ARMENIA, LOS NAZIS, EL
ESTADO ISLÁMICO Y LA PARTICIPACIÓN POPULAR
POR: Robert Fisk
Artículo publicado en el
diario inglés The Independent, edición del 24 de mayo del 2018.
(Un ensayo introductorio titulado VIOLENCIA POLÍTICA Y
PARTICIPACIÓN POPULAR se encuentra en este enlace)
Un genocidio, sea en Armenia, sea por cuenta de los Nazis o del Estado
Islámico, no es posible sin la ayuda de los vecinos.
Esta no es información nueva, solo que la olvidamos con frecuencia.
¿Cómo se organiza un
genocidio exitoso? ¿Hay diferencias entre la Turquía donde vivían los armenios
hace un siglo, la Europa ocupada por los nazis en la década de 1940 y el Medio
Oriente de hoy?
Un gobierno genocida
debe tener respaldo local en todos los sectores de la sociedad respetable:
funcionarios de impuestos, jueces, magistrados, oficiales de baja graduación de
la policía, clérigos, abogados, banqueros y, lo más doloroso, los vecinos de
las víctimas. Esta es la simple respuesta que propone un joven estudioso de
Harvard en una interesante investigación sobre la masacre de armenios en una
ciudad turca otomana hace 103 años.
El genocidio armenio
El detallado recuento
que hace Umit Kurt de la masacre de los armenios que tuvo lugar en 1915 en
Antep, sur de Turquía, en artículo publicado en la última edición del Journal
of Genocide Research, se concentra en el robo, violaciones y asesinato de
20.000 armenios, parte del millón y medio muertos a manos de los turcos
otomanos en el primer holocausto del siglo XX.
Kurt, quien es de
origen kurdo-árabe, nació en Gaziantep, Turquía, el nombre que lleva hoy Antep.
Las 21 páginas de su tesis se leen con horror acentuado por su prosa seca y
directa.
Kurt describe la
serie de deportaciones planeadas cuidadosamente en Antep, habla de la esperanza
patética de aquellos que fueron exentos temporalmente -una historia
trágicamente familiar en tantos guetos judíos de Europa oriental- y completa
con un inventario de las propiedades y bienes que las autoridades de la ciudad
y los campesinos de la región arrebataron a aquellos a quienes enviaban a la
muerte.
Hubo personas de la
localidad que aprovecharon la situación para quedarse con granjas, plantaciones
de pistachos, huertas, viñedos, cafés, almacenes, molinos, bienes de las
iglesias, escuelas y una biblioteca. Esto se llamó oficialmente “expropiación”
o “confiscación”, pero como hace notar Umit Kurt “muchísima gente hizo parte de
una cadena de lucro que fue también una cadena de complicidad”.
El 30 de julio 50
familias armenias recibieron la orden de partir en 24 horas. Primero fueron los
cristianos ortodoxos. Se les exigió que dejaran todas sus pertenencias. Un
sobreviviente recuerda que “nuestros vecinos turcos estaban cantando en sus
casas, los podíamos oír… ‘los perros se van’…” Una semana más tarde otras 50
familias fueron deportadas y asaltadas por una milicia de bandidos encabezada
por el gerente de la oficina local del Banco Agrícola.
En el pueblo mismo
las mujeres fueron violadas y enviadas a “harems” locales. El jefe de una aldea
cercana (“mukhtar”) mató a seis niños armenios arrojándolos por una
montaña abajo. Los convoyes se hicieron más grandes. El 13 de agosto, por
ejemplo, fueron despachados 1.500 armenios por tren o a pie hacia Aleppo y Deir
ez-Zour. Luego vino el turno de los armenios católicos.
El gobierno central y los verdugos locales
La tesis de Kurt se
fundamenta en el argumento contundente de que un gobierno central no puede
tener éxito en el exterminio de una minoría de su población sin el respaldo de los
conciudadanos de esta minoría. Los otomanos necesitaron a los musulmanes de
Antep para ejecutar las órdenes de deportación en 1915 y les dieron en
recompensa las propiedades de aquellos que ayudaran a liquidar; por su parte, la
gente de la localidad necesitó a la autoridad central para legitimar lo que hoy
llamaríamos crímenes de guerra.
