Tuesday, August 7, 2018

GENOCIDIO, LA GENTE BIEN Y LOS VECINOS



ARMENIA, LOS NAZIS, EL ESTADO ISLÁMICO Y LA PARTICIPACIÓN POPULAR


Artículo publicado en el diario inglés The Independent, edición del 24 de mayo del 2018.

(Un ensayo introductorio titulado VIOLENCIA POLÍTICA Y PARTICIPACIÓN POPULAR se encuentra en este enlace)

Un genocidio, sea en Armenia, sea por cuenta de los Nazis o del Estado Islámico, no es posible sin la ayuda de los vecinos.

Esta no es información nueva, solo que la olvidamos con frecuencia.

¿Cómo se organiza un genocidio exitoso? ¿Hay diferencias entre la Turquía donde vivían los armenios hace un siglo, la Europa ocupada por los nazis en la década de 1940 y el Medio Oriente de hoy?

Un gobierno genocida debe tener respaldo local en todos los sectores de la sociedad respetable: funcionarios de impuestos, jueces, magistrados, oficiales de baja graduación de la policía, clérigos, abogados, banqueros y, lo más doloroso, los vecinos de las víctimas. Esta es la simple respuesta que propone un joven estudioso de Harvard en una interesante investigación sobre la masacre de armenios en una ciudad turca otomana hace 103 años.

El genocidio armenio

El detallado recuento que hace Umit Kurt de la masacre de los armenios que tuvo lugar en 1915 en Antep, sur de Turquía, en artículo publicado en la última edición del Journal of Genocide Research, se concentra en el robo, violaciones y asesinato de 20.000 armenios, parte del millón y medio muertos a manos de los turcos otomanos en el primer holocausto del siglo XX.

Kurt, quien es de origen kurdo-árabe, nació en Gaziantep, Turquía, el nombre que lleva hoy Antep. Las 21 páginas de su tesis se leen con horror acentuado por su prosa seca y directa.

Kurt describe la serie de deportaciones planeadas cuidadosamente en Antep, habla de la esperanza patética de aquellos que fueron exentos temporalmente -una historia trágicamente familiar en tantos guetos judíos de Europa oriental- y completa con un inventario de las propiedades y bienes que las autoridades de la ciudad y los campesinos de la región arrebataron a aquellos a quienes enviaban a la muerte.

Hubo personas de la localidad que aprovecharon la situación para quedarse con granjas, plantaciones de pistachos, huertas, viñedos, cafés, almacenes, molinos, bienes de las iglesias, escuelas y una biblioteca. Esto se llamó oficialmente “expropiación” o “confiscación”, pero como hace notar Umit Kurt “muchísima gente hizo parte de una cadena de lucro que fue también una cadena de complicidad”.

El 30 de julio 50 familias armenias recibieron la orden de partir en 24 horas. Primero fueron los cristianos ortodoxos. Se les exigió que dejaran todas sus pertenencias. Un sobreviviente recuerda que “nuestros vecinos turcos estaban cantando en sus casas, los podíamos oír… ‘los perros se van’…” Una semana más tarde otras 50 familias fueron deportadas y asaltadas por una milicia de bandidos encabezada por el gerente de la oficina local del Banco Agrícola.

En el pueblo mismo las mujeres fueron violadas y enviadas a “harems” locales. El jefe de una aldea cercana (“mukhtar”) mató a seis niños armenios arrojándolos por una montaña abajo. Los convoyes se hicieron más grandes. El 13 de agosto, por ejemplo, fueron despachados 1.500 armenios por tren o a pie hacia Aleppo y Deir ez-Zour. Luego vino el turno de los armenios católicos.

El gobierno central y los verdugos locales

La tesis de Kurt se fundamenta en el argumento contundente de que un gobierno central no puede tener éxito en el exterminio de una minoría de su población sin el respaldo de los conciudadanos de esta minoría. Los otomanos necesitaron a los musulmanes de Antep para ejecutar las órdenes de deportación en 1915 y les dieron en recompensa las propiedades de aquellos que ayudaran a liquidar; por su parte, la gente de la localidad necesitó a la autoridad central para legitimar lo que hoy llamaríamos crímenes de guerra.

