Tuesday, October 1, 2019

CREENCIAS Y RESPONSABILIDAD MORAL


CREENCIAS: EL DEBER PERSONAL Y SOCIAL DE VALIDARLAS

Publicado originalmente en Contemporary Review, 29 (1876:Dec.-1877:May)
Trad. Luis Mejía, doctor en economía y en derecho

Índice:
1. El deber de cuestionar
1.1 Creencias convenientes para la negligencia
1.2 Maledicencia y creencias infundadas
1.3 Creencias y comportamiento
1.4 De la creencia a la acción
1.5 Acervo personal de creencias
1.6 Acervo social de creencias
1.7 Relevancia social de las creencias
1.8 Deber universal de cuestionar
1.9 Saber es poder
1.10 Creencias falsas y sus consecuencias
1.11 El pecado de creer sobre una base falsa
2. El criterio de autoridad
2.1 Creencias en la vida diaria
2.2. Creer lo que oímos o lo que no hemos experimentado
2.3 Criterios para creerle a alguien
2.4 Buen nombre pero con pocos conocimientos
2.5 El científico como autoridad
2.6 Autoridad de las tradiciones: ¿son intocables?
2.7 Autoridad tradicional e ignorancia colectiva
2.8 Tradiciones que definen lo recto
2.9 Revaluando a tradición de benevolencia hacia el pobre
2.10 Cuestionando y perfeccionando las tradiciones
2.11 Preguntas y método científico
2.12 Tradición de investigar y cuestionar
2.13 Crítica de las religiones como sistemas de creencias
3. Inferencia o ampliando el universo de lo que creemos
3.1 Creencias y experiencia personal
3.2 Uniformidad de la naturaleza
3.3 Uniformidad del carácter humano
3.4 Inferencias y uniformidad de la naturaleza
3.5 Inferencia, experiencia y creencia
3.6 Conclusión

Nota al lector: Un resumen de este ensayo se encuentra pulsando aquí.


1. El deber de cuestionar

1.1 Negligencia y creencias convenientes

Había una vez un empresario naviero que tenía un barco en el que pensaba despachar a un grupo de viajeros que emigraban a otro país. Sabía que el barco era viejo, que desde el principio había mostrado fallas de construcción, que ya había estado expuesto a muchos mares y climas y que con frecuencia había que repararlo. Tenía dudas de si era seguro enviarlo a altamar. Estas dudas le trabajaban en la cabeza y lo hacían infeliz. Pensaba que quizá debería hacerlo revisar y reparar completamente aunque le costara mucho dinero. Pero logró  superar estos tristes pensamientos antes de que el barco levara anclas. Se convenció a sí mismo de que si el barco había completado bien tantos viajes  y sobrevivido tantas tempestades era una necedad pensar que no regresaría de este viaje. Puso su fe en la Providencia Divina que con seguridad protegería a tantas familias desesperadas que buscaban una vida mejor en otra parte. Desterró de su cabeza toda sospecha mezquina sobre la honestidad de los constructores y contratistas por cuyas manos había pasado su barco. De esta manera logró adquirir una convicción sincera y cómoda de que su barco era esencialmente seguro y confiable en el mar. Lo vio partir con alegría en el corazón y con los mejores deseos de que sus pasajeros tuvieran éxito en las tierras extrañas donde encontrarían un nuevo hogar. Cuando el barco naufragó en medio del mar recibió el dinero que le pagó la aseguradora y no se habló más del asunto.

¿Qué deberíamos pensar de él? Sin duda fue culpable de la muerte de pasajeros y tripulación. Aceptamos su creencia sincera en el buen estado del barco, pero la sinceridad de su convicción no lo hace inocente; él no tenía derecho a creer en la evidencia que tenía ante sus ojos. Había llegado a creer no porque hiciera una investigación detallada de la situación sino porque suprimió sus dudas. Y aunque al final su certeza eral tal que no hubiera podido creer otra cosa, se había empeñado, a sabiendas y por su propia decisión, en convencerse a sí mismo; por eso debe considerárselo responsable de lo que pasó.

