Los Horrores de la Segunda
Guerra Mundial y su Persistencia en la Post-Guerra
Por DavidNasaw | 5 de mayo del 2015
Celebración de la victoria
En los primeros
días de mayo y de agosto celebraremos el septuagésimo aniversario de la
victoria en Europa y en el Japón, respectivamente. Volveremos a ver las
imágenes de las masas jubilosas en Times Square: rostros felices y sonrientes,
banderas proclamando la victoria, el marinero inclinado hacia adelante y la
enfermera echándose hacia atrás para darse un beso apasionado. Y compartiremos
la dicha de los celebrantes.
Víctimas de la guerra
Al mismo tiempo
deberíamos recordar a los millones que quedaron sin techo, sin nacionalidad, en
la miseria, al borde de la inanición, las víctimas innumerables y casi siempre
anónimas de violación, sus cuerpos despojos de guerra, ocupación y venganza,
los soldados que regresaron a pueblos devastados, ciudades en ruinas, familias
separadas. Para ellos los horrores de la guerra no acabaron con la cesación de
hostilidades.
Víctimas en Alemania
Solamente en
Alemania quedaron de 8 a 10 millones de personas desarraigadas al terminar la
guerra: Prisioneros de guerra, trabajadores forzados, obreros esclavos,
reclusos de los campos de concentración, sobrevivientes de los campos de
exterminio, que al ser liberados se echaron a las calles, campos, bosques, autopistas,
en busca de comida y techo. Los que se sentían capaces de caminar o de viajar
trataron de regresar a sus hogares por cualquier medio. El corresponsal de
guerra Alan Moorehead los describió así: “La mitad de los pueblos de Europa
estaban en movimiento. Uno se encontraba con un grupo diferente en cada recodo
del camino, bultos al hombro, arrastrándose a borde de carretera para dejar
pasar los vehículos militares”.
Los ejércitos
aliados tuvieron que encargarse de proteger a toda esa gente de los elementos y
de la anarquía que se apoderaba de Alemania. Tropas estadounidenses y
británicas los agrupaban, dirigían, subían a vehículos militares y
transportaban a los centros y campos de reunión donde –para horror de los
sobrevivientes judíos- eran agrupados y alojados según su nacionalidad:
ucranianos con ucranianos, polacos con polacos, reclusos y torturadores lado a
lado. Este hacinamiento forzoso e inhumano de víctimas y agresores no sería
remediado sino hasta el otoño de 1945. Earl Harrison, decano de la escuela de
derecho de la Universidad de Pensilvania y consejero del presidente Truman,
preparó un reporte muy crítico de la situación en el cual dijo que los judíos
eran tratados en los campos de refugiados “como los trataron los nazis, solo
que nosotros no los exterminamos”.
Aunque Harrison exageraba para
dar énfasis a su escrito, su descripción no estaba muy lejos de la
realidad. El general Dwight Eisenhower,
comandante de las Fuerzas Aliadas en Europa, recibió el reporte y de inmediato
dio órdenes para transferir los judíos a instalaciones separadas, aumentar sus
raciones alimenticias y reemplazar gradualmente en las posiciones de liderazgo
a aquellos que los consideraban
“inferiores a los animales”, como lo había dicho el general George
Patton.
Víctimas judías y no judías
Para miles de
sobrevivientes del Holocausto la liberación se convirtió en una calle ciega, en
un laberinto sin salida. El mundo civilizado había sido forzado a enterarse del
Holocausto, había visto con horror las fotografías y los noticieros en los
cines, había leído los testimonios presenciales de los soldados y oficiales
que abrieron las puertas de los campos
de exterminación. Pero los sentimientos de horror fueron desapareciendo al
mismo tiempo que perdía urgencia la intención de hacer justicia en favor de las
víctimas. El esfuerzo que se hizo en
1945 para abrir fronteras, expedir visas, incrementar cuotas y agilizar
la admisión de este grupo de víctimas de la guerra en los EEUU y en el resto
del mundo fue mínimo. Los sobrevivientes judíos, ahora designados “personas
desplazadas” o, simplemente, PD, fueron internados por varios años -de 3 a 5- en campos de refugiados, presos por
segunda vez en una tierra cuyos líderes casi habían logrado exterminarlos.
También
permanecían en Alemania cerca de otro millón de europeos orientales no judíos
ahora convertido en ciudadanos de los territorios anexados por la Unión
Soviética o de los países que cayeron
dentro de su esfera de influencia. Los soviéticos exigían que fueran
repatriados, a la fuerza si era el caso, para poder juzgar por sus crímenes a
todos los que -voluntaria o involuntariamente- hubieran colaborado con las
autoridades del Tercer Reich. De ellos
había muchos. Cuando los estadounidenses o los británicos se negaban a entregar
a un interno de los campos de desplazados los soviéticos protestaban diciendo
que estaban protegiendo a criminales de
guerra, fascistas, quislings[1]
y colaboradores y que con ellos estaban formando una reserva para atacar más
tarde a la Unión Soviética.
