Índice:
Introducción
La crisis pre-chavista
1992-2007: Chávez y la derrota de la vieja clase dirigente
Chávez y el discurso populista
Sociedad civil a institucionalización
Logros sociales, enriquecimiento de elites, oposición política
Chávez, infancia en un estado de bienestar
Petróleo y régimen de bienestar social en los 60
Caracas y la Academia Militar
Petróleo y la solidaridad tercermundista de los 70
Bonanza petrolera y política económica en los 70
Política petrolera bajo Chávez
Politización interamericana del petróleo
Ignacio Ramonet, periodista y entrevistador
2013: La maldición del petróleo cae sobre Venezuela
La crisis continua desde el 2013
Gobierno, oposición y masas en la crisis
Introducción
La crisis que se ha vivido en Venezuela en los últimos
cinco años ha generado un diluvio de publicaciones y comentarios orientados en
dos direcciones: en la del gobierno para crear una opinión favorable que le
ayude a sostenerse en el poder y en la de la oposición para crear una opinión
favorable que la lleve al poder.
En el afán de manipular la opinión pública algunos
reporteros y comentaristas pierden objetividad, falsean la realidad y
distorsionan los hechos, lo que juega con el deseo de algunos de sus lectores
de respaldar al gobierno y de otros de ver triunfar a la oposición. En esta
confrontación de deseos sale a perder la verdad que puede ser incómoda para
todos.
Cuando uno piensa con el deseo en las crisis causadas
por facciones de la clase dirigente que se disputan el poder corre el riesgo de
que lo arrastren los generadores de información que repite, amplía y refuerza
lo que uno quiere oír. Y por un truco que le juega a uno la mente, uno tiende a
confundir lo que quiere creer con lo que está sucediendo.
El ciudadano crítico y el observador independiente no
la tienen fácil para evaluar la realidad objetivamente. El sesgo de los
informantes, la presión de grupo para que acepten una versión particular de la
situación, la imposibilidad de ser testigos presenciales de los hechos, la
simpatía que puedan sentir con respecto a los actores o las víctimas de la
crisis son algunas de las barreras que encuentran en su camino.
La situación de Venezuela ha despertado pasiones muy
fuertes en la opinión pública de los países vecinos. Es entendible. Esos países
son gobernados por una clase dirigente tan inepta y torpe como la venezolana en
vísperas de la llegada de Chávez al poder. El temor de las clases media y alta
de que surja una figura popular que dé al traste con el statu quo es normal: un
cambio de facción en el gobierno puede afectar negativamente sus intereses si
el nuevo régimen impulsa un equilibrio diferente entre las fuerzas sociales, en
la distribución de los recursos económicos, en las personas que se beneficiarán
de los privilegios extralegales del poder.
Lo que hay que tener en cuenta, sin embargo, es que
las facciones de la clase dirigente se alternan en el poder por la combinación
de dos factores: [1] la ambición personal de sus líderes y su habilidad para
movilizar a las masas y derrotar a sus rivales y [2] las condiciones objetivas que
entre las diferentes clases sociales generan desencanto con el statu quo y
deseo de reemplazar a los que en un momento dado manejan el gobierno y la
economía.
Y aquí cabe una nota al margen: no estamos hablando de revoluciones y
transformaciones de la estructura política y económica de una sociedad; esos
son eventos aleatorios difíciles de predecir y observar. Por el momento, tanto
en Venezuela como en sus vecinos lo que podemos ver son rivalidades entre
facciones de la dirigencia que se diferencian por las prioridades que prometen
imponer en el gasto público.
Por eso, al estudiar la situación venezolana conviene
indagar las condiciones que trajeron al país al punto donde está:
- ¿cuál fue el desempeño de quienes dirigieron el
gobierno y la economía antes de Chávez?
- ¿qué intereses sociales influyeron en el respaldo o
el rechazo a la propuesta de gobierno de Chávez?
- ¿cómo manejaron los opositores las opciones que
tenían para hacerle contrapeso a Chávez?
- ¿tuvieron las masas razones válidas para apoyar a
Chávez y rechazar la propuesta de gobierno de sus opositores?
- ¿cuál ha sido el desempeño de quienes han manejado
el gobierno y la economía a partir de la muerte de Chávez?
- ¿qué poder de movilización de las masas tienen el
gobierno actual y sus opositores?
El siguiente artículo, de Greg Grandin, profesor de
historia de New York University (Universidad de Nueva York), publicado en
London Review of Books (Revista Londinense de Reseñas Bibliográficas), gira
alrededor de unas entrevistas que el periodista español Ignacio Ramonet le hizo
a Hugo Chávez y agrega información que contextualiza la Venezuela de antes y
después del gobierno de este. Este texto
tiene el propósito de informar a un público intelectualmente curioso y exigente
pero sin interés personal en la crisis del país. Trata de darles voz a los
distintos actores del conflicto y es, en general, imparcial. Sin más, dejo a
mis lectores en compañía de Grandin.
BAJANDO DE LA MONTAÑA: CHÁVEZ Y VENEZUELA
(Reseña bibliográfica
de Chávez: My First Life by Hugo Chávez and Ignacio Ramonet,
translated by Ann Wright, Verso,
544 pp, £30.00, August 2016,
ISBN 978 1 78478 383 9)
La
crisis pre-chavista
A fines del siglo
pasado el viejo orden constitucional de Venezuela que había rotado el poder
entre dos partidos ideológicamente indistinguibles estaba a punto de
desaparecer. La crisis había empezado décadas atrás, en 1983, cuando cayó el mercado mundial del petróleo.
Entonces, como ahora,
las exportaciones de petróleo generaba la mayor parte de los ingresos del estado venezolano. Para ese momento el
país se había urbanizado: de sus 19 millones de habitantes 16 vivían en las
ciudades, la gran mayoría por debajo del umbral de la pobreza, muchos en la
indigencia. La mayoría de los pobres urbanos residían en tugurios construidos en
las montañas que rodean a Caracas donde viven los más pudientes.
