Monday, November 16, 2015

SIGMUND FREUD Y LOS DILEMAS DE LA VIOLENCIA, EL DOLOR Y LA MUERTE




La Última Sesión de Freud: Una Obra de Teatro

Introducción

Es el 3 de septiembre de 1939. Horas de la mañana. Ha empezado la segunda guerra mundial. Londres sufre el bombardeo de la aviación alemana. Freud ha logrado escapar la ocupación alemana de Austria y se ha refugiado en Londres. Sufre de un cáncer avanzado de la boca que para este momento le ha comido gran parte de la mandíbula y se ha extendido a la mejilla. Es una autoridad reconocida en psicología y es el inventor del psicoanálisis. Aunque nacido en una familia judía y criado por un aya cristiana desde muy joven se hizo ateo.

C.S. Lewis es un autor inglés nacido en una familia protestante, fue ateo y recientemente se ha convertido al catolicismo del cual se ha vuelto un apologista de reputación internacional. Es autor de ensayos y de libros para lectores jóvenes en los que defiende y divulga la doctrina católica.

Esta obra de teatro se basa en un encuentro imaginario entre Freud y Lewis. El autor los pone a discutir sobre temas en los que no pueden estar de acuerdo: la existencia de dios, el sentido de la historia y la violencia humana, el origen del bien y el mal, el propósito de la muerte y el dolor, la autonomía personal para decidir cuándo terminar la vida.

La obra fue estrenada en la temporada 2010-2011 en la ciudad de Nueva York con aplauso de la crítica y el público. Ha recibido igual acogida en muchas otras ciudades. Como es una obra de teatro no tiene ni se espera que tenga la profundidad de un estudio filosófico sobre los temas que toca, pero con humor, ironía y pasión lo obliga a uno a repensar las realidades básicas de la vida y las maneras como las conceptualizamos.

Mark St. Germain, el autor, estadounidense, es un reconocido dramaturgo y libretista de cine y televisión.

Dicho esto dejo a mis amables lectores con un extracto del texto completo que he traducido al castellano y que pongo a disposición de quienes estén interesados en leerlo.

