Friday, January 6, 2017

VOLENCIA, JUSTICIA Y SUS SECUELAS: LA HISTORIA DE LA REINA ESTER

La mancha que deja la sangre del delito / nunca puede lavarse con sangre de venganza”. F. Soto Aparicio

"Aun si la usáramos para defendernos de los malhechores, por su mero uso la violencia se extiende por el mundo"A. S. Tameres


Presentación

La fiesta judía de Purim conmemora la historia bíblica de Ester, la reina persa que ayudó a Mardoqueo, su tío, a neutralizar los planes que tenía el valido del rey Asuero de exterminar a los judíos del reino. Su celebración varía de fecha en el calendario gregoriano; en 2016 se hizo el 23 y 24 de marzo.

El rabino Aryeh Cohen, Ph.D., profesor de literatura rabínica en la Escuela Ziegler de Estudios Rabínicos de la Universidad Judeo-Estadounidense (Los Ángeles, California), escribió un comentario sobre el significado de esta fiesta para la revista virtual Estadounidenses por la Paz Ya (Americans for Peace Now).

En la interpretación tradicional Ester es la mujer bella de origen judío que Dios pone en la corte de Asuero para intervenir ante este y salvar a su pueblo; vale la pena aclarar el posesivo: para salvar al pueblo de dios y al pueblo de Esther. Pero Cohen prefiere enfatizar otro aspecto de la historia, el de la violencia y su perpetuación, y ponerlo en el contexto de la ocupación de los territorios y la subyugación del pueblo palestino por el estado de Israel.

La lectura que Cohen hace del texto bíblico es una de paz, perdón y convivencia. Lo más importante, de renuncia a la violencia aún si esta es legítima. Es un mensaje que para muchos judíos es difícil de aceptar, inmersos como están en una realidad de agresión y represalia, en el fragor de las campañas de temor y desconfianza hacia los demás que patrocinan los políticos extremistas y en medio de una historia manipulada para hacerles creer que el gobierno israelí siempre ha estado dispuesto a dialogar con el enemigo y que este ha respondido con actos incomprensibles de terror y crueldad.

El rechazo a la violencia que propone Cohen es común a muchas tradiciones religiosas, filosóficas, políticas y literarias. Dos poetas colombianos, Gonzalo Arango y Fernando Soto Aparicio, lo resumieron de manera inolvidable en un diálogo que tuvieron en 1966. Arango se refirió a 500.000 colombianos asesinados por razones políticas y económicas en la última generación y pidió a su colega un epitafio en su honor. Soto le contestó: “Que este trozo de patria se eleve al infinito / pidiendo que retoñe de nuevo la  esperanza / pues la mancha que deja la sangre del delito / nunca puede lavarse con sangre de venganza”[i].

Por mi parte, interpreto el texto de Cohen como una reflexión basada en los valores sociales de la religión que le permiten crear un mensaje humano, pacifista y solidario; en su manera de ver la religión no se pliega al nacionalismo y al patriotismo, ni siquiera al patriotismo judío israelí, y no se afilia con el sionismo militante; en esto Cohen está con quienes creen que la religión tiene la tarea de ayudarle al creyente a crecer y ser mejor vecino y prójimo y que por ello no puede identificarse con ninguna nación o país o raza o tribu o clase social.

La visión religiosa de Cohen tiene eco en las comunidades de otros creyentes y aun de los no creyentes en cuanto ofrece una visión superior y noble del ser humano. Por eso es relevante para los colombianos, víctimas como son de los odios de sus enemigos y de sus conciudadanos armados para oprimirlos, aterrorizarlos y explotarlos. Igualmente es relevante para ellos en el proceso de enfrentarse con las secuelas de crueldad, injusticia e impotencia que les quedan de vivir por años con paramilitares, guerrilleros y un estado que ha sido incapaz de proteger sus vidas y haciendas.

El rabino Cohen expresa un patriotismo diferente, superior, el patriotismo de un pueblo que podría ser moralmente superior, un pueblo que viva en justicia y equidad, que sepa tratar con magnanimidad a sus enemigos, que no le cause daño a los inocentes y no los someta a castigos colectivos.

Este es el patriotismo al que todos deberíamos servir.



VIOLENCIA Y SUS SECUELAS: FIESTA DE PURIM - 2016

Por Aryeh Cohen, Rabino

Ha llegado la fiesta de Purim. Al celebrarla mucho judíos recuerdan la historia de Amán el malo que en su propósito de destruir a Mardoqueo, un judío miembro de la corte, sobornó al bufonesco rey Asuero para que le permitiera matar a todos los judíos que vivían en el reino persa. Los judíos se anticiparon a Amán, le hicieron perder el favor del rey y convencieron a este de que los dejara tomar la iniciativa y les permitiera pasar por las armas a sus enemigos.

