Wednesday, July 12, 2017

VENEZUELA, PETRÓLEO Y CHÁVEZ


 Índice:

Introducción
La crisis pre-chavista
1992-2007: Chávez y la derrota de la vieja clase dirigente
Chávez y el discurso populista
Sociedad civil a institucionalización
Logros sociales, enriquecimiento de elites, oposición política
Chávez, infancia en un estado de bienestar
Petróleo y régimen de bienestar social en los 60
Caracas y la Academia Militar
Petróleo y la solidaridad tercermundista de los 70
Bonanza petrolera y política económica en los 70
Política petrolera bajo Chávez
Politización interamericana del petróleo
Ignacio Ramonet, periodista y entrevistador
2013: La maldición del petróleo cae sobre Venezuela
La crisis continua desde el 2013
Gobierno, oposición y masas en la crisis


Introducción

La crisis que se ha vivido en Venezuela en los últimos cinco años ha generado un diluvio de publicaciones y comentarios orientados en dos direcciones: en la del gobierno para crear una opinión favorable que le ayude a sostenerse en el poder y en la de la oposición para crear una opinión favorable que la lleve al poder.

En el afán de manipular la opinión pública algunos reporteros y comentaristas pierden objetividad, falsean la realidad y distorsionan los hechos, lo que juega con el deseo de algunos de sus lectores de respaldar al gobierno y de otros de ver triunfar a la oposición. En esta confrontación de deseos sale a perder la verdad que puede ser incómoda para todos.

Cuando uno piensa con el deseo en las crisis causadas por facciones de la clase dirigente que se disputan el poder corre el riesgo de que lo arrastren los generadores de información que repite, amplía y refuerza lo que uno quiere oír. Y por un truco que le juega a uno la mente, uno tiende a confundir lo que quiere creer con lo que está sucediendo.

El ciudadano crítico y el observador independiente no la tienen fácil para evaluar la realidad objetivamente. El sesgo de los informantes, la presión de grupo para que acepten una versión particular de la situación, la imposibilidad de ser testigos presenciales de los hechos, la simpatía que puedan sentir con respecto a los actores o las víctimas de la crisis son algunas de las barreras que encuentran en su camino.

La situación de Venezuela ha despertado pasiones muy fuertes en la opinión pública de los países vecinos. Es entendible. Esos países son gobernados por una clase dirigente tan inepta y torpe como la venezolana en vísperas de la llegada de Chávez al poder. El temor de las clases media y alta de que surja una figura popular que dé al traste con el statu quo es normal: un cambio de facción en el gobierno puede afectar negativamente sus intereses si el nuevo régimen impulsa un equilibrio diferente entre las fuerzas sociales, en la distribución de los recursos económicos, en las personas que se beneficiarán de los privilegios extralegales del poder.

Lo que hay que tener en cuenta, sin embargo, es que las facciones de la clase dirigente se alternan en el poder por la combinación de dos factores: [1] la ambición personal de sus líderes y su habilidad para movilizar a las masas y derrotar a sus rivales y [2] las condiciones objetivas que entre las diferentes clases sociales generan desencanto con el statu quo y deseo de reemplazar a los que en un momento dado manejan el gobierno y la economía. 

Y aquí cabe una nota al margen: no estamos hablando de revoluciones y transformaciones de la estructura política y económica de una sociedad; esos son eventos aleatorios difíciles de predecir y observar. Por el momento, tanto en Venezuela como en sus vecinos lo que podemos ver son rivalidades entre facciones de la dirigencia que se diferencian por las prioridades que prometen imponer en el gasto público.

Por eso, al estudiar la situación venezolana conviene indagar las condiciones que trajeron al país al punto donde está:

- ¿cuál fue el desempeño de quienes dirigieron el gobierno y la economía antes de Chávez?
- ¿qué intereses sociales influyeron en el respaldo o el rechazo a la propuesta de gobierno de Chávez?
- ¿cómo manejaron los opositores las opciones que tenían para hacerle contrapeso a Chávez?
- ¿tuvieron las masas razones válidas para apoyar a Chávez y rechazar la propuesta de gobierno de sus opositores?
- ¿cuál ha sido el desempeño de quienes han manejado el gobierno y la economía a partir de la muerte de Chávez?
- ¿qué poder de movilización de las masas tienen el gobierno actual y sus opositores?

El siguiente artículo, de Greg Grandin, profesor de historia de New York University (Universidad de Nueva York), publicado en London Review of Books (Revista Londinense de Reseñas Bibliográficas), gira alrededor de unas entrevistas que el periodista español Ignacio Ramonet le hizo a Hugo Chávez y agrega información que contextualiza la Venezuela de antes y después del gobierno de este.  Este texto tiene el propósito de informar a un público intelectualmente curioso y exigente pero sin interés personal en la crisis del país. Trata de darles voz a los distintos actores del conflicto y es, en general, imparcial. Sin más, dejo a mis lectores en compañía de Grandin.


BAJANDO DE LA MONTAÑA: CHÁVEZ Y VENEZUELA

(Reseña bibliográfica de Chávez: My First Life by Hugo Chávez and Ignacio Ramonet, translated by Ann Wright, Verso, 544 pp, £30.00, August 2016, ISBN 978 1 78478 383 9)

La crisis pre-chavista

A fines del siglo pasado el viejo orden constitucional de Venezuela que había rotado el poder entre dos partidos ideológicamente indistinguibles estaba a punto de desaparecer. La crisis había empezado décadas atrás, en 1983, cuando  cayó el mercado mundial del petróleo.

Entonces, como ahora, las exportaciones de petróleo generaba la mayor parte de los ingresos  del estado venezolano. Para ese momento el país se había urbanizado: de sus 19 millones de habitantes 16 vivían en las ciudades, la gran mayoría por debajo del umbral de la pobreza, muchos en la indigencia. La mayoría de los pobres urbanos residían en tugurios construidos en las montañas que rodean a Caracas donde viven los más pudientes.