En 1989 el gobierno
trató de resolver la crisis causada por los bajos precios del petróleo con un
programa de austeridad negociado con el FMI. La austeridad movilizó a los
pobres, que bajaron a la ciudad a protestar. Siguieron tres días de disturbios
y saqueos. Según algunos testigos los militares mataron a más de mil personas,
pero este número es discutido y nunca ha habido un recuento oficial.
El Caracazo, como se
llamó la protesta, marcó el inicio de la oposición -creciente en la América
Latina- a la ortodoxia económica que se impuso después de la década del 70.
Esta ortodoxia sostenía que la clave del desarrollo se encontraba en tasas
altas de interés, tarifas de importación bajas, privatización de industrias,
debilitamiento de las leyes laborales y gasto social restringido. El Brasil, la
Argentina, el Ecuador, Bolivia, Uruguay, Chile y El Salvador eventualmente eligieron
gobiernos que trataron de encontrar una salida a las restricciones
neoliberales. Pero Venezuela fue la primera.
1992-2007: Chávez y la derrota de la vieja clase
dirigente
En 1992 Hugo Chávez,
un oficial de carrera del ejército, había figurado entre los cabecillas de una
rebelión militar. La rebelión fracasó y él terminó en la cárcel convertido en
héroe. Muchos, especialmente entre los venezolanos pobres, lo veían como ajeno
a la clase dirigente y por eso capaz de ponerle fin a la bacanal de corrupción,
escándalo y endeudamiento de las clases políticas.
Chávez quedó en
libertad en 1994 y ganó las elecciones de 1998 con una abrumadora mayoría.
Todavía no se había declarado socialista públicamente. Pero los dirigentes
tradicionales de Venezuela, de ambos partidos, interpretaron su invocación de
un vago bolivarianismo –en memoria de Simón Bolívar, para dar a entender su
compromiso con un programa de anti-imperialismo y reforma doméstica- como una
amenaza.
La vieja élite del
país había perdido el control del ejecutivo con la elección de Chávez pero el
servicio civil, la rama judicial, la burocracia y la industria oficial
petrolera, así como algunos sectores militares, seguían intactos e
independientes y le servían de base a la reacción.
Chávez se vio reducido
a una acción de retaguardia durante los primeros años de su presidencia. En
abril del 2002 sobrevivió un golpe aprobado por los Estados Unidos. Fue restablecido
en su cargo dos días más tarde, en buena parte por la protesta de miles de sus
simpatizantes.
Poco más tarde la
élite empresarial del país en un esfuerzo por bloquear el plan chavista de usar
las ganancias de las exportaciones petroleras para financiar programas sociales
convocó a un paro de propietarios y la producción de petróleo paró. Se estima
que el PIB cayó un 27% y la popularidad de Chávez se fue al piso. Pero a
principios del 2003 el paro había fracasado y Chávez pudo usar las ganancias
del petróleo para financiar sus ambiciosas iniciativas de salud, educación y
vivienda.
El último intento
real de la oposición para salir de Chávez fue el referendo revocatorio en
agosto del 2004. Habiendo recuperado su popularidad Chávez ganó con el 58% del
voto. En las elecciones regionales posteriores su coalición de partidos
izquierdistas de muchos matices ganó 20 de las 22 gobernaciones y 270 de las
337 municipalidades. Dos años más tarde, en el 2006, Chávez fue reelegido una
vez más: ganó en todos los estados con más del 62% del voto nacional.
De los golpistas del
2002 solo un pequeño grupo fue a la cárcel por un tiempo. Algunos –pocos-
optaron por el exilio. Pero no hubo una persecución en gran escala de enemigos
del estado aunque el intento de tumbar un gobierno elegido democráticamente había
dejado varios muertos.
Sin embargo, una vez
estabilizado el gobierno Chávez hizo lo posible por neutralizar el poder
institucional de sus adversarios. Puso
simpatizantes en la Corte Suprema y empezó a reprimir la prensa corporativa que
había aplaudido el golpe y servía de apoyo a la oposición. En el 2007 en
ejercicio de su derecho para regular las comunicaciones audiovisuales el gobierno
se negó a renovar la licencia de transmisión de Radio Caracas Televisión,
obligándola a salir del aire, lo que fue criticado por Human Rights Watch y el
departamento de estado de Estados Unidos.
Chávez y el discurso populista
De ahí en adelante
Chávez fue desarrollando todos los atributos que los politólogos asocian con
el autoritarismo. Eliminó, por mera
conveniencia política, el sistema institucional de vigilancia y revisión mutua
entre las ramas del poder público y en discursos de colorida exageración satanizó
a sus enemigos tanto domésticos como en Washington. Acrecentaba su arraigo en
las masas en manifestaciones donde arengaba a sus seguidores, en camisas rojas,
con discursos cargados de exclamaciones y lemas coreados por la multitud.
Gobernaba como si estuviera en medio de una larga campaña electoral.
En este sentido
Chávez cae dentro de la vieja tradición populista de América Latina. Lo que
hace a su gobierno único y duradero a pesar de su populismo es que nunca cambió
de curso. En eso se diferencia de todos los políticos importantes de América
Latina que en el siglo XX movilizaron las reivindicaciones de clase para llegar
al poder y que se movieron rápidamente hacia el corporativismo de derecha.
Así, Getulio Varga
tomó posesión como presidente del Brasil en 1930 y en los cinco años siguientes
eliminó el sector de izquierda más importante de su coalición y consolidó su
poder para crear algo que se aproximaba a un estado fascista.
Después de su
elección en la Argentina en 1946 Juan Perón actuó aún más rápidamente contra
las demandas de la clase obrera que habían impulsado su ascenso al poder. Luego
de su desafortunado regreso del exilio en España en 1973 Perón dio su respaldo
a los escuadrones de la muerte, apoyando una campaña de asesinatos contra sus
propios seguidores.