Cambiemos un poco el ejemplo y supongamos que el barco era en efecto seguro y que hubiera completado este viaje y muchos más en buenas condiciones. ¿Reduciría eso la culpa del dueño? En nada. Una vez ejecutada una acción es correcta o incorrecta para siempre. Eso no cambia aunque por casualidad sus consecuencias sean benéficas, o perjudiciales si es el caso. Ese individuo no sería inocente; solo que nadie lo hubiera sabido. El problema de si obró correcta o incorrectamente tiene que ver con el origen de sus creencias, no con el contenido de estas; no tiene que ver con lo que creía sino con la manera como llegó a creer. No tiene que ver con que sus creencias fueran acertadas o equivocadas sino con la pregunta de si tenía derecho a creer en la evidencia que tenía ante sus ojos.

1.2 Maledicencia y creencias infundadas

Miremos otro ejemplo. Había una vez una isla donde algunos de los habitantes profesaban una religión que no enseñaba ni el pecado original ni el castigo eterno. Algunos comenzaron a sospechar que los maestros de esta religión habían usado medios poco honestos para enseñarla a los niños y los acusaron de abusar de las leyes del país para distanciar a los niños de sus guardianes naturales y legales.  Aún llegaron a decir que se robaban a los niños y los escondían de amigos y parientes.

Formaron una organización con el fin de agitar al público sobre este asunto. Publicaron acusaciones contra varios ciudadanos de buen carácter y alta posición e hicieron cuando estuvo a su alcance para perjudicarlos en el ejercicio de sus profesiones. Hicieron tanto ruido que se designó una comisión para que investigaran los hechos. Esta hizo una evaluación cuidadosa de las pruebas que pudo reunir y llegó a la conclusión de que no las había suficientes para sustentar las acusaciones y que las víctimas eran inocentes; además, la prueba de inocencia era tal que los agitadores hubieran podido verla fácilmente si hubieran querido averiguar la verdad.

Después de que todo quedó claro los habitantes de esa isla desconfiaron del buen juicio de los miembros de la asociación de denunciantes y de ahí en adelante no los consideraron personas honorables. Cierto que ellos habían creído sinceramente y “en conciencia” en las acusaciones que habían formulado, pero la verdad es que no tenían ningún derecho a creer en la información que habían usado. Sus convicciones sinceras no estaban respaldadas por una investigación honesta y paciente de los hechos; por el contrario, llegaron a ellas oyendo la voz de sus prejuicios y pasiones.

Hagamos también algunos cambios en este ejemplo. Dejando las demás circunstancias intactas supongamos que una investigación más profunda hubiera descubierto que los acusados eran realmente culpables. ¿Hubiera esto cambiado la culpa de los acusadores? Por supuesto que no. El fondo del asunto no es si su creencia era verdadera o falsa sino que habían llegado a ella sobre bases falsas.

Sin duda que en este caso hubieran podido decir: “¿Se dan cuenta? Nosotros estábamos en lo cierto después de todo. Quizá la próxima vez sí nos crean”. Y la gente podría creerles pero no por eso serían personas honorables. Ni serian inocentes. Simplemente no los hubieran cogido en falta. Si ellos se hubieran examinado a sí mismos in foro conscientiae[i] se hubieran dado cuenta de que habían adquirido y mantenido una creencia que no estaba sustentada en la información que tenían en ese momento y habrían sabido, en consecuencia, que estaban cometiendo un error.

1.3 Creencias y comportamiento

Uno puede decir que en los dos casos descritos lo que estuvo mal no fueron las creencias sino las acciones que resultaron de ellas. El dueño del barco hubiera podido decirse a sí mismo “Yo estoy completamente seguro de que mi barco no corre peligro pero aún así siento que mi deber es hacerlo examinar antes de confiarle la vida de tanta gente”. Y al agitador se le hubiera podido decir: “Por muy convencido que esté de la justicia de su causa y la verdad de sus convicciones usted no debe lanzar un ataque público contra el carácter de otras personas hasta que no haya examinado las pruebas de lado y lado con la mayor paciencia y cuidado”. [N. del T.: Es decir, ni el naviero ni el agitador obraron con la debida diligencia.]