En 1989 el gobierno trató de resolver la crisis causada por los bajos precios del petróleo con un programa de austeridad negociado con el FMI. La austeridad movilizó a los pobres, que bajaron a la ciudad a protestar. Siguieron tres días de disturbios y saqueos. Según algunos testigos los militares mataron a más de mil personas, pero este número es discutido y nunca ha habido un recuento oficial. 

El Caracazo, como se llamó la protesta, marcó el inicio de la oposición -creciente en la América Latina- a la ortodoxia económica que se impuso después de la década del 70. Esta ortodoxia sostenía que la clave del desarrollo se encontraba en tasas altas de interés, tarifas de importación bajas, privatización de industrias, debilitamiento de las leyes laborales y gasto social restringido. El Brasil, la Argentina, el Ecuador, Bolivia, Uruguay, Chile y El Salvador eventualmente eligieron gobiernos que trataron de encontrar una salida a las restricciones neoliberales. Pero Venezuela fue la primera.

1992-2007: Chávez y la derrota de la vieja clase dirigente

En 1992 Hugo Chávez, un oficial de carrera del ejército, había figurado entre los cabecillas de una rebelión militar. La rebelión fracasó y él terminó en la cárcel convertido en héroe. Muchos, especialmente entre los venezolanos pobres, lo veían como ajeno a la clase dirigente y por eso capaz de ponerle fin a la bacanal de corrupción, escándalo y endeudamiento de las clases políticas.

Chávez quedó en libertad en 1994 y ganó las elecciones de 1998 con una abrumadora mayoría. Todavía no se había declarado socialista públicamente. Pero los dirigentes tradicionales de Venezuela, de ambos partidos, interpretaron su invocación de un vago bolivarianismo –en memoria de Simón Bolívar, para dar a entender su compromiso con un programa de anti-imperialismo y reforma doméstica- como una amenaza.

La vieja élite del país había perdido el control del ejecutivo con la elección de Chávez pero el servicio civil, la rama judicial, la burocracia y la industria oficial petrolera, así como algunos sectores militares, seguían intactos e independientes y le servían de base a la reacción.

Chávez se vio reducido a una acción de retaguardia durante los primeros años de su presidencia. En abril del 2002 sobrevivió un golpe aprobado por los Estados Unidos. Fue restablecido en su cargo dos días más tarde, en buena parte por la protesta de miles de sus simpatizantes.

Poco más tarde la élite empresarial del país en un esfuerzo por bloquear el plan chavista de usar las ganancias de las exportaciones petroleras para financiar programas sociales convocó a un paro de propietarios y la producción de petróleo paró. Se estima que el PIB cayó un 27% y la popularidad de Chávez se fue al piso. Pero a principios del 2003 el paro había fracasado y Chávez pudo usar las ganancias del petróleo para financiar sus ambiciosas iniciativas de salud, educación y vivienda.

El último intento real de la oposición para salir de Chávez fue el referendo revocatorio en agosto del 2004. Habiendo recuperado su popularidad Chávez ganó con el 58% del voto. En las elecciones regionales posteriores su coalición de partidos izquierdistas de muchos matices ganó 20 de las 22 gobernaciones y 270 de las 337 municipalidades. Dos años más tarde, en el 2006, Chávez fue reelegido una vez más: ganó en todos los estados con más del 62% del voto nacional.

De los golpistas del 2002 solo un pequeño grupo fue a la cárcel por un tiempo. Algunos –pocos- optaron por el exilio. Pero no hubo una persecución en gran escala de enemigos del estado aunque el intento de tumbar un gobierno elegido democráticamente había dejado varios muertos.

Sin embargo, una vez estabilizado el gobierno Chávez hizo lo posible por neutralizar el poder institucional de sus adversarios.  Puso simpatizantes en la Corte Suprema y empezó a reprimir la prensa corporativa que había aplaudido el golpe y servía de apoyo a la oposición. En el 2007 en ejercicio de su derecho para regular las comunicaciones audiovisuales el gobierno se negó a renovar la licencia de transmisión de Radio Caracas Televisión, obligándola a salir del aire, lo que fue criticado por Human Rights Watch y el departamento de estado de Estados Unidos.

Chávez y el discurso populista

De ahí en adelante Chávez fue desarrollando todos los atributos que los politólogos asocian con el  autoritarismo. Eliminó, por mera conveniencia política, el sistema institucional de vigilancia y revisión mutua entre las ramas del poder público y en discursos de colorida exageración satanizó a sus enemigos tanto domésticos como en Washington. Acrecentaba su arraigo en las masas en manifestaciones donde arengaba a sus seguidores, en camisas rojas, con discursos cargados de exclamaciones y lemas coreados por la multitud. Gobernaba como si estuviera en medio de una larga campaña electoral.

En este sentido Chávez cae dentro de la vieja tradición populista de América Latina. Lo que hace a su gobierno único y duradero a pesar de su populismo es que nunca cambió de curso. En eso se diferencia de todos los políticos importantes de América Latina que en el siglo XX movilizaron las reivindicaciones de clase para llegar al poder y que se movieron rápidamente hacia el corporativismo de derecha.

Así, Getulio Varga tomó posesión como presidente del Brasil en 1930 y en los cinco años siguientes eliminó el sector de izquierda más importante de su coalición y consolidó su poder para crear algo que se aproximaba a un estado fascista.

Después de su elección en la Argentina en 1946 Juan Perón actuó aún más rápidamente contra las demandas de la clase obrera que habían impulsado su ascenso al poder. Luego de su desafortunado regreso del exilio en España en 1973 Perón dio su respaldo a los escuadrones de la muerte, apoyando una campaña de asesinatos contra sus propios seguidores.

