Tuesday, August 7, 2018

LOS NAZIS Y EL RESPALDO POPULAR

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Reseña bibliográfica publicada en The New York Review of Books en su eicion de 28 de junio del 2018 sobre los siguientes tres libros:

1)They Thought They Were Free: The Germans, 1933–1945 (Creían que eran libres: Los alemanes, 1933-1945), by Milton Mayer, with a new afterword by Richard J. Evans. University of Chicago Press, 378 pp., (paper), sin traducción al castellano;

2) Broken Lives: How Ordinary Germans Experienced the Twentieth Century (Vidas rotas: Cómo experimentaron los alemanes del común el siglo veinte), by Konrad H. Jarausch. Princeton University Press, 446 pp., sin traducción al castellano, y

3) Sebastian Haffner, Defying Hitler: A Memoir, translated by Oliver Pretzel (Picador, 2003), publicado en castellano como Sebastian Haffner, Historia de un alemánMemorias: 1914-1939, traducción de Belén Santana, Destino, Barcelona, 2001, 264 pp.

(Un ensayo introductorio titulado VIOLENCIA POLÍTICA Y PARTICIPACIÓN POPULAR se encuentra en este enlace)

Historias de gobiernos autoritarios y absolutistas

La democracia liberal ha visto mejores días. Vladimir Putin ha consolidado un régimen autoritario y controla firmemente una Rusia en ascenso. Xi Jimping, presidente de una China que posiblemente ha superado a los Estados Unidos, tiene ahora el poder para permanecer en el cargo indefinidamente. Turquía, Polonia y Hungría han sufrido cambios que las han llevado hacia regímenes autoritarios dando pie a que se hable de ‘recesión democrática’. En los Estados Unidos el presidente Donald Trump no parece comprometido de corazón a salvaguardar los principios constitucionales de un gobierno democrático.

En momentos como los que vivimos es posible que nos sintamos tentados  a buscar lecciones en el autoritarismo del pasado, en particular en el triunfo de los nazis en la Alemania de los años 30 del siglo pasado.

Hay, sin embargo, un obstáculo para sostener esa comparación; el nazismo fue tan aterrorizador y tan bárbaro que a mucha gente en los países donde el autoritarismo está ganando terreno le cuesta trabajo ver las similitudes entre el régimen de Hitler y sus propios gobiernos. Muchas historias del periodo nazi describen una serie de eventos casi imposibles de imaginar, hablan de una nación que perdió la cabeza. Eso hace posible que nos tranquilicemos pensando que es imposible que esa experiencia se repita.

Pero algunas historias del ascenso de Hitler adoptan un tono más íntimo y personal, con lo cual dan mayor visibilidad a los detalles de las vidas individuales que a los líderes famosos, a los eventos importantes, a la propaganda oficial, a los asesinatos y a la guerra.

Esas historias ayudan a entender cómo la gente común no solo participa en acciones horrorosas sino que también las presencia en silencio y sigue su vida ordinaria. Igualmente ofrecen enseñanzas para la gente que vive en medio de horrores verdaderos y para aquellos que nunca van a sufrir esos horrores pero que viven en países cuyas prácticas y normas democráticas están siendo atacadas.

Documentando la participación popular en el régimen nazi

Creían que eran libres: Los alemanes, 1933-1945, de Milton Mayer, publicado en 1955, fue uno de los primeros estudios sobre la vida ordinaria bajo los nazis; es todavía una referencia obligada sobre el tema y ha sido recientemente reeditado con comentarios del historiador Richard J. Evans de la Universidad de Cambridge.

Hay un contraste brusco entre la obra de Mayer, con sus toques de humor y el tono ligero en que está escrita, y el relato devastador de Sebastián Haffner en Historia de un alemán. Memorias 1914-1933[i] texto incompleto, escrito en 1939, que le da al lector una sensación de estar presente, asistiendo paso a paso al surgimiento de Hitler. El manuscrito fue descubierto por el hijo del autor después de la muerte de este; publicado en 2000 en Alemania, tuvo acogida inmediata en el público lector.

Vidas rotas, de Konrad Jarausch, ofrece una perspectiva más amplia al tratar de reconstruir la experiencia de vida de los alemanes a lo largo del siglo XX.
Lo que caracteriza a estos tres libros es una impresión de intimidad. Su tema no son los personajes históricos que toman decisiones trascendentales sino la gente común y la manera como trataba de llevar la vida en condiciones terribles.