***
Lewis [fuera del escenario]. Dr. Freud, yo soy el profesor Lewis.
Freud [fuera del escenario]. Buenos días, profesor.
Lewis [fuera del escenario]. Buenos días.
Freud [fuera del escenario]. Yo ya estaba pensando que usted se había perdido. Venga por aquí. Podemos hablar en mi consultorio [entra Freud seguido de Lewis].
Lewis. Siento muchísimo haberme demorado tanto.
Freud. Si no hubiera cumplido ya los ochenta y tres años diría que eso no importa.
Lewis. Las evacuaciones han trastornado los horarios de los trenes. Todos están saliendo de Londres; no vienen en esta dirección. Vi vagones y vagones que pasaron por la estación de Oxford cargados de niños que llevan a los campos. También están vaciando los hospitales.
Freud. Como tenemos tan poco tiempo, creo que deberíamos empezar por la razón que me impulsó a escribirle.
Lewis. Uno de mis libros.
Freud. ¡Ah!, ¿ha escrito más de uno?
Lewis. Creo que fue El regreso del peregrino el que lo ofendió.
Freud. ¿Me ofendió?
Lewis. Sí. Al satirizarlo con el personaje Segismundo. Su prepotencia desmedida, la manera como coge al Peregrino y se lo tira al Gigante porque no puede tolerar que le lleven la contraria [espera; Freud permanece callado]. La descripción que hago de usted como un “viejo vanidoso e ignorante” fue un poco exagerada. Pero yo creo que cuando uno le presenta al público una concepción completa del mundo debemos esperar que el público reaccione.
Freud. Debería hacerlo.
Lewis. Lo siento si usted lo tomó como un ataque personal. Pero no puedo presentarle disculpas por enfrentarme a su manera de pensar cuando es tan contraria a la mía.
Freud. ¿Que es cuál?
Lewis. Que hay un dios. Que el hombre no tiene que ser imbécil para creer en él. Y que los tarados mentales que tenemos fe no sufrimos, como dice usted, de una patética “neurosis obsesiva”.
***
Freud. Yo he pasado la mayor parte de mi vida estudiando fantasías. En el tiempo que me queda de vida estoy decidido a entender lo más que pueda de la realidad. Por lo que he oído, usted tiene una inteligencia superior y una habilidad para el raciocinio analítico. Larson me dijo que hasta hace poco usted compartía conmigo la idea de que el concepto de un creador era obviamente infantil.
Lewis. Eso es cierto.
Freud. Entonces es verdad que lo mismo que san Pablo, usted es víctima o de una experiencia de conversión o de una psicosis alucinatoria.
Lewis. A san Pablo lo tumbó un rayo del caballo en el camino a Damasco. Yo tuve de golpe un pensamiento en el puesto del pasajero de la motocicleta de mi hermano camino del zoológico. Nada tan dramático.
Freud. Eso depende del pensamiento que tuvo.
Lewis. Cuando salí, no creía que Jesucristo fuera el hijo de Dios. Cuando llegué lo creía. Así de sencillo.
Freud. Las cosas son sencillas cuando uno decide no examinarlas.
***
Lewis. Doctor, yo soy el primero en aceptar que el problema más grande de la cristiandad son los cristianos. Pero usted no puede identificar la fe con una institución.
Freud. Yo he pasado mi vida en “instituciones”. Religiosas o seglares, todas están regidas por autócratas convencidos de que su visión de la realidad es superior a la de sus seguidores. Yo digo la verdad, no importa a quién ofenda.
Lewis. ¿Disfruta haciendo eso? ¿Disfruta la ofensa que sufren los demás?
Freud. Yo disfruto provocando discusiones como la que estamos teniendo.
Lewis. Pero ¿para qué tener discusiones si está contento con su falta de fe? Usted ha insistido toda su vida en que la mera noción de dios es absurda. Pero ahora, quizá, con su enfermedad…
Freud. Mi enfermedad no tiene importancia. No le tengo miedo a la muerte ni tiempo para oír propaganda.
Lewis. ¿Entonces qué hago yo aquí?
Freud. Por una razón. Yo quiero saber cómo un hombre de su inteligencia, que tuvo las mismas opiniones mías, puede abandonar de súbito la verdad y aceptar una mentira insidiosa.
Lewis. ¿Y si no es una mentira? ¿Ha considerado alguna vez lo terrible que sería darse cuenta de que está equivocado?
Freud. No más de lo que podría ser para usted.
***
Freud. ... La parte física del ser humano cambia, como lo ha demostrado Charles Darwin, mi santo personal. Pero no cambia el carácter. No podemos sobrevivir sin enemigos. Son tan necesarios como el aire. Con mucha sagacidad, Hitler escogió un blanco familiar. Los judíos son subhumanos, gusanos que nunca han contribuido a la civilización. Una afirmación tan ridícula que la gente debería sentirse ofendida, pero más bien lo aclaman.