1.4 De la creencia a la acción

Admitamos primero que todo que esta manera de ver las cosas es buena y necesaria dentro de sus límites.
Es buena porque uno tiene opciones con respecto a las acciones que resultan de sus creencias, no importa qué tan rígidas sean o que no pueda pensar de otra manera; uno no puede eludir el deber de averiguar si lo que cree tiene bases sólidas.

Y es necesaria porque las personas que NO son capaces de controlar sus sentimientos y pensamientos deben tener una regla clara sobre cómo ponerlos o no ponerlos en práctica.

Decimos lo anterior como una premisa necesaria pero reconocemos que no es suficiente y por eso reiteramos el principio enunciado antes. Como no es posible separar la creencia de la acción que inspira tenemos que condenar una y otra.
Nadie que tenga (o quiera tener) una creencia firme sobre algo está en posición de investigarla con objetividad y exhaustivamente como si de verdad tuviera dudas y fuera imparcial. Por eso, el hecho de tener ya una creencia sobre algo que uno no ha averiguado completamente lo descalifica para la tarea necesaria de evaluarla.

1.5 Acervo personal de creencias

Si una creencia no tiene alguna influencia en las acciones de su portador no es una creencia real. El que de  verdad tiene una creencia siente que ella lo mueve a actuar en una dirección u otra, desea actuar, la ha realizado ya en su corazón. La creencia que no lo ha hecho hacer algo inmediatamente queda guardada como guía para un futuro. Entra a formar parte del conjunto de creencias que ligan lo que uno siente con lo que uno hace en cada momento de la vida.

Esas creencias están organizadas y fusionadas de tal modo que uno no puede separarlas y aislar una de otra. Cada creencia adicional que uno adquiere modifica la estructura que forman todas juntas.

Ninguna creencia que tengamos, por pequeña o fragmentaria que parezca, es insignificante. Al contrario. Nos prepara para aceptar otras que se le parezcan, confirma las similares que ya tenemos y debilita otras. Gradualmente se combinan y construyen un hilo oculto que guía nuestros pensamientos y dejan un rastro permanente en nuestro carácter y algún día pueden explotar y manifestarse en nuestras acciones.

1.6 Acervo social de creencias

Las creencias de una persona nunca son asunto privado, de interés exclusivamente personal. Nuestras vidas se guían por una concepción general de cómo deben funcionar las cosas que la sociedad ha creado con fines sociales [sic]. Nuestras palabras, las frases que construimos, nuestras formas y maneras de pensar son propiedad colectiva, creadas y perfeccionadas de una generación a otra. Son como un legado que hereda cada generación, un depósito sagrado, que debe pasarse a la generación que sigue, no intacto sino mejorado y agrandado. En él está integrada, para bien o para mal, toda creencia que haya sido aceptada por cada miembro de la sociedad. Tenemos la obligación de ayudar a crear el mundo en el que vivirá la posteridad; ese es nuestro privilegio y nuestra responsabilidad.

1.7 Relevancia social de las creencias

En los dos ejemplos dados hemos concluido diciendo que está mal creer en algo sin suficiente evidencia o alimentar una creencia ahogando las dudas y eludiendo la búsqueda de pruebas. No es difícil encontrar la razón para hacer este juicio. En ambos casos lo que una persona creía tuvo consecuencias muy importantes para otras.

Este mismo juicio lo tenemos que generalizar a todo tipo de creencias porque ninguna es efectivamente irrelevante o carece de impacto en el destino de la humanidad aunque a simple vista parezca trivial o sea muy humilde la persona que la mantenga.

Creer es una facultad sagrada que inspira las decisiones de nuestro querer y hace funcionar armoniosamente las energías combinadas de nuestro ser, pero esa capacidad no es para nosotros solos sino para la humanidad. Se usa correctamente cuando se aplica a verdades que han sido confirmadas por experiencia de años y paciente esfuerzo y que han pasado la prueba de un cuestionamiento libre y sin temores. En estos casos la capacidad de creer ayuda a estrechar lazos entre la gente y a dirigir las acciones colectivas.