Él no establece
paralelos entre el holocausto armenio -una frase usada por los israelíes para
referirse a estos eventos-, el holocausto judío y el genocidio criminal que ha
tenido lugar en el Medio Oriente moderno. Pero nadie puede leer su tesis sin
recordar los ejércitos de fantasmas que pueblan la historia reciente: los
colaboracionistas nazis de la Francia ocupada, los polacos que colaboraron con
los nazis en Varsovia y Cracovia, los millares de musulmanes sunitas que
permitieron que el Estado Islámico esclavizara a las mujeres yazidíes y
eliminara a los cristianos de Nínive.
También estas
víctimas perdieron sus posesiones a manos de sus vecinos, sus casas fueron
saqueadas y sus propiedades fueron rematadas por los funcionarios del estado
que han debido protegerlos del exterminio inminente.
Umit Kurt es uno de
los pocos académicos que han reconocido el creciente poder económico de los armenios
otomanos en las décadas anteriores al genocidio. “La envidia y el resentimiento
de la población musulmana jugó un papel muy importante en la atmósfera de
promoción de odio”.
Igual lo fueron las
acusaciones de que los armenios ayudaban a los Aliados enemigos de Turquía, la
misma rutina de traición, de “la puñalada por la espalda”, que Hitler usó para
unir a los nazis alrededor de su campaña contra los comunistas y los judíos en
la república de Weimar. En el Medio Oriente de hoy son los “infieles” –los
“cruzados” (esto es, pro-occidentales) cristianos-, los mismos que andan de
huida para salvar sus vidas en peligro por haber supuestamente traicionado al
Islam.
Víctimas y la ilusión de seguridad
Uno necesita tener
corazón de piedra, como dice la expresión popular, para no conmoverse con la
historia de lo que vivieron los armenios de Antep en la primavera de 1915.
Inicialmente los
problemas que tuvieron estuvieron relacionados con detenciones ocasionales y acoso
por parte de la ”Organización Especial” (Teskilat-i
Mahsusa), una banda criminal de otomanos similar a los grupos de choque nazi (Einsatzgruppen) de los años 40. Pero vieron pasar los convoyes de
armenios de otras ciudades, el primero de los cuales incluía 300 mujeres y
niños “maltratados, con heridas infectadas y la ropa en harapos”. Durante dos
meses seguidos los convoyes de deportados pasaron por la ciudad camino de un
infierno de sufrimientos. “Muchachos y muchachas armenios fueron raptados; las
mujeres fueron violadas en público con la complicidad activa de los policías y
los funcionarios del gobierno y el dinero y las joyas que portaban les fueron
arrebatados”.
Los armenios de Antep
no fueron capaces de anticipar lo que les esperaba. Es la misma experiencia que
vivieron los judíos europeos que inicialmente no fueron afectados por el
genocidio que se perpetraba contra sus correligionarios. Un testigo de vista
declaró: “A pesar de todo lo que estaba pasando alrededor nuestro… no fueron
pocos los que enterraron la cabeza en la arena como los avestruces. La gente se
convenció a sí misma de que era feliz y trataba de engañarse pensando que no
era posible una deportación similar en Aintab [sic] y que nada malo les
pasaría”.
Sobrevive el relato
de un episodio patético. En un servicio de acción de gracias celebrado por los
protestantes -los únicos armenios que habían escapado persecución hasta el
momento- uno de los líderes tuvo la cobardía de pedir a su gente que no hiciera
nada que pudiera molestar a las autoridades turcas. “Que nadie lleve a su casa
a un niño o a personal alguna que haya recibido orden de partir, no importa que
sean los que pasan por la ciudad como refugiados o que sean nuestros propios
amigos y parientes en la ciudad”, dijo. Los buenos samaritanos no tenían un
lugar allí. Y, sin embargo, también los protestantes fueron deportados. De 600
familias protestantes que había casi 200 habían sido aniquiladas en Deir
ez-Sour para enero de 1916.
Opositores y colaboradores
Algunos turcos
tuvieron el valor de oponerse al genocidio armenio, como lo hicieron muchas
valientes familias polacas y como los pocos Oscar Schindlers de la Alemania
nazi. Celal Bey, el gobernador de Aleppo, que quedaba a 61 millas de Antep,
rehusó deportar a los armenios. Pero fue destituido y los cristianos armenios
de Anterp quedaron librados a su destino.