En 1990 Alberto Fujimori usó su status de forastero para llegar a la presidencia del Perú en una oleada de indignación popular, pero de inmediato puso en acción un riguroso programa de austeridad neoliberal  y creó un estado policial.
Chávez fue la excepción. Nunca, en los 14 años que duró su régimen -hasta el 2013, cuando el cáncer acabó con su vida-, reprimió de manera consistente a sus seguidores.  Aunque el chavismo actuaba con mano dura en lo electoral y lo institucional sus relaciones con los movimientos sociales se mantuvieron sorprendentemente democráticas.

Sociedad civil a institucionalización

Las bases de su respaldo popular eran heterogéneas y heterodoxas. El chavismo fue un movimiento anárquico de miles de seguidores  agrupados de la base hacia arriba. Representaba lo que algunos científicos políticos han llamado “movimientos sociales nuevos”, distintos de los movimientos sindicales tradicionales de obreros y campesinos. Incluía habitantes de la ciudad y el campo, asociaciones comunitarias para la promoción de los medios y la cultura, asociaciones de campesinos, sindicatos, comunidades cristianas asociadas con los remanentes de la teología de la liberación, activistas de justicia económica y ambiental, cooperativas de empleados.

Durante su gobierno Chávez hizo múltiples propuestas organizacionales –círculos bolivarianos, consejos comunitarios, comunas, etc.- para tratar de encauzar y coordinar la variedad de sus seguidores. Pero en ningún momento trató seriamente de integrar estos movimientos en la estructura del estado o en un partido, y mucho menos ponerlos bajo su mando.

Después de su reelección en el 2006 inspiró la fundación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) que en su concepción ideal habría unido las diversas facciones revolucionarias de la élite y las masas en un movimiento similar al del Partido Revolucionario Institucional de México. Más de diez años después de su creación el PSUV es más que todo un vehículo desprestigiado de beneficio para los burócratas del partido mientras que los movimientos sociales que le dieron fuerza al chavismo permanecen en su mayoría por fuera de sus estructura.

Chávez tenía una buena base de legitimidad política y moral en la época de su toma de posesión en 1999 aunque poca autoridad administrativa formal y realmente nunca trató de establecerla. Una vez asumió control de los recursos petroleros su gobierno decidió ejecutar sus iniciativas de desarrollo y bienestar social a través de una miríada de organizaciones nuevas llamadas misiones, establecidas para eludir la burocracia existente. Por ejemplo, Misión Vivienda reconocía los derechos y títulos de quienes residían en unidades de vivienda pública, pero una misión diferente ayudaba a legalizar las invasiones irregulares de propiedad raíz. Cuidado de los niños, reforma agraria y derechos de las poblaciones indígenas tenían sus propias misiones.

Hubo misiones para ayudar a la gente a regresar al campo, para desacelerar la inmigración urbana y para agilizar el reconocimiento de ciudadanía de los inmigrantes colombianos. No había problema social que al parecer no pudiera ser manejado sin crear una nueva misión, fuera salud neonatal, discriminación de los indígenas o alfabetización. Todas estas organizaciones combinadas tenían el propósito de  estimular la participación cívica o crear una cultura de democracia participativa o “democracia protagonista”.

Logros sociales, enriquecimiento de elites, oposición política

En todo momento Chávez enfatizaba la diferencia que había entre sus programas redistributivos y los de sus predecesores. En Mi primera vida, una serie de entrevistas que hizo con Ignacio Ramonet entre el 2008 y el 2011, Chávez se refirió desdeñosamente a los subsidios pagados con el petróleo en los años 70 diciendo que no pasaron de ser “un par de bloques de concreto, una hoja de hierro corrugado, una bolsa de comida, unos centavos. Populismo”. 

Los logros sociales del chavismo en su apogeo -desde aproximadamente el 2005 hasta la última reelección de Chávez en el 2012- fueron espectaculares: mayor empleo, mejor alimentación, incrementos en la tasa de alfabetización y en la esperanza de vida, vivienda mejor y más abundante. Pero el sistema de misiones independientes financiadas con el petróleo creó nuevas fuentes de desperdicio al mismo tiempo que la burocracia estatal perdía influencia.

Chávez atacaba a sus oponentes en sus discursos. Los derrotó en las urnas más de una docena de veces. Y dejó que se enriquecieran. Los ingresos del petróleo le permitieron darse un lujo que ningún otro populista latinoamericano ha disfrutado: pudo posponer indefinidamente la represión necesaria para tranquilizar a los inversionistas privados. A diferencia de Vargas y Perón nunca lo hizo. Mientras los precios se mantuvieran altos el estado podía satisfacer a todos sus grupos de interés.

Con todo, el odio de la élite a Chávez era inmanejable. La visión que ellos tenían de Venezuela estaba basada en una economía liberal sin discursos regañones de virtudes bolivarianas; ellos querían una economía basada en las leyes del mercado libre, con centros comerciales bien surtidos, crédito fácil, cajeros automáticos en buen funcionamiento, buenos restaurantes, servidumbre doméstica barata y visitas rápidas a Miami. Nunca aceptaron la legitimidad de Chávez o la validez de las elecciones que él y sus seguidores ganaban una y otra vez.

Sin embargo, la burguesía en general siguió libre de acumular riqueza –a pesar de las apariencias el sector privado se expandió durante el gobierno de Chávez- y los militares y los burócratas tuvieron libertad para aprovechar sus posiciones para hacer dinero. Todo esto sucedía al mismo tiempo que sus seguidores creían que estaban haciendo la revolución.

Hoy en día Venezuela está en medio de una crisis de gran tamaño al tiempo que todo lo que Chávez ayudó a construir se está viniendo al suelo. Para entender cómo se llegó a este punto, para entender el ascenso espectacular de Chávez y la caída igualmente espectacular de Venezuela, es conveniente saber algo de sus antecedentes. También conviene saber algo de su petróleo.