Lewis. No es todo el mundo.
Freud. Todavía no. Pero Hitler aprende de la historia. El aliado más grande de un guerrero es siempre dios. Cuando Hitler dice que aplastar a los judíos es hacer “la voluntad del Señor”, logra hacer un ejército que los adora a ambos.
Lewis. Hay otra manera de verlo. La maldad misma de Hitler lo puede convertir en un instrumento de dios.
Freud. ¿Cómo?
Lewis. La vileza de su conducta refuerza la necesidad de lo opuesto. El hombre bueno sirve a dios como un hijo amoroso, el hombre malo sirve a dios como su instrumento.
Freud. Entonces mientras Hitler golpea, dios espera a ver quién queda vivo.
Lewis. Tenemos que empezar por aceptar que hay una ley moral actuando.
Freud. Eso no lo acepto yo. No hay ley moral. Solo hay nuestros débiles intentos de controlar el caos.
Lewis. Ha habido códigos morales durante toda la historia. Mencióneme una sola civilización que haya admirado el robo o la cobardía. La humanidad nunca ha premiado el egoísmo.
Freud. El egoísmo se premia solo.
Lewis. En consecuencia, ¿las acciones de los nazis son correctas?
Freud. Por supuesto que no.
Lewis. Pues entonces hay una moral que usted usa de base para compararlos. Uno no puede decir que una línea está torcida a menos que sepa lo que es una línea recta.
Freud. ¡Ah!, moral geométrica.
Lewis. La conciencia moral es algo con lo que nacemos todos. Crece con nosotros. Cuando yo estaba más joven, pensaba sobre lo bueno y lo malo tanto como un mandril sobre Beethoven.
Freud. Y esta “conciencia” es creada por dios.
Lewis. Sí.
Freud. ¡Ja! Me hace reír. Usted podría decir que dios hizo un buen trabajo en los atardeceres, pero en lo de la “conciencia” él ha sido un fracaso completo. Lo que usted llama “conciencia” son comportamientos inculcados en los niños por sus padres. Y estos se convierten en inhibiciones paralizantes contra las que tienen que luchar todas sus vidas.
***
Lewis [sonríe]. …Estábamos hablando de mitos. Le decía a Tolkien que yo los disfrutaba desde el punto de vista artístico, pero que en el fondo los consideraba ficción, mentiras, lo mismo que usted. Tolkien me atajó. Me dijo: “Se equivoca. No son mentiras. Al contrario. Ellos son la manera que tiene el hombre de expresar verdades que de lo contrario se quedarían sin mencionar. Ellos apuntan a la vida que dios hizo para nosotros”. Me dijo que me fijara bien en la reacción que me producían. Añadió: “Cuando uno lee relatos sobre dioses que vienen a la Tierra a sacrificarse, esas historias lo conmueven a uno. Siempre que las lea, en cualquier parte, menos en la Biblia. La historia de Cristo es el mito más grande en todo el centro de la historia humana”. Decía que los mitos paganos fueron inspirados por dios a los poetas. Pero el mito de Cristo es dios expresándose a sí mismo a través de sí mismo. Lo que lo hace diferente es que Cristo de hecho vivió en la Tierra, entre nosotros. Su muerte transformó el mito en verdad y transforma las vidas de todos los que creen en él. Y esa es la opción que uno tiene: creer o no creer.
Freud. Entonces usted exclamó: “yo creo”, y los pájaros en los árboles cantaron: “¡aleluya!”.
Lewis. No fue así. De hecho, mi decisión fue la de echar reversa y volver a examinar la evidencia. Esa noche fui a casa y empecé a leer otra vez el Nuevo Testamento. De una manera crítica. Y, como historiador literario que soy, estoy convencido de que sean lo que fueren, los evangelios no son mito. No son suficientemente artísticos. Desde el punto de vista de la imaginación son chambones, no funcionan. Nos quedamos sin conocer la mayor parte de la vida de Jesús. Eso es algo que no se permitirían hacer los escritores que estén construyendo una leyenda.
Freud. Una historia mal contada lo deja a usted convencido de la existencia de Cristo.
Lewis. Lo que está en duda no es su existencia, sino quién fue él. Sus contemporáneos dejaron una crónica del individuo. Historiadores romanos y judíos. Aún H. G. Wells, cuyo escepticismo podría ser mayor que el mío, admitió que “ahí hay una persona. Esa parte de la historia no pudo ser inventada”.
Freud. Que Cristo era una persona yo no lo disputo. Lo mismo que Mahoma o Buda, quienes también se ilusionaron pensando que eran mucho más que eso.
***
Freud. Yo no he dicho que Cristo sea un gran maestro. Fracasó en lo del magisterio tanto como en lo de la divinidad. Sus enseñanzas son ingenuas y destructivas.
Lewis. Estoy en completo desacuerdo.