Pero esa facultad es profanada cuando creemos cosas que no han sido probadas o cuestionadas y que:

[1] el creyente acepta porque le dan tranquilidad o se ajustan a su gusto personal, o

[2] las usamos para agregar un toque de esplendor a nuestras simples vidas y proyectar un luminoso espejismo en el más allá, y

[3] nos sirven para ahogar las penas de nuestra condición humana con un autoengaño que nos deja abatidos y degradados.

1.8 Deber universal de cuestionar

celoso para impedir que se apliquen a un objeto innoble y sufran una mancha que nunca se podrá borrar.

Líderes, estadistas, filósofos, poetas, cargan con esta responsabilidad ineludible hacia la sociedad. Pero no solo ellos. El hombre ignorante que rara vez habla en la taberna ayuda con sus palabras a conservar o  destruir las supersticiones funestas que mantienen subyugada a la gente de su condición social. La esposa del artesano, agotada del trabajo, transmite a sus hijos las creencias que unen o dividen a la sociedad. Nadie, por limitado de entendimiento o por bajo que se encuentre en la pirámide social, está exento del deber universal de cuestionar todo lo que cree.

1.9 Saber es poder

Es verdad que el deber de cuestionar creencias es difícil de cumplir y genera dudas que nos intranquilizan. Cuando las abandonamos nos quedamos desnudos y sin poder.

Saberlo todo con respecto a algo es estar en control de la situación y manejarla según las circunstancias. Nos sentimos más confiados y en terreno firme cuando sabemos qué hacer exactamente, sin que importen las consecuencias, que cuando perdemos la dirección y no sabemos hacia dónde ir. Por eso nos sentimos molestos cuando nos damos cuenta de que somos ignorantes e impotentes, que tenemos que empezar desde el principio y aceptar la necesidad de estudiar otra vez una situación para tratar de entenderla, si es que de verdad se trata de algo que podamos entender.

El conocimiento de algo nos da una sensación de dominio y control que nos afianza en la creencia y nos hace temer la incertidumbre. Esta sensación está justificada cuando lo que creemos es verdadero, resultado de un estudio objetivo, basado en conocimientos válidos para nosotros y para la humanidad en general.

Y al contrario, cuando nuestra creencia no está sustentada por evidencia suficiente nuestra sensación de dominio y control es espuria. No solo nos engañamos pensando que estamos en control cuando no es así sino que hemos violado nuestros deberes para con la humanidad.

1.10 Creencias falsas y sus consecuencias

Tenemos el deber de rechazar las creencias injustificadas como si fueran la peste que primero nos pone en peligro a nosotros y que luego ataca a nuestros vecinos.

Todo sufrimos las consecuencias de mantener y sostener creencias falsas. Igualmente, todos sufrimos las consecuencias de las acciones dañinas que se derivan de las creencias falsas.  Pero el daño es todavía peor cuando  nos empeñamos en mantener una actitud crédula, cuando desarrollamos el hábito de creer por razones inválidas.

Cada vez que nos permitimos creer por razones inválidas debilitamos nuestros poderes de autocontrol, de duda, de evaluación juiciosa e imparcial de la evidencia.

Es posible que la sociedad no sufra gran prejuicio por las meras creencias infundadas, sea porque al final resulten ser verdaderas o porque no tengamos oportunidad de convertirlas en acciones. La perjudicamos por el mero hecho de ser crédulos. No solo la ponemos en peligro de creer cosas erradas –lo que ya es muy serio- sino que la hacemos vulnerable a volverse crédula y a que pierda el hábito de averiguar y comprobar las cosas. Cuando se pierde ese hábito la sociedad echa reversa y cae en el salvajismo.

El perjuicio social causado por la credulidad de un individuo no se limita a contagiar a los demás con el hábito de ser crédulos y mantener creencias falsas. La falta habitual de cuidado en lo que yo creo autoriza a los demás a que tampoco tengan cuidado con la verdad de lo que me dicen.

Los hombres se comunican entre sí con la verdad cuando la respetan en su propia mente y en la mente ajena. De lo contrario, ¿cómo podría un amigo respetar la verdad en mi mente cuando yo mismo soy indiferente a ella y creo cosas porque quiero creerlas o porque me gustan o porque me hacen sentir cómodo?