Chávez, infancia en un estado de bienestar

Chávez nació en 1954 en Sabaneta, un pueblo de los Llanos, la sabana inmensa que se extiende de los Andes hacia el sur. El petróleo, que fue descubierto en Venezuela en 1914 y desde entonces ha intoxicado la política del país, se encuentra hacia otra parte, en el norte, alrededor del Lago de Maracaibo, o en el oriente, a lo largo del río Orinoco. En Mi primera vida Ramonet describe a Sabaneta como el ‘Macondo íntimo’ de Chávez. El pueblo parece tan remoto y distante de los destinos nacionales y las preocupaciones del mundo como el lugar ficticio de García Márquez.

Hay otros ecos de Cien años de soledad en las preguntas de Ramonet y las respuestas de Chávez, especialmente en lo relacionado con los primeros años de este. Hay un patio lleno de árboles tropicales con cuyos frutos Chávez preparaba dulces que vendía en las calles polvorientas; hay tecnología mágica, como el cine y la iluminación de las calles; hay comerciantes árabes, mujeres recias y sobre todo hombres ausentes. Y según Chávez su genealogía –más barroca que la de la novela de García Márquez- incluye ancestros amerindios, africanos y españoles.

Chávez creció durante los prósperos años 60. La ‘Venezuela saudí’ estaba ‘inundada de petróleo’.  Venezuela era la excepción en una América Latina que sucumbía a la radicalización y represión de la Guerra Fría. Los politólogos estadounidenses la consideraban un modelo de gobierno estable y desarrollo equitativo. Los dos partidos principales –Copei, demócrata cristiano, y Acción Democrática, social demócrata - usaron los ingresos del petróleo entre 1959 y 1968 para alimentar lo que por un tiempo fue un sistema efectivo de clientelismo.

Petróleo y régimen de bienestar social en los 60

Chávez tenía unos doce años cuando su numerosa familia –padre, madre, abuela, tío, hermanos- se mudó a Barinas, una adormilada ciudad provincial, donde vivieron en una urbanización popular con ‘calles asfaltadas, servicio de agua, energía eléctrica’, financiada por un banco obrero con fondos petroleros. “Lo cual representaba, para nosotros, un salto social, un ascenso”, dice Chávez y agrega: “Comencé como una adaptación”.

Muchos de los hombres de Barinas se iban a Maracaibo a trabajar en los pozos petroleros, de donde enviaban sus ingresos a sus familias. El padre de Chávez, demócrata cristiano por años, trabajaba para el estado enseñando en una escuela pública. Adán, su hermano mayor, que más tarde influyó en sus actividades políticas, se convirtió en un activista ‘hippy’ en la universidad y desarrolló contactos con varias organizaciones de la Izquierda Nueva que trataba de romper el duopolio partidista.

Chávez se formó bajo la influencia de un estado de bienestar que el petróleo había hecho posible. “Yo fui un niño muy feliz”, dice él. El resentimiento de clase no fue lo que inspiró su condena de la oligarquía venezolana. “Era pobre”, dice, pero tenía comida, ropa, techo, escuela, servicios médicos y estímulos para salir adelante.  Pasó su juventud en un mundo idílico –“vendiendo frutas, volando papagayos [cometas o papalotes] hechos con periódicos viejos, yendo con mi padre a pescar al río, jugando pelota de goma en la calle”- sostenido por el petróleo.

En países importadores de petróleo los niños de provincia de una clase social parecida a la suya eran aún más pobres -en Colombia, país fronterizo, en América Central, en el Caribe- y tenían menos oportunidades en sus vidas. Aún así Chávez solo hace una mención ocasional del petróleo cuando habla de sus primeros años. La materia prima que por muchos años ha hecho posibles otras cadenas de materias primas no deja de ser una abstracción lejana en sus recuerdos. Los Llanos, para usar la referencia de Ramonet, fue un Macondo sin plantaciones.

El petróleo, al contrario del banano en Macondo, al menos al principio de la vida de Chávez, no destruía la comunidad. Daba trabajo y la asistencia social que financiaba en las ciudades alejadas de su bonanza, como Sabaneta y Barinas, hacía que estas vivieran como si estuvieran aisladas en el tiempo. Pero esto era solo una ilusión.

La economía del petróleo, que removía el exceso de población rural, creaba al mismo tiempo un flujo de ingresos representados en remisiones de salarios y servicios públicos. La baja densidad poblacional mitigaba la estratificación de clase y la miseria extrema que se veía en otras partes de Venezuela, especialmente en sus congestionadas ciudades; por eso los llaneros que no emigraron pudieron seguir viviendo de manera tradicional.

“Me gustaba el circo. Llegaba todos los octubres. Y me llenaba de felicidad. Mi abuela me decía: «Del dinero de las ventas, compre la entrada». Me encantaban las trapecistas…”, recuerda Chávez.

Caracas y la Academia Militar

Para conocer un mundo afectado más directamente por el petróleo tuvo que irse de los Llanos. A los 17 años se enlistó en el ejército y viajó a Caracas a estudiar en la Academia Militar. Se sintió aturdido cuando vio por primera vez la geografía de la ciudad, “literalmente cercada por un gigantesco cinturón de miseria derramándose por las colinas“.

Todas las expresiones de poder y riqueza de la nación se vivían abajo, en el asfalto y el cemento del valle donde se asentaba la ciudad propiamente dicha: los intermediarios del petróleo, los que movían el dinero  en los distritos comerciales, los cadetes desfilando en la academia militar que pronto atendería, los aviones despegando y aterrizando en la base aérea La Carlota, la congestión alrededor del palacio presidencial de Miraflores -su futuro hogar-, y el movimiento constante de los trabajadores de la construcción levantando un edificio tras otro para oficinas y residencias de lujo.

