Una vida dedicada al periodismo extremo
Robert Fisk, el experto y
valeroso corresponsal que cubre con meticulosa y obsesiva objetividad las
constantes crisis del Medio Oriente, recientemente publicó un artículo sobre su
colega Clara Hollingworth. Fue uno de los muchos que han celebrado la rica vida
de esta mujer admirable.
Un texto en parte entrevista y en
parte celebración de una larga vida de primicias noticiosas, simultáneamente
afectuoso, admirativo y respetuoso de la frágil condición física y mental de su
entrevistada.
En octubre pasado Hollingworth cumplió
104 años. Nació en Inglaterra en 1911 y desde principios de los años 80 vive en
Hong Kong. Está ciega, medio sorda y muy incapacitada para moverse. Su memoria,
caprichosa, le permite ocasionales momentos de lucidez.
Muy joven empezó una carrera
periodística que la llevó a Argelia, Adén, la China, Palestina, Polonia y Vietnam.
Su trabajo más importante lo realizó como corresponsal de guerra[i].
Fue reconocida por sus primicias
noticiosas[ii].
En 1939 era corresponsal del Telegraph en
Polonia. El 28 de agosto de ese año [GOP1] envió a su periódico la primicia mundial de que
Alemania se preparaba a invadir a este país. Fue el titular de primera página
al día siguiente en Londres[iii].
Su crónica sobre la invasión, que
ocurrió tres días después, fue el primer reporte de un testigo visual publicado
en la prensa europea[iv].
La invasión de Polonia dio comienzo
a la Segunda Guerra Mundial,
quizás, la más destructiva en la historia de la humanidad.
En 1946 Hollingworth fue una de
los sobrevivientes del atentado al Hotel Rey David de Jerusalén, cuando un comando terrorista, liderado
por el futuro primer ministro israelí Menachem Begin, asesinó a 91 personas.
Philby era parte de un trío de
espías soviéticos infiltrados en la alta sociedad y el gobierno del Reino
Unido. De un momento a otro dejó de ser visto en los medios de los
corresponsales extranjeros y nadie daba razón de su paradero. Hollingworth se
fue al puerto de Beirut y logró documentar la partida clandestina de un buque
soviético el mismo día en que desapareció Philby. Atando cabos, reportó su
viaje a la Unión Soviética.
El gobierno guardaba silencio
sobre el caso y el periódico para el que ella trabajaba se negó a publicar su
reportaje por temor a que resultara falso. Cuando finalmente lo hizo tres meses
después, el gobierno se vio forzado a aceptar que Philby había logrado escapar.
En 1965 reportando desde Vietnam
escribió que, a pesar de los bombardeos estadounidenses, la guerra había
llegado a un punto muerto que probablemente duraría indefinidamente. Como si
hubiera visto el futuro de una guerra que los Estados Unidos no ganarían.
A principios de los años 70 fue
de los primeros periodistas occidentales aceptados en la China después de la Revolución
Cultural.
Además de periodista sacaba
tiempo para hacer trabajo humanitario.
Durante su estadía en Polonia Clara
Hollingworth ayudó a rescatar a cerca de 3.000 refugiados en la ciudad de
Katowice que escapaban de los alemanes. Esto
le valió el sobrenombre de "Pimpinela Escarlata".
Durante la guerra de
independencia de Argelia (1954 - 1962) consiguió la liberación de uno
de sus colegas periodistas secuestrado
por las milicias clandestinas francesas.
Hollingworth despierta admiración
por la responsabilidad social que asumió, la inteligencia con que desempeñó su
trabajo, la disciplina, valor, seriedad y nivel intelectual con que ejerció el
periodismo.
El autor del artículo que
traduzco a continuación, Robert Fisk, es también un periodista que
merece respeto por el valor, inteligencia, sentido de responsabilidad y
espíritu de justicia con que ejerce su profesión.
La traducción y publicación de
este artículo que reúne a estos dos grandes reporteros, Clara Hollingworth como
tema y Robert Fisk como autor, es un homenaje que ofrezco a mis amigos
periodistas, a los que admiro y quiero porque tienen virtudes que los enaltecen
en el ejercicio de su profesión y dan credibilidad a su trabajo: valor
personal, inteligencia, conocimiento, dignidad, amor por la justicia,
diligencia en la búsqueda de información verdadera y respeto a sus lectores.