La anónima masa que somos

Raimundo Pretzel, quien publicó su libro bajo el  pseudónimo de Haffner para proteger a su familia mientras vivía exilado en Inglaterra, era periodista -no historiador ni teórico político-. En el curso de su absorbente narrativa se hace una pregunta general: “¿Qué es historia y dónde ocurre?”

Critica la mayoría de las obras de historia porque dan “la impresión de que solo participan unas pocas docenas de individuos, los que en un momento dado están ‘al timón de la nave del estado’, cuyas acciones y decisiones constituyen lo que llamamos historia”. Eso es un error, en su opinión. Los que importan, dice, son “el anónimo resto de nosotros” que no somos solo “peones en un juego de ajedrez”, pues “los dictadores más poderosos, los ministros y generales no tienen poder frente a la masa de decisiones simultáneas tomadas individualmente y casi inconscientemente por la población en general”.

Haffner enfatiza la importancia de investigar “algunos procesos y experiencias muy peculiares, muy reveladores” que afectan “la vida privada, emociones y pensamientos de los alemanes como individuos”.

Diez vidas bajo Hitler

Mayer tenía la misma meta. Era periodista estadounidense de familia alemana y había tratado de conocer a Hitler en 1935. No lo logró pero viajó mucho por la Alemania nazi. Asombrado al descubrir un movimiento de masas en lugar de una tiranía controlada por unos pocos, reconoció que lo importante para su trabajo no era Hitler sino personas como él mismo, “a quienes les había sucedido algo que no (o al menos no todavía) me había sucedido a mí ni a mis conciudadanos”. En 1951 regresó a Alemania a averiguar qué había hecho que el nazismo existiera.

En su libro Pensaban que eran libres Mayer decidió enfocarse en diez individuos, diferentes en muchos aspectos pero que tenían en común el haber sido miembros del partido nazi. Diciendo que albergaba la esperanza de ayudarle al pueblo de su país [los Estados Unidos] a entender mejor a Alemania, había obtenido de ellos la promesa de contar sus vidas. Mayer les dijo la verdad en esto y en casi todo lo demás. Pero no les dijo que era judío.

Los interlocutores de Mayer había sido empleados en la segunda mitad de la década de 1930 -el período que más le interesaba-; había entre ellos un portero, un soldado, un ebanista, un jefe de oficina, un panadero, un cobrador, un inspector, un maestro de escuela primaria y un policía. Uno de ellos había sido estudiante de secundaria. Todos eran hombres. Ninguno tenía posición de liderazgo o influencia. Todos se describían a sí mismos como personas comunes y corrientes (wir kleine Leute). Vivían en Marburg, una ciudad universitaria a orillas del río Lahn, no lejos de Frankfurt.

Mayer se reunió con ellos durante un año, compartiendo café o comidas, en largas conversaciones informales al final del día. Se hizo amigo de ellos y así los llama en el libro. Como lo dice, con sorpresa evidente, “me caían bien, no lo pude evitar”. Eran sarcásticos, tenían sentido del humor y eran capaces de verse a sí mismos con sentido crítico. La mayoría disfrutaba un chiste que circulaba en la Alemania nazi: “¿Qué es un ario? Es alguien tan alto como Hitler, tan rubio como Goebbels y tan esbelto como Göring”.

Y también podían ser perceptivos. Hablando de las opiniones de la gente común bajo el gobierno de Hitler uno de ellos se hizo la pregunta: “¿Oposición? ¿Quién podía saberlo? ¿Quién sabe a qué se opone o no se opone otra persona? Las cosas a las que alguien dice que se opone o no se opone dependen de las circunstancias, dónde, cuándo y contra quién, y de la manera como este se exprese. Y al final uno tiene que adivinar por qué dice lo que dice”.

Cuando Mayer regresó a casa sintió miedo por su propio país. Se dio cuenta de que “no fue al Hombre Alemán al que había conocido sino al Hombre”, y de que en las condiciones apropiadas bien hubiera podido actuar como sus amigos alemanes. Y comprendió que el nazismo no se apoderó de Alemania “por medios subversivos sino de hurra en hurra”. Muchos alemanes “lo querían, lo obtuvieron y les gustó”.