Por ese camino yo mismo terminaría rodeado de una atmósfera de mentira y fraude en la que tendría que vivir. Eso no me importaría mucho pues yo estaría viviendo en un castillo de ilusiones dulces y mentiras queridas. Pero sí sería importante para la sociedad ya que prepararía a mis vecinos para que se dejaran engañar.

El hombre crédulo es el padre del mentiroso y el tramposo con quienes vive en familia y no debiera sorprender si se volviera como ellos.

1.11 El pecado de creer sobre una base falsa

Para resumir, siempre está mal en cualquier lugar y para todo el mundo creer algo que no está comprobado.

Comete un gran pecado social el hombre que suprime o reprime las dudas sobre las creencias que adquirió en la niñez o en el curso de la vida; también cuando de aposta evita los libros o la compañía de personas que cuestionan esas creencias o las discuten y cuando considera improcedentes o descomedidas las preguntas que se hagan sobre ellas, es decir, cuando bloquea las preguntas que no se puedan contestar sin crear dudas sobre la veracidad de sus creencias.

Al lector puede parecerle dura esta opinión cuando se aplica a las almas simples que nunca han visto más allá de su ignorancia, que desde la cuna fueron entrenadas para mirar las dudas con horror y que han sido enseñadas que su felicidad eterna depende de lo que crean. Si piensa así debe cuestionar el juicio bíblico: “Y [Yaveh] entregará a Israel a causa de los pecados que Jeroboam cometió e hizo cometer a Israel” (1Reyes 14, 16). 

[N. del T.: El autor se refiere al castigo colectivo que dios impuso al pueblo de Israel por las faltas que cometió bajo la dirección de uno de sus líderes cuando tenía el deber de cuestionar sus órdenes y ejemplo y de rehusarle obediencia].
Permítanme reforzar mi opinión con lo dicho por Milton (Areopagitica, Londres, 1644):

“Una persona puede ser hereje en la verdad; y si cree las cosas solo porque su pastor lo dice o porque una junta de gente importante lo ordena, desconociendo otra razón, aunque su creencia sea verdadera la misma verdad que cree se vuelve herejía”.

Y Coleridge (Ayuda para la reflexión: Confesiones de un espíritu inquisitivo, 1825 - Aids to reflection; and, The confessions of an inquiring spirit) agrega este famoso aforismo:

“La persona que empieza amando el cristianismo más que la verdad va a amar a su propia secta o iglesia más que al cristianismo y va a terminar amándose a sí mismo más que a los demás”.

Investigar las pruebas que sostienen un conjunto de creencias no es cosa que se haga de una vez por todas y que se dé la discusión por terminada. Nunca está bien ignorar una duda: si la investigación inicial que se hizo estuvo bien hecha la duda queda resuelta; si la duda no queda resuelta quiere decir que la investigación no quedó bien hecha.

“Pero –dirá alguien- yo soy una persona ocupada, no tengo tiempo para dedicarme a estudiar lo que sea necesario para convertirme en un juez competente de una materia, ni siquiera para entender los argumentos”. Pues tampoco debería tener tiempo para aceptar una creencia.

2. El criterio de autoridad

2.1 Creencias en la vida diaria

¿Deberíamos, entonces, volvernos escépticos absolutos, dudar de todo, abstenernos de caminar porque personalmente no hemos comprobado que el piso es firme? ¿Hemos de rechazar el acervo de conocimientos que tenemos a la mano y que crece a diario porque ni para nosotros ni para nadie es físicamente posible comprobar una centésima parte de su contenido ni por experimentación ni por observación personal y porque, además, no obtendríamos una prueba concluyente si lo hiciéramos? ¿Deberíamos robar y mentir porque no hemos tenido suficiente experiencia personal para saber que está mal hacerlo?

En la vida real no hay riesgo de que las dudas nos paralicen si ejercemos autocontrol y aplicamos una atención escrupulosa a las cosas que creemos. Las personas que lo han hecho así han descubierto ciertas reglas básicas -muy útiles además para la vida en general- que han adquirido una certeza práctica por la honestidad y cuidado con que han sido estudiadas y puestas a prueba.

