ESO PUEDE SUCEDER AQUÍ
Por Cass R. Sustein
Reseña
bibliográfica publicada en The New York Review of Books en su eicion de 28 de
junio del 2018 sobre los siguientes tres libros:
1)They
Thought They Were Free: The Germans, 1933–1945 (Creían que eran libres: Los alemanes, 1933-1945), by
Milton Mayer, with a new afterword by Richard J. Evans. University of Chicago
Press, 378 pp., (paper), sin traducción al castellano;
2) Broken
Lives: How Ordinary Germans Experienced the Twentieth Century (Vidas rotas: Cómo experimentaron los alemanes del común el siglo veinte),
by Konrad H. Jarausch. Princeton University Press,
446 pp., sin traducción al castellano, y
3) Sebastian
Haffner, Defying Hitler: A Memoir,
translated by Oliver Pretzel (Picador, 2003), publicado en castellano como Sebastian Haffner, Historia de un alemán. Memorias: 1914-1939, traducción de Belén Santana, Destino,
Barcelona, 2001, 264 pp.
(Un ensayo introductorio titulado VIOLENCIA POLÍTICA Y
PARTICIPACIÓN POPULAR se encuentra en este enlace)
Historias de gobiernos
autoritarios y absolutistas
La democracia liberal ha visto mejores días. Vladimir
Putin ha consolidado un régimen autoritario y controla firmemente una Rusia en
ascenso. Xi Jimping, presidente de una China que posiblemente ha superado a los
Estados Unidos, tiene ahora el poder para permanecer en el cargo indefinidamente.
Turquía, Polonia y Hungría han sufrido cambios que las han llevado hacia
regímenes autoritarios dando pie a que se hable de ‘recesión democrática’. En
los Estados Unidos el presidente Donald Trump no parece comprometido de corazón
a salvaguardar los principios constitucionales de un gobierno democrático.
En momentos como los que vivimos es posible que nos
sintamos tentados a buscar lecciones en
el autoritarismo del pasado, en particular en el triunfo de los nazis en la
Alemania de los años 30 del siglo pasado.
Hay, sin embargo, un obstáculo para sostener esa
comparación; el nazismo fue tan aterrorizador y tan bárbaro que a mucha gente
en los países donde el autoritarismo está ganando terreno le cuesta trabajo ver
las similitudes entre el régimen de Hitler y sus propios gobiernos. Muchas
historias del periodo nazi describen una serie de eventos casi imposibles de
imaginar, hablan de una nación que perdió la cabeza. Eso hace posible que nos
tranquilicemos pensando que es imposible que esa experiencia se repita.
Pero algunas historias del ascenso de Hitler adoptan
un tono más íntimo y personal, con lo cual dan mayor visibilidad a los detalles
de las vidas individuales que a los líderes famosos, a los eventos importantes,
a la propaganda oficial, a los asesinatos y a la guerra.
Esas historias ayudan a entender cómo la gente común
no solo participa en acciones horrorosas sino que también las presencia en
silencio y sigue su vida ordinaria. Igualmente ofrecen enseñanzas para la gente
que vive en medio de horrores verdaderos y para aquellos que nunca van a sufrir
esos horrores pero que viven en países cuyas prácticas y normas democráticas
están siendo atacadas.
Documentando la
participación popular en el régimen nazi
Creían que eran
libres: Los alemanes, 1933-1945, de Milton
Mayer, publicado en 1955, fue uno de los primeros estudios
sobre la vida ordinaria bajo los nazis; es todavía una referencia obligada
sobre el tema y ha sido recientemente reeditado con comentarios del historiador
Richard J. Evans de la Universidad de Cambridge.
Hay un contraste brusco entre la obra de Mayer, con
sus toques de humor y el tono ligero en que está escrita, y el relato
devastador de Sebastián Haffner en Historia de un alemán. Memorias 1914-1933[i] texto
incompleto, escrito en 1939, que le da al lector una sensación de estar
presente, asistiendo paso a paso al surgimiento de Hitler. El manuscrito fue
descubierto por el hijo del autor después de la muerte de este; publicado en
2000 en Alemania, tuvo acogida inmediata en el público lector.
Vidas rotas, de Konrad Jarausch, ofrece una perspectiva más amplia
al tratar de reconstruir la experiencia de vida de los alemanes a lo largo del
siglo XX.