Él no establece paralelos entre el holocausto armenio -una frase usada por los israelíes para referirse a estos eventos-, el holocausto judío y el genocidio criminal que ha tenido lugar en el Medio Oriente moderno. Pero nadie puede leer su tesis sin recordar los ejércitos de fantasmas que pueblan la historia reciente: los colaboracionistas nazis de la Francia ocupada, los polacos que colaboraron con los nazis en Varsovia y Cracovia, los millares de musulmanes sunitas que permitieron que el Estado Islámico esclavizara a las mujeres yazidíes y eliminara a los cristianos de Nínive.

También estas víctimas perdieron sus posesiones a manos de sus vecinos, sus casas fueron saqueadas y sus propiedades fueron rematadas por los funcionarios del estado que han debido protegerlos del exterminio inminente.
Umit Kurt es uno de los pocos académicos que han reconocido el creciente poder económico de los armenios otomanos en las décadas anteriores al genocidio. “La envidia y el resentimiento de la población musulmana jugó un papel muy importante en la atmósfera de promoción de odio”.

Igual lo fueron las acusaciones de que los armenios ayudaban a los Aliados enemigos de Turquía, la misma rutina de traición, de “la puñalada por la espalda”, que Hitler usó para unir a los nazis alrededor de su campaña contra los comunistas y los judíos en la república de Weimar. En el Medio Oriente de hoy son los “infieles” –los “cruzados” (esto es, pro-occidentales) cristianos-, los mismos que andan de huida para salvar sus vidas en peligro por haber supuestamente traicionado al Islam.

Víctimas y la ilusión de seguridad

Uno necesita tener corazón de piedra, como dice la expresión popular, para no conmoverse con la historia de lo que vivieron los armenios de Antep en la primavera de 1915.

Inicialmente los problemas que tuvieron estuvieron relacionados con detenciones ocasionales y acoso por parte de la ”Organización Especial” (Teskilat-i Mahsusa), una banda criminal de otomanos similar a los grupos de choque nazi (Einsatzgruppen) de los años 40. Pero vieron pasar los convoyes de armenios de otras ciudades, el primero de los cuales incluía 300 mujeres y niños “maltratados, con heridas infectadas y la ropa en harapos”. Durante dos meses seguidos los convoyes de deportados pasaron por la ciudad camino de un infierno de sufrimientos. “Muchachos y muchachas armenios fueron raptados; las mujeres fueron violadas en público con la complicidad activa de los policías y los funcionarios del gobierno y el dinero y las joyas que portaban les fueron arrebatados”.

Los armenios de Antep no fueron capaces de anticipar lo que les esperaba. Es la misma experiencia que vivieron los judíos europeos que inicialmente no fueron afectados por el genocidio que se perpetraba contra sus correligionarios. Un testigo de vista declaró: “A pesar de todo lo que estaba pasando alrededor nuestro… no fueron pocos los que enterraron la cabeza en la arena como los avestruces. La gente se convenció a sí misma de que era feliz y trataba de engañarse pensando que no era posible una deportación similar en Aintab [sic] y que nada malo les pasaría”.

Sobrevive el relato de un episodio patético. En un servicio de acción de gracias celebrado por los protestantes -los únicos armenios que habían escapado persecución hasta el momento- uno de los líderes tuvo la cobardía de pedir a su gente que no hiciera nada que pudiera molestar a las autoridades turcas. “Que nadie lleve a su casa a un niño o a personal alguna que haya recibido orden de partir, no importa que sean los que pasan por la ciudad como refugiados o que sean nuestros propios amigos y parientes en la ciudad”, dijo. Los buenos samaritanos no tenían un lugar allí. Y, sin embargo, también los protestantes fueron deportados. De 600 familias protestantes que había casi 200 habían sido aniquiladas en Deir ez-Sour para enero de 1916.

Opositores y colaboradores

Algunos turcos tuvieron el valor de oponerse al genocidio armenio, como lo hicieron muchas valientes familias polacas y como los pocos Oscar Schindlers de la Alemania nazi. Celal Bey, el gobernador de Aleppo, que quedaba a 61 millas de Antep, rehusó deportar a los armenios. Pero fue destituido y los cristianos armenios de Anterp quedaron librados a su destino.