Nuestros estudios nunca ponen en peligro las creencias que tenemos sobre lo que es correcto o incorrecto en nuestro trato con los demás y con la sociedad, tampoco ponen en peligro nuestras creencias sobre la naturaleza física que guían nuestra conducta con respecto a seres animados e inanimados. Estas creencias se cuidan solas, no necesitan que las respaldemos con “actos de fe”, ni que paguemos para que alguien las defienda, ni que suprimamos la evidencia que pueda afectarlas.

De otra parte, en muchos casos tenemos el deber de obrar con base en probabilidades aunque no haya evidencia suficiente para justificar una creencia en un momento dado. Precisamente, al actuar sobre probabilidades y observar lo que resulta se crea la evidencia que necesitamos para justificar una creencia en el futuro.

No hay, pues, razón para temer que el hábito de cuestionamiento a conciencia va a paralizar nuestro comportamiento en la vida diaria.

2.2. Creer lo que oímos o lo que no hemos experimentado
Pero no es suficiente con decir: “Está mal creer sin prueba suficiente”; también hay que decir qué prueba es suficiente. Por eso ahora vamos a averiguar en qué circunstancias es legítimo creer en lo que dicen los demás. Y vamos a ir más allá. Nos vamos a preguntar, de manera general, cuándo y por qué podemos creer las cosas que van más allá de nuestra experiencia personal y las que van más allá de la experiencia de la humanidad entera.

2.3 Criterios para creerle a alguien

Preguntémonos en primer lugar: ¿en qué casos no se justifica creer lo que dice alguien?
 
Podemos responder que no debemos creer lo que diga alguien cuando no es verdad, sépalo él o no. Si a sabiendas dice algo falso [1] está mintiendo y [2] muestra una falla de carácter moral. Si no sabe que está diciendo algo falso entonces [1] es ignorante o [2] está equivocado y muestra falta de juicio o conocimiento.

Por eso para que tengamos derecho a creer lo que alguien más dice debemos tener bases razonables para confiar [1] en su veracidad, es decir, en que él está tratando de decir la verdad hasta donde le es posible, [2] en sus conocimientos, es decir, que ha tenido la oportunidad de adquirir conocimiento del tema, y [2] en su juicio, es decir que ha hecho  buen uso de sus conocimientos para llegar a lo que dice.

Aunque estos criterios son claros y obvios –y no se le escapan a nadie que tenga una inteligencia promedio- hay muchas personas que habitualmente los ignoran cuando evalúan lo que oyen.

2.4 Buen nombre pero con pocos conocimientos

Hay, pues, dos preguntas igualmente importantes para juzgar si alguien merece credibilidad en lo que dice: “¿Es deshonesto?”, y “¿Podría estar equivocado?”

La mayoría de la gente se contenta con responder la primera pregunta diciendo que alguien no es deshonesto. Y lo hace con alguna probabilidad de que tenga la razón. La gente da por sentado que si una persona es de buen carácter moral se puede aceptar lo que diga aunque no haya posibilidad alguna de que conozca las cosas de las que habla.

El carácter moral de una persona puede darnos confianza para creer que es honesta y dice la verdad hasta donde la conoce pero no constituye prueba de que sabe qué es verdad. Por eso uno debe hacerse la pregunta: ¿Qué bases hay para suponer que una persona de buen carácter moral sabe de qué está hablando?

Si alguien me da información que yo puedo o podría confirmar por mi cuenta estoy justificado en pensar que él ha tenido medios superiores a los míos para obtener conocimiento comprobables. Sin embargo, eso no justificaría que yo le creyera en asuntos que no son verificables por otras personas o que no están al alcance del conocimiento humano.

Podemos formular otras dos preguntas para saber si le podemos creer a alguien: “¿Dice cosas que yo puedo comprobar independientemente?”, y “¿Es posible que haya ido más allá de lo que sabe?“. De esta manera elimino las cosas que él no podría saber porque no están al alcance del conocimiento humano o dentro del campo de sus conocimientos personales y que yo no debería aceptar con base en su autoridad.

Reiteremos este punto. La bondad y grandeza de un hombre no nos autorizan a aceptar su autoridad para creer algo. Necesitamos tener una base razonable para suponer que él sabe la verdad de lo que está diciendo.