Clara Hollingworth: La periodista
que reveló el inicio de la Segunda Guerra Mundial
19 de marzo de 2016
Cuando Susana y Elena abrieron la puerta de aquel
apartamento estrecho y encajonado en la calle Albert yo ni siquiera vi la
diminuta figura encogida en el sofá.
Elena es una de las personas que cuidan a Clare
Hollingworth en su casa en Hong Kong. Sólo cuando ella se hizo a un lado pude
ver a la dama ancianísima de cabello ralo, quijada pronunciada, gafas gruesas, enfundada
en una chaqueta roja y comprendí que estaba frente a la reportera que publicó
la mayor primicia informativa de la Segunda Guerra Mundial.
Esta pequeña mujer de 104 años, ciega e incapacitada
para moverse libremente por su diminuto apartamento, en agosto de 1939 se
arriesgó a cruzar la frontera entre Polonia y Alemania en un vehículo
diplomático británico y vio los tanques del ejército alemán del General Gerd von Rundstedt -miles de ellos- listos para invadir a Polonia.
Los periodistas tenemos encuentros que no podemos
olvidar.
Por ejemplo, los que revelan la crueldad de un
político, la brutalidad de un soldado, el valor de un médico en la línea de
fuego, la amabilidad y dignidad del hombre o la mujer que ha perdido su
familia. Pero en esta casa, al otro lado del mundo, me siento perdido.
¿Cómo se comunica uno con una colega que ha perdido
gran parte de su memoria, que recuerda sus momentos de valentía y buen olfato
periodístico por un par de segundos de lucidez y luego se pierde en el vacío?
Clare Hollingworth pictured in 2009 AFP/Getty
Le pregunto si cuando presenció la invasión de Polonia
había creído que los nazis ganarían la guerra. “No. Pensé que perderían la
guerra”, contesta con firmeza, “porque a ellos no les importaba la gente”. Como
cualquier dictadura fascista, pensé.
Pero, un momento después, confunde a su padre con un
médico de familia de apellido Anderson –“un hombre apuesto”, dice-, y me cuenta
que el día anterior había escrito su último despacho. Esa es una sensación que
yo conozco bien. Me deja claro que todavía se considera una corresponsal
activa.
“He sido afortunada hasta el momento. Trabajo duro”,
dice. Y tiene la razón. Quizás suerte es todo lo que se necesita para
sobrevivir como corresponsal. Y Clara Hollingworth ha sido muy, pero muy
afortunada.
Ella hizo corresponsalías desde Polonia, Alemania,
Argelia, Beirut, la India, Israel y la China. Alguna vez le dijo a un
entrevistador radial: “A mí me gusta la acción. Me gusta estar en un avión
cuando está bombardeando algo”.
Pero su mejor primicia fue la primera.
Consiguió prestado el automóvil del cónsul británico
–la bandera de la Unión Británica ondeando en el capó- para pasar la todavía
pacífica frontera germano-polaca en agosto de 1939. Compró vino y baterías en
un almacén del camino y al regreso observó que el viento levantaba inmensos
sacos de estopa en un valle abajo de la carretera. Cientos de tanques del
ejército alemán, en orden de batalla, quedaban al descubierto.
“La frontera está todavía cerrada al tráfico local”,
escribió. “En todas partes vi la más intensa actividad militar. En las dos
millas que separan a Hindenburg y Gleiwitz me pasaron 65 mensajeros militares
en motocicletas. Sólo circulaban vehículos militares”.
El titular del Daily
Telegraph al día
siguiente rezaba: MIL TANQUES CONCENTRADOS EN LA FRONTERA POLACA. DIEZ
DIVISIONES LISTAS PARA UN ATAQUE INMEDIATO.
Clara estaba ya de regreso en Polonia, en su hotel en
la ciudad de Katowice, cuando los primeros tanques alemanes desfilaron bajo su
ventana. Llamó a un diplomático de la embajada británica en Varsovia para
informarle lo que estaba pasando pero él no le creyó. Entonces sacó el teléfono
por la ventana de su cuarto para que él escuchara el ruido de las orugas en el
pavimento.