En 1990 Alberto
Fujimori usó su status de forastero para llegar a la presidencia del Perú en
una oleada de indignación popular, pero de inmediato puso en acción un riguroso
programa de austeridad neoliberal y creó
un estado policial.
Chávez fue la
excepción. Nunca, en los 14 años que duró su régimen -hasta el 2013, cuando el
cáncer acabó con su vida-, reprimió de manera consistente a sus
seguidores. Aunque el chavismo actuaba
con mano dura en lo electoral y lo institucional sus relaciones con los
movimientos sociales se mantuvieron sorprendentemente democráticas.
Sociedad civil a institucionalización
Las bases de su
respaldo popular eran heterogéneas y heterodoxas. El chavismo fue un movimiento
anárquico de miles de seguidores
agrupados de la base hacia arriba. Representaba lo que algunos
científicos políticos han llamado “movimientos sociales nuevos”, distintos de
los movimientos sindicales tradicionales de obreros y campesinos. Incluía
habitantes de la ciudad y el campo, asociaciones comunitarias para la promoción
de los medios y la cultura, asociaciones de campesinos, sindicatos, comunidades
cristianas asociadas con los remanentes de la teología de la liberación,
activistas de justicia económica y ambiental, cooperativas de empleados.
Durante su gobierno
Chávez hizo múltiples propuestas organizacionales –círculos bolivarianos,
consejos comunitarios, comunas, etc.- para tratar de encauzar y coordinar la
variedad de sus seguidores. Pero en ningún momento trató seriamente de integrar
estos movimientos en la estructura del estado o en un partido, y mucho menos
ponerlos bajo su mando.
Después de su
reelección en el 2006 inspiró la fundación del Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV) que en su concepción ideal habría unido las diversas facciones
revolucionarias de la élite y las masas en un movimiento similar al del Partido
Revolucionario Institucional de México. Más de diez años después de su creación
el PSUV es más que todo un vehículo desprestigiado de beneficio para los burócratas
del partido mientras que los movimientos sociales que le dieron fuerza al
chavismo permanecen en su mayoría por fuera de sus estructura.
Chávez tenía una
buena base de legitimidad política y moral en la época de su toma de posesión
en 1999 aunque poca autoridad administrativa formal y realmente nunca trató de
establecerla. Una vez asumió control de los recursos petroleros su gobierno
decidió ejecutar sus iniciativas de desarrollo y bienestar social a través de
una miríada de organizaciones nuevas llamadas misiones, establecidas para eludir la burocracia existente. Por
ejemplo, Misión Vivienda reconocía los derechos y títulos de quienes residían
en unidades de vivienda pública, pero una misión
diferente ayudaba a legalizar las invasiones irregulares de propiedad raíz.
Cuidado de los niños, reforma agraria y derechos de las poblaciones indígenas tenían
sus propias misiones.
Hubo misiones para ayudar a la gente a
regresar al campo, para desacelerar la inmigración urbana y para agilizar el
reconocimiento de ciudadanía de los inmigrantes colombianos. No había problema
social que al parecer no pudiera ser manejado sin crear una nueva misión, fuera salud neonatal,
discriminación de los indígenas o alfabetización. Todas estas organizaciones
combinadas tenían el propósito de
estimular la participación cívica o crear una cultura de democracia
participativa o “democracia protagonista”.
Logros sociales, enriquecimiento de elites, oposición
política
En todo momento
Chávez enfatizaba la diferencia que había entre sus programas redistributivos y
los de sus predecesores. En Mi
primera vida, una serie de entrevistas que hizo con Ignacio Ramonet
entre el 2008 y el 2011, Chávez se refirió desdeñosamente a los subsidios
pagados con el petróleo en los años 70 diciendo que no pasaron de ser “un par
de bloques de concreto, una hoja de hierro corrugado, una bolsa de comida, unos
centavos. Populismo”.
Los logros sociales
del chavismo en su apogeo -desde aproximadamente el 2005 hasta la última
reelección de Chávez en el 2012- fueron espectaculares: mayor empleo, mejor
alimentación, incrementos en la tasa de alfabetización y en la esperanza de
vida, vivienda mejor y más abundante. Pero el sistema de misiones independientes financiadas con el petróleo creó nuevas
fuentes de desperdicio al mismo tiempo que la burocracia estatal perdía
influencia.
Chávez atacaba a sus
oponentes en sus discursos. Los derrotó en las urnas más de una docena de veces.
Y dejó que se enriquecieran. Los ingresos del petróleo le permitieron darse un
lujo que ningún otro populista latinoamericano ha disfrutado: pudo posponer
indefinidamente la represión necesaria para tranquilizar a los inversionistas
privados. A diferencia de Vargas y Perón nunca lo hizo. Mientras los precios se
mantuvieran altos el estado podía satisfacer a todos sus grupos de interés.
Con todo, el odio de
la élite a Chávez era inmanejable. La visión que ellos tenían de Venezuela
estaba basada en una economía liberal sin discursos regañones de virtudes
bolivarianas; ellos querían una economía basada en las leyes del mercado libre,
con centros comerciales bien surtidos, crédito fácil, cajeros automáticos en
buen funcionamiento, buenos restaurantes, servidumbre doméstica barata y visitas
rápidas a Miami. Nunca aceptaron la legitimidad de Chávez o la validez de las
elecciones que él y sus seguidores ganaban una y otra vez.
Sin embargo, la
burguesía en general siguió libre de acumular riqueza –a pesar de las
apariencias el sector privado se expandió durante el gobierno de Chávez- y los
militares y los burócratas tuvieron libertad para aprovechar sus posiciones
para hacer dinero. Todo esto sucedía al mismo tiempo que sus seguidores creían
que estaban haciendo la revolución.
Hoy en día Venezuela
está en medio de una crisis de gran tamaño al tiempo que todo lo que Chávez
ayudó a construir se está viniendo al suelo. Para entender cómo se llegó a este
punto, para entender el ascenso espectacular de Chávez y la caída igualmente
espectacular de Venezuela, es conveniente saber algo de sus antecedentes.