Lo que caracteriza a estos tres libros es una
impresión de intimidad. Su tema no son los personajes históricos que toman
decisiones trascendentales sino la gente común y la manera como trataba de
llevar la vida en condiciones terribles.
La anónima masa
que somos
Raimundo Pretzel, quien publicó su libro bajo el pseudónimo de Haffner para proteger a su
familia mientras vivía exilado en Inglaterra, era periodista -no historiador ni
teórico político-. En el curso de su absorbente narrativa se hace una pregunta
general: “¿Qué es historia y dónde ocurre?”
Critica la mayoría de las obras de historia porque dan
“la impresión de que solo participan unas pocas docenas de individuos, los que
en un momento dado están ‘al timón de la nave del estado’, cuyas acciones y
decisiones constituyen lo que llamamos historia”. Eso es un error, en su
opinión. Los que importan, dice, son “el anónimo resto de nosotros” que no
somos solo “peones en un juego de ajedrez”, pues “los dictadores más poderosos,
los ministros y generales no tienen poder frente a la masa de decisiones
simultáneas tomadas individualmente y casi inconscientemente por la población
en general”.
Haffner enfatiza la importancia de investigar “algunos
procesos y experiencias muy peculiares, muy reveladores” que afectan “la vida
privada, emociones y pensamientos de los alemanes como individuos”.
Diez vidas bajo
Hitler
Mayer tenía la misma meta. Era periodista
estadounidense de familia alemana y había tratado de conocer a Hitler en 1935. No
lo logró pero viajó mucho por la Alemania nazi. Asombrado al descubrir un
movimiento de masas en lugar de una tiranía controlada por unos pocos,
reconoció que lo importante para su trabajo no era Hitler sino personas como él
mismo, “a quienes les había sucedido algo que no (o al menos no todavía) me
había sucedido a mí ni a mis conciudadanos”. En 1951 regresó a Alemania a
averiguar qué había hecho que el nazismo existiera.
En su libro Pensaban
que eran libres Mayer decidió enfocarse en diez individuos, diferentes en
muchos aspectos pero que tenían en común el haber sido miembros del partido
nazi. Diciendo que albergaba la esperanza de ayudarle al pueblo de su país [los
Estados Unidos] a entender mejor a Alemania, había obtenido de ellos la promesa
de contar sus vidas. Mayer les dijo la verdad en esto y en casi todo lo demás.
Pero no les dijo que era judío.
Los interlocutores de Mayer había sido empleados en la
segunda mitad de la década de 1930 -el período que más le interesaba-; había
entre ellos un portero, un soldado, un ebanista, un jefe de oficina, un panadero,
un cobrador, un inspector, un maestro de escuela primaria y un policía. Uno de
ellos había sido estudiante de secundaria. Todos eran hombres. Ninguno tenía
posición de liderazgo o influencia. Todos se describían a sí mismos como personas
comunes y corrientes (wir
kleine Leute). Vivían en Marburg, una ciudad universitaria a
orillas del río Lahn, no lejos de Frankfurt.
Mayer se reunió con ellos durante un año, compartiendo
café o comidas, en largas conversaciones informales al final del día. Se hizo
amigo de ellos y así los llama en el libro. Como lo dice, con sorpresa
evidente, “me caían bien, no lo pude evitar”. Eran sarcásticos, tenían sentido
del humor y eran capaces de verse a sí mismos con sentido crítico. La mayoría
disfrutaba un chiste que circulaba en la Alemania nazi: “¿Qué es un ario? Es
alguien tan alto como Hitler, tan rubio como Goebbels y tan esbelto como Göring”.
Y también podían ser perceptivos. Hablando de las
opiniones de la gente común bajo el gobierno de Hitler uno de ellos se hizo la
pregunta: “¿Oposición? ¿Quién podía saberlo? ¿Quién sabe a qué se opone o no se
opone otra persona? Las cosas a las que alguien dice que se opone o no se opone
dependen de las circunstancias, dónde, cuándo y contra quién, y de la manera
como este se exprese. Y al final uno tiene que adivinar por qué dice lo que dice”.
Cuando Mayer regresó a casa sintió miedo por su propio
país. Se dio cuenta de que “no fue al Hombre Alemán al que había conocido sino
al Hombre”, y de que en las condiciones apropiadas bien hubiera podido actuar
como sus amigos alemanes. Y comprendió que el nazismo no se apoderó de Alemania
“por medios subversivos sino de hurra en hurra”. Muchos alemanes “lo querían,
lo obtuvieron y les gustó”.
