Por: David
Remnick
Revista TheNew Yorker – 17 de noviembre del 2014
Israel y palestina: conflicto, solución biestatal y solución
binacional
Las raíces del conflicto palestino-israelí en el
pensamiento sionista
Rivlin se ve a
sí mismo como heredero del pensamiento y la lucha de Vladimir (Ze’ev) Jabotinsky,
quien fue el patriarca de los Revisionistas, el ala militante y militarista del
sionismo temprano. Al contrario de los líderes del ala mayoritaria del sionismo
laborista Jabotinsky reconocía los intereses profundos e irreconciliables de la
presencia árabe en Palestina. El anticipó la confrontación inevitable que
surgiría de declarar la superioridad de las pretensiones judías sobre el
territorio. En el ensayo La muralla de
hierro escrito en 1923 dijo:
“Todos los pueblos nativos del mundo van a hacerle
resistencia a los colonizadores que lleguen mientras tengan una esperanza
mínima de que podrán quitarse de encima el peligro de ser colonizados. Eso es
lo que están haciendo los árabes de Palestina y van a seguir haciendo mientras
haya siquiera una chispa solitaria de esperanza de que podrán evitar que
Palestina se convierta en la ‘Tierra de Israel’”.
La herencia
ideológica de Rivlin es muy compleja. Aunque Jabotinski se consideraba a sí
mismo liberal y demócrata, su nacionalismo era tan fiero que ocasionalmente se
traicionaba expresando admiración por Benito Mussolini. No hay duda de que
Rivlin es sincero cuando dice que le reconocería todos los derechos civiles a
los árabes dentro del estado de Gran Israel, pero su posición puede ser
interpretada como la cara benévola de la ideología de derecha que propone un
estado unido de israelíes y palestinos. Otros derechistas que proponen el
estado unido solo quieren institucionalizar la anexión, de cualquier manera, de
los territorios ocupados. Margalit dice que la mayoría de los derechistas
realmente cree en una Cisjordania con apartheid, donde haya total vigilancia,
total dominio, algo similar al estado controlado por los servicios secretos de
Alemania oriental que se ve en la película La
vida de los otros.
El conflicto palestino-israelí en términos geográficos
La discusión
sobre el problema de un estado unido vs dos estados separados se hace muy tensa
por la proximidad de los dos pueblos. Comparten mucha historia y muy poca
tierra. En comparación con los territorios de Israel y Palestina la India y
Pakistán tienen un espacio inmenso e Irlanda
ocupa un continente entero. Gaza queda muy cerca de Herzliya, uno de los
suburbios más exclusivos de Tel Aviv, y Cisjordania está a siete millas del
aeropuerto Ben-Gurión.
Para que los dos
estados tuvieran alguna oportunidad de éxito se necesitaría un acuerdo
federativo sobre seguridad, agua, redes de teléfonos celulares, alcantarillado
y muchos otros detalles de infraestructura común. Por su parte, la discusión de
un solo estado, dentro de los limites en que se da, nunca va a ser seria si es
solo un intento de disimular la anexión, expulsión o movimiento de población,
por un lado, o la eliminación de una nación existente, por otro. Israel existe
y el pueblo palestino también existe. Ni uno ni otro son entes provisionales.
Dentro de sus confines territoriales hay dos naciones distintas, divididas por
el idioma, la cultura y la historia, que no pueden vivir completamente
separadas o completamente integradas.
El estado unido palestino-israelí: ¿una posible
solución?
Para muchos
israelíes y palestinos la idea de un estado unido no es una solución. Es una
idea que suena a secuela de la desesperación de izquierda o del triunfalismo de
derecha. Aún para quienes saben que la creación de dos estados separados está
lejos de ser una realidad creen que un estado binacional unido no representa la
posibilidad de democracia y coexistencia sino la fórmula para una lucha
sectaria, como el Líbano en los años ochenta y Yugoeslavia en los noventas. Y
con todo, esa idea tiene una rica historia.
Muchos de los
primeros sionistas o no reconocían la existencia de una población árabe en lo
que ellos consideraban su patria futura o de adrede la ignoraban. Otros hacían
una evaluación política práctica de que había una necesidad urgente de crear un
refugio para escapar el anti-semitismo europeo expresado en el affaire Dreyfus
y en los pogromos del Imperio Ruso. De hecho muchos de esos primeros sionistas
compartían la ilusión de Mark Twain quien durante su visita a Palestina en 1867
solo vio “una inmensidad silenciosa y lúgubre” y del conde de Shaftesbury que
habló de “una tierra sin habitantes para un pueblo sin tierra”. Un grupo
sionista que sí entendió este dilema fue el de Jabotinsky quien en 1926 dijo:
“La tragedia es que aquí se enfrentan dos verdades,
pero la justicia de nuestra causa es mayor”.
