro.

Las protestas obedecen a factores locales propios pero tomadas en conjunto nos presentan un panorama de lo que puede suceder cuando se combina una sensación de injusticia con una percepción generalizada de baja movilidad social.

Estadísticas de riqueza

Usando la medida tradicional del Producto Interno Bruto (PIB) per cápita las tres ciudades son parangones de éxito económico. El ingreso per cápita en Hong Kong es de aproximadamente US$40.000, en París de más de US$50.000 y en Santiago cerca de US$18.000 lo que la hace una de las ciudades más ricas en América Latina. En el Informe de Competitividad Mundial del 2019[ii] del Foro Económico Mundial Hong Kong clasifica en tercer lugar, Francia en décimo quinto y Chile en el puesto 33, el mejor en América Latina por un margen muy amplio.

Sin embargo, aunque de acuerdo con estándares convencionales estos países son bastante ricos  y competitivos, su población está insatisfecha con aspectos claves de la vida. Los ciudadanos de Hong Kong, Francia y Chile sienten que sus vidas no avanzan en las cosas que importan según el Informe Mundial de Felicidad del 2019[iii].

Libertad constreñida para diseñar el futuro personal

La firma encuestadora Gallup hace una entrevista anual de una muestra de la población mundial con la pregunta, ¿Está usted satisfecho o insatisfecho con la libertad que tiene para escoger qué hará con su vida? 

Aunque Hong Kong clasifica de noveno en PIB per cápita, en la percepción pública de libertad personal para escoger qué hacer con su propia vida clasifica mucho más bajo, en el puesto 66. La misma discrepancia se observa en Francia (puesto 25 en PIB per cápita, 69 en la libertad de escoger) y en Chile (48 y 98, respectivamente).

Paradójicamente tanto la Heritage Foundation[iv] como el Fraser Institute[v] consideran que Hong Kong ofrece la mayor libertad económica del mundo entero, pero los habitantes de la ciudad no se hacen ilusiones sobre su libertad para decidir qué hacer con sus vidas.

En esos tres países la gente joven, citadina, que no pertenece a familias ricas, es muy pesimista con respecto a sus oportunidades para encontrar un trabajo decente o vivienda a su alcance. En Hong Kong el precio de la propiedad raíz es uno de los más altos del mundo comparados con el salario promedio[vi]. Chile tiene la disparidad de ingresos más alta en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)[vii], el club de países más ricos. En Francia los hijos de familias de la élite tienen inmensas ventajas en el curso de sus vidas.

Por causa del alto costo de la vivienda la mayoría de la gente termina empujada hacia distritos alejados de los centros de negocios y depende regularmente de vehículos personales y transporte público para ir al trabajo. Por ese motivo una proporción muy alta de la población es muy sensible a cambios en el precio del transporte como se ha visto en las protestas que estallaron en París y Santiago.
Hong Kong, Francia y Chile no son los únicos países que enfrentan una crisis de movilidad social o de insatisfacción con respecto a la desigualdad.

Los Estados Unidos están sufriendo una tasa de suicidios altísima y experimentando otros signos de tensión social en una época de desigualdad sin precedentes y de pérdida de confianza pública en el gobierno. Los ataques con armas de fuego contra aglomeraciones de personas es un ejemplo de esta tensión. Podemos estar seguros de que los Estados Unidos experimentarán más explosiones sociales si continuamos con las mismas políticas y la misma economía.

Si queremos evitar esta crisis debemos aprender de estos tres casos recientes. Las protestas cogieron por sorpresa a los tres gobiernos. Estos habían perdido contacto con la opinión pública y no estuvieron en capacidad de anticipar que la implementación de una política aparentemente modesta (la ley de extradición en Hong Kong, el aumento de impuestos a los combustibles en Francia y la subida de tarifas del metro en Chile) desataría una masiva reacción social.

Progreso económico vs Expectativas personales

Quizá lo más importante –y menos sorprendente- es que las medidas económicas tradicionales de bienestar no son suficientes para estimar los sentimientos reales de la población. El PIB per cápita mide el ingreso promedio de una economía pero no dice nada sobre su distribución, la percepción popular de equidad o injusticia, la sensación de vulnerabilidad financiera u otros factores (como la confianza en el gobierno) que afectan directamente la calidad de vida en general.

Igualmente, clasificaciones  como las propuestas por el Índice Global de Competitividad del Foro Económico Mundial, el Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation y la Escala de Libertad Económica en el Mundo del Fraser Institute captan de manera muy limitada la percepción subjetiva de la opinión pública sobre justicia, libertad para tomar decisiones sobre la vida que uno quiere vivir, honestidad del gobierno y confianza que merecen nuestros conciudadanos.

Para conocer esas actitudes es necesario preguntarle a la gente directamente qué tan satisfecha está con la vida que lleva, su percepción de la libertad personal que tiene, su confianza en el gobierno y sus compatriotas y otros aspectos de la vida social que afectan directamente la calidad de vida y, en consecuencia, determinan las probabilidades de desórdenes sociales. Este es el enfoque que hemos dado a la encuesta anual de Gallup que mis colegas y yo usamos en nuestro Reporte Mundial de Felicidad[viii].

Dándole un propósito al crecimiento económico

La idea del desarrollo sostenible (que se institucionalizó en las 17 Metas de Desarrollo Sostenible[ix] adoptadas por los gobiernos del mundo en el 2015) supone un distanciamiento con respecto a indicadores tradicionales como crecimiento del PIB e ingreso per cápita, y la adopción de objetivos más comprensivos, como justicia social, confianza y sostenibilidad ambiental. Las 17 Metas proponen enfocar la atención en disparidad de ingresos, por ejemplo, y en medidas amplias de bienestar social.

Es tarea de cada sociedad tomar el pulso de su población y detectar las fuentes de infelicidad y desconfianza sociales. Crecimiento económico sin justicia y sin sostenibilidad ambiental es una fuente de desorden social, no de bienestar. 

Necesitamos una mejora substancial en la provisión de servicios, mejor redistribución del ingreso de ricos a pobres, y mucha más inversión pública para lograr sostenibilidad ambiental. Políticas aparentemente convenientes, como reducir los subsidios a los combustibles o subir las tarifas del metro para cubrir costos, van a producir un rechazo masivo si se ejecutan en condiciones de baja confianza social, inequidad aguda y sentimientos de injusticia ampliamente compartidos por la población.

Publicación original: Jeffrey D. Sachs, Why rich cities rebel, en revista virtual Project Syndicate, 22 de octubre del 2019[x]  


Luis Mejía
20 de noviembre del 2019
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

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