La gente agradecida
respaldó a los nazis
La conclusión más asombrosa a que llegó Mayer fue la
de que ninguno de sus interlocutores “vio el nazismo en manera alguna como
nosotros -tú y yo- lo vemos”, con una excepción parcial, el maestro.
Mientras nosotros vemos al nazismo como una forma de
tiranía, ellos “no sabían antes de 1933 que el nazismo era funesto, no lo
sabían entre 1933 y 1945 y no lo saben todavía”. Cuando siete años después de
la guerra echaban una mirada hacia atrás veían el periodo de 1933 a 1939 como la
mejor época de sus vidas”.
Mayer sostiene que aunque los gobiernos tiránicos hacen
cosas horribles los observadores externos tienen a exagerar el impacto de estas
en la experiencia actual de la mayoría de los ciudadanos, cuando estos
continúan haciendo sus propias vidas y “viendo las cosas que siempre encuentran
en sus rutinas diarias”.
El nazismo mejoró las cosas para la gente entrevistada
por Mayer, no (como cree mucha gente) porque les devolvió un orgullo nacional
perdido sino porque mejoró su diario vivir. Los alemanes tuvieron mejor empleo
y mejor vivienda. Pudieron ir de vacaciones a Noruega o España por medio del
programa “Vigor a través del placer” [N. del T.: otra traducción es Fuerza a
través de la alegría]. Pocas personas pasaban hambre o frío y los enfermos
tenían más probabilidades de recibir tratamiento. Los beneficios del Nuevo
Orden -como era llamado- llegaban a “todo mundo”.
La gente creyó
el discurso de Hitler y rehusó ver más allá
Aún mirándolo retrospectivamente los informantes de
Mayer apreciaban y admiraban a Hitler. Lo veían como alguien que “sentía a la
masa de la gente” y que hablaba abiertamente en contra del Tratado de
Versalles, del desempleo, de todo lo que representaba el orden existente.
Aplaudían a Hitler por su rechazo de “todo el sistema”
-“todos los políticos del parlamento
y todos los partidos representados en
el parlamento”- y por “la limpieza que hizo de los degenerados morales”. El empleado
bancario describió a Hitler como “un orador natural, hipnótico. Creo que se
dejaba llevar por su pasión más allá de la verdad, cierto, de la misma verdad.
Pero aún así siempre creía en lo que decía”.
Mayer no mencionó a sus interlocutores el tema del
antisemitismo, pero después de los primeros encuentros con ellos empezaron a
mencionarlo de su propia cuenta y lo repetían constantemente. Cuando la
sinagoga local fue incendiada en 1938 la mayor parte de la comunidad tenía una
sola obligación: “no interferir”. En
algún momento Mayer les mostró el periódico local del 11 de noviembre de 1938
en el que salió esta nota: “Por su propia seguridad varios ciudadanos judíos
fueron puestos al cuidado de las autoridades ayer. Esta mañana fueron enviados
fuera de la ciudad”. Nadie recordaba haberla visto; de hecho, nadie recordaba
nada de ese tenor.
¿El asesinato de seis millones de judíos? Noticias
falsas. Cuatro de los informantes
insistían en que los únicos judíos internados en campos de concentración
habían sido traidores a Alemania y que el resto recibieron permiso para emigrar
con sus riquezas o el valor comercial justo de estas. El cobrador estaba de acuerdo
en que el asesinato de los judíos “estaba mal a menos que hubieran cometido
traición en tiempo de guerra. Y, por supuesto, eso era lo que habían hecho”.
Agregó que “algunas personas decían que eso [el asesinato] había ocurrido, y
otras que no”, y usted “puede mostrarme fotografías de calaveras… pero eso no
prueba nada”. De todas maneras, “Hitler no tuvo nada que ver con eso”. El
sastre opinaba algo parecido: “Si pasó, estuvo mal. Pero yo no creo que eso
pasara”.
Eventos
manipulados y propaganda alelan a las masas
Con evidente fatiga el panadero dijo: “Uno no tenía
tiempo para pensar. Estaban pasando tantas cosas al tiempo”. Algo parecido
decía uno de los colegas de Mayer, un psicólogo alemán que vivía en el país en
ese momento, quien insistía en la manera devastadoramente incremental del
descenso hacia la tiranía; en sus palabras, “no teníamos tiempo para pensar
sobre las cosas espantosas que se acumulaban, poco a poco, a nuestro
alrededor”.