También conviene saber algo de su petróleo.
Chávez, infancia en un estado de bienestar
Chávez nació en 1954
en Sabaneta, un pueblo de los Llanos,
la sabana inmensa que se extiende de los Andes hacia el sur. El petróleo, que
fue descubierto en Venezuela en 1914 y desde entonces ha intoxicado la política
del país, se encuentra hacia otra parte, en el norte, alrededor del Lago de Maracaibo,
o en el oriente, a lo largo del río Orinoco. En Mi primera vida Ramonet describe a Sabaneta como el ‘Macondo
íntimo’ de Chávez. El pueblo parece tan remoto y distante de los destinos
nacionales y las preocupaciones del mundo como el lugar ficticio de García
Márquez.
Hay otros ecos de Cien años de soledad en las preguntas de
Ramonet y las respuestas de Chávez, especialmente en lo relacionado con los
primeros años de este. Hay un patio lleno de árboles tropicales con cuyos
frutos Chávez preparaba dulces que vendía en las calles polvorientas; hay
tecnología mágica, como el cine y la iluminación de las calles; hay
comerciantes árabes, mujeres recias y sobre todo hombres ausentes. Y según
Chávez su genealogía –más barroca que la de la novela de García Márquez-
incluye ancestros amerindios, africanos y españoles.
Chávez creció durante
los prósperos años 60. La ‘Venezuela saudí’ estaba ‘inundada de petróleo’. Venezuela era la excepción en una América
Latina que sucumbía a la radicalización y represión de la Guerra Fría. Los politólogos
estadounidenses la consideraban un modelo de gobierno estable y desarrollo
equitativo. Los dos partidos principales –Copei, demócrata cristiano, y Acción
Democrática, social demócrata - usaron los ingresos del petróleo entre 1959 y
1968 para alimentar lo que por un tiempo fue un sistema efectivo de
clientelismo.
Petróleo y régimen de bienestar social en los 60
Chávez tenía unos
doce años cuando su numerosa familia –padre, madre, abuela, tío, hermanos- se
mudó a Barinas, una adormilada ciudad provincial, donde vivieron en una
urbanización popular con ‘calles asfaltadas, servicio de agua, energía
eléctrica’, financiada por un banco obrero con fondos petroleros. “Lo cual
representaba, para nosotros, un salto social, un ascenso”, dice Chávez y
agrega: “Comencé como una adaptación”.
Muchos de los hombres
de Barinas se iban a Maracaibo a trabajar en los pozos petroleros, de donde
enviaban sus ingresos a sus familias. El padre de Chávez, demócrata cristiano por
años, trabajaba para el estado enseñando en una escuela pública. Adán, su
hermano mayor, que más tarde influyó en sus actividades políticas, se convirtió
en un activista ‘hippy’ en la universidad y desarrolló contactos con varias
organizaciones de la Izquierda Nueva que trataba de romper el duopolio
partidista.
Chávez se formó bajo
la influencia de un estado de bienestar que el petróleo había hecho posible.
“Yo fui un niño muy feliz”, dice él. El resentimiento de clase no fue lo que
inspiró su condena de la oligarquía venezolana. “Era pobre”, dice, pero tenía
comida, ropa, techo, escuela, servicios médicos y estímulos para salir
adelante. Pasó su juventud en un mundo
idílico –“vendiendo frutas, volando papagayos [cometas o papalotes] hechos con
periódicos viejos, yendo con mi padre a pescar al río, jugando pelota de goma
en la calle”- sostenido por el petróleo.
En países
importadores de petróleo los niños de provincia de una clase social parecida a
la suya eran aún más pobres -en Colombia, país fronterizo, en América Central, en
el Caribe- y tenían menos oportunidades en sus vidas. Aún así Chávez solo hace
una mención ocasional del petróleo cuando habla de sus primeros años. La materia
prima que por muchos años ha hecho posibles otras cadenas de materias primas no
deja de ser una abstracción lejana en sus recuerdos. Los Llanos, para usar la
referencia de Ramonet, fue un Macondo sin plantaciones.
El petróleo, al
contrario del banano en Macondo, al menos al principio de la vida de Chávez, no
destruía la comunidad. Daba trabajo y la asistencia social que financiaba en
las ciudades alejadas de su bonanza, como Sabaneta y Barinas, hacía que estas
vivieran como si estuvieran aisladas en el tiempo. Pero esto era solo una
ilusión.
La economía del
petróleo, que removía el exceso de población rural, creaba al mismo tiempo un
flujo de ingresos representados en remisiones de salarios y servicios públicos.
La baja densidad poblacional mitigaba la estratificación de clase y la miseria
extrema que se veía en otras partes de Venezuela, especialmente en sus
congestionadas ciudades; por eso los llaneros que no emigraron pudieron seguir
viviendo de manera tradicional.
“Me gustaba el circo.
Llegaba todos los octubres. Y me llenaba de felicidad. Mi abuela me decía: «Del
dinero de las ventas, compre la entrada». Me encantaban las trapecistas…”,
recuerda Chávez.
Caracas y la Academia Militar
Para conocer un mundo
afectado más directamente por el petróleo tuvo que irse de los Llanos. A los 17
años se enlistó en el ejército y viajó a Caracas a estudiar en la Academia
Militar. Se sintió aturdido cuando vio por primera vez la geografía de la
ciudad, “literalmente cercada por un gigantesco cinturón de miseria
derramándose por las colinas“.
Todas las expresiones
de poder y riqueza de la nación se vivían abajo, en el asfalto y el cemento del
valle donde se asentaba la ciudad propiamente dicha: los intermediarios del
petróleo, los que movían el dinero en
los distritos comerciales, los cadetes desfilando en la academia militar que
pronto atendería, los aviones despegando y aterrizando en la base aérea La
Carlota, la congestión alrededor del palacio presidencial de Miraflores -su
futuro hogar-, y el movimiento constante de los trabajadores de la construcción
levantando un edificio tras otro para oficinas y residencias de lujo.