Minorías nacionales desplazadas
La firma de la
rendición incondicional de Alemania el 8 de mayo de 1945 no marcó el final de
la guerra para los millones de desplazados alojados en campamentos de
refugiados. Tampoco trajo la paz a
millones de serbios, polacos, musulmanes, bálticos, cosacos, húngaros, turcos,
búlgaros, rumanos, ucranianos y alemanes que en los días siguientes a la
celebración de la victoria en Europa fueron asesinados o despojados de sus
casas y forzados a abandonar el país donde vivían, en un huracán demencial de
limpieza étnica. La paz tampoco llegó a
los combatientes y no combatientes de las guerras civiles, grandes y pequeñas,
que continuaron o estallaron en Grecia, Yugoeslavia, Polonia, Ucrania y los
territorios acabados de anexar por la Unión Soviética.
Destrucción en los países ocupados
Para millones
de habitantes de otras partes de Europa solo quedó desesperación, hambre y
exposición a los elementos al final de la guerra. No había suficiente comida en
el continente, ni la habría por muchos años; tampoco había medios de transporte
para llevar la poca que había a quienes la necesitaban. Yugoeslavia perdió en
la guerra no menos de una cuarta parte de sus viñedos y la mitad de sus
animales domésticos; el 60% de sus carreteras fue destruido. Holanda perdió el
60% de sus carreteras, ferrocarriles y canales navegables. En Polonia
desaparecieron una quinta parte de las carreteras y una tercera parte de las
carrileras; 85% de los trenes quedó inservible. En Alemania una quinta parte de
la vivienda -3,6 millones de apartamentos- quedó inhabitable; alrededor de 20
millones de alemanes quedaron sin techo. La situación era aún peor en la Unión
Soviética donde 70.000 aldeas, casi
2.000 ciudades, 32.000 fábricas y 40.000 millas de carrilera quedaron destruidas; alrededor de 25 millones de
personas quedaron sin techo y millones más fueron reasentados a la fuerza en
lugares donde no habían vivido antes.
Muertos de guerra
Cerca de 40
millones de europeos perecieron entre 1939 y 1945 a consecuencia de la
guerra; más de la mitad de ellos no eran
combatientes. Seis millones de judíos fueron asesinados, la mayoría de ellos
civiles. Las muertes soviéticas alcanzaron un total de 25 a 27 millones, la
gran mayoría también civiles. Los estadounidenses muertos en la guerra, todos
combatientes, sumaron 420.000 en Europa y Asia.
Victoria sobre el Japón
Unos tres meses
después del Día de la Victoria en Europa se celebró la rendición del Japón que
tuvo lugar después del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki y la muerte
instantánea de no menos de 100.000 personas; más de 100.000 sufrirían
enfermedad y muerte por radiación en los meses y años siguientes. La multitud
que se reunió en Times Square el 14 de agosto de 1945 fue más grande y más
ruidosa y menos inhibida en la expresión de sus emociones que la de unos pocos
meses antes.
Los Estados
Unidos tuvieron que negociar con la Unión Británica y la Unión Soviética las
condiciones de la ocupación de postguerra y los acuerdos de paz en Europa. En
Asia, como las bombas atómicas habían dado fin a la guerra sin la participación
militar que los soviéticos habían prometido en Yalta y Potsdam, los Estados
Unidos pudieron imponer las condiciones de paz unilateralmente. Una vez usada
el arma más poderosa del momento el Japón debió rendirse incondicionalmente, a
un costo inimaginable. La desconfianza entre la Unión Soviética y sus antiguos
aliados aumentó exponencialmente así como aumentaron las consecuencias para la
humanidad de otra guerra que llegara a ocurrir.
Semillas de conflicto
La Gran Guerra[2]
y los defectuosos acuerdos de paz que siguieron sentaron las bases para la
segunda guerra mundial; de la misma manera, la destrucción, el desplazamiento
de millones de personas, la muerte de millones más, la aniquilación de ciudades
y naciones, y la ruptura de la confianza entre los Aliados luego de los Días de
la Victoria en Europa y en el Japón sembraron las semillas de la Guerra Fría y
de las violentas guerras que puntearon la segunda mitad del siglo XX. Es
infinitamente más fácil empezar y sostener guerras que terminarlas. La guerra
genera guerra; la firma de tratados y la celebración de la victoria no traen la
paz. Estas son algunas de las lecciones históricas que al parecer no hemos
aprendido.