El filólogo apuntaba a un régimen empeñado en distraer
a la población con dramas que nunca acababan (en los que con frecuencia tenían
un papel enemigos reales o imaginarios) y “la manera como se habituaba a la
gente, poco a poco, a ser gobernada a
punta de sorpresas”. “Cada paso era tan pequeño, tan insignificante, tan bien
explicado y, a veces, tan ‘lamentado’”, que la gente no alcanzaba a percibir la
acumulación de pasos, “igual que le pasa al granjero con el maíz de su huerta, que
cuando menos piensa le rebasa la cabeza”.
Algunas
personas percibieron el peligro
En su Historia
de un alemán Haffner se concentra principalmente en 1933 para ofrecer una
historia radicalmente distinta, según la cual la naturaleza verdadera del
nazismo fue evidente desde el principio para muchos alemanes. Tenía entonces
solo veinticinco años y estudiaba leyes con la intención de hacer carrera de
juez o administrador.
En su libro Haffner describe la manera como los
efectos del nazismo se acumulan en las vidas de sus condiscípulos y sus amigos,
en medio de sus travesuras, diversiones, aventuras amorosas y preocupaciones
por sus perspectivas de empleo. Dice que a él lo salvó su capacidad de oler la podredumbre tan pronto
los nazis llegaron al poder.
“Mi nariz no me dio tiempo de albergar dudas con
respecto a los nazis. No valía la pena cansarse hablando de cuáles de las metas
o intenciones que decían tener eran todavía aceptables o siquiera ‘justificadas históricamente’,
pues todas hedían. ¡Qué podredumbre! Desde el principio era claro,
cristalinamente claro, para mí que los nazis eran enemigos, mis enemigos y los
enemigos de todo lo que era importante para mí”.
Propaganda,
intimidación y rutinas de vida iban de la mano
Haffner describe el terror que comenzó a manifestarse
rápidamente, a medida que los miembros de las SS hacían sentir su presencia,
intimidando a la gente en lugares públicos. Al mismo tiempo, una serie
interminable de festividades y celebraciones distraían a los ciudadanos. La
intimidación, acompañada de actividades orquestadas de entusiasmo pro-nazi,
aumentó el miedo, lo que llevó a muchos escépticos a volverse nazis.
A pesar de todo, la gente coqueteaba, disfrutaba de
romances, “iba al cine, cenaba en pequeños restaurantes, disfrutaba una copa de
vino e iba a bailar”. Haciendo eco de lo que decían los informantes de Mayer,
Haffner se refiere a “la continuación automática de la vida ordinaria” que
“impedía cualquier reacción activa o fuerte contra el horror”.
En la historia que cuenta Haffner el colapso de la
libertad y el estado de derecho se fue dando por pasos, algunos relativamente
pequeños e insignificantes. En 1933 cuando los oficiales nazis se paraban
amenazadoramente frente a los negocios judíos, los judíos solo se sentían
“ofendidos, no preocupados o ansiosos, ofendidos nada más”. Pero Haffner
insiste en que la brutalidad de Hitler y
la continua politización de la vida de cada día eran evidentes desde el
principio.
Intimidación en
la cultura y la vida privada
En los primeros días del régimen un conocido que se
las daba de republicano recomendaba evitar los comentarios escépticos pues
carecían de utilidad: “Yo creo conocer a los fascistas mejor que usted.
Nosotros los republicanos debemos aullar con los lobos”. Haffner hace un
inventario de los aullidos. Los libros empezaron a desaparecer de librerías y
bibliotecas. Desaparecían también las revistas y periódicos; los que seguían
circulando se ceñían a la línea del partido.
Ya en 1933 los alemanes que rehusaban unirse a los
nazis se hallaban “en una situación muy difícil, de desesperación completa y
sin alivio; uno estaba sujeto a insultos y humillaciones todos los días”.
Haffner buscó refugió en su mundo privado. Pertenecía a un pequeño grupo de
jóvenes estudiantes de leyes que habían formado un club privado de debate. Eran
muy buenos amigos entre sí. Uno de ellos, de nombre Holz, tenía opiniones
nacionalistas. Otros estaban en desacuerdo, pero la discusión era cortés aunque
apasionada, como es usual entre jóvenes cuando hablan de política.
