Friday, September 12, 2014

GRAHAM GREEN: SUEÑOS Y REALIDADES



El novelista inglés Graham Green llevaba un diario de sueños. Poco antes de morir hizo una selección de ellos para publicarla bajo el título Mi propio mundo. Llama la atención en ellos la manera como la creación onírica recrea, interpreta y ve dimensiones secretas en el mundo real. Algunos parecen inventados para burlarse de las autoridades, de sus súbditos o del orden social en que viven. He escogido diez de ellos por su sentido crítico, su humor, su visión premonitoria, su percepción del espíritu vano de personajes famosos y del crédulo de la demás gente. Son: Henry James viaja a Bogotá, Mr. Harold Wilson, Fidel Castro, Oliver Cromwell, Juan Pablo II, Conversión, Churchill en cine, Siria, URSS, El perro que hablaba. Espero que mis lectores los encuentren de interés.

Henry James

El 28 de abril de 1988 hice un viaje muy desagradable a Bogotá en compañía de Henry James. El barco salía después de media noche y nosotros teníamos que buscarlo en el muelle, arrastrando nuestro equipaje en completa obscuridad. Yo me hubiera regresado si no hubiera sido por el empeño del gran autor y mi admiración por su obra.

Lo que hacía todo más insoportable era la voz de un oficial, oculto en la obscuridad, que gritaba amenazas todo el tiempo. “El que trate de abordar sin un boleto tendrá una multa de mil dólares”, decía, aunque en medio de la multitud que trataba de subir a bordo era imposible mostrar el boleto.


No había donde sentarse. Apenas si logramos caber en un corredor apretujado de gente, la mayoría mujeres. No oí a Henry James quejarse ni una sola vez.

En algún lugar a la orilla del rio el barco paró y algunos pasajeros se bajaron. Yo le pedí a James que aprovecháramos para escapar también, pero James no quiso hacerlo. Debíamos ir hasta el final como fuera. “Por razones científicas”, dijo James.

Mr. Harold Wilson

La primera vez que me encontré con Mr. Wilson fue en 1964. Él era primer ministro y acababa de cenar con su familia. Descansaba en una cama de bronce. Me habló –con un aire de superioridad que me pareció absurdo- de su intención de acabar con los tugurios de un solo golpe.

Traté de disipar sus ínfulas de político. Le pregunté: “¿Cómo va a darle alojamiento a toda esa gente? Si estuviéramos en el trópico quizá podría ponerla en tiendas, pero estamos en Inglaterra y ya llega el invierno”.

“La voy a alojar temporalmente en edificios públicos, como alcaldías y lugares por el estilo”.

“¿Y usted cree que eso le va a gustar a la gente? Ahora mismo hay un baño común para varias familias pero lo que usted propone obligará a cientos de ellas a compartir un solo baño”.

No recuerdo su respuesta.

Fidel Castro

En 1984 estaba en Cuba visitando a Fidel Castro. Caminábamos por ahí conversando amigablemente. De pronto nos paramos al pie de un pobre hombre que lloraba. Acababa de enterrar a un niño pequeñito en una fosa diminuta que él mismo había cavado.

Castro trató de consolarlo diciéndole que ya el niño ni iba a sufrir más ni iba a saber nada. Pero el hombre no se consolaba. Yo me persigné y él al instante dejó de llorar y me tendió la mano. Dijo: “Usted debe ser de los que piensan que puede haber algo después de la muerte”.

Oliver Cromwell

Mucho ruido afuera, en la calle donde vivo: voces militares, etc. Era como si algo raro estuviera sucediendo. Puse la radio para tratar de informarme sobre lo que estaba pasando pero todavía no era la hora de los noticieros. Salí y vi a Oliver Cromwell caminando calle abajo. Entendí por qué se decía de él que era como la sombra que hace un cangrejo. Yo no esperaba verlo allí pues en ese momento el ejército votaba si estaba en favor o en contra de ejecutar a Carlos I. Él se sentó en medio de un grupo de personas y se puso a hablar con ellas en francés. Dijo que en realidad Carlos iba a ser ejecutado por la doctrina del derecho divino. Sin ella hubiera sido posible un compromiso. Llegaron noticias del voto. Solo un viejo oficial había votado en contra de Cromwell. Cromwell comentó: “Ese quiere sacudir el templo sin destruirlo. Eso sería un error fatal”.