No importa qué tan
mal esté la economía, en Caracas las grúas nunca paran. “Lo entendí más tarde”
dice Chávez, y le da a Ramonet un curso breve sobre lo que se conoce como la
maldición del petróleo: a medida que el petróleo comenzó a dominar la economía
nacional los mayores ingresos revaluaron la moneda hasta el punto de que era
más barato importar la comida y las mercancías que antes se producían
domésticamente. Las granjas quedaron abandonadas, crecieron las ciudades y el
sistema de bienestar social creado por el estado bipartidista no alcanzaba a
cubrir todas las necesidades.
Le dice a Ramonet:
“Me quedé aterrado cuando descubrí aquella masa de pobreza… No me imaginaba
que, en Venezuela, uno de los países más ricos del continente, pudiese existir
una miseria tan insondable. Poco después empecé a preguntarme qué tipo de
democracia era ésa, que empobrecía a una mayoría y enriquecía a una minoría. Me
pareció injusto”.
Petróleo y la solidaridad tercermundista de los 70
En este momento,
cuando el mundo está al borde de una catástrofe climática causada por el
petróleo, es difícil imaginar que Chávez creció en una época en la que muchos
creían que el petróleo podría dar una solución progresista a muchos de los
problemas globales. Precoz y apolítico cuando empezó de cadete en 1971, Chávez
era un revolucionario comprometido cuando se graduó cuatro años más tarde.
Durante ese periodo el precio del barril de petróleo venezolano había subido de
US$2,93 a US$14,06 y los ingresos que generaba pasaron de US$1.400 millones a
US$9.000 millones.
En 1975, último año
de Chávez en la Academia Militar, el presidente social-demócrata Carlos Andrés
Pérez nacionalizó los activos domésticos
de Exxon, Shell y Mobil para crear la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA).
Por esa época Pérez
dijo en la ONU que las ganancias del petróleo deberían usarse para reformar
la economía política global y que “la construcción de un nuevo orden económico
internacional se impone como un desideratum para la paz”.
Se ha discutido mucho
la idea de la “democracia del carbón”, el término usado por el politólogo Timothy
Mitchell para resumir su tesis de que lo que conocemos como democracia
moderna de masas fue posible por el petróleo barato y abundante. Igualmente
importante en la década de los 70 fue la “solidaridad del carbón” o la idea de
que las naciones débiles deben usar el petróleo como un instrumento de poder
frente a las más fuertes.
Un año antes, en
1974, la Asamblea General de la ONU había aprobado el documento fundacional del
nuevo orden, la Carta
de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, que incluía el derecho de
los gobiernos de nacionalizar industrias y negociar colectivamente para fijar
los precios de materias primas básicas, crear una estructura global tarifaria
que diera tratamiento preferencial a los países pobres y transferir tecnología
y conocimientos científicos de las naciones más desarrolladas a las menos
desarrolladas.
El clamor por un Nuevo
Orden Económico Internacional (NOEI) fue un fenómeno mundial gracias al
desmonte del colonialismo en la postguerra y al surgimiento del Movimiento de
Países No Alineados. Pero sus orígenes intelectuales se encuentran en el
bolivarianismo, el ideal latinoamericano según el cual la soberanía política
carece de sentido si no está acompañada de soberanía económica.
Venezuela fue clave
en convertir esta idea regional en parte aceptada del derecho internacional y
fue uno de los miembros fundadores con influyentes de la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP). Uno de sus diplomáticos más importantes,
Manuel Pérez Guerrero, fue nombrado en 1969 director del Consejo para el Desarrollo Económico y
Comercial de la ONU que elaboró gran parte de las justificaciones legales para
el NOEI.
Bonanza petrolera y política económica en los 70
‘Eso está barato, dame
dos’, era una frase asociada con la bonanza del petróleo en los años 70 y 80,
cuando los venezolanos acomodados gastaban libremente en importaciones. Pero
también se podría usar para describir la posibilidad de consumir al estilo
estadounidense y de compartir la solidaridad bolivariana tanto en el idealismo del
NOEI como en la corrupción.
En 1974 el Congreso
de Venezuela confirió poderes especiales al presidente Pérez que le daban
discreción absoluta para legislar y gastar. Él nacionalizó industrias, limitó
la participación extranjera en la banca y el comercio y lanzó un programa
masivo de industrialización controlada por el estado. El dinero corría en
abundancia e irresponsablemente hacia proyectos que eran con frecuencia
caprichosos, inútiles y corruptos.
Le dijo Chávez a
Ramonet que Pérez presidió la oleada de corrupción más grande que se recuerde:
“Todo aquel que tenía una pequeña parcela de poder se puso a robar descaradamente”,
y “los negocios sucios, con la complicidad de los gobernantes, enriquecían aún
más a los ricos que amontonaban fortunas colosales, mientras los pobres, del
dinero del petróleo, sólo recibían migajas”.
Al mismo tiempo, sin
embargo, Pérez prometía poner el petróleo de Venezuela “al servicio de América
Latina, al servicio de la humanidad” para acabar “hasta con los últimos rastros
de colonialismo” y convertir al socialismo en una “realidad planetaria”.
Durante los años de
la prosperidad petrolera la política internacional de Venezuela abogaba por la remisión
de la deuda extranjera, el desarme nuclear, la terminación de la carrera
armamentista, el acceso de Bolivia al mar, el levantamiento del embargo
estadounidense a Cuba y la creación de un Sistema Económico Latinoamericano
libre de la influencia de los Estados Unidos. Pérez propuso que se usara la
OPEP como “un instrumento de negociación para la construcción del Nuevo Orden
Económico Internacional”.
Nada de esto se hizo.