2.5 El científico como autoridad

Si un químico me dice a mí, que no soy químico, que se puede crear una substancia determinada combinando otras substancias en ciertas proporciones y sometiéndolas a un procedimiento conocido, yo tengo motivos justificados para creerle. Acepto su autoridad a menos que yo sepa algo que ponga en duda su carácter o su buen juicio. Su entrenamiento profesional lo hace confiable. Uno espera que ese mismo entrenamiento lo incline a la búsqueda honesta de la verdad y a que desconfíe de conclusiones precipitadas e investigaciones chapuceras. Además, genera una base racional para suponer que él sabe de qué está hablando: aunque yo no soy químico puedo recibir suficiente instrucción sobre el método y procedimiento de la ciencia para comprobar la información que él me dé.

Puede suceder que yo no compruebe la información por mí mismo, ni siquiera que presencie un experimento que la compruebe, aún así tengo suficientes motivos para pensar que la comprobación está al alcance de poderes e instrumentos humanos y, en particular, para creer que mi informante lo ha hecho. La creencia que él adquiere con base en sus experimentos no solo es válida para él sino también para los demás. Tiene colegas en el mismo campo que vigilan y chequean su trabajo pues saben que no se le presta mejor servicio a la ciencia que depurarla de errores. De esta manera los resultados se hacen de dominio universal, objeto de creencia justificada, propiedad social y asunto de interés público. En consecuencia, sabemos que su autoridad es válida porque hay quienes la cuestionan y validan. 

Este proceso de examen y depuración mantiene vivos en los investigadores el sentido de responsabilidad pública y el deseo de encontrar respuestas que resistan todos los cuestionamientos.

Reiterémoslo. Un explorador del Ártico puede decirnos que en un punto dado de latitud y longitud ha experimentado un frio de tantos grados, el mar tenía tal profundidad y el hielo tenia tales características. Estaría bien que nosotros le creyéramos si no hay dudas sobre su veracidad. Es concebible que nosotros vayamos allá y verifiquemos su información o que esta sea confirmada por el testimonio de sus compañeros de viaje. Hay base adecuada para suponer que sabe lo que está hablando.

Pero si un viejo pescador de ballenas nos dice que hay hielo de 300 pies de grueso desde cierto punto hasta el polo no debemos creerle. Aunque su afirmación puede ser confirmada por un ser humano, ciertamente él no pudo adquirirla con los medios e instrumentos de que dispone. Él pudo convencerse a sí mismo de que es cierto lo que dice pero eso no valida su testimonio. En consecuencia, aunque el asunto esté al alcance del conocimiento humano no tenemos derecho a aceptar una afirmación con base en la autoridad del que la hace a menos que esté dentro de su campo de conocimiento.

2.6 Autoridad de las tradiciones: ¿son intocables?

¿Qué deberíamos decir de las tradiciones de la especie humana, más venerables y respetadas que el decir de cualquier individuo? ¿Valen más porque han pasado la prueba del tiempo?

Nuestros antepasados con su esfuerzo y trabajo crearon un acervo de creencias y opiniones que nos ayudan a movernos a través de las circunstancias variadas y complejas de nuestras vidas. Están alrededor nuestro, en nuestro entorno, dentro de nosotros. No podemos pensar sino en la forma y con los procesos de pensamiento que nos ofrecen. ¿Es posible ponerlas en duda y a prueba? Independientemente de si es posible, ¿es correcto hacerlo?

Existen razones que lo hacen no solo posible sino correcto y obligatorio. El propósito principal de la tradición misma es darnos los medios para hacer preguntas, cuestionar y comprobar las cosas. Si las usamos mal y las tomamos como un catálogo de prescripciones definitivas y finales que deben aceptarse sin expresar dudas nos hacemos daño a nosotros mismos. Además, al rehusarnos a contribuir con nuestra parte al acervo de lo que heredarán nuestros hijos, reducimos nuestra participación y la de nuestros contemporáneos en el progreso de la humanidad.

2.7 Autoridad tradicional e ignorancia colectiva

Examinemos primero un tipo de tradición que requiere atención especial y más cuidadoso cuestionamiento porque es la menos propensa a la comprobación.