Cuando 77 años más tarde le pregunto si de verdad la
embajada no creía que los alemanes habían invadido piensa por un momento y
dice: “Ellos sabían. Por supuesto que sabían”.
Pero el departamento de noticias extranjeras del Telegraph al parecer era más escéptico.
“Ellos querían que Londres fuera el centro político
del poder”, asevera, y creo que su intención –un problema cuando uno habla con
una persona de su edad es que uno tiene que hacer presunciones– es la de decir que
ellos pensaban que estaban mejor informados que ella. Ella escribió –en un
pasado lejano- de sus problemas con sus jefes.
¿Supo ella que había reportado la mayor primicia
informativa del siglo? “Yo lo tenía muy claro”, dice la anciana sentada a mi
lado. Sonríe, se ríe un poco y pide un vaso de vino.
Elena trae un vaso de mitad vino y mitad agua y se lo
entrega para que lo sorba.
Nos acompañan ahora su sobrino nieto, Patricio, de
Moscú, y una experiodista amiga, Catalina Hilborn Feng.
Patricio señala un archivador gris junto a la ventana
y abre uno de los cajones. Está lleno de botellas de champaña sin descorchar
traídas por los numerosos periodistas que han venido a través de los años a
celebrar los cumpleaños sin fin de Clara Hollingworth y que se gastarán en sus
cumpleaños futuros.
Patricio mantiene el pasaporte de Clara al día. Es
parte de su mundo, un periódico puede llamarla en cualquier momento para encargarle
una última misión.
Su mayor primicia informativa en la postguerra ocurrió
en 1963, cuando trabajaba para The
Guardian y tenía su base en Beirut. Me dice: “Yo amaba esa ciudad. Era como
mi hogar. Uno podía ir a cualquier parte en carro sin perderse. Cambié de casa
varias veces”.
Oyó decir que su colega de The Economist y The Observer
Kim Philby había desertado y se había ido a Moscú. La gente había notado su
ausencia repentina del cuerpo de periodistas en el Líbano. Clara se fue a
investigar al puerto de Beirut y consiguió que le mostraran los registros en que
aparecía la partida silenciosa de un buque soviético el mismo día en que
desapareció Philby. Por temor a calumniar a Philby si la historia resultaba
falsa The Guardian la guardó por tres
meses.
Encima del archivador donde está el champagne hay una
fotografía de Clara en uniforme de corresponsal de guerra acompañada de un
militar británico en un salón de Beirut. Debió ser tomada en la Segunda Guerra
Mundial cuando ella aparece en uniforme en la mayoría de sus fotos. Reconocí en
ella las mismas puertas inmensas de madera del Líbano que conectan los cuartos
de mi apartamento hoy en día en Beirut.
Los británicos invadieron al Líbano en 1941 cuando
derrotaron las tropas francesas del gobierno de Vichy. Alan Moorhead, otro de los grandes corresponsales de guerra, cubrió
la misma historia. Cuando le digo a Clara que a sus 104 años ha debido
sobrevivir a todos sus colegas -un record mundial para un periodista- su
memoria se reconecta perfectamente y dice: “Yo misma no lo puedo creer. ¡Ciento
cuatro!”
Su memoria despierta y le llega como un satélite en el
espacio exterior acercándose al planeta tierra.
Le pregunto por qué quiso ser periodista y veloz me
responde: “La gente me lo preguntaba. Yo lo disfrutaba. Es tan bueno sentirse
en control de tantas cosas. ¿Me entiendes?”.
¿Quiere decir que le gustaba escribir historias y que
la leyeran? “Ambas cosas”.
Y el satélite se aleja hacia otro planeta y Clara está
ahora diciendo que apenas la víspera había visto “las ruinas” -¿las ruinas de
Polonia en 1939 o las ruinas romanas del Líbano?- y que mañana podré leer su
último despacho en el periódico.
En la pared cuelga una vieja copia de la primera
página del South
China Morning Post
celebrando uno de sus cumpleaños.