Traducción, adaptación y subtítulos de
Luis Mejía
Postguerra y Bienestar Social:
De la violencia a la prosperidad
Este artículo de David Nasau que acaba de leer,
querido visitante de mi blog, nos permite hablar del difícil periodo de
post-guerra que viven o van a vivir los países latinoamericanos que en la
última generación han tenido conflictos militares internos -Centroamérica,
Colombia- o serios conflictos de clase -Venezuela, Bolivia, Argentina-.
Las guerras civiles centroamericanas de fines del
siglo XX terminaron por negociación entre los combatientes. Uno puede imaginar
un escenario en el que los combatientes hubieran continuado matándose entre sí
y matando civiles sin posibilidad de victoria para uno de ellos. Parte de ese
escenario sería la existencia de áreas aisladas donde hubiera podido prosperar
una economía extractiva favorable a las elites tradicionales y a pequeños
sectores de la clase media aliados con ellas mientras el resto de la población
iba quedando reducida a una economía de subsistencia o de parasitismo
propiciado por la ayuda financiera internacional.
Para fortuna relativa de todos los centroamericanos la
presión de actores extranjeros forzó a las elites y a los comandantes de los
ejércitos rebeldes a negociar una terminación del enfrentamiento armado y a
crear un espacio donde los sectores inconformes con el statu quo
socio-económico pudieran participar en elecciones y, en mínima medida, en el
ejercicio del poder. De la paz resultante se beneficiaban teóricamente todos:
las gentes podrían organizar sus vidas sin temor a los actos de guerra,
reiniciar actividades productivas, retornar a la escuela y planear el futuro. A
su turno, los estados quedaban en libertad de redistribuir sus presupuestos con
menos énfasis en los gastos de guerra, invertir en obras de infraestructura por
largo tiempo descuidadas e intentar una racionalización de la administración
pública y del manejo de la economía.
Pero la paz centroamericana no vino acompañada de las
reformas políticas y los planes de desarrollo económico necesarios para
asegurar el progreso y bienestar de las masas. La cultura de ilegalidad y la
economía de expoliación que habían practicado las elites que controlaban el
gobierno continuaron vigentes, como resultado de ello la administración
del estado ha sido ineficiente y carece de
respaldo popular. La falta de oportunidades de empleo y educación combinada con
crecientes expectativas populares de una mejora en las condiciones de vida han
mantenido la presión migratoria hacia Estados Unidos y han ayudado al
aparecimiento de una insurgencia popular no política especializada en el
secuestro, la extorsión, el robo y el narcotráfico. Las potencias se
desentendieron de estos países una vez acabados los combates y reducidas las
violaciones de derechos humanos cometidas por los ejércitos oficialistas y los
rebeldes. Los dividendos de la paz, al final, no han tenido el impacto
favorable que se esperaba para la economía, la política y la sociedad.
En Colombia el gobierno y las fuerzas rebeldes de las
FARC negocian un acuerdo de paz que ponga fin a 50 años de hostilidades. Si se
logra este acuerdo se podrán reducir los gastos bélicos del estado y las elites
nacionales deberán dar solución a problemas que han dejado surgir o agravar so
guisa de que ganar la guerra contra las guerrillas era la tarea prioritaria del
estado. Entre los problemas que necesitan atención para disminuir el
sufrimiento de las masas en el post-conflicto inmediato se encuentran: 1) reasentar
y emplear a los millones de campesinos desplazados a las ciudades donde ni
encuentran ocupación productiva ni son tolerados por la población citadina, 2) sanear
los títulos de propiedad sobre millones de predios robados a agricultores
medianos y pequeños por fuerzas paramilitares que participaron en la guerra y
sobre tierras baldías apropiadas ilegalmente por compañías agroindustriales, 3)
imponer la autoridad del estado sobre explotaciones mineras informales a fin de
proteger el medio ambiente, garantizar la seguridad de los mineros y colectar
los impuestos que deben generar, 4) reformar la administración pública, los
organismos de control y el sistema judicial para mejorar su calidad, eliminar
la corrupción, darles transparencia y asegurar su participación efectiva en la
administración de justicia transicional.
Al mismo tiempo deberá darse solución a otros
problemas existentes de vieja data y no relacionados con la guerra; por
ejemplo, crear sistemas de apoyo para educar e informar a los legisladores de
modo que su trabajo mejore, levantar la
calidad de la educación, construir una infraestructura integrada que facilite
el desarrollo nacional, dar vivienda a la población rural y urbana, extender la
cobertura de los servicios públicos a todo el territorio nacional, desarrollar
una política internacional en armonía con los intereses nacionales, generar
empleo, disminuir los extremos de pobreza y desigualdad. Conociendo la
capacidad gerencial de las elites colombianas se puede anticipar que poco harán
en estas materias. Si fracasan, el riesgo de que aparezcan nuevas formas de
rebeldía social violenta es muy grande. Y el ciclo de inseguridad, desesperanza
y pobreza tendrá un nuevo comienzo.
