El novelista inglés Graham Green llevaba un diario de sueños. Poco antes de morir hizo una selección de ellos para publicarla
bajo el título Mi propio mundo. Llama
la atención en ellos la manera como la creación onírica recrea, interpreta y ve
dimensiones secretas en el mundo real. Algunos parecen inventados para burlarse
de las autoridades, de sus súbditos o del orden social en que viven. He
escogido diez de ellos por su sentido crítico, su humor, su visión
premonitoria, su percepción del espíritu vano de personajes famosos y del
crédulo de la demás gente. Son: Henry James viaja a Bogotá, Mr. Harold Wilson, Fidel Castro, Oliver Cromwell, Juan Pablo II, Conversión, Churchill en cine, Siria, URSS, El perro que hablaba. Espero que mis lectores los encuentren de interés.
Henry James
El 28 de abril
de 1988 hice un viaje muy desagradable a Bogotá en compañía de Henry James. El barco
salía después de media noche y nosotros teníamos que buscarlo en el muelle,
arrastrando nuestro equipaje en completa obscuridad. Yo me hubiera regresado si
no hubiera sido por el empeño del gran autor y mi admiración por su obra.
Lo que hacía todo
más insoportable era la voz de un oficial, oculto en la obscuridad, que gritaba
amenazas todo el tiempo. “El que trate de abordar sin un boleto tendrá una
multa de mil dólares”, decía, aunque en medio de la multitud que trataba de
subir a bordo era imposible mostrar el boleto.
No había donde
sentarse. Apenas si logramos caber en un corredor apretujado de gente, la
mayoría mujeres. No oí a Henry James quejarse ni una sola vez.
En algún lugar
a la orilla del rio el barco paró y algunos pasajeros se bajaron. Yo le pedí a
James que aprovecháramos para escapar también, pero James no quiso hacerlo. Debíamos
ir hasta el final como fuera. “Por razones científicas”, dijo James.
Mr. Harold Wilson
La primera vez
que me encontré con Mr.
Wilson fue en 1964. Él era primer ministro y acababa de cenar con su familia. Descansaba
en una cama de bronce. Me habló –con un aire de superioridad que me pareció
absurdo- de su intención de acabar con los tugurios de un solo golpe.
Traté de disipar sus ínfulas de político. Le pregunté: “¿Cómo va a darle
alojamiento a toda esa gente? Si estuviéramos en el trópico quizá podría
ponerla en tiendas, pero estamos en Inglaterra y ya llega el invierno”.
“La voy a alojar temporalmente en edificios públicos, como alcaldías y
lugares por el estilo”.
“¿Y usted cree que eso le va a gustar a la gente? Ahora mismo hay un
baño común para varias familias pero lo que usted propone obligará a cientos de
ellas a compartir un solo baño”.
No recuerdo su respuesta.
Fidel Castro
En 1984 estaba en Cuba visitando a Fidel Castro. Caminábamos por ahí
conversando amigablemente. De pronto nos paramos al pie de un pobre hombre que
lloraba. Acababa de enterrar a un niño pequeñito en una fosa diminuta que él
mismo había cavado.
Castro trató de consolarlo diciéndole que ya el niño ni iba a sufrir más
ni iba a saber nada. Pero el hombre no se consolaba. Yo me persigné y él al
instante dejó de llorar y me tendió la mano. Dijo: “Usted debe ser de los que
piensan que puede haber algo después de la muerte”.
Oliver Cromwell
Mucho ruido afuera, en la calle donde vivo: voces militares, etc. Era
como si algo raro estuviera sucediendo. Puse la radio para tratar de informarme
sobre lo que estaba pasando pero todavía no era la hora de los noticieros. Salí
y vi a Oliver Cromwell caminando calle abajo. Entendí por qué se decía de él
que era como la sombra que hace un cangrejo. Yo no esperaba verlo allí pues en
ese momento el ejército votaba si estaba en favor o en contra de ejecutar a
Carlos I. Él se sentó en medio de un grupo de personas y se puso a hablar con
ellas en francés. Dijo que en realidad Carlos iba a ser ejecutado por la
doctrina del derecho divino. Sin ella hubiera sido posible un compromiso.
