Los Emigrantes: Admirados y Despreciados en sus Países de Origen
Los Ítalo-americanos
Una vez en Roma oí a unos jóvenes miembros
de la eternamente decadente nobleza local denigrar de los ítalo-americanos, es
decir, de los descendientes de los italianos que emigraron a Estados Unidos a
fines del siglo XIX y principios del XX. Decían que esa gente no debería
llamarse italiana, que se sentía mucha cosa porque tenía plata aunque realmente
carecía de cultura y que no representaba lo mejor del espíritu italiano.
La conversación se hacía muy pesada para
mí, que he estudiado y enseñado sobre los movimientos migratorios en EEUU, que
he participado en investigaciones sobre los procesos de asentamiento y aculturación
de grupos latinos, que hice mi tesis doctoral sobre la participación de
inmigrantes indocumentados en el mercado de trabajo de Nueva York –que es una
ciudad de inmigrantes por antonomasia-, que he vivido entre inmigrantes y he
participado de sus vidas, que yo mismo soy inmigrante. Conozco lo que vale un
inmigrante para su país de origen y para su país de destino y tengo poco
respeto por la opinión ignorante de quienes los menosprecian.
Cuando tuve oportunidad de expresar mi opinión
dije que respetaba el amor y la admiración que los ítalo-americanos conservaban
por el país de sus ancestros al que objetivamente nada debían; se fueron a otra
tierra porque en Italia no tenían futuro; si se hubieran quedado aquí, dije, ni
los antepasados de ustedes ni ustedes cuando les llegara el turno hubieran
hecho nada para mejorar sus vidas, por ustedes esa gente todavía estaría
andando descalza por los pedregales del sur de Italia. Me temo que por culpa
mía se acabó la conversación ese día y cuando la renovaron no estuve invitado.
Observé, sin embargo, que en Roma admiran a los italianos que como artistas y
científicos adquieren buen precio en el mercado estadounidense de mercancías y
celebrities.
Los Colombianos Dispersos por el Mundo
Algo similar ocurre con las actitudes de
los colombianos que se quedan en Colombia con respecto a sus coterráneos que
emigran. Conozco por lo menos dos listas de cien colombianos notables residentes
en el exterior. Con frecuencia los medios colombianos hablan de los inmigrantes
que han descollado en los negocios o las artes en el exterior y el resto de
colombianos se sienten orgullos de ellos. Al mismo tiempo hay una actitud compartida
dentro de Colombia de que el colombiano que salió del país dejó de serlo o al
menos perdió parte de su colombianidad.
En los años 80 del siglo pasado, en una época
de violaciones masivas y constantes de los derechos humanos en Colombia, fui
miembro de un comité que trabajaba desde la ciudad de Nueva York en defensa de
los mismos. Las autoridades colombianas ante las que protestábamos y la opinión
pública que las respaldaba nos consideraban intrusos en un asunto que debía
mantenerse dentro de los confines domésticos. En la misma tónica, el autor de un
comentario que leí hace un par de meses en Facebook decía que los colombianos
que vivimos en el exterior nos creemos con derecho a opinar sobre la situación doméstica
colombiana, pero que en ello estamos errados pues nuestra residencia fuera del país
nos ha hecho perder el sentir de patria, nos ha impedido vivir en carne propia la
intensidad de su guerra civil a la que hemos asistido a través de la televisión
y que nuestras opiniones, en todo caso, carecen de validez y solidez.
El comentarista de Facebook refleja en su
diatriba un sentimiento expresado 15 años atrás por el diario bogotano El
Tiempo. En noviembre del 2000 El Tiempo
informó a sus lectores que preparaba una separata con colaboración de
distinguidos comentaristas para decirle a los colombianos por qué se la debían jugar
por Colombia y no escapar al exterior. La idea implícita, a mi parecer, era
denunciar a los colombianos emigrantes como tránsfugas o desertores, ciudadanos
incompletos, que habían renunciado a ser parte del proyecto social que estaban
construyendo los colombianos que sí se habían quedado en el país.
En una carta abierta sugerí al director
del periódico que cambiara de enfoque y convocara a los responsables de dirigir
el estado colombiano en la última generación a explicar cómo sus decisiones
neutralizaban la emigración como una opción de supervivencia y seguridad económica.
El Tiempo no publicó mi carta; lo hizo Zona de Tolerancia -una revista virtual
de arte y cultura, valiente, íntegra, inteligente- con la siguiente nota
introductoria: “CARTA ABIERTA De Luis Javier Mejía, un colombiano, un zonero y
una persona que nos dice algo más de la paz y el compromiso… como siempre, la
zona se hace responsable de todo lo que digan sus colaboradores, si no fuera
así… cómo podríamos mirarnos a la cara?"
Colombianos, Emigrantes y No Emigrantes, Confrontan a sus Elites
Transcribo a continuación mi carta del
2000 a El Tiempo con la convicción de que los siguientes 15 años de la historia
colombiana –que continúa haciendo víctimas
a los colombianos que viven dentro y fuera del país- son una continuación sin
interrupciones de los temas tratados en ella.
Noviembre 10, 2000
Señor Director
Diario EL TIEMPO
Bogotá - Colombia
Señor
director:
Maravillosa
la iniciativa que usted ha anunciado en su edición el 7 de los corrientes de
convocar a algunos pensadores y dirigentes para que escriban en una separata de
su periódico diciéndole a los colombianos por qué se la deben jugar por
Colombia. Más acertada, sin embargo, sería su iniciativa si llamara a los
responsables de la situación que se vive hoy en día a decir por qué piensan que
los demás colombianos tienen un futuro en la patria común.