El grupo se disolvió cuando Holz acusó a Haffner
de “ignorar el desarrollo fundamental en
el resurgimiento del pueblo alemán” y de “representar un daño latente para el
estado” y siniestramente amenazó con denunciarlo a la Gestapo.
Memorias de
buenos y malos tiempos: antes y después de los nazis
Hacia el final del libro Haffner hace una narración
delicada y casi insoportablemente conmovedora de unas semanas idílicas que pasó
con el amor de su vida, una muchacha que estaba comprometida con un inglés y a
punto de irse de Alemania para siempre. (Viendo su desilusión cuando le informó
de su compromiso, ella le dijo con inmensa gentileza: “Por el momento estoy
aquí”).
El manuscrito incompleto de Haffner resume esas
semanas y termina con una nota sobre la capacidad de recuperación del ser
humano usando unas palabras del poeta Friedrich Hölderlin: “No miremos adelante
ni atrás. Dejémonos acunar como en un bote que se mueve al vaivén del mar”.
Mientras Haffner se concentra primordialmente en un
solo año, Jarausch se extiende a un siglo entero. En su libro Vidas rotas colecciona material tomado
de más de setenta memorias escritas por alemanes nacidos en su mayoría en la
década de 1920. Su meta es la de producir “un cuadro vívido y personal de lo
que fue vivir en el siglo XX”, basado en la experiencia de personas que
nacieron después de la carnicería de la Primera Guerra Mundial, que en general
tuvieron una infancia feliz y despreocupada bajo la República de Weimar. Es una
visión amplia, comprensiva, panorámica y reveladora, y predominantemente
negativa.
La narración de Jarausch está llena de datos sobre la
vida de los “ adolescentes nazis”, que eran un poco más jóvenes que Haffner, y sobre
la inmensa presión social que produjo la rápida expansión del movimiento nazi
entre la gente joven. Una de las
estrategias hábiles de los nazis, adoptada inmediatamente después de asumir el
poder, fue la de intensificar esa presión social imponiendo “una apariencia de respaldo
unánime al Tercer Reich”.
Muchos alemanes no eran tanto pro-Hitler sino
anti-anti-Hitler; el rechazo que sentían hacia los adversarios de Hitler ayudó
al surgimiento de este. Décadas más tarde los autores de memorias hablaban de
los “tiempos felices” que vivieron en las Juventudes Hittlerianas, enfatizando
no el recuerdo de la ideología sino el de las excursiones en las montañas, la
camaradería y los campamentos de verano.
De acuerdo con Jarausch las cosas empezaron a ponerse
mal para los alemanes a partir del 1 de septiembre de 1939 cuando Alemania
invadió a Polonia. Pocos días después Inglaterra y Francia le declararon la
guerra a Alemania. Una de las memorias citadas dice que con la Gran Guerra
amenazando de lejos “no había banderas al viento, ni aprobación, ni entusiasmo”. Jarausch describe
en detalle los eventos que siguieron, empezando con los triunfos iniciales de
la Wermacht y la veloz conquista de Polonia y terminando con la invasión de
Normandía, el avance inatajable del Ejército Rojo y el suicidio de Hitler.
Destruídos los
nazis los alemanes encuentran mejor camino
Después de la guerra, la derrota significó un nuevo comienzo
para muchos, una especie de oportunidad, y Jarausch muestra cómo los alemanes
-graves, traumatizados por la guerra,
resueltos- regresaron a la vida ordinaria y apostaron a un mejor futuro.
Lograron reconstruir su economía y su moral sin caer en el nacionalismo y el
orgullo nacional.
Aunque el tema principal de Jarusch es la Alemania
Occidental, le presta mucha atención a la caída del comunismo en la República
Democrática Alemana [N. del T.: Alemania Oriental]; propone que esta se debió
al desengaño y desilusión de la ciudadanía.
La historia de Jarusch se centra en las vidas rotas e
interrumpidas de muchos alemanes, pero su conclusión es optimista: muchos de
ellos han sido transformados “en demócratas y pacifistas sinceros que quieren
prevenir la repetición de horrores pasados”.
Jaramusch ha prestado un gran servicio a quienes
quieren entender la experiencia alemana en el siglo XX. Su visión es más
panorámica que la de Mayer y Haffner, aún en cuanto al ascenso de Hitler. Pero el
detalle y la intimidad de las historias de Mayer y Haffner hablan de manera más
directa a quienes se interesan en entender qué hace posible el autoritarismo.