Juan Pablo II

Mis otros encuentros con el papa Juan Pablo II no habían sido felices. En 1984 caminábamos juntos por los jardines vaticanos. Él era a veces muy amable, a veces muy impaciente. Nos paramos cerca de dos grupos de personas, uno de hombres y otro de mujeres, que jugaban cartas. Él le dio una chocolatina Perugina a los ganadores y yo me sentí algo disgustado por la manera devota y servil con que la recibieron, como si les hubiera dado la hostia consagrada.

Conversión

Acostado en mi cama tomé la decisión trascendental de abandonar el cristianismo y hacerme budista. En el momento de la decisión sentí cerca la presencia de Cristo. Su perfil era apenas visible en la obscuridad y él parecía triste porque me iba a perder. Yo recuperé mi fe a medias.

Churchill en cine

Caminaba con Randolph Churchill por el West End cuando me sugirió que le ayudara a escribir el libreto de una película sobre su padre. El riesgo, le dije, es de banalidad. Se me ocurrió una idea para desarrollar el tema de una manera original con el título de Un gran hombre. Se trataría de una historia que girara alrededor de personajes ficticios secundarios y la manera como sus vidas cambiaron a partir de ciertos episodios emocionantes de la vida de Churchill, como el Día de la Victoria o su última enfermedad. A él le gustó la idea y dijo que trataría de que la reina colaborara.

Siria

En junio de 1965 me hallaba en Siria durante una masacre horrible de niños inclusive de brazos. Una vez en Damasco había visto algo en un día de fiesta aunque no en esta escala. Yo andaba con otras personas y me pareció imprudente que saliéramos a la calle, pero estuvieron en desacuerdo conmigo pues se decía que los extranjeros no corrían peligro.

URSS

Caminaba con cuatro amigos una noche por las calles de Moscú cuando un carro de la KGB los asustó y me dejaron solo. Pensé que lo mejor era ir por mi propia cuenta a donde estaban los agentes de la KGB y pedirles orientación para llegar al hotel Europa. Los agentes dijeron: “Súbete al carro. Nosotros te llevaremos”. En el hotel alguien trajo una silla alta para uno de los oficiales y me di cuenta de que era enano. Le pregunté por qué no le estaba permitido a la gente andar la calle en la noche. Me contestó: “Queremos que haya seguridad en las calles”. Dije: “¿Seguridad para quién si las gente no puede andar en ellas?” Estuvo de acuerdo en que yo había mencionado algo en lo que él no había pensado.

El perro que hablaba

En Milán con mi amiga Yvonne y su setter, Sandy. Yvonne entró a la catedral y cuando miré a mi alrededor buscando a Sandy alguien a mi lado me dijo que se había ido con ella. Pero eso no era verdad. Era otro perro. Sandy se había perdido y nosotros ya salíamos de Milán. Comencé a recorrer las calles cercanas llamándolo, cada vez con más afán. Al rato alguien dijo: “Aquí está” y un setter corrió hacia mí con muestras de alegría. Solo cuando llegamos al hotel me di cuenta de que era de otro color. Salí de nuevo a la calle gritando: “Sandy” y sentí un descanso cuando lo vi llegar. Me dijo: “Ojalá hubiera tenido una billetera con dinero para el taxi. Me perdí y ni siquiera sabía el nombre del hotel”.

Tomado de A world of my own: A dream diary de Graham Green
Traducción de Luis Mejía – 12 de septiembre del 2014
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

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