“La mancha que
deja la sangre del delito / nunca puede lavarse con sangre de venganza”. F. Soto Aparicio
"Aun si la
usáramos para defendernos de los malhechores, por su mero uso la violencia se
extiende por el mundo". A. S. Tameres
Presentación
La fiesta judía de Purim conmemora la historia bíblica
de Ester, la reina persa que ayudó a Mardoqueo, su tío, a neutralizar los
planes que tenía el valido del rey Asuero de exterminar a los judíos del reino.
Su celebración varía de fecha en el calendario gregoriano; en 2016 se hizo el
23 y 24 de marzo.
El rabino Aryeh Cohen, Ph.D., profesor de literatura
rabínica en la Escuela Ziegler de Estudios Rabínicos de la Universidad Judeo-Estadounidense
(Los Ángeles, California), escribió un comentario sobre el significado de esta
fiesta para la revista virtual Estadounidenses
por la Paz Ya (Americans for Peace Now).
En la interpretación tradicional Ester es la mujer
bella de origen judío que Dios pone en la corte de Asuero para intervenir ante
este y salvar a su pueblo; vale la pena aclarar el posesivo: para salvar al
pueblo de dios y al pueblo de Esther. Pero Cohen prefiere enfatizar otro
aspecto de la historia, el de la violencia y su perpetuación, y ponerlo en el
contexto de la ocupación de los territorios y la subyugación del pueblo
palestino por el estado de Israel.
La lectura que Cohen hace del texto bíblico es una de
paz, perdón y convivencia. Lo más importante, de renuncia a la violencia aún si
esta es legítima. Es un mensaje que para muchos judíos es difícil de aceptar,
inmersos como están en una realidad de agresión y represalia, en el fragor de
las campañas de temor y desconfianza hacia los demás que patrocinan los
políticos extremistas y en medio de una historia manipulada para hacerles creer
que el gobierno israelí siempre ha estado dispuesto a dialogar con el enemigo y
que este ha respondido con actos incomprensibles de terror y crueldad.
El rechazo a la violencia que propone Cohen es común a
muchas tradiciones religiosas, filosóficas, políticas y literarias. Dos poetas
colombianos, Gonzalo Arango y Fernando Soto Aparicio, lo resumieron de manera
inolvidable en un diálogo que tuvieron en 1966. Arango se refirió a 500.000
colombianos asesinados por razones políticas y económicas en la última
generación y pidió a su colega un epitafio en su honor. Soto le contestó: “Que este trozo de patria se eleve al infinito /
pidiendo que retoñe de nuevo la esperanza / pues la mancha que deja la
sangre del delito / nunca puede lavarse con sangre de venganza”[i].
Por mi parte, interpreto el texto de Cohen como una
reflexión basada en los valores sociales de la religión que le permiten crear
un mensaje humano, pacifista y solidario; en su manera de ver la religión no se
pliega al nacionalismo y al patriotismo, ni siquiera al patriotismo judío
israelí, y no se afilia con el sionismo militante; en esto Cohen está con
quienes creen que la religión tiene la tarea de ayudarle al creyente a crecer y
ser mejor vecino y prójimo y que por ello no puede identificarse con ninguna
nación o país o raza o tribu o clase social.
La visión religiosa de Cohen tiene eco en las
comunidades de otros creyentes y aun de los no creyentes en cuanto ofrece una
visión superior y noble del ser humano. Por eso es relevante para los
colombianos, víctimas como son de los odios de sus enemigos y de sus
conciudadanos armados para oprimirlos, aterrorizarlos y explotarlos. Igualmente
es relevante para ellos en el proceso de enfrentarse con las secuelas de
crueldad, injusticia e impotencia que les quedan de vivir por años con
paramilitares, guerrilleros y un estado que ha sido incapaz de proteger sus
vidas y haciendas.
El rabino Cohen expresa un patriotismo diferente,
superior, el patriotismo de un pueblo que podría ser moralmente superior, un
pueblo que viva en justicia y equidad, que sepa tratar con magnanimidad a sus
enemigos, que no le cause daño a los inocentes y no los someta a castigos
colectivos.
Este es el patriotismo al que todos deberíamos servir.
VIOLENCIA Y SUS SECUELAS: FIESTA DE PURIM
- 2016
Por
Aryeh Cohen, Rabino
Ha llegado la fiesta de Purim. Al celebrarla mucho
judíos recuerdan la historia de Amán el malo que en su propósito de destruir a
Mardoqueo, un judío miembro de la corte, sobornó al bufonesco rey Asuero para
que le permitiera matar a todos los judíos que vivían en el reino persa. Los
judíos se anticiparon a Amán, le hicieron perder el favor del rey y
convencieron a este de que los dejara tomar la iniciativa y les permitiera
pasar por las armas a sus enemigos.