Freud. ¡Claro que lo está! De lo contrario su fe se iría al piso [Freud se vuelve cada vez más airado; se pone de pie]. ¿Cuál de las “enseñanzas” de Cristo son siquiera realistas? ¿Amar al prójimo como a sí mismo? Es una estupidez imposible. ¿Poner la otra mejilla? ¿Debería Polonia ponerle la otra mejilla a Hitler? ¿Deberían amar a su prójimo cuando los tanques alemanes están demoliendo sus hogares? O quizá deberían seguir el ejemplo de Cristo y morir como mártires, pues los mansos heredarán la Tierra. Por supuesto que sí, pues en ella van a ser enterrados [Freud saca su pañuelo. Su conversación es más difícil, las palabras se le enredan, su dolor es obvio]. ¿Usted cree que es una coincidencia que Jesús les exija a sus seguidores que sean como niños para entrar al cielo? Es porque el hombre nunca ha tenido la madurez de darse cuenta que está solo en el universo y que la religión le convierte el mundo en un jardín infantil. Solo tengo una cosa que decirle: ¡madure! [silencio; Freud da la espalda con el pañuelo en la boca; pausa].
***
Lewis. Todos ellos comparten el concepto de dios. Lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. Y la opción de escoger entre uno y otro.
Freud. Pues a mí me parece que si se ha de escoger el bien entonces el dios suyo que lo creó también creó el mal. Permitió que Lucifer viviera, prosperara y aún que compitiera con él, cuando lo lógico hubiera sido destruirlo.
Lewis. Dios dio a Lucifer libre albedrío, que es lo único que hace posible el bien. Un mundo lleno de criaturas sin opciones para escoger es un mundo de máquinas. Son los hombres, no dios, no Lucifer, los que han creado las prisiones, la esclavitud, las bombas. El sufrimiento humano es culpa del hombre.
Freud. ¿Es esa la manera como usted justifica el sufrimiento y el dolor? ¿Fui yo la causa de mi propio cáncer? ¿O es mi muerte la venganza de dios? [Por primera vez Lewis está inseguro. Este es un problema con el que se enfrentará toda la vida].
Lewis. No sé.
Freud. ¿No sabe?
Lewis. Y no pretendo saber. Es el problema más difícil de todos, ¿no le parece? Si dios es bueno hubiera hecho todas sus criaturas perfectamente felices. Pero no somos felices. En consecuencia, a dios le falta bondad, o poder, o ambas cosas.
Freud. Creo que estamos progresando.
Lewis. Yo no puedo justificar el dolor que usted siente. Tampoco puedo imaginar que dios quiera que usted sienta ese dolor. Me pregunto si a algún nivel que no logro comprender el dolor es una especie de herramienta.
Freud. ¿Herramienta para qué?
Lewis. Nosotros no pensamos en dios cuando andamos de paseo en carro por el campo. Solo cuando estamos atascados en medio de la carrilera y vemos el tren encima de nosotros. Si el placer es su susurro, el dolor es su megáfono.
Freud [se levanta]. Entonces el cáncer es la voz de dios. Si yo le dijera hoy que creo en él mi tumor se alegraría y desaparecería.
Lewis. Por supuesto que no…
Freud. No, porque los hospitales están llenos de creyentes a quienes dios trata igual que a mí.
Lewis. Pero, ¿y si dios trata de perfeccionarnos a través del sufrimiento? ¿Para que entendamos que la felicidad verdadera, no el placer del momento sino la felicidad eterna, solo puede llegarnos a través de él?
Freud. ¿Y en qué nos vamos a perfeccionar? ¿Dejaremos de vivir como nuestros antepasados bárbaros  que mataban para conseguir lo que querían? Usted oyó la radio. Nada ha cambiado. Portamos en nosotros mismos la capacidad de destruirnos.
Lewis. Que es exactamente por lo que Cristo murió por nosotros.
Freud. ¿”El pecado original”?
Lewis. Sí.
Freud. ¡La soberbia implícita en esa historia! ¿Que meros hombres pueden hacer enfurecer a la divinidad comiéndose una manzana? ¿Que dios entonces los premia entregándoles su propio Hijo para que sea sacrificado en un asesinato cruel que los redime?
Lewis. Los ha redimido.
Freud. Estoy seguro de que Hitler, el niño monaguillo que ayudaba a misa todos los domingos, estaría de acuerdo con usted. Pero yo no puedo estarlo [Tiene dolor y ha perdido la paciencia]. Los dos hablamos idiomas diferentes. Usted cree en la revelación. Yo creo en la ciencia, en la dictadura de la razón. No hay nada en común entre nosotros.
Lewis. Pues también hay una dictadura del orgullo que levanta murallas e impide que tengamos algo en común. ¿Cómo es que la religión le abre campo a la ciencia pero la ciencia rehúsa abrirle campo a la religión?
Freud. ¿Qué tanto campo había en la celda de Galileo cuando le dijo al Papa que el sol no giraba alrededor de la tierra?