OPEP era al mismo tiempo un producto de NOEI y su enemigo. Los países en
desarrollo han argumentado por décadas que la soberanía política requiere
control sobre los recursos dentro de sus fronteras. OPEP entendía este
argumento pero lo minó al poner a prueba la débil unidad del tercer mundo al
dividirlo entre países exportadores y países importadores de petróleo. Cada
aumento en los precios del petróleo forzaba a los países importadores a
endeudarse más para satisfacer sus necesidades energéticas. Con cada petrodólar
depositado en los bancos de Nueva York se apreciaba la moneda estadounidense y
crecía la deuda en dólares que los países pobres habían adquirido con esos
bancos.
Una exigencia básica
de los reformistas del NOEI era entonces la de socializar los petrodólares y
usarlos para capitalizar un fondo público –un “Banco del Sur” administrado por
el FMI o la OPEP- que subsidiara las necesidades energéticas de la gran mayoría
de los países no productores de petróleo; operaría también como un colchón que
moderara las fluctuaciones en el precio de otras materias primas.
Los países
productores de Medio Oriente echaron para atrás. La Arabia Saudí y el Irán
prerrevolucionario respaldaron el NOEI de dientes para afuera pero rehusaron hacerlo
con su poder petrolero. No permitieron que su valiosa materia prima se usara
como ficha para negociar aumentos en el precio de otros recursos naturales ni
se comprometieron a la creación de un banco público capitalizado con los
recursos del petróleo. En su lugar Riad
y Teherán aportaron una miseria al ‘fondo especial’ de OPEP y a la “línea de
crédito petrolero” del FMI mientras establecían relaciones más cercanas con Washington,
gastaban el grueso de sus petrodólares en la compra de armamentos por miles de
millones de dólares y depositaban el resto en bancos privados[i].
Venezuela trató de
actuar sola. A principios de los 80 el sucesor de Pérez, Luis Herrera Campíns,
continuó distribuyendo millones de petrodólares entre los países más pobres de
América Latina y el Caribe -El Salvador, Guatemala, Panamá, Honduras y la
República Dominicana-. Por un tiempo estos subsidios ayudaron a que rezagos de
la Nueva Izquierda conservaran el poder en la región a mantenerse en el poder.
Así sucedió en Jamaica bajo su primer ministro social-demócrata Michael Manley
y en Nicaragua después de la revolución sandinista de 1979. Pero para 1982 los
precios del petróleo habían bajado drásticamente y el sistema bipartidista
venezolano había empezado su largo proceso de desmoronamiento.
Por eso la mejor manera
de entender a Chávez es verlo como el heredero de los ideales y el intento
quijotesco del NOEI de usar el petróleo para inducir reformas.
Política petrolera bajo Chávez
En el momento de su
toma de posesión a principios de 1999 los precios del petróleo eran unos de los
más bajos en la historia y Venezuela estaba a punto de salirse de OPEP. PDVSA,
la compañía petrolera oficial, estaba en manos de un grupo de administradores
técnicos que la habían convertido efectivamente en una agencia de
intermediarios dedicados a expedir fáciles licencias de explotación a las
compañías extranjeras para operar en varios campos petrolíferos. Habían abierto
la compañía a la inversión extranjera y sus ingresos los invertían en el
extranjero para ponerlos lejos del tesoro público. Le habían dado a PDVSA la misión de despolitizar
el petróleo, reduciéndolo a mera materia prima sujeta a las leyes de la oferta
y la demanda internacionales, matando de una vez por todas el ideal
bolivariano.
Chávez sabía que la
mejor manera de tomar el control de los ingresos del petróleo era restablecer
la influencia de OPEP. A principios del 2001 su primer ministro de petróleo,
Alí Rodríguez Araque, fue elegido secretario general de la organización y logró
una unidad entre los países exportadores que no se veía desde la primera mitad
de la década de los 70.
Los países de OPEP no
solo se pusieron de acuerdo para reducir la producción de crudo sino que le
dieron a Rodríguez una autoridad sin precedentes para decidir las metas de producción futura según
lo creyera conveniente sin tener que consultar a la organización en conjunto.
México, que no era miembro, también se comprometió a respetar las cuotas de
producción. Los precios del petróleo comenzaron a surgir lo que ayudó a Chávez
a tomar control de PDVSA y a neutralizar los intentos de deponerlo.
Politización interamericana del petróleo
En el periodo
posterior al 2006 Chávez se empeñó en recrear el espíritu de solidaridad del
tercer mundo con la ayuda de gobiernos progresistas en el Brasil y la Argentina. Como lo había hecho Pérez antes que él,
patrocinó organizaciones internacionales -la Unión
de Naciones Suramericanas, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América, Petrosur y el Banco del Sur-, que tenían el propósito de consolidar la
integración latinoamericana sin la influencia de Washington.
Tanto la
fundación en el 2005 de la cadena internacional de noticias Telesur como el
esfuerzo permanente de Chávez de desarrollar medios ‘comunitarios’ alternativos
para competir con los medios comerciales corporativos seguían de cerca las
recomendaciones que había hecho la
Unesco a fines de los años 70. El ‘nuevo orden informativo mundial’ se
consideraba una extensión del NOEI y tenía el propósito de romper el monopolio
de noticias de las agencias de prensa del primer mundo y el monopolio de
cultura que tenían las cadenas corporativas privadas. En este punto conviene
recordar que en los años 70 Pérez tuvo que renunciar a sus planes de establecer
una red nacional pública de radio y televisión debido a la oposición de las
emisoras privadas.
Chávez
también revivió los mecanismos que le permitían a Venezuela enviar petróleo a
países pobres, lo que hizo sin violar los topes de precios y cuotas de
producción de la OPEP. Estos mecanismos incluían ventas a crédito, acuerdos de
trueque y préstamos a largo plazo y bajo interés para financiar las
transferencias de petróleo.
Petrocaribe
fue fundada a a mediados del 2005 para administrar el programa. Un año después había
procesado mil millones de dólares en financiación de compras de petróleo, una
cantidad equivalente a los préstamos ofrecido por el Banco Interamericano de
Desarrollo con sede en Washington.