La clave para entender esta historia se encuentra en
las enseñanzas de un rabino de Babilonia del siglo IV. Este rabino había vivido
en Persia siglos después de cuando debieron ocurrir estos eventos. El pergamino
de Ester menciona varios actos conmemorativos, como fiestas, intercambio de
regalos, limosnas a los pobres y lectura de la narración. El rabino, Rava de
nombre, incluyó uno más: En la fiesta de
Purim la gente está obligada a emborracharse hasta que no pueda distinguir
entre “bendito sea Mardoqueo” y “maldito sea Amán”. Este es un mandato, una
meta concreta.
Pero la prescripción de Rava en el Talmud Babilónico
está ligada a otra historia, la del asesinato de otro rabino:
Rabbah y el
rabino Zeira celebraron la fiesta de Purim juntos. Se emborracharon. Rabbah se
exaltó y mató al rabino Zeira. En la mañana, cuando se le pasaron los vinos,
Rabbah pidió a Dios que tuviera piedad del Rabino Zeira y Dios lo resucitó. Un
año más tarde Rabbah le dijo al rabino Zeira: Amigo, ven a celebrar la fiesta
del Purim conmigo. El rabino Zeira contestó a Rabbah: No ocurren milagros todos
los días.
Fuera de probar que los rabinos no son tontos (“no
ocurren milagros todo el tiempo”) la historia pone de relieve el fondo obscuro
de la interpretación que Rabbah da a la fiesta del Purim. El hecho de que los
judíos tomaran la iniciativa y mataran a los persas no implicaba que la
historia tuviera un final de cuento de hadas: “y de ahí en adelante vivieron
felices”. Ese momento fue solo una pausa en los ciclos de violencia que caracterizaron el reinado de Asuero, quien
entregaba el poder a la facción de mayor influencia y más riqueza. Bajo el
reinado de Asuero, que es este mundo nuestro no redimido, no hay un acto final
de violencia que consolide la paz.
Como escribió el gran rabino Aaron Samuel Tameres a
principios del siglo XX: Aun si en el
momento presente la usáramos para defendernos de los malhechores, por su mero
uso la violencia se extiende por el mundo.
En la fiesta de Purim de 1994, hace 22 años, un
médico, ministro de la vida y la salud, entró a la mezquita de la Tumba de los
Patriarcas y mató a 29 palestinos inocentes, indefensos, e hirió a más de 120
que estaban en oración. Usó una subametralladora, el arma de dotación que había
recibido del ejército. Dejó de disparar cuando el arma se atascó. Esta
abominación fue excepcional solo en el número de muertos y la fría preparación
de su brutal ejecución.
La mayor parte de la violencia cuotidiana de la
ocupación [N. del T.: de los territorios palestinos por el estado de Israel] no resulta de
este nivel de criminalidad salvaje. La mayoría de las víctimas de la ocupación
no son asesinadas. Los abusos permanentes de la ocupación toman la forma de
humillaciones, impedimentos para viajar, robo de tierras, prisión, así como también
muertes causadas por soldados y asesinatos cometidos por civiles.
Asesinatos y caos no son, como lo saben todos los que
leen las noticias, de un solo lado; nadie tiene un monopolio de brutalidad. Sin
embargo, la ocupación tiene la capacidad burocrática específica de desplegar
una violencia banal, de una manera casual, como parte de las órdenes del día:
la violencia de la demolición de viviendas, la apropiación de tierras, la
privación de cuidados médicos, el gas lacrimógeno, el uso excesivo de fuerza contra
las manifestaciones de protesta. Lo triste es que la violencia defensiva que
fue necesaria en la Guerra de los Seis Días se ha convertido, como lo predijo
el rabino Tameres hace más de un siglo, en la violencia de la opresión, de la
ocupación.
La única salida es dejar de respaldar la ocupación.
Dejar de respaldar las instituciones que dan al gobierno de Israel los medios
para continuar la ocupación. Exigir que las principales organizaciones judío-estadounidenses dejen de
financiar todos los elementos de la ocupación: el respaldo directo e indirecto
a los asentamientos, el respaldo a los tours que sirven para que los
estadounidenses muestren solidaridad con los asentamientos, el respaldo a las
delegaciones que viajan a Israel y son usadas como propaganda para promover el
proyecto de ocupación y construcción de asentamientos actualmente en curso.
Más bien debemos respaldar a los que luchan contra la
ocupación, a los que luchan contra la expansión de los asentamientos y por el
desmantelamiento del proyecto de expansión de los mismos. Debemos respaldar a
las organizaciones que luchan por parar la violencia de la ocupación. No porque
los asentamientos y su expansión
destruyen las oportunidades democráticas de Israel, que lo hacen. No
porque debilitan los valores judíos esenciales que deben guiar al estado de
Israel, que lo hacen. Sino porque multiplican –unas veces de manera abierta,
otras de manera camuflada- el mal, la injusticia y la violencia de cada día. A
menos que hagamos todo lo que podamos para acabar con la ocupación nunca
podremos decir: “Esa sangre no la derramaron nuestras manos.”
Traducción de
Luis Mejía
6 de enero del 2017
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
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