El jefe de policía de Antep fue ascendido en premio a su entusiasmo. Los llamados “comités de deportación” incluían al representante local ante el parlamento y su hermano, varios funcionarios locales, el presidente de la municipalidad, dos funcionarios del departamento de finanzas, dos jueces, un magistrado, el primer secretario de la corte municipal, un antiguo jefe religioso (muftí), dos expertos en teología islámica (ulemas), dos jefes de aldeas vecinas, el secretario de una obra religiosa de beneficencia, un médico, un abogado y el jefe de un orfanato. Umit Kurt dice: “Ningún miembro de las instituciones locales importantes protestó contra las deportaciones, ni ocultó a las víctimas ni trató de parar los convoyes”. De los 32.000 armenios que vivían en Antep 20.000 perecieron en el genocidio.

Pero es verdad que los fantasmas sobreviven.

Genocidio en otros países y lugares

De casualidad esta semana terminé de leer la perturbadora historia de Martin Winstone sobre el régimen nazi en la “gobernación general” de la Polonia ocupada -The Dark Heart of Hitler’s Europe- y confirmé que los judíos -y los polacos también- de Varsovia, Cracovia y Lublin, con frecuencia pasaban por el mismo proceso por el que pasaron los armenios de Antep de esperanza injustificada, colaboración y aniquilación.

Aunque la mayoría de los polacos obraron con valentía, dignidad y heroísmo, una minoría de gentiles “participaron directamente en la acciones asesinas”, como dice Winstone. Y es por causa de esta minoría que el actual gobierno de Polonia amenaza con castigar a quien hable de la colaboración polaca con los nazis. Esa minoría incluyó a la policía “azul” (policías regulares que usaban uniforme azul) y a campesinos residentes en la vecindad de Lublin, muchos de los cuales robaron a sus víctimas antes de matarlas a golpes. Cientos, quizá miles, de judíos fugitivos cayeron víctimas de criminales “que eran jefes de aldea, miembros de las milicias aldeanas de vigilancia creadas durante la ocupación nazi o policías azules fuera de servicio”. Cuando fueron descubiertos 50 judíos escondidos en Szczebrzeszyn una “multitud se juntó a mirar”. El autor concluye que un factor poderoso en la denuncia y asesinato de judíos fue “la codicia que despertaban los bienes de los judíos”.

Hoy en día en el Medio Oriente hemos visto cómo se repite el patrón familiar de vecinos que comenten  crímenes contra sus vecinos: las muchachas cristianas de Nínive raptadas por los islamistas, las familias yazidíes dispersas y sus casas saqueadas por las milicias sunitas del vecindario.

Cuando el Estado Islámico abandonó la ciudad de Hafter, al este de Aleppo, encontré los archivos de sus cortes. En ellos había pruebas de que los civiles sirios habían traicionado a sus primos ante los jueces egipcios de las cortes islámicas y que hubo individuos que reclamaron recompensas monetarias por haber denunciado a quienes habían sido sus vecinos por décadas.

En Bosnia, en la década de 1990, como sabemos, vecinos serbios mataron a sus compatriotas musulmanes, violaron a sus mujeres y se quedaron con sus casas.

Complicidad del olvido

Pero en esto no hay nada nuevo. Lo que pasa es que lo olvidamos con frecuencia. Cuando en 1940 el gobierno británico pidió a mi padre que diera los nombres de aquellos que habrían colaborado con los nazis en una posible invasión él puso a uno de sus mejores amigos, un hombre de negocios del vecindario, en su lista.

La limpieza étnica, el genocidio, las atrocidades masivas por fanatismo pueden ser dirigidas desde Constantinopla, Berlín, Belgrado o Mosul. Pero los criminales de guerra necesitan a su pueblo para ejecutar sus planes, o, usando una vieja expresión alemana, “para darle un empujón a la rueda”.


Traducción y subtítulos de Luis Mejía
7 de agosto del 2018
Publicado en blogluismejia.blogspot.com


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  1. https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/14623528.2018.1467595

    Ümit Kurt (2018) Theatres of Violence on the Ottoman Periphery: Exploring the Local Roots of Genocidal Policies in Antep, Journal of Genocide Research, DOI: 10.1080/14623528.2018.1467595

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