La
repolitización del petróleo lograda por Chávez enfureció a los Estados Unidos:
neoconservadores y neoliberales estadounidenses por igual consideraban que esa
era una reliquia del pasado superada con el fin de la Guerra Fría. Los
gobiernos de George W. Bush y Barak Obama presionaron a varios países para que
no hicieran negocios con Petrocaribe.
En el 2006,
por ejemplo, el Departamento de Estado impidió que Haití tomara una línea de crédito a 25 años, al 1% de interés,
para comprarle diésel y gasolina sin plomo a Venezuela, aunque, como la
embajada de los Estados Unidos en Puerto Príncipe reconoció, Haití hubiera
economizado cien millones de dólares al año y se hubiera protegido de subidas
bruscas de precio que le harían daño a su vulnerable economía. Por este tiempo
hubo un momento en que Venezuela estuvo enviando ayuda petrolera al Bronx y a
Boston.
Ignacio Ramonet, periodista y
entrevistador
Mi primera vida termina con la elección de Chávez en
1998, en vísperas de su Revolución Bolivariana. Ramonet es un entrevistador que
se toma su tiempo, regresando una y otra vez a ciertos temas, demorándose en
los detalles de algunos episodios bien conocidos de la historia de Chávez. Un
tema recurrente, por ejemplo, es la manera como mantuvo su movimiento activo
mientras estaba en la cárcel.
Desafío
para el Sur
fue uno de los numerosos libros que Chávez leyó en la cárcel. Este es un reporte preparado por una comisión que
incluía a muchos economistas y políticos del tercer mundo de los años 70, entre
ellos Pérez. Presidida por Julius Nyerere, quien había sido presidente de
Tanzania durante los días más álgidos de desarrollo radical, la comisión tenía
el propósito de mantener vivo el espíritu crítico del NOEI frente al ataque
neoliberal.
El
reporte aceptaba que había muy pocas probabilidades de éxito, pero Chávez avivó
la llama: “… yo —aún hoy— lo cargo
siempre conmigo, tomo notas, lo releo, lo reviso… Sus propuestas
extraordinarias, después de veinte años, están más vigentes que nunca”. Ese libro, dice Chávez, lo inspiró para promover todas
esas instituciones internacionales -Telesur, Banco del Sur, Petrosur, Unasur-
para darle poder y voz al ‘Sur’.
Mi primera vida es parecida a unas conversaciones similares que
Ramonet tuvo con Fidel Castro, cuando este estaba en sus ochentas, poco antes
de que la enfermedad lo obligara a entregar el poder a su hermano. Las
entrevistas en Fidel
Castro: Biografía a dos voces (publicadas en inglés bajo el título de My Life) son introspectivas, irónicas y
con frecuencia nostálgicas. Mi primera
vida es más didáctica.
2013: La maldición del petróleo cae sobre Venezuela
Su muerte estaba
cercana aunque él todavía no sabía que estaba enfermo. Él narra su ascenso, en
conversaciones que tuvieron lugar en la cúspide de su popularidad, sin
sospechar que todo podía ser para nada. Chávez murió el 5 de marzo del 2013 y
los precios del petróleo, como si hubieran sido liberados de alguna obligación,
se fueron abajo. La economía venezolana empezó a desintegrarse.
Solo cinco años atrás
el país estaba cumpliendo muchos de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de
la ONU. Las tasas de pobreza, desigualdad, analfabetismo, mortalidad infantil y
desnutrición habían sido reducidas drásticamente. Las noticias de este momento hablan
de mortalidad infantil descontrolada, de venezolanos pasando hambre y escapando
por tierra a Colombia o por mar a Curazao. Enfermedades que no se veían por décadas
han regresado, como la difteria. Las tasas de vacunación han bajado, los
hospitales carecen de guantes y jeringas, los pacientes de cáncer y VIH compran
sus medicinas en el mercado negro y los quirófanos están tan sucios que pueden
usarse de escenarios para películas de horror.
La ‘maldición del
petróleo’ que Chávez pronosticó pero mantuvo alejada ha regresado con fuerza:
la abundancia de dólares durante los años de bonanza aumentó la dependencia de
bienes importados, que ahora no están al alcance del bolsillo o no existen. El
control de precios contribuye a la parálisis de la industria doméstica pues
fábricas que hasta hace poco funcionaban, con subsidios del gobierno
frecuentemente, ahora están paradas. Una tasa de cambio fija, artificialmente
sobrevaluada por un gobierno comprometido a pagar su altísima deuda pública,
estimula el mercado negro de dólares acelerando la inflación y la depreciación.
El consenso que Chávez
pudo lograr dentro de OPEP ha desaparecido, en gran parte por la competencia que
representa el gas natural. La compañía estatal petrolera de México, Petróleos
Mexicanos, está siendo privatizada, de manera muy parecida a lo que pasó con
PDVSA antes de que Chávez parara el proceso. Petrocaribe sigue adelante con
dificultades aunque la República Dominicana y Jamaica se han retirado
recientemente.
Después del terremoto
devastador del 2010 en Haití Chávez anunció que Venezuela condonaría la deuda
que este país tenía con Petrocaribe, casi US$400 millones. Dijo: “Haití no
le debe a Venezuela. Al contrario, es
Venezuela la que tiene una deuda histórica con Haití”, refiriéndose a la ayuda
que Simón Bolívar recibió de Haití en la lucha contra España dos siglos antes.
Pero luego de enviar una importante cantidad de petróleo gratis para ayudar a
la reconstrucción, Petrocaribe volvió a financiarle sus compras de petróleo, y
deuda es deuda, no importa qué tan bajos
sean los intereses o qué tan largo sea el plazo. Hoy en día Haití le debe a
Venezuela más de mil millones de dólares, que Caracas no está en capacidad de
condonar. PDVSA está endeudada y prácticamente quebrada.