No importa qué tan mal esté la economía, en Caracas las grúas nunca paran. “Lo entendí más tarde” dice Chávez, y le da a Ramonet un curso breve sobre lo que se conoce como la maldición del petróleo: a medida que el petróleo comenzó a dominar la economía nacional los mayores ingresos revaluaron la moneda hasta el punto de que era más barato importar la comida y las mercancías que antes se producían domésticamente. Las granjas quedaron abandonadas, crecieron las ciudades y el sistema de bienestar social creado por el estado bipartidista no alcanzaba a cubrir todas las necesidades.

Le dice a Ramonet: “Me quedé aterrado cuando descubrí aquella masa de pobreza… No me imaginaba que, en Venezuela, uno de los países más ricos del continente, pudiese existir una miseria tan insondable. Poco después empecé a preguntarme qué tipo de democracia era ésa, que empobrecía a una mayoría y enriquecía a una minoría. Me pareció injusto”.

Petróleo y la solidaridad tercermundista de los 70

En este momento, cuando el mundo está al borde de una catástrofe climática causada por el petróleo, es difícil imaginar que Chávez creció en una época en la que muchos creían que el petróleo podría dar una solución progresista a muchos de los problemas globales. Precoz y apolítico cuando empezó de cadete en 1971, Chávez era un revolucionario comprometido cuando se graduó cuatro años más tarde. Durante ese periodo el precio del barril de petróleo venezolano había subido de US$2,93 a US$14,06 y los ingresos que generaba pasaron de US$1.400 millones a US$9.000 millones.

En 1975, último año de Chávez en la Academia Militar, el presidente social-demócrata Carlos Andrés Pérez nacionalizó los activos  domésticos de Exxon, Shell y Mobil para crear la empresa estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA).
Por esa época Pérez dijo en la ONU que las ganancias del petróleo deberían usarse para reformar la economía política global y que “la construcción de un nuevo orden económico internacional se impone como un desideratum para la paz”.

Se ha discutido mucho la idea de la “democracia del carbón”, el término usado por el politólogo Timothy Mitchell para resumir su tesis de que lo que conocemos como democracia moderna de masas fue posible por el petróleo barato y abundante. Igualmente importante en la década de los 70 fue la “solidaridad del carbón” o la idea de que las naciones débiles deben usar el petróleo como un instrumento de poder frente a las más fuertes.

Un año antes, en 1974, la Asamblea General de la ONU había aprobado el documento fundacional del nuevo orden, la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, que incluía el derecho de los gobiernos de nacionalizar industrias y negociar colectivamente para fijar los precios de materias primas básicas, crear una estructura global tarifaria que diera tratamiento preferencial a los países pobres y transferir tecnología y conocimientos científicos de las naciones más desarrolladas a las menos desarrolladas.

El clamor por un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI) fue un fenómeno mundial gracias al desmonte del colonialismo en la postguerra y al surgimiento del Movimiento de Países No Alineados. Pero sus orígenes intelectuales se encuentran en el bolivarianismo, el ideal latinoamericano según el cual la soberanía política carece de sentido si no está acompañada de soberanía económica.

Venezuela fue clave en convertir esta idea regional en parte aceptada del derecho internacional y fue uno de los miembros fundadores con influyentes de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Uno de sus diplomáticos más importantes, Manuel Pérez Guerrero, fue nombrado en 1969 director del  Consejo para el Desarrollo Económico y Comercial de la ONU que elaboró gran parte de las justificaciones legales para el NOEI.

Bonanza petrolera y política económica en los 70

‘Eso está barato, dame dos’, era una frase asociada con la bonanza del petróleo en los años 70 y 80, cuando los venezolanos acomodados gastaban libremente en importaciones. Pero también se podría usar para describir la posibilidad de consumir al estilo estadounidense y de compartir la solidaridad bolivariana tanto en el idealismo del NOEI como en la corrupción.

En 1974 el Congreso de Venezuela confirió poderes especiales al presidente Pérez que le daban discreción absoluta para legislar y gastar. Él nacionalizó industrias, limitó la participación extranjera en la banca y el comercio y lanzó un programa masivo de industrialización controlada por el estado. El dinero corría en abundancia e irresponsablemente hacia proyectos que eran con frecuencia caprichosos, inútiles y corruptos.

Le dijo Chávez a Ramonet que Pérez presidió la oleada de corrupción más grande que se recuerde: “Todo aquel que tenía una pequeña parcela de poder se puso a robar descaradamente”, y “los negocios sucios, con la complicidad de los gobernantes, enriquecían aún más a los ricos que amontonaban fortunas colosales, mientras los pobres, del dinero del petróleo, sólo recibían migajas”.

Al mismo tiempo, sin embargo, Pérez prometía poner el petróleo de Venezuela “al servicio de América Latina, al servicio de la humanidad” para acabar “hasta con los últimos rastros de colonialismo” y convertir al socialismo en una “realidad planetaria”.

Durante los años de la prosperidad petrolera la política internacional de Venezuela abogaba por la remisión de la deuda extranjera, el desarme nuclear, la terminación de la carrera armamentista, el acceso de Bolivia al mar, el levantamiento del embargo estadounidense a Cuba y la creación de un Sistema Económico Latinoamericano libre de la influencia de los Estados Unidos. Pérez propuso que se usara la OPEP como “un instrumento de negociación para la construcción del Nuevo Orden Económico Internacional”.