La gente agradecida respaldó a los nazis

La conclusión más asombrosa a que llegó Mayer fue la de que ninguno de sus interlocutores “vio el nazismo en manera alguna como nosotros -tú y yo- lo vemos”, con una excepción parcial, el maestro. 

Mientras nosotros vemos al nazismo como una forma de tiranía, ellos “no sabían antes de 1933 que el nazismo era funesto, no lo sabían entre 1933 y 1945 y no lo saben todavía”. Cuando siete años después de la guerra echaban una mirada hacia atrás veían el periodo de 1933 a 1939 como la mejor época de sus vidas”.

Mayer sostiene que aunque los gobiernos tiránicos hacen cosas horribles los observadores externos tienen a exagerar el impacto de estas en la experiencia actual de la mayoría de los ciudadanos, cuando estos continúan haciendo sus propias vidas y “viendo las cosas que siempre encuentran en sus rutinas diarias”.

El nazismo mejoró las cosas para la gente entrevistada por Mayer, no (como cree mucha gente) porque les devolvió un orgullo nacional perdido sino porque mejoró su diario vivir. Los alemanes tuvieron mejor empleo y mejor vivienda. Pudieron ir de vacaciones a Noruega o España por medio del programa “Vigor a través del placer” [N. del T.: otra traducción es Fuerza a través de la alegría]. Pocas personas pasaban hambre o frío y los enfermos tenían más probabilidades de recibir tratamiento. Los beneficios del Nuevo Orden -como era llamado- llegaban a “todo mundo”.

La gente creyó el discurso de Hitler y rehusó ver más allá

Aún mirándolo retrospectivamente los informantes de Mayer apreciaban y admiraban a Hitler. Lo veían como alguien que “sentía a la masa de la gente” y que hablaba abiertamente en contra del Tratado de Versalles, del desempleo, de todo lo que representaba el orden existente.

Aplaudían a Hitler por su rechazo de “todo el sistema” -“todos los políticos del parlamento y todos los partidos representados en el parlamento”- y por “la limpieza que hizo de los degenerados morales”. El empleado bancario describió a Hitler como “un orador natural, hipnótico. Creo que se dejaba llevar por su pasión más allá de la verdad, cierto, de la misma verdad. Pero aún así siempre creía en lo que decía”.

Mayer no mencionó a sus interlocutores el tema del antisemitismo, pero después de los primeros encuentros con ellos empezaron a mencionarlo de su propia cuenta y lo repetían constantemente. Cuando la sinagoga local fue incendiada en 1938 la mayor parte de la comunidad tenía una sola obligación: “no interferir”. En algún momento Mayer les mostró el periódico local del 11 de noviembre de 1938 en el que salió esta nota: “Por su propia seguridad varios ciudadanos judíos fueron puestos al cuidado de las autoridades ayer. Esta mañana fueron enviados fuera de la ciudad”. Nadie recordaba haberla visto; de hecho, nadie recordaba nada de ese tenor.

¿El asesinato de seis millones de judíos? Noticias falsas. Cuatro de los informantes  insistían en que los únicos judíos internados en campos de concentración habían sido traidores a Alemania y que el resto recibieron permiso para emigrar con sus riquezas o el valor comercial justo de estas. El cobrador estaba de acuerdo en que el asesinato de los judíos “estaba mal a menos que hubieran cometido traición en tiempo de guerra. Y, por supuesto, eso era lo que habían hecho”. Agregó que “algunas personas decían que eso [el asesinato] había ocurrido, y otras que no”, y usted “puede mostrarme fotografías de calaveras… pero eso no prueba nada”. De todas maneras, “Hitler no tuvo nada que ver con eso”. El sastre opinaba algo parecido: “Si pasó, estuvo mal. Pero yo no creo que eso pasara”.

Eventos manipulados y propaganda alelan a las masas

Con evidente fatiga el panadero dijo: “Uno no tenía tiempo para pensar. Estaban pasando tantas cosas al tiempo”. Algo parecido decía uno de los colegas de Mayer, un psicólogo alemán que vivía en el país en ese momento, quien insistía en la manera devastadoramente incremental del descenso hacia la tiranía; en sus palabras, “no teníamos tiempo para pensar sobre las cosas espantosas que se acumulaban, poco a poco, a nuestro alrededor”.