El jefe de policía de
Antep fue ascendido en premio a su entusiasmo. Los llamados “comités de
deportación” incluían al representante local ante el parlamento y su hermano,
varios funcionarios locales, el presidente de la municipalidad, dos
funcionarios del departamento de finanzas, dos jueces, un magistrado, el primer
secretario de la corte municipal, un antiguo jefe religioso (muftí), dos expertos
en teología islámica (ulemas), dos jefes de aldeas vecinas, el secretario de
una obra religiosa de beneficencia, un médico, un abogado y el jefe de un
orfanato. Umit Kurt dice: “Ningún miembro de las instituciones locales
importantes protestó contra las deportaciones, ni ocultó a las víctimas ni
trató de parar los convoyes”. De los 32.000 armenios que vivían en Antep 20.000
perecieron en el genocidio.
Pero es verdad que los
fantasmas sobreviven.
Genocidio en otros países y lugares
De casualidad esta
semana terminé de leer la perturbadora historia de Martin Winstone sobre el
régimen nazi en la “gobernación general” de la Polonia ocupada -The
Dark Heart of Hitler’s Europe- y confirmé que los judíos -y los polacos también- de Varsovia,
Cracovia y Lublin, con frecuencia pasaban por el mismo proceso por el que pasaron
los armenios de Antep de esperanza injustificada, colaboración y aniquilación.
Aunque la mayoría de
los polacos obraron con valentía, dignidad y heroísmo, una minoría de gentiles
“participaron directamente en la acciones asesinas”, como dice Winstone. Y es
por causa de esta minoría que el actual gobierno de Polonia amenaza con
castigar a quien hable de la colaboración polaca con los nazis. Esa minoría
incluyó a la policía “azul” (policías regulares que usaban uniforme azul) y a
campesinos residentes en la vecindad de Lublin, muchos de los cuales robaron a
sus víctimas antes de matarlas a golpes. Cientos, quizá miles, de judíos
fugitivos cayeron víctimas de criminales “que eran jefes de aldea, miembros de
las milicias aldeanas de vigilancia creadas durante la ocupación nazi o
policías azules fuera de servicio”. Cuando fueron descubiertos 50 judíos
escondidos en Szczebrzeszyn una “multitud se juntó a mirar”. El autor concluye
que un factor poderoso en la denuncia y asesinato de judíos fue “la codicia que
despertaban los bienes de los judíos”.
Hoy en día en el
Medio Oriente hemos visto cómo se repite el patrón familiar de vecinos que
comenten crímenes contra sus vecinos:
las muchachas cristianas de Nínive raptadas por los islamistas, las familias
yazidíes dispersas y sus casas saqueadas por las milicias sunitas del
vecindario.
Cuando el Estado
Islámico abandonó la ciudad de Hafter, al este de Aleppo, encontré los archivos
de sus cortes. En ellos había pruebas de que los civiles sirios habían
traicionado a sus primos ante los jueces egipcios de las cortes islámicas y que
hubo individuos que reclamaron recompensas monetarias por haber denunciado a
quienes habían sido sus vecinos por décadas.
En Bosnia, en la
década de 1990, como sabemos, vecinos serbios mataron a sus compatriotas
musulmanes, violaron a sus mujeres y se quedaron con sus casas.
Complicidad del olvido
Pero en esto no hay
nada nuevo. Lo que pasa es que lo olvidamos con frecuencia. Cuando en 1940 el
gobierno británico pidió a mi padre que diera los nombres de aquellos que habrían
colaborado con los nazis en una posible invasión él puso a uno de sus mejores
amigos, un hombre de negocios del vecindario, en su lista.
La limpieza étnica,
el genocidio, las atrocidades masivas por fanatismo pueden ser dirigidas desde
Constantinopla, Berlín, Belgrado o Mosul. Pero los criminales de guerra
necesitan a su pueblo para ejecutar sus planes, o, usando una vieja expresión
alemana, “para darle un empujón a la rueda”.
Traducción y
subtítulos de Luis Mejía
7 de agosto del 2018
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/14623528.2018.1467595
ReplyDeleteÜmit Kurt (2018) Theatres of Violence on the Ottoman Periphery: Exploring the Local Roots of Genocidal Policies in Antep, Journal of Genocide Research, DOI: 10.1080/14623528.2018.1467595