Para los
derechistas de hoy la visión de un estado unido incluye el área metropolitana
de Jerusalén y la Cisjordania y excluye a Gaza, por razones demográficas por lo
menos. Efectivamente, ¿quién querría asumir responsabilidad por Gaza, pobre,
llena de ira, con más de un millón de habitantes? Además, en contraste con la
Cisjordania Gaza no es rica en ciudades y lugares de valor bíblico.
Caroline Glick,
columnista del diario conservador Jerusalem Post publicado en inglés y miembro
del equipo negociador israelí entre 1994 y 1998, publicó recientemente un libro titulado La solución israelí: El plan de paz en el
Medio Oriente con un estado unido. En una entrevista en Jerusalén me dijo:
“Nosotros nada tenemos que hablar con los palestinos.
Nunca hubo de qué hablar… desde 1993 hemos estado tratando de hacerlo.
Es cosa de locos ignorar la realidad y pretender que podemos lograr un acuerdo
aceptable en la televisión de hora pico. Es una situación política más confusa
que nunca. Es estúpido. Es infantil. Yo quiero que Judea y Samaria hagan parte
de Israel. Quiero acabar con toda esta bobería”.
Glick se crió
en Chicago e inmigró a Israel en 1991. Como a muchos israelíes le parece
oprimente la actitud moralista de los extranjeros. Dice:
“Es malvado concentrar las críticas en Israel. No digo
que nosotros seamos puros como la nieve recién caída. Uno no lo puede ser si es
una nación soberana. Pero no hay una manera racional de explicar esa obsesión,
esa mirada fija, ese deseo de gastar miles de millones de dólares en
estigmatizar nuestro país y nuestros líderes. Hay una obsesión morbosa con los
judíos y el poder. La gente que viene y levanta esas calumnias es responsable
de la muerte de esos palestinos. Ellos le dan alientos a Hamas para que haga lo
que está haciendo”.
Igual que
Netanyahu Glick considera que el estado palestino no sería más que una
plataforma para atacar a Israel. Dice:
“Las fronteras van a ser porosas. Jerusalén estará
dividida y la gente va a pasar por la puerta de Damasco y por la puerta de
Jaffa a cometer asesinatos. No hay manera alguna de mantener la seguridad del
país. Si uno se fija en lo que está pasando en Siria e Irak y en todas partes,
los tipos como Abbas van a sufrir el mismo final de Gadafi. Los corruptos de
sus hijos van a ser fusilados y nosotros nos vamos a encontrar en medio de una
situación en la que estaremos enfrentados a un enclave yijadista en el medio de
Israel”.
Dos estados separados, uno palestino, otro israelí:
¿una solución viable?
La versión
izquierdista de un estado unido binacional surgió casi al mismo tiempo que la
de Jabotinsky, cuando un pequeño grupo de intelectuales de izquierda, muchos de
ellos concentrados en la Universidad Hebrea, insistían en que los principios
éticos del sionismo exigían un comportamiento ético hacia los árabes. El grupo
llamado la Alianza por la paz (Brit Shalom) proponían la idea del poder
político compartido en Palestina. Sus miembros actuaban bajo la influencia de
Aha Ha’am, un pensador y ensayista del sionismo temprano que predicaba un
renacimiento espiritual y cultural en Palestina en lugar de la creación de un
estado de mayorías judías. Él había dicho que habría problemas si los sionistas
no eran capaces de actuar con justicia hacia los árabes pues “los nativos no se
van a hacer a un lado así no más”. Décadas después Martín Buber, filósofo y
líder de Brit Shalom criticó el nacionalismo excesivo en el pensamiento
sionista y recomendó que no se fuera a crear un “diminuto estado de judíos,
completamente militarizado y sin bases para sostenerse”.
La idea de dos
estados para dos naciones había tenido reconocimiento oficial en 1936 cuando
Lord Peel fue encargado por las autoridades del Mandato Británico de estudiar
las causas de los disturbios judeo-árabes. La comisión que él presidía
estableció las fronteras iniciales para la partición. Pero cuando las Naciones
Unidas aprobaron la partición en 1947 la idea binacional y los grupos que la
apoyaban habían desaparecido. Los estados árabes adyacentes rechazaron la
partición e invadieron el nuevo estado de Israel que surgió victorioso.
Traducción, adaptación y subtítulos de Luis Mejía
23 de noviembre del 2014
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
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