Es natural que uno se sienta dudoso antes de creerles
a los informantes de Mayer cuando afirman su ignorancia de lo que Hitler hizo. Igual
le pasa a Mayer. Pero ellos son convincentes cuando dicen que en ese momento
estaban más interesados en sus familias, amigos y las cosas del diario vivir.
Del mismo tipo es la descripción que hace Haffner de “la continuación
automática de la vida ordinaria”, que era posible para muchos en medio del
asalto lento y sostenido del gobierno a la libertad y la dignidad.
Tácticas nazis
en los países contemporáneos
Los tres autores son muy conscientes de que sus
historias ofrecen lecciones importantes, lecciones que no debe olvidar el
lector contemporáneo.
Turquía, por ejemplo, se ha ido deslizando hacia el
autoritarismo usando tácticas no diferentes de las nazis: prisión de disidentes
políticos, ataques a la libertad de prensa, tratamiento de críticos como
enemigos del estado y abandono de barreras y contrapesos del poder
público.
Hasta el momento el presidente Trump ha sido mucho
ruido y pocas nueces. Pero parte del
ruido que hace tiene una historia que es al mismo tiempo vergonzosa y
reveladora. Los nazis usaron la expresión Lügenpresse (prensa
mentirosa) para referirse a los medios de mayor circulación.
El presidente Trump se refiere a los “medios de
NOTICIAS FALSAS” que, según él, “no son mis enemigos sino los enemigos del
Pueblo Estadounidense”. Su administración expresa desprecio por la ciencia en
asuntos importantes –incluyendo el cambio climático- y ha llegado al punto de
mantener vacante la posición de consejero científico de la Casa Blanca. También
los nazis desdeñaban o politizaban la ciencia (recuérdese la “ciencia judía”
que imputaban a Einstein) y preferían lo que ellos llamaban el espíritu del Volk (Pueblo).
No hay fascismo cuando el presidente miente
constantemente, se queja de que la prensa independiente es responsable de
noticias falsas, pide la revocación de licencias de redes de televisión, exige
públicamente condenas de prisión para sus rivales políticos –debilitando la
autoridad institucional del Departamento de Justicia y del FBI-, agranda las divisiones
sociales, trata de minar la legitimidad de sus críticos llamándolos ‘tramposos”
o “fracasados” y aún rehúsa en violación de la ley proteger a los niños de los
riesgos asociados con la pintura con plomo, pero esta es una situación que los
Estados Unidos no ha vivido antes.
Dado nuestro sistema de barreras y contrapesos
institucionales es improbable que se establezca entre nosotros un régimen de
estricto autoritarismo pero sería una estupidez ignorar los riesgos que Trump y
su administración representan para las normas e instituciones establecidas que
ayudan a mantener la libertad y el orden. Esos riesgos se harán mayores si los
Demócratas solos hacen oposición a violaciones de normas de vieja data mientras
los Republicanos ríen, aplauden, aprueban o excusan a Trump, si aúllan con el
lobo.
La gente del
común empuja o ataja la violencia política
Mayer, Haffner y Jarausch, cada uno a su manera,
ilustran la manera como el hábito, la confusión, la distracción, los intereses
personales, el temor, la racionalización y los sentimientos de impotencia
personal hacen posibles las cosas terribles. Ellos llaman la atención sobre la
importancia de acciones individuales de consciencia, grandes y pequeñas, de
gente que nunca aparecerá en los libros de historia.
Hace casi dos siglos James Madison nos puso sobre
aviso: “¿No hay virtud entre nosotros? Si no la hay estamos en una situación
desesperada. Ningún límite teórico, ninguna forma de gobierno, nos brindará
seguridad”. Haffner agrega lo que parece un corolario: la única salvaguardia
contra un resurgente autoritarismo –y contra lobos de todo tipo- es la
consciencia individual, en “las decisiones que toma cada quien individualmente
y de manera casi inconsciente la población en general”.
Traducción,
adaptación y subtítulos de Luis Mejía
7 de agosto del 2018
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
A Community of Defeat - German life in the 20th century
ReplyDeleteBROKEN LIVES: HOW ORDINARY GERMANS EXPERIENCED THE 20TH CENTURY
By Konrad H. Jarausch
https://www.thenation.com/article/a-community-of-defeat/