En el diario
bogotano El Tiempo, edición del 8 de los corrientes, hay una larga crónica
sobre la llegada y muerte en las playas de la isla de San Andrés en el Caribe
de un caimán o cocodrilo. Aunque los científicos tienden a distinguir entre las
dos especies, nosotros los del común no tenemos por que ponernos en esas
precisiones. El hecho es que, según el autor de la crónica, ese animal “estuvo mucho tiempo en el mar, porque cuando fue
encontrado tenía impregnado [sic] en su lomo algunos cirripedios, crustáceos marinos que suelen fijarse en las especies
más grandes, como ballenas, o en los caparazones de las tortugas, que hacen
viajes transcontinentales que duran años”.
Según la academia
de la lengua española –y el Pequeño Larousse Ilustrado- impregnar es “empapar,
mojar algo poroso hasta que no admita más líquido”, “hacer que penetren las
partículas de un cuerpo en las de otro” o “influir profundamente”.
La lectura del
artículo en El Tiempo no me dejó convencido de que los crustáceos marinos hubieran
empapado la piel dura y seca del caimán-cocodrilo ni que las partículas de que
está hecho este fueran receptivas a las partículas de aquellos. Así que
haciendo lo que hacemos los lectores respetuosos traté de imaginarme lo que
quiso decir el autor. ¿Sería incrustar el verbo que estaba en la punta de su
lengua y que no le dio la gana de aterrizar en el teclado de su procesador de
palabras?
La misma academia
dice que incrustar es embutir algo duro en otro algo también duro o hacer que
un cuerpo penetre violentamente en otro o quede adherido a él o cubrir una
superficie con una costra dura, todo lo cual parece describir aproximadamente
la relación entre las dos especies de animales. Aunque si uno lee la
descripción que hacen los manuales de ciencia elemental se entera de que los
cirripedios se pegan o adhieren a sus huéspedes.
Luis Mejía – 17
de septiembre de 2012
Publicado en
blogluismejia.blogspot.com
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