El filólogo apuntaba a un régimen empeñado en distraer a la población con dramas que nunca acababan (en los que con frecuencia tenían un papel enemigos reales o imaginarios) y “la manera como se habituaba a la gente, poco a poco,  a ser gobernada a punta de sorpresas”. “Cada paso era tan pequeño, tan insignificante, tan bien explicado y, a veces, tan ‘lamentado’”, que la gente no alcanzaba a percibir la acumulación de pasos, “igual que le pasa al granjero con el maíz de su huerta, que cuando menos piensa le rebasa la cabeza”.

Algunas personas percibieron el peligro

En su Historia de un alemán Haffner se concentra principalmente en 1933 para ofrecer una historia radicalmente distinta, según la cual la naturaleza verdadera del nazismo fue evidente desde el principio para muchos alemanes. Tenía entonces solo veinticinco años y estudiaba leyes con la intención de hacer carrera de juez o administrador.

En su libro Haffner describe la manera como los efectos del nazismo se acumulan en las vidas de sus condiscípulos y sus amigos, en medio de sus travesuras, diversiones, aventuras amorosas y preocupaciones por sus perspectivas de empleo. Dice que a él lo salvó su  capacidad de oler la podredumbre tan pronto los nazis llegaron al poder.

“Mi nariz no me dio tiempo de albergar dudas con respecto a los nazis. No valía la pena cansarse hablando de cuáles de las metas o intenciones que decían tener eran todavía aceptables  o siquiera ‘justificadas históricamente’, pues todas hedían. ¡Qué podredumbre! Desde el principio era claro, cristalinamente claro, para mí que los nazis eran enemigos, mis enemigos y los enemigos de todo lo que era importante para mí”.

Propaganda, intimidación y rutinas de vida iban de la mano

Haffner describe el terror que comenzó a manifestarse rápidamente, a medida que los miembros de las SS hacían sentir su presencia, intimidando a la gente en lugares públicos. Al mismo tiempo, una serie interminable de festividades y celebraciones distraían a los ciudadanos. La intimidación, acompañada de actividades orquestadas de entusiasmo pro-nazi, aumentó el miedo, lo que llevó a muchos escépticos a volverse nazis.

A pesar de todo, la gente coqueteaba, disfrutaba de romances, “iba al cine, cenaba en pequeños restaurantes, disfrutaba una copa de vino e iba a bailar”. Haciendo eco de lo que decían los informantes de Mayer, Haffner se refiere a “la continuación automática de la vida ordinaria” que “impedía cualquier reacción activa o fuerte contra el horror”.

En la historia que cuenta Haffner el colapso de la libertad y el estado de derecho se fue dando por pasos, algunos relativamente pequeños e insignificantes. En 1933 cuando los oficiales nazis se paraban amenazadoramente frente a los negocios judíos, los judíos solo se sentían “ofendidos, no preocupados o ansiosos, ofendidos nada más”. Pero Haffner insiste en que la brutalidad de Hitler y  la continua politización de la vida de cada día eran evidentes desde el principio.

Intimidación en la cultura y la vida privada

En los primeros días del régimen un conocido que se las daba de republicano recomendaba evitar los comentarios escépticos pues carecían de utilidad: “Yo creo conocer a los fascistas mejor que usted. Nosotros los republicanos debemos aullar con los lobos”. Haffner hace un inventario de los aullidos. Los libros empezaron a desaparecer de librerías y bibliotecas. Desaparecían también las revistas y periódicos; los que seguían circulando se ceñían a la línea del partido.

Ya en 1933 los alemanes que rehusaban unirse a los nazis se hallaban “en una situación muy difícil, de desesperación completa y sin alivio; uno estaba sujeto a insultos y humillaciones todos los días”. Haffner buscó refugió en su mundo privado. Pertenecía a un pequeño grupo de jóvenes estudiantes de leyes que habían formado un club privado de debate. Eran muy buenos amigos entre sí. Uno de ellos, de nombre Holz, tenía opiniones nacionalistas. Otros estaban en desacuerdo, pero la discusión era cortés aunque apasionada, como es usual entre jóvenes cuando hablan de política.