Nada de esto se hizo. OPEP era al mismo tiempo un producto de NOEI y su enemigo. Los países en desarrollo han argumentado por décadas que la soberanía política requiere control sobre los recursos dentro de sus fronteras. OPEP entendía este argumento pero lo minó al poner a prueba la débil unidad del tercer mundo al dividirlo entre países exportadores y países importadores de petróleo. Cada aumento en los precios del petróleo forzaba a los países importadores a endeudarse más para satisfacer sus necesidades energéticas. Con cada petrodólar depositado en los bancos de Nueva York se apreciaba la moneda estadounidense y crecía la deuda en dólares que los países pobres habían adquirido con esos bancos.

Una exigencia básica de los reformistas del NOEI era entonces la de socializar los petrodólares y usarlos para capitalizar un fondo público –un “Banco del Sur” administrado por el FMI o la OPEP- que subsidiara las necesidades energéticas de la gran mayoría de los países no productores de petróleo; operaría también como un colchón que moderara las fluctuaciones en el precio de otras materias primas.

Los países productores de Medio Oriente echaron para atrás. La Arabia Saudí y el Irán prerrevolucionario respaldaron el NOEI de dientes para afuera pero rehusaron hacerlo con su poder petrolero. No permitieron que su valiosa materia prima se usara como ficha para negociar aumentos en el precio de otros recursos naturales ni se comprometieron a la creación de un banco público capitalizado con los recursos del petróleo.  En su lugar Riad y Teherán aportaron una miseria al ‘fondo especial’ de OPEP y a la “línea de crédito petrolero” del FMI mientras establecían relaciones más cercanas con Washington, gastaban el grueso de sus petrodólares en la compra de armamentos por miles de millones de dólares y depositaban el resto en bancos privados[i].

Venezuela trató de actuar sola. A principios de los 80 el sucesor de Pérez, Luis Herrera Campíns, continuó distribuyendo millones de petrodólares entre los países más pobres de América Latina y el Caribe -El Salvador, Guatemala, Panamá, Honduras y la República Dominicana-. Por un tiempo estos subsidios ayudaron a que rezagos de la Nueva Izquierda conservaran el poder en la región a mantenerse en el poder. Así sucedió en Jamaica bajo su primer ministro social-demócrata Michael Manley y en Nicaragua después de la revolución sandinista de 1979. Pero para 1982 los precios del petróleo habían bajado drásticamente y el sistema bipartidista venezolano había empezado su largo proceso de desmoronamiento.

Por eso la mejor manera de entender a Chávez es verlo como el heredero de los ideales y el intento quijotesco del NOEI de usar el petróleo para inducir reformas.

Política petrolera bajo Chávez

En el momento de su toma de posesión a principios de 1999 los precios del petróleo eran unos de los más bajos en la historia y Venezuela estaba a punto de salirse de OPEP. PDVSA, la compañía petrolera oficial, estaba en manos de un grupo de administradores técnicos que la habían convertido efectivamente en una agencia de intermediarios dedicados a expedir fáciles licencias de explotación a las compañías extranjeras para operar en varios campos petrolíferos. Habían abierto la compañía a la inversión extranjera y sus ingresos los invertían en el extranjero para ponerlos lejos del tesoro público.  Le habían dado a PDVSA la misión de despolitizar el petróleo, reduciéndolo a mera materia prima sujeta a las leyes de la oferta y la demanda internacionales, matando de una vez por todas el ideal bolivariano.

Chávez sabía que la mejor manera de tomar el control de los ingresos del petróleo era restablecer la influencia de OPEP. A principios del 2001 su primer ministro de petróleo, Alí Rodríguez Araque, fue elegido secretario general de la organización y logró una unidad entre los países exportadores que no se veía desde la primera mitad de la década de los 70.

Los países de OPEP no solo se pusieron de acuerdo para reducir la producción de crudo sino que le dieron a Rodríguez una autoridad sin precedentes para  decidir las metas de producción futura según lo creyera conveniente sin tener que consultar a la organización en conjunto. México, que no era miembro, también se comprometió a respetar las cuotas de producción. Los precios del petróleo comenzaron a surgir lo que ayudó a Chávez a tomar control de PDVSA y a neutralizar los intentos de deponerlo.

Politización interamericana del petróleo

En el periodo posterior al 2006 Chávez se empeñó en recrear el espíritu de solidaridad del tercer mundo con la ayuda de gobiernos progresistas en el Brasil y la Argentina.  Como lo había hecho Pérez antes que él, patrocinó organizaciones internacionales -la Unión de Naciones Suramericanas, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, Petrosur y el Banco del Sur-, que tenían el propósito de consolidar la integración latinoamericana sin la influencia de Washington.

Tanto la fundación en el 2005 de la cadena internacional de noticias Telesur como el esfuerzo permanente de Chávez de desarrollar medios ‘comunitarios’ alternativos para competir con los medios comerciales corporativos seguían de cerca las recomendaciones  que había hecho la Unesco a fines de los años 70. El ‘nuevo orden informativo mundial’ se consideraba una extensión del NOEI y tenía el propósito de romper el monopolio de noticias de las agencias de prensa del primer mundo y el monopolio de cultura que tenían las cadenas corporativas privadas. En este punto conviene recordar que en los años 70 Pérez tuvo que renunciar a sus planes de establecer una red nacional pública de radio y televisión debido a la oposición de las emisoras privadas.

Chávez también revivió los mecanismos que le permitían a Venezuela enviar petróleo a países pobres, lo que hizo sin violar los topes de precios y cuotas de producción de la OPEP. Estos mecanismos incluían ventas a crédito, acuerdos de trueque y préstamos a largo plazo y bajo interés para financiar las transferencias de petróleo.

Petrocaribe fue fundada a a mediados del 2005 para administrar el programa. Un año después había procesado mil millones de dólares en financiación de compras de petróleo, una cantidad equivalente a los préstamos ofrecido por el Banco Interamericano de Desarrollo con sede en Washington.

