Publicado originalmente en
Razón Pública
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Lunes, 13 Enero 2014 02:48
En 2013 las relaciones entre Colombia y Estados Unidos
dejaron ver la desventaja que se mantiene entre nuestro país y la potencia del
norte. ¿Por qué los gobernantes nacionales no pueden asumir una relación de
igual a igual con nuestro aliado?
¿Fin de la doctrina Monroe?
En 2013, las visitas del vicepresidente y del secretario
de estado de Estados Unidos a Colombia, los encuentros entre el presidente
Santos y el presidente Obama, las reuniones de funcionarios y las declaraciones
de amistad y trabajo en equipo de ambos gobiernos, dieron la impresión de que
las relaciones binacionales son excelentes.
Lo que hay detrás, sin embargo, es una profundización de
la asimetría de intereses persistente y cultivada por las élites colombianas.
“Los días de la doctrina Monroe han terminado”
declaró el secretario de estado John Kerry el 18 de noviembre pasado, y agregó
que su país quiere establecer un sistema de relaciones entre Estados iguales,
con intereses compartidos.
Durante 150 años los Estados Unidos se
dieron autorización para (1) vetar la presencia militar de otras potencias en
América Latina, (2) impedir el desarrollo de una política internacional
independiente en sus países, e (3) intervenir en los asuntos internos de sus
Estados.
Sin embargo, las declaraciones oficiales de respeto entre
naciones tienen mucho de retórica y cortesía. Solo el tiempo dirá si son
sinceras, y si se revoca ese doctrina, expuesta por el presidente James Monroe
en 1823, según la cual toda América sería área de influencia de los
norteamericanos.
Por eso, durante 150 años los Estados Unidos se dieron
autorización para (1) vetar la presencia militar de otras potencias en América
Latina, (2) impedir el desarrollo de una política internacional independiente
en sus países, e (3) intervenir en los asuntos internos de sus Estados.
Toleraban, eso sí, cierta flexibilidad: las potencias
europeas enviaban sus armadas a cobrar las deudas morosas de los países
latinoamericanos, México ofrecía santuario a exilados comunistas y mantenía
relaciones con la Cuba bloqueada, Brasil actuaba como uno de los líderes de los
países no alineados. Colombia, por su parte, nunca disputó la doctrina Monroe.
La declaración de Kerry implica una convergencia de
intereses de las élites del continente y la confianza de parte de Estados
Unidos en que sus intereses fundamentales –como la seguridad territorial, el
mantenimiento de sus niveles de consumo y el acceso a recursos naturales
estratégicos- son reconocidos y respetados por los gobiernos latinoamericanos,
independientemente de su grado de nacionalismo.
En caso de conflicto, Estados Unidos no necesitará de la
doctrina Monroe, como no la han necesitado en Asia y África. Las doctrinas
Nixon, Carter, Reagan y Bush, como precedentes históricos, justificarían
cualquier medida. Por ello la declaración sobre el final de la doctrina Monroe
puede que no tenga valor práctico ni afecte las relaciones de Colombia con
Estados Unidos.