El grupo se disolvió cuando Holz acusó a Haffner de  “ignorar el desarrollo fundamental en el resurgimiento del pueblo alemán” y de “representar un daño latente para el estado” y siniestramente amenazó con denunciarlo a la Gestapo.

Memorias de buenos y malos tiempos: antes y después de los nazis

Hacia el final del libro Haffner hace una narración delicada y casi insoportablemente conmovedora de unas semanas idílicas que pasó con el amor de su vida, una muchacha que estaba comprometida con un inglés y a punto de irse de Alemania para siempre. (Viendo su desilusión cuando le informó de su compromiso, ella le dijo con inmensa gentileza: “Por el momento estoy aquí”).

El manuscrito incompleto de Haffner resume esas semanas y termina con una nota sobre la capacidad de recuperación del ser humano usando unas palabras del poeta Friedrich Hölderlin: “No miremos adelante ni atrás. Dejémonos acunar como en un bote que se mueve al vaivén del mar”.

Mientras Haffner se concentra primordialmente en un solo año, Jarausch se extiende a un siglo entero. En su libro Vidas rotas colecciona material tomado de más de setenta memorias escritas por alemanes nacidos en su mayoría en la década de 1920. Su meta es la de producir “un cuadro vívido y personal de lo que fue vivir en el siglo XX”, basado en la experiencia de personas que nacieron después de la carnicería de la Primera Guerra Mundial, que en general tuvieron una infancia feliz y despreocupada bajo la República de Weimar. Es una visión amplia, comprensiva, panorámica y reveladora, y predominantemente negativa.

La narración de Jarausch está llena de datos sobre la vida de los “ adolescentes nazis”, que eran un poco más jóvenes que Haffner, y sobre la inmensa presión social que produjo la rápida expansión del movimiento nazi entre la gente joven.  Una de las estrategias hábiles de los nazis, adoptada inmediatamente después de asumir el poder, fue la de intensificar esa presión social imponiendo “una apariencia de respaldo unánime al Tercer Reich”. 

Muchos alemanes no eran tanto pro-Hitler sino anti-anti-Hitler; el rechazo que sentían hacia los adversarios de Hitler ayudó al surgimiento de este. Décadas más tarde los autores de memorias hablaban de los “tiempos felices” que vivieron en las Juventudes Hittlerianas, enfatizando no el recuerdo de la ideología sino el de las excursiones en las montañas, la camaradería y los campamentos de verano.

De acuerdo con Jarausch las cosas empezaron a ponerse mal para los alemanes a partir del 1 de septiembre de 1939 cuando Alemania invadió a Polonia. Pocos días después Inglaterra y Francia le declararon la guerra a Alemania. Una de las memorias citadas dice que con la Gran Guerra amenazando de lejos “no había banderas al viento, ni  aprobación, ni entusiasmo”. Jarausch describe en detalle los eventos que siguieron, empezando con los triunfos iniciales de la Wermacht y la veloz conquista de Polonia y terminando con la invasión de Normandía, el avance inatajable del Ejército Rojo y el suicidio de Hitler.

Destruídos los nazis los alemanes encuentran mejor camino

Después de la guerra, la derrota significó un nuevo comienzo para muchos, una especie de oportunidad, y Jarausch muestra cómo los alemanes -graves,  traumatizados por la guerra, resueltos- regresaron a la vida ordinaria y apostaron a un mejor futuro. Lograron reconstruir su economía y su moral sin caer en el nacionalismo y el orgullo nacional.

Aunque el tema principal de Jarusch es la Alemania Occidental, le presta mucha atención a la caída del comunismo en la República Democrática Alemana [N. del T.: Alemania Oriental]; propone que esta se debió al desengaño y desilusión de la ciudadanía.

La historia de Jarusch se centra en las vidas rotas e interrumpidas de muchos alemanes, pero su conclusión es optimista: muchos de ellos han sido transformados “en demócratas y pacifistas sinceros que quieren prevenir la repetición de horrores pasados”.

Jaramusch ha prestado un gran servicio a quienes quieren entender la experiencia alemana en el siglo XX. Su visión es más panorámica que la de Mayer y Haffner, aún en cuanto al ascenso de Hitler. Pero el detalle y la intimidad de las historias de Mayer y Haffner hablan de manera más directa a quienes se interesan en entender qué hace posible el autoritarismo.