Cuando hace buen tiempo sus amigos la llevan al
antiguo y elegante Club de Corresponsales Extranjeros que queda a pocos pasos
de su apartamento sobre la calle Albert y donde celebró sus 104 en octubre.
Patricio, Catalina y yo fuiimos allá y ocupamos la
“mesa de Clara”, en un rincón decorado con fotografías de la guerra de Vietnam.
Catalina cuenta que Clara puede comportarse mal a
veces, golpeando el piso con su bastón para llamar la atención y alzando la voz
un poco. Pero, ¿quién va a quejarse de Clara?
Estuve sentado a su lado durante nuestra charla,
gritando las preguntas cerca de su oído.
Mi esposa le dice que se ve muy bien y ella contesta:
“Me estás adulando”. Y cuando le decimos que de verdad se ve bien ella afirma:
“Sí, siento que estoy bien”.
Queda solo una pregunta que debe hacer el corresponsal
del Independent on Sunday: ¿Son las computadoras y las páginas web el futuro de
los periódicos? Y ella contesta: “Los periódicos todos van a terminar en
computadoras”, pero eso no será una buena cosa. ¿Por qué? Lo considera por unos
minutos y dice: “Uno necesita sentir el papel”.
Pienso en esto mientras sobrevolamos Siberia esa misma
noche, de regreso de Hong Kong a Beirut con escala en París. Me pregunto si las
primicias informativas tienen importancia en las páginas web. El piloto anuncia
que pronto estaremos pasando la frontera germano-polaca. Aunque Stalin movió la
frontera polaca hacia el occidente, las carreteras que Clara Hollingworth
recorrió en 1939 todavía existen.
En alguna parte, unas pocas millas más allá, en la
obscuridad que antecede al amanecer, bajo mis pies, se encuentra el lugar
exacto donde Clara vio las legiones de Von Runstedt listas a iniciar la
invasión que desataría la guerra más grande en la historia del mundo. Esa es
una primicia informativa que no se le puede desconocer a nadie.
[ii] La prensa inglesa habla de
sus primicias informativas: http://www.theguardian.com/media/2015/oct/08/clare-hollingworth-doyenne-of-foreign-correspondents-turns-104
[iii] Esta entrevista con Hollingworth
agrega detalles de context: http://www.telegraph.co.uk/history/world-war-two/6111610/World-War-2-anniversary-The-Scoop.html
[iv] Hollingworth recibió el homenaje
de sus colegas cuando cumplió los 104 años: http://www.pressgazette.co.uk/tributes-paid-journalist-who-broke-news-germany-invading-poland-she-turns-104
Traducción y nota introductoria de Luis
Mejía
13 de mayo del 2016
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
Nota: Gracias a la periodista
colombiana Gloria Ortega Pérez por su consejo en materias de edición y
selección de enlaces de hipertexto
He recibido el siguiente comentario de una amiga que prefiere permanecer anónima:
ReplyDeleteA propósito de este artículo: Revisando El Malpensante me encontré un texto muy interesante sobre "los perfiles" en el periodismo que le puede interesar. Este es otro tipo de periodismo que no necesariamente es de "combate" o "editorialista" pero que puede ser tan fuerte o más que el de "guerra": http://www.elmalpensante.com/articulo/16/la_leccion_de_homero
Observo que aunque habla mucho de las realizaciones de la periodista, no describe su vida personal, su carácter; en general, ella como ser humano. Esa es una carencia que noté y que a mí, como periodista, me interesaría conocer.
Entiendo la función del "hipertexto" [enlaces insertados] que usted usa como una herramienta para ayudar al lector a buscar más información, pero también creo que lo desvía a uno con respecto la coherencia del artículo. Por ejemplo, viene uno leyendo sobre las actividades de la periodista en los principios de la guerra y aparece un "hiper" que lo lleva a uno hacia otro artículo; uno se "encarreta" leyendo este y puede olvidar el que venía leyendo.
Quizás sea asunto de mi capacidad de concentración; sin embargo, creo que es una herramienta que desvía la atención. Una alternativa para el "hipertexto" (aunque dejaría de llamarse así) sería poner los enlaces al final del artículo por si el lector desea conocer más acerca del tema.