La situación de Centro y Suramérica contrasta
significativamente con la experiencia de la segunda post-guerra europea del siglo XX. Aunque
después de la rendición de las Potencias del Eje millones de personas continuaron
sufriendo horrores iguales a los de la guerra, en unos pocos años sus vidas
cambiaron de una manera dramática; la mayoría de los países que habían sido
combatientes, satélites u ocupados por el Eje,
revivieron sus economías y lograron dar a sus masas un nivel mínimo de
prosperidad. La recuperación de Europa
occidental fue asombrosa y hay que atribuirla al liderazgo de Estados Unidos y
su Plan Marshall, a la capacidad de trabajo de su pueblo y a la gerencia de la
clase dirigente que llegó al poder en
ese momento. Los pueblos de Europa oriental bajo la hegemonía soviética no
lograron iguales niveles de desarrollo, sin embargo, alcanzaron una calidad de
vida que las elites centroamericanas y colombianas no han sido capaces de
garantizar a sus súbditos.
Un tema que el artículo no toca es el del sufrimiento
de los pueblos del Lejano Oriente en la postguerra. Mongolia, Corea, China, las
Filipinas y el sureste asiático sufrieron horrores indescriptibles bajo la muy
cruel ocupación japonesa; el periodo de post-guerra fue muy prolongado y trajo
su propia cosecha de horrores: las guerras civiles de China y Vietnam, las
terribles dictaduras en en las Filipinas y las dos Coreas (una supuestamente de
izquierda en el norte y otra supuestamente de derecha en el sur, ambas
inhumanas), las guerras anticoloniales, el asesinato de medio millón de
indonesios en la transición de Sukarno a Suharto y los periodos de violencia y
represión que acompañaron las rivalidades de las elites locales mientras
competían por el control del estado y sus recursos. En el Lejano Oriente la
Guerra Fría no inspiró un Plan Marshall como en Europa; al contrario, de la
Guerra Fría salieron fortalecidas unas elites rapaces y antidemocráticas. El
sufrimiento de los pueblos asiáticos se extendió por muchos años después de la
victoria sobre el Japón. El sufrimiento de los pueblos americanos se parece
mucho al de los pueblos del Lejano Oriente.
Luis Mejía
30 de mayo del 2015
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
[1] Este era el nombre del político noruego que en 1942 se prestó para
servirle de primer ministro testaferro al régimen de ocupación nazi y la
palabra se usa para referirse despectivamente a los traidores; expresiones
similares en castellano de las Américas son malinche y patiamarillo.
Una anotación al margen: La segunda guerra mundial fue iniciada por Alemania que la hizo a sangre y fuego, en algunos lugares a tierra arrasada. Los Aliados respondieron haciendo una guerra igual. Alemania la perdió y muchos de nosotros pensamos que eso fue una buena cosa.
ReplyDeleteOye, Luis Javier:
ReplyDeleteLas guerras y la paz son sucesos supercomplejos. Con razón los europeos colaboran todo el tiempo con el mundo entero para evitar más guerras. Y esto me hace pensar lo difícil que será en Colombia el post-conflicto. Yo no soy religiosa como tú bien lo sabes pero, eso sí, a Dios le lleno los oídos todos los días con mis quejas y mis pedidos. :)
Así que tan pronto se firme la paz tenemos que orar porque el post-conflicto no vaya a ser caótico ni se creen más víctimas.
Yo estoy tan agradecida a Dios -o a esa fuerza universal que existe- porque Colombia no sucumbió al comunismo como le pasó a Cuba y después a Venezuela. También agradecida a los militares y a sus familias que ofrendaron sus vidas por nuestra democracia, que aunque a veces cojea puede andar bastante erguida. Siento gran tristeza por los millones de campesinos y sus familias que sucumbieron a la violencia y criminalidad de las guerrillas, paramilitares y hasta del mismo ejército. A pesar de todos los inconvenientes que se presenten tengo fe en que lograremos la paz, no sé si perfecta o no.
¿Te imaginas que en un par de años podamos viajar por toda Colombia, sin pensar que corremos peligro de ser atacados por los guerrilleros? Después de un año de firmada la paz quiero ir al Caño Cristales en Los Llanos y a la Guajira hasta el Cabo de la Vela. Soñar y soñar, pero si no soñamos jamás lograremos lo que aspiramos!
Gracias por compartir, mi querido LJ.
Luz