Es natural que uno se sienta dudoso antes de creerles a los informantes de Mayer cuando afirman su ignorancia de lo que Hitler hizo. Igual le pasa a Mayer. Pero ellos son convincentes cuando dicen que en ese momento estaban más interesados en sus familias, amigos y las cosas del diario vivir. Del mismo tipo es la descripción que hace Haffner de “la continuación automática de la vida ordinaria”, que era posible para muchos en medio del asalto lento y sostenido del gobierno a la libertad y la dignidad.

Tácticas nazis en los países contemporáneos

Los tres autores son muy conscientes de que sus historias ofrecen lecciones importantes, lecciones que no debe olvidar el lector contemporáneo.
Turquía, por ejemplo, se ha ido deslizando hacia el autoritarismo usando tácticas no diferentes de las nazis: prisión de disidentes políticos, ataques a la libertad de prensa, tratamiento de críticos como enemigos del estado y abandono de barreras y contrapesos del poder público. 

Hasta el momento el presidente Trump ha sido mucho ruido y pocas nueces.  Pero parte del ruido que hace tiene una historia que es al mismo tiempo vergonzosa y reveladora. Los nazis usaron la expresión Lügenpresse (prensa mentirosa) para referirse a los medios de mayor circulación.

El presidente Trump se refiere a los “medios de NOTICIAS FALSAS” que, según él, “no son mis enemigos sino los enemigos del Pueblo Estadounidense”. Su administración expresa desprecio por la ciencia en asuntos importantes –incluyendo el cambio climático- y ha llegado al punto de mantener vacante la posición de consejero científico de la Casa Blanca. También los nazis desdeñaban o politizaban la ciencia (recuérdese la “ciencia judía” que imputaban a Einstein) y preferían lo que ellos llamaban el espíritu del Volk (Pueblo).

No hay fascismo cuando el presidente miente constantemente, se queja de que la prensa independiente es responsable de noticias falsas, pide la revocación de licencias de redes de televisión, exige públicamente condenas de prisión para sus rivales políticos –debilitando la autoridad institucional del Departamento de Justicia y del FBI-, agranda las divisiones sociales, trata de minar la legitimidad de sus críticos llamándolos ‘tramposos” o “fracasados” y aún rehúsa en violación de la ley proteger a los niños de los riesgos asociados con la pintura con plomo, pero esta es una situación que los Estados Unidos no ha vivido antes.

Dado nuestro sistema de barreras y contrapesos institucionales es improbable que se establezca entre nosotros un régimen de estricto autoritarismo pero sería una estupidez ignorar los riesgos que Trump y su administración representan para las normas e instituciones establecidas que ayudan a mantener la libertad y el orden. Esos riesgos se harán mayores si los Demócratas solos hacen oposición a violaciones de normas de vieja data mientras los Republicanos ríen, aplauden, aprueban o excusan a Trump, si aúllan con el lobo.

La gente del común empuja o ataja la violencia política

Mayer, Haffner y Jarausch, cada uno a su manera, ilustran la manera como el hábito, la confusión, la distracción, los intereses personales, el temor, la racionalización y los sentimientos de impotencia personal hacen posibles las cosas terribles. Ellos llaman la atención sobre la importancia de acciones individuales de consciencia, grandes y pequeñas, de gente que nunca aparecerá en los libros de historia.

Hace casi dos siglos James Madison nos puso sobre aviso: “¿No hay virtud entre nosotros? Si no la hay estamos en una situación desesperada. Ningún límite teórico, ninguna forma de gobierno, nos brindará seguridad”. Haffner agrega lo que parece un corolario: la única salvaguardia contra un resurgente autoritarismo –y contra lobos de todo tipo- es la consciencia individual, en “las decisiones que toma cada quien individualmente y de manera casi inconsciente la población en general”.


Traducción, adaptación y subtítulos de Luis Mejía
7 de agosto del 2018
Publicado en blogluismejia.blogspot.com





[i] Sebastian Haffner, Defying Hitler: A Memoir, translated by Oliver Pretzel (Picador, 2003). 

1 comment:

  1. A Community of Defeat - German life in the 20th century

    BROKEN LIVES: HOW ORDINARY GERMANS EXPERIENCED THE 20TH CENTURY
    By Konrad H. Jarausch

    https://www.thenation.com/article/a-community-of-defeat/

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