La repolitización del petróleo lograda por Chávez enfureció a los Estados Unidos: neoconservadores y neoliberales estadounidenses por igual consideraban que esa era una reliquia del pasado superada con el fin de la Guerra Fría. Los gobiernos de George W. Bush y Barak Obama presionaron a varios países para que no hicieran negocios con Petrocaribe.

En el 2006, por ejemplo, el Departamento de Estado impidió que Haití tomara una  línea de crédito a 25 años, al 1% de interés, para comprarle diésel y gasolina sin plomo a Venezuela, aunque, como la embajada de los Estados Unidos en Puerto Príncipe reconoció, Haití hubiera economizado cien millones de dólares al año y se hubiera protegido de subidas bruscas de precio que le harían daño a su vulnerable economía. Por este tiempo hubo un momento en que Venezuela estuvo enviando ayuda petrolera al Bronx y a Boston.

Ignacio Ramonet, periodista y entrevistador

Mi primera vida termina con la elección de Chávez en 1998, en vísperas de su Revolución Bolivariana. Ramonet es un entrevistador que se toma su tiempo, regresando una y otra vez a ciertos temas, demorándose en los detalles de algunos episodios bien conocidos de la historia de Chávez. Un tema recurrente, por ejemplo, es la manera como mantuvo su movimiento activo mientras estaba en la cárcel.

Desafío para el Sur fue uno de los numerosos libros que Chávez leyó en la cárcel. Este es un  reporte preparado por una comisión que incluía a muchos economistas y políticos del tercer mundo de los años 70, entre ellos Pérez. Presidida por Julius Nyerere, quien había sido presidente de Tanzania durante los días más álgidos de desarrollo radical, la comisión tenía el propósito de mantener vivo el espíritu crítico del NOEI frente al ataque neoliberal.

El reporte aceptaba que había muy pocas probabilidades de éxito, pero Chávez avivó la llama: “… yo —aún hoy— lo cargo siempre conmigo, tomo notas, lo releo, lo reviso… Sus propuestas extraordinarias, después de veinte años, están más vigentes que nunca”. Ese libro, dice Chávez, lo inspiró para promover todas esas instituciones internacionales -Telesur, Banco del Sur, Petrosur, Unasur- para darle poder y voz al ‘Sur’.

Mi primera vida es parecida a unas conversaciones similares que Ramonet tuvo con Fidel Castro, cuando este estaba en sus ochentas, poco antes de que la enfermedad lo obligara a entregar el poder a su hermano. Las entrevistas en Fidel Castro: Biografía a dos voces (publicadas en inglés bajo el título de My Life) son introspectivas, irónicas y con frecuencia nostálgicas. Mi primera vida es más didáctica.

2013: La maldición del petróleo cae sobre Venezuela

Su muerte estaba cercana aunque él todavía no sabía que estaba enfermo. Él narra su ascenso, en conversaciones que tuvieron lugar en la cúspide de su popularidad, sin sospechar que todo podía ser para nada. Chávez murió el 5 de marzo del 2013 y los precios del petróleo, como si hubieran sido liberados de alguna obligación, se fueron abajo. La economía venezolana empezó a desintegrarse.

Solo cinco años atrás el país estaba cumpliendo muchos de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU. Las tasas de pobreza, desigualdad, analfabetismo, mortalidad infantil y desnutrición habían sido reducidas drásticamente. Las noticias de este momento hablan de mortalidad infantil descontrolada, de venezolanos pasando hambre y escapando por tierra a Colombia o por mar a Curazao. Enfermedades que no se veían por décadas han regresado, como la difteria. Las tasas de vacunación han bajado, los hospitales carecen de guantes y jeringas, los pacientes de cáncer y VIH compran sus medicinas en el mercado negro y los quirófanos están tan sucios que pueden usarse de escenarios para películas de horror.

La ‘maldición del petróleo’ que Chávez pronosticó pero mantuvo alejada ha regresado con fuerza: la abundancia de dólares durante los años de bonanza aumentó la dependencia de bienes importados, que ahora no están al alcance del bolsillo o no existen. El control de precios contribuye a la parálisis de la industria doméstica pues fábricas que hasta hace poco funcionaban, con subsidios del gobierno frecuentemente, ahora están paradas. Una tasa de cambio fija, artificialmente sobrevaluada por un gobierno comprometido a pagar su altísima deuda pública, estimula el mercado negro de dólares acelerando la inflación y la depreciación.

El consenso que Chávez pudo lograr dentro de OPEP ha desaparecido, en gran parte por la competencia que representa el gas natural. La compañía estatal petrolera de México, Petróleos Mexicanos, está siendo privatizada, de manera muy parecida a lo que pasó con PDVSA antes de que Chávez parara el proceso. Petrocaribe sigue adelante con dificultades aunque la República Dominicana y Jamaica se han retirado recientemente.

Después del terremoto devastador del 2010 en Haití Chávez anunció que Venezuela condonaría la deuda que este país tenía con Petrocaribe, casi US$400 millones. Dijo: “Haití no le  debe a Venezuela. Al contrario, es Venezuela la que tiene una deuda histórica con Haití”, refiriéndose a la ayuda que Simón Bolívar recibió de Haití en la lucha contra España dos siglos antes. Pero luego de enviar una importante cantidad de petróleo gratis para ayudar a la reconstrucción, Petrocaribe volvió a financiarle sus compras de petróleo, y deuda es deuda, no importa qué tan  bajos sean los intereses o qué tan largo sea el plazo. Hoy en día Haití le debe a Venezuela más de mil millones de dólares, que Caracas no está en capacidad de condonar. PDVSA está endeudada y prácticamente quebrada.