Llegaron noticias del voto. Solo un viejo oficial había votado en contra de
Cromwell. Cromwell comentó: “Ese quiere sacudir el templo sin destruirlo. Eso
sería un error fatal”.
Juan Pablo II
Mis otros encuentros con el papa Juan Pablo II no habían sido felices.
En 1984 caminábamos juntos por los jardines vaticanos. Él era a veces muy
amable, a veces muy impaciente. Nos paramos cerca de dos grupos de personas,
uno de hombres y otro de mujeres, que jugaban cartas. Él le dio una chocolatina
Perugina a los ganadores y yo me sentí algo disgustado por la manera devota y
servil con que la recibieron, como si les hubiera dado la hostia consagrada.
Conversión
Acostado en mi cama tomé la decisión trascendental de abandonar el
cristianismo y hacerme budista. En el momento de la decisión sentí cerca la
presencia de Cristo. Su perfil era apenas visible en la obscuridad y él parecía
triste porque me iba a perder. Yo recuperé mi fe a medias.
Churchill en cine
Caminaba con Randolph Churchill por el West End cuando me sugirió que le
ayudara a escribir el libreto de una película sobre su padre. El riesgo, le
dije, es de banalidad. Se me ocurrió una idea para desarrollar el tema de una
manera original con el título de Un gran hombre. Se trataría de una historia
que girara alrededor de personajes ficticios secundarios y la manera como sus
vidas cambiaron a partir de ciertos episodios emocionantes de la vida de
Churchill, como el Día de la Victoria o su última enfermedad. A él le gustó la
idea y dijo que trataría de que la reina colaborara.
Siria
En junio de 1965 me hallaba en Siria durante una masacre horrible de
niños inclusive de brazos. Una vez en Damasco había visto algo en un día de
fiesta aunque no en esta escala. Yo andaba con otras personas y me pareció
imprudente que saliéramos a la calle, pero estuvieron en desacuerdo conmigo
pues se decía que los extranjeros no corrían peligro.
URSS
Caminaba con cuatro amigos una noche por las calles de Moscú cuando un
carro de la KGB los asustó y me dejaron solo. Pensé que lo mejor era ir por mi
propia cuenta a donde estaban los agentes de la KGB y pedirles orientación para
llegar al hotel Europa. Los agentes dijeron: “Súbete al carro. Nosotros te
llevaremos”. En el hotel alguien trajo una silla alta para uno de los oficiales
y me di cuenta de que era enano. Le pregunté por qué no le estaba permitido a
la gente andar la calle en la noche. Me contestó: “Queremos que haya seguridad
en las calles”. Dije: “¿Seguridad para quién si las gente no puede andar en
ellas?” Estuvo de acuerdo en que yo había mencionado algo en lo que él no había
pensado.
El perro que hablaba
En Milán con mi amiga Yvonne y su setter, Sandy. Yvonne entró a la
catedral y cuando miré a mi alrededor buscando a Sandy alguien a mi lado me
dijo que se había ido con ella. Pero eso no era verdad. Era otro perro. Sandy
se había perdido y nosotros ya salíamos de Milán. Comencé a recorrer las calles
cercanas llamándolo, cada vez con más afán. Al rato alguien dijo: “Aquí está” y
un setter corrió hacia mí con muestras de alegría. Solo cuando llegamos al
hotel me di cuenta de que era de otro color. Salí de nuevo a la calle gritando:
“Sandy” y sentí un descanso cuando lo vi llegar. Me dijo: “Ojalá hubiera tenido
una billetera con dinero para el taxi. Me perdí y ni siquiera sabía el nombre
del hotel”.
Tomado de A world of my own: A dream diary de Graham Green
Traducción de Luis Mejía – 12 de septiembre del 2014
Publicado en
blogluismejia.blogspot.com
No comments:
Post a Comment