Lewis. La estupidez de los líderes de la iglesia es un blanco muy fácil. Pero échele una mirada a nuestros científicos. Todavía no están de acuerdo en qué causó la extinción de los dinosaurios y sin embargo yo no me enojo porque no saben la respuesta. ¿Por qué es tan difícil entonces aceptar que tampoco los teólogos lo saben todo?
Freud. ¡Porque ellos se ocultan detrás de su ignorancia! ¡No podemos entender, somos pequeños, él es poderoso! Mi hija Sofía murió de gripe española a los veintisiete años. Una madre, una esposa, arrebatada a su familia. ¿Sería este el plan de dios si yo fuera suficientemente inteligente para entenderlo? A mi nieto Henrike lo mató la tuberculosis cuando solo tenía cinco años. Óigase bien, ¡cinco años! Brillante plan de dios asesinarlo. Ojalá el cáncer hubiera atacado mi cerebro. Quizá entonces podría alucinar que hay un dios y buscarlo para vengarme.
***
Freud. Su definición es muy limitada. Yo llamo “sexual” a todo contacto que produce una sensación agradable. Contacto genital, un bebé mamando el pecho de su madre, el placer que siente una niña de cuatro años sentada en las rodillas de su padre. La sexualidad es la fuente de toda felicidad.
Lewis. La felicidad necesita mucho más que eso. Sexo es solo uno de los muchos placeres que dios nos dio y no el más duradero.
Freud. Extraordinario [Mira su reloj]. No hemos hablado de sexo ni un minuto siquiera y ya usted metió a dios en el tema. Con todo y eso, a pesar de la batalla constante contra la propaganda de la iglesia hemos progresado mucho en la superación de nuestras represiones.
Lewis. ¿Progresado? Hemos pasado del sexo como un tópico que nunca se mencionaba al sexo como único tema de conversación. Ni que lo hubiéramos inventado.
Freud. No hay apetito más poderoso.
Lewis. Pero ha crecido fuera de toda proporción, nada que ver con su utilidad. Compárelo con el apetito de comer. En una sesión de striptease el público paga por ver a una muchacha quitarse la ropa. Imagínese que pagaran por ver un pernil de oveja desnudo. Diríamos que estaban tomando la carne demasiado en serio, ¿no le parece?
Freud. El sexo es más complicado que el hambre.
***
Freud. ¿Así que usted es una autoridad en lo que es “normal” y “saludable”?
Lewis. Hay un código sexual presente en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Sexo es un acto que debe ser compartido entre dos personas comprometidas la una con la otra.
Freud. ¡Ah, la Biblia! Por un momento pensé que estaba pensando por sí mismo. La Biblia es un bestiario de la sexualidad. Usted cita textos selectivamente, como un sacerdote decidido a llenar de terror a su congregación. ¿Prohibido el sexo antes del matrimonio? Eso no es solo ingenuo. Es de una estupidez cruel. Es como obligar a un hombre joven a tocar en una orquesta cuando la única vez que ha tocado el flautín ha estado solo en su alcoba.
Lewis. ¿Quiere decir con eso que usted practica el amor libre?
Freud. Por supuesto que no. Yo soy un hombre casado.
Lewis. Eso es hipócrita.
Freud. Para nada. Filosóficamente defiendo la libertad de escoger entre alternativas sexuales. Personalmente he decidido no hacer uso de esa libertad.
***
Freud. Para mí la muerte solo significa descanso.
Lewis. ¿Pero para su familia? El suicidio es como una muerte que se repite una y otra vez. Los sobrevivientes lo viven y reviven con él la falla que les impidió impedirlo. Les va a dejar una pena que no tendrá final.
Freud. Pues ellos deberían verlo como una obra de misericordia. Ya lo tengo decidido [Se levanta]. Ya no tengo fuerzas para oír sermones. Ni siquiera su Biblia hace un juicio. Saúl se tiró sobre su propia espada antes de que sus enemigos lo mataran.
Lewis. Y Judas se suicidó después de traicionar a Cristo. Ambos actos cobardes. Solo dios da la vida, solo dios la puede quitar.
Freud. Mis padres me dieron la vida y esa vida es mía, no de ellos.
Lewis. Santo Tomás de Aquino cree…
Freud. ¡A mí qué me importa lo que diga Tomás de Aquino! ¡Un tipo que condenaba el suicidio y defendía la pena de muerte! ¿Cómo una persona con la inteligencia suya puede ver el mundo en blanco y negro cuando está rodeada de un millón de colores?

Original: Freud’s Last Session by Mark St. Germain (Dramatists Play Service, New York, 2010)

Traducción de Luis Mejía
Editor Fernando Alviar Restrepo
Propiedad intelectual registrada
16 de octubre del 2015
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

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