La clave para entender esta historia se encuentra en las enseñanzas de un rabino de Babilonia del siglo IV. Este rabino había vivido en Persia siglos después de cuando debieron ocurrir estos eventos. El pergamino de Ester menciona varios actos conmemorativos, como fiestas, intercambio de regalos, limosnas a los pobres y lectura de la narración. El rabino, Rava de nombre, incluyó uno más: En la fiesta de Purim la gente está obligada a emborracharse hasta que no pueda distinguir entre “bendito sea Mardoqueo” y “maldito sea Amán”. Este es un mandato, una meta concreta.

Pero la prescripción de Rava en el Talmud Babilónico está ligada a otra historia, la del asesinato de otro rabino:

Rabbah y el rabino Zeira celebraron la fiesta de Purim juntos. Se emborracharon. Rabbah se exaltó y mató al rabino Zeira. En la mañana, cuando se le pasaron los vinos, Rabbah pidió a Dios que tuviera piedad del Rabino Zeira y Dios lo resucitó. Un año más tarde Rabbah le dijo al rabino Zeira: Amigo, ven a celebrar la fiesta del Purim conmigo. El rabino Zeira contestó a Rabbah: No ocurren milagros todos los días.

Fuera de probar que los rabinos no son tontos (“no ocurren milagros todo el tiempo”) la historia pone de relieve el fondo obscuro de la interpretación que Rabbah da a la fiesta del Purim. El hecho de que los judíos tomaran la iniciativa y mataran a los persas no implicaba que la historia tuviera un final de cuento de hadas: “y de ahí en adelante vivieron felices”. Ese momento fue solo una pausa en los ciclos de violencia que  caracterizaron el reinado de Asuero, quien entregaba el poder a la facción de mayor influencia y más riqueza. Bajo el reinado de Asuero, que es este mundo nuestro no redimido, no hay un acto final de violencia que consolide la paz.

Como escribió el gran rabino Aaron Samuel Tameres a principios del siglo XX: Aun si en el momento presente la usáramos para defendernos de los malhechores, por su mero uso la violencia se extiende por el mundo.

En la fiesta de Purim de 1994, hace 22 años, un médico, ministro de la vida y la salud, entró a la mezquita de la Tumba de los Patriarcas y mató a 29 palestinos inocentes, indefensos, e hirió a más de 120 que estaban en oración. Usó una subametralladora, el arma de dotación que había recibido del ejército. Dejó de disparar cuando el arma se atascó. Esta abominación fue excepcional solo en el número de muertos y la fría preparación de su brutal ejecución.

La mayor parte de la violencia cuotidiana de la ocupación [N. del T.: de los territorios palestinos por el estado de Israel] no resulta de este nivel de criminalidad salvaje. La mayoría de las víctimas de la ocupación no son asesinadas. Los abusos permanentes de la ocupación toman la forma de humillaciones, impedimentos para viajar, robo de tierras, prisión, así como también muertes causadas por soldados y asesinatos cometidos por civiles.

Asesinatos y caos no son, como lo saben todos los que leen las noticias, de un solo lado; nadie tiene un monopolio de brutalidad. Sin embargo, la ocupación tiene la capacidad burocrática específica de desplegar una violencia banal, de una manera casual, como parte de las órdenes del día: la violencia de la demolición de viviendas, la apropiación de tierras, la privación de cuidados médicos, el gas lacrimógeno, el uso excesivo de fuerza contra las manifestaciones de protesta. Lo triste es que la violencia defensiva que fue necesaria en la Guerra de los Seis Días se ha convertido, como lo predijo el rabino Tameres hace más de un siglo, en la violencia de la opresión, de la ocupación.

La única salida es dejar de respaldar la ocupación. Dejar de respaldar las instituciones que dan al gobierno de Israel los medios para continuar la ocupación. Exigir que las principales  organizaciones judío-estadounidenses dejen de financiar todos los elementos de la ocupación: el respaldo directo e indirecto a los asentamientos, el respaldo a los tours que sirven para que los estadounidenses muestren solidaridad con los asentamientos, el respaldo a las delegaciones que viajan a Israel y son usadas como propaganda para promover el proyecto de ocupación y construcción de asentamientos actualmente en curso.

Más bien debemos respaldar a los que luchan contra la ocupación, a los que luchan contra la expansión de los asentamientos y por el desmantelamiento del proyecto de expansión de los mismos. Debemos respaldar a las organizaciones que luchan por parar la violencia de la ocupación. No porque los asentamientos y su expansión  destruyen las oportunidades democráticas de Israel, que lo hacen. No porque debilitan los valores judíos esenciales que deben guiar al estado de Israel, que lo hacen. Sino porque multiplican –unas veces de manera abierta, otras de manera camuflada- el mal, la injusticia y la violencia de cada día. A menos que hagamos todo lo que podamos para acabar con la ocupación nunca podremos decir: “Esa sangre no la derramaron nuestras manos.”



[i] Cromos N°. 2543. Bogotá, junio 27 de 1966. pp. 66-67

Traducción de Luis Mejía
6 de enero del 2017
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

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