Así,
empiece usted por preguntar a los miembros del gobierno de hoy, a los jefes de las
fuerzas armadas, a los jefes guerrilleros y a los jefes paramilitares a qué han
de quedarse los colombianos en casa. Luego pregunte a los industriales, a los
banqueros, a los terratenientes, a los urbanizadores por qué los trabajadores y
los empleados de clase media se deben quedar en Colombia y haciendo qué.
Convoque especialmente a los empresarios que viven en Miami, Nueva York y otras
ciudades extranjeras así como a los líderes guerrilleros que hacen “diplomacia”
en el exterior para que digan por qué los colombianos no se deben ir del país.
Entreviste a los jefes de personal de las grandes empresas nacionales para que
les digan a los colombianos mayores de 35 años a qué se deben quedar en
Colombia.
Pregunte
en seguida a los que han sido directivos del Congreso Nacional, ministros,
magistrados de la Corte Suprema de Justicia, directores de establecimientos
descentralizados, gerentes de empresas estatales, gobernadores y alcaldes de
las grandes ciudades en los últimos diez años -para poner el proyecto en
proporciones manejables- por qué creen ellos que los colombianos han de
quedarse trabajando y pagando impuestos allá.
Finalmente,
haciendo seguimiento a las raíces históricas de la crisis, busque usted a los
que en un momento dado le fallaron al país y pregúnteles por qué los
colombianos todavía deben tener fe en sus elites y deben respaldarlas con sus
esfuerzos. Unos pequeños ejemplos ilustrarán lo que usted puede hacer.
En la administración del Dr. Lleras
Restrepo se propuso una reforma agraria integral. Fracasó gracias a los errores
conjuntos de Fadul, Peñaloza y Vives Echavarría. Localice a los tres y pídales
que contribuyan a su antología de razones para quedarse en Colombia.
En la administración del Dr. López
Michelsen El Tiempo le dio un duro golpe a la libertad de prensa cuando echó de
su casa a Klim. Localice a los responsables de esa decisión y pídales que
escriban para su antología.
En la administración del Dr. Samper El
Tiempo le dio un duro golpe al derecho de los colombianos de ser gobernados por
manos honestas. Localice a los que tomaron la decisión de respaldar al Dr.
Samper y pídales su contribución.
En la administración de Barco el gobierno
estuvo ausente de tantos sectores de la vida nacional que puede usted escoger a
cualquiera de sus altos colaboradores y preguntarle cómo la falta de gobierno
en que participó creó un país en que la mayoría de los colombianos debe
sentirse a gusto de vivir.
En las administraciones de los Doctores
Turbay, Betancourt y Gaviria se hizo un esfuerzo muy grande para destruir el
liderazgo alternativo del país, toda la izquierda democrática, los disidentes
vinculados con movimientos populares, los que se habían desilusionado de la
guerrilla. El Tiempo sabe bien quienes en el gobierno, las fuerzas armadas, las
organizaciones gremiales y algunos movimientos armados tomaron la decisión de
barrer con ese liderazgo alternativo. Convoque usted ahora a esas personas y
pídales que les digan a los colombianos por qué vale la pena que se la jueguen
por la patria.
En la administración del Doctor Pastrana
unos dirigentes paisas le dijeron al presidente que altos funcionarios de su
gobierno estaban vendiendo decisiones de estado. El presidente le dijo al país:
Dónde están que no los veo? Y los paisas callaron. Llame ahora a los que le
ayudaron al presidente a taparse los ojos y a los paisas que se quedaron mudos
para que, recuperando la voz, le abran los ojos a los colombianos sobre las
muchas razones que tienen para quedarse pagando por casas que no podrán legar a
sus hijos, trabajando en tierras que nunca poseerán, peleando por privilegios
que nunca disfrutarán, ayudando a crear riquezas que no los beneficiarán,
produciendo bienes que destruirán los combatientes de una guerra en la que no
tienen parte.
Como
usted sabe, el señor Robert McNamara ha hecho un acto público de confesión y
arrepentimiento ante el pueblo de los Estados Unidos. Ha dicho él y lo sigue
diciendo: Los que tomamos las decisiones de la guerra de VietNam nos
equivocamos. Los columnistas de El Tiempo viven diciendo que el país necesita
un Churchill, un Adenauer, un De Gaulle. Hm! Las elites colombianas (y aquí
debemos incluir tanto al establecimiento tradicional como a los comandantes
guerrilleros y paramilitares, pues ellos tienen mucha más influencia en el destino
de la nación que el resto de nosotros, los colombianos del montón) no son
capaces de producir ni siquiera un McNamara. Y por eso, aunque usted y sus
lectores no me crean, los colombianos de bien no tienen más que hacer sino
salir a jugársela toda en cualquier país del mundo que los reciba.
De
usted, servidor y amigo.
LUIS JAVIER MEJIA M., Ph.D.
[Sigue información domiciliar no relevante
en este momento]
Nota: El autor es doctor en derecho de la
Universidad Externado de Colombia, doctor en economía de Fordham University en
la ciudad de Nueva York, e investigador social especializado en las condiciones
de vida de poblaciones minoritarias e inmigrantes. Al presente es director de
investigación institucional de una institución universitaria en la misma ciudad.
Su tesis de grado versó sobre la motivación económica del inmigrante
indocumentado latinoamericano en el área.
22 de junio del 2015
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
Lloviendo sobre mojado:
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