La crisis continua desde el 2013

Políticamente Venezuela está paralizada. Nicolás Maduro, un aliado de muchos años de Chávez, cuya familia viene de clase obrera sindicalista, ganó la presidencia en abril del 2013 por un margen de 1,5%, lo suficientemente pequeño como para permitirle a la oposición lanzar una vez más su campaña de desestabilización. Sin ninguna evidencia la oposición alegó fraude y convocó a manifestaciones que se hicieron violentas. Ocho chavistas fueron asesinados. Unos pocos meses después, en 2014, las protestas callejeras resultaron en la muerte de más de 40 personas, la mayoría chavistas o empleados del gobierno. 

Tres años de crisis económica continua han profundizado las antiguas desigualdades. Mientras hacen cola por horas frente a los almacenes del gobierno esperando los productos necesarios básicos, las gentes pobre en los vecindarios marginales de las colinas pueden ver las grúas moviéndose sin parar en los vecindarios ricos; los inversionistas, que se benefician de una moneda sobrevaluada, están financiando una bonanza de la construcción similar a la que Chávez describió cuando llegó por primera vez a Caracas a principios de 1970.

Se vive un nuevo ciclo de manifestaciones y contra-manifestaciones que han resultado hasta el momento en aproximadamente otras 60 muertes de manifestantes de ambos lados. La violencia en Venezuela se alimenta sola. La oposición, que todavía está dirigida por las élites económicas y políticas, está dividida entre ‘moderados’, muchos de los cuales han adoptado el lenguaje chavista de los derechos sociales, y los ‘ultras’ de derecha que creen que están librando una batalla apocalíptica.

Los líderes anti-gobiernistas no pueden suspender sus manifestaciones, no importa lo violentas que sean, porque eso reduciría su poder. Un regreso a la calma podría crear un escenario en el que los moderados negocien un acuerdo que no incluya la total desaparición del chavismo (el único resultado aceptable para los ultras). Tienen que mantener la confrontación en las calles para conservar su fuerza.

Los manifestantes se enfrentan a los agentes de la represión estatal disparando y arrojando piedras y cocteles Molotov en la esperanza de provocar una reacción violenta que sea cubierta por las agencias internacionales de noticias. Pero también atacan las instalaciones de asistencia social del estado, destruyen clínicas de salud e interfieren con los centros de distribución de alimentos. Una casa de Barinas donde vivió la familia Chávez fue incendiada hace un mes. El objetivo es claro: cortar las manos del estado, tanto la derecha (la represiva) como la izquierda (la social y simbólica), haciéndolo incapaz de funcionar.

Gobierno, oposición y masas en la crisis

Maduro, por su parte, conserva cierto respaldo, en la calle, en el gobierno y en el ejército. Tiene bajas tasas de popularidad en las encuestas, aunque no significativamente inferiores a las de los presidentes de Colombia y del Brasil. 

No tiene, sin embargo, los recursos que tuvo su antecesor pues no solo carece de ingresos petroleros sino también del carisma arrollador, el humor y la habilidad política de Chávez. Maduro, incapaz de solucionar la crisis, se ha puesto cada vez más del lado de las clases privilegiadas y en contra de las masas, sus fuerzas de seguridad son enviadas regularmente a los barrios a reprimir a los militantes con la excusa de combatir el crimen. Habiendo perdido sus mayorías en el Congreso, el gobierno teme que no podrá ganar en elecciones como lo hacía Chávez y ha cancelado las de gobernadores que han debido tener lugar en diciembre del año pasado (aunque al parecer están programadas de nuevo).

Maduro ha convocado una asamblea para escribir una nueva constitución, con el objetivo aparente de institucionalizar el poder de los movimientos sociales, aunque es improbable que contribuya a mitigar la polarización del país.

Manifestaciones y contramanifestaciones son generalmente una indicación de que la historia se mueve, de que el cambio, de algún tipo, está en camino. Pero Venezuela está paralizada. Se anuncian negociaciones entre el gobierno y la oposición que luego son canceladas. El Vaticano dice que mediará y la Organización de Estados Americanos dice que intervendrá pero nada sucede.
Parece que ambos lados esperan, con aprensión, a que los barrios populares, donde viven las clases trabajadoras, den su veredicto. 

Las fuerzas anti-gobiernistas los han llamado a unirse a las protestas, hasta los han impulsado al saqueo y los disturbios. Pero estas llamadas han sido desatendidas en su mayor parte. Como lo explica el historiador Alejandro Velasco Chávez se acercó a ellos a un nivel primario, reconociéndolos como ciudadanos con demandas legítimas y derechos fundamentales. A cambio de eso ellos salieron una y otra vez a las calles y a las urnas a defender la revolución bolivariana. Ahora, por el contrario, las fuerzas antigobiernistas quieren movilizarlos como fuerzas de choque para que rompan el empate con el gobierno.

Maduro habrá perdido el respaldo de las masas pero los logros sociales de los buenos días del chavismo –escuelas, centros de distribución de alimentos, clínicas de salud, centros diurnos infantiles- todavía están funcionando, aunque en condiciones precarias, en esos vecindarios y aunque es posible que los habitantes no respalden activamente al gobierno todavía no están listos para tumbarlo.

Mientras tanto Chávez muerto sigue, como en vida, por encima de la polarización. De acuerdo con una encuesta reciente, el 79% de los participantes lo escogieron como el mejor presidente que el país haya tenido; una mayoría ligeramente menor dijo que había sido el líder venezolano más democrático y efectivo.




[i] Christopher Dietrich’s new book Oil Revolution: Anti-Colonial Elites, Sovereign Rights and the Economic Culture of Decolonisation (Cambridge, 369 pp., £27.99, June, 978 1 316 61789 2) provides an excellent history of this period.


Tomado de London Review of Books, Vol. 39 No. 13 · 29 June 2017, Greg Grandin, Down from the Mountain, pages 9-12 | 6021 words

Traducción, edición, subtítulos y referencias bibliográficas de Luis Mejía
12 de julio del 2017
Publicado en blogluismejia.blogspot.com

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