La crisis continua desde el 2013
Políticamente
Venezuela está paralizada. Nicolás Maduro, un aliado de muchos años de Chávez,
cuya familia viene de clase obrera sindicalista, ganó la presidencia en abril
del 2013 por un margen de 1,5%, lo suficientemente pequeño como para permitirle
a la oposición lanzar una vez más su campaña de desestabilización. Sin ninguna
evidencia la oposición alegó fraude y convocó a manifestaciones que se hicieron
violentas. Ocho chavistas fueron asesinados. Unos pocos meses después, en 2014,
las protestas callejeras resultaron en la muerte de más de 40 personas, la
mayoría chavistas o empleados del gobierno.
Tres años de crisis económica
continua han profundizado las antiguas desigualdades. Mientras hacen cola por
horas frente a los almacenes del gobierno esperando los productos necesarios
básicos, las gentes pobre en los vecindarios marginales de las colinas pueden
ver las grúas moviéndose sin parar en los vecindarios ricos; los
inversionistas, que se benefician de una moneda sobrevaluada, están financiando
una bonanza de la construcción similar a la que Chávez describió cuando llegó
por primera vez a Caracas a principios de 1970.
Se vive un nuevo
ciclo de manifestaciones y contra-manifestaciones que han resultado hasta el
momento en aproximadamente otras 60 muertes de manifestantes de ambos lados. La
violencia en Venezuela se alimenta sola. La oposición, que todavía está
dirigida por las élites económicas y políticas, está dividida entre
‘moderados’, muchos de los cuales han adoptado el lenguaje chavista de los
derechos sociales, y los ‘ultras’ de derecha que creen que están librando una
batalla apocalíptica.
Los líderes
anti-gobiernistas no pueden suspender sus manifestaciones, no importa lo
violentas que sean, porque eso reduciría su poder. Un regreso a la calma podría
crear un escenario en el que los moderados negocien un acuerdo que no incluya
la total desaparición del chavismo (el único resultado aceptable para los
ultras). Tienen que mantener la confrontación en las calles para conservar su
fuerza.
Los manifestantes se
enfrentan a los agentes de la represión estatal disparando y arrojando piedras
y cocteles Molotov en la esperanza de provocar una reacción violenta que sea
cubierta por las agencias internacionales de noticias. Pero también atacan las
instalaciones de asistencia social del estado, destruyen clínicas de salud e
interfieren con los centros de distribución de alimentos. Una casa de Barinas donde
vivió la familia Chávez fue incendiada hace un mes. El objetivo es claro:
cortar las manos del estado, tanto la derecha (la represiva) como la izquierda
(la social y simbólica), haciéndolo incapaz de funcionar.
Gobierno, oposición y masas en la crisis
Maduro, por su parte,
conserva cierto respaldo, en la calle, en el gobierno y en el ejército. Tiene
bajas tasas de popularidad en las encuestas, aunque no significativamente
inferiores a las de los presidentes de Colombia y del Brasil.
No tiene, sin
embargo, los recursos que tuvo su antecesor pues no solo carece de ingresos
petroleros sino también del carisma arrollador, el humor y la habilidad
política de Chávez. Maduro, incapaz de solucionar la crisis, se ha puesto cada
vez más del lado de las clases privilegiadas y en contra de las masas, sus
fuerzas de seguridad son enviadas regularmente a los barrios a reprimir a los
militantes con la excusa de combatir el crimen. Habiendo perdido sus mayorías
en el Congreso, el gobierno teme que no podrá ganar en elecciones como lo hacía
Chávez y ha cancelado las de gobernadores que han debido tener lugar en
diciembre del año pasado (aunque al parecer están programadas de nuevo).
Maduro ha convocado
una asamblea para escribir una nueva constitución, con el objetivo aparente de
institucionalizar el poder de los movimientos sociales, aunque es improbable
que contribuya a mitigar la polarización del país.
Manifestaciones y
contramanifestaciones son generalmente una indicación de que la historia se
mueve, de que el cambio, de algún tipo, está en camino. Pero Venezuela está
paralizada. Se anuncian negociaciones entre el gobierno y la oposición que
luego son canceladas. El Vaticano dice que mediará y la Organización de Estados
Americanos dice que intervendrá pero nada sucede.
Parece que ambos
lados esperan, con aprensión, a que los barrios populares, donde viven las
clases trabajadoras, den su veredicto.
Las fuerzas anti-gobiernistas los han
llamado a unirse a las protestas, hasta los han impulsado al saqueo y los
disturbios. Pero estas llamadas han sido desatendidas en su mayor parte. Como
lo explica el historiador Alejandro Velasco Chávez se acercó a ellos a un nivel
primario, reconociéndolos como ciudadanos con demandas legítimas y derechos
fundamentales. A cambio de eso ellos salieron una y otra vez a las calles y a
las urnas a defender la revolución bolivariana. Ahora, por el contrario, las
fuerzas antigobiernistas quieren movilizarlos como fuerzas de choque para que
rompan el empate con el gobierno.
Maduro habrá perdido el
respaldo de las masas pero los logros sociales de los buenos días del chavismo
–escuelas, centros de distribución de alimentos, clínicas de salud, centros
diurnos infantiles- todavía están funcionando, aunque en condiciones precarias,
en esos vecindarios y aunque es posible que los habitantes no respalden
activamente al gobierno todavía no están listos para tumbarlo.
Mientras tanto Chávez
muerto sigue, como en vida, por encima de la polarización. De acuerdo con una
encuesta reciente, el 79% de los participantes lo escogieron como el mejor presidente
que el país haya tenido; una mayoría ligeramente menor dijo que había sido el
líder venezolano más democrático y efectivo.
[i] Christopher
Dietrich’s new book Oil
Revolution: Anti-Colonial Elites, Sovereign Rights and the Economic Culture of
Decolonisation (Cambridge, 369 pp., £27.99, June, 978 1 316
61789 2) provides an excellent history of this period.
Tomado de London
Review of Books, Vol. 39 No. 13 ·
29 June 2017, Greg Grandin, Down from the
Mountain, pages 9-12 | 6021 words
Traducción,
edición, subtítulos y referencias bibliográficas de Luis Mejía
12 de julio del 2017
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
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