Supongamos que un curandero tradicional del África central le dice a su tribu que para aplacar a un poderoso ídolo que él mantiene en su choza tienen que sacrificar todo su ganado. Supongamos también que la tribu le cree. No hay manera alguna de confirmar si el ídolo fue aplacado o no pero ya no queda ganado. Además, en la tribu puede persistir la creencia de que esta es la manera de propiciar al ídolo y generaciones más tarde será mucho más fácil para otro curandero persuadirla de hacer lo mismo.

En este caso la única razón para creer es que todos lo han creído por tanto tiempo que debe ser verdad. Sin embargo, la creencia empezó con una mentira y se ha propagado por la credulidad. Sin duda le hará un bien a la humanidad la persona que la cuestione y se dé cuenta de que ninguna prueba la respalda, ayude a sus vecinos a ver las cosas de la misma manera y aún, si es necesario, vaya a la choza sagrada y destruya el ídolo.

La regla que debe guiarnos en estos casos es simple y muy obvia: el testimonio agregado de nuestros vecinos está sujeto a las mismas condiciones que el testimonio personal de cualquiera de ellos. Es decir, no tenemos derecho a considerar que algo es verdad solo porque todo mundo lo dice a menos que haya bases suficientes para creer que al menos una persona tiene los medios de saber que es verdad y habla la verdad hasta donde sabe. No importa cuántos pueblos y generaciones sean convocados al podio de los testigos, ninguno de ellos puede dar testimonio de lo que no sabe.

Toda persona que acepte las afirmaciones hechas por alguien más sin comprobarlas y verificarlas por sí misma pierde el derecho a opinar, su palabra no vale nada. Por eso, frente a aseveraciones de terceros tenemos que hacernos dos preguntas: ¿se equivocó la persona que las hizo al pensar que sabía del asunto? O ¿mintió?

Esta última pregunta es desafortunadamente muy actual y práctica, aún en nuestros días y en nuestro país. No tenemos que ir a ninguna parte para buscar ejemplos de supersticiones inmorales o degradantes. Es muy posible que un niño crezca en Londres en una atmosfera de creencias buenas solo para los salvajes, nacidas en nuestros propios días del fraude y propagadas por la credulidad de la gente.

2.8 Tradiciones que definen lo recto

Dejemos de lado, entonces,  las tradiciones que hemos recibido sin que generaciones sucesivas las sometieran a comprobación y prestemos atención a aquellas que han sido validadas por la experiencia común de la humanidad. 

Forman estas un marco que sirve de guía a nuestros pensamientos y a través de estos a nuestras acciones tanto en el mundo moral como en el mundo material.
En el mundo moral, por ejemplo, nos dan los conceptos de justicia, verdad, benevolencia y, en general, de lo recto. Estas son construcciones conceptuales, no son afirmaciones o proposiciones. Responden a ciertos instintos concretos que existen dentro de nosotros mismos, independientemente de cómo los hayamos adquirido. Que es correcto ser benévolo es cuestión de experiencia personal directa.

Cuando un hombre se cuestiona a sí mismo encuentra algo más grande y duradero que su sola persona que dice “Quiero actuar correctamente” y “Quiero hacerle bien a los demás” y puede comprobar por observación directa que ambos instintos se sostienen y apoyan uno a otro. Ese es su deber, comprobar esta afirmación y toda afirmación similar.

Las tradiciones dicen también, en lugar y tiempos precisos, qué acciones en particular son justas, verdaderas o benévolas. Para este tipo de reglas hace falta una comprobación adicional pues sucede que algunas veces son impuestas sin base en la experiencia.

2.9 Revaluando a tradición de benevolencia hacia el pobre

Hasta hace poco la tradición moral de nuestro país –y de hecho la de toda Europa- nos decía que dar limosna indiscriminadamente a los mendigos era un acto de bondad. Pero al cuestionarse esta regla la gente se dio cuenta de que la verdadera benevolencia estriba en ayudar a la gente a encontrar y hacer el trabajo para el que está más capacitada. Lo contrario es asegurar la supervivencia de la pobreza en el presente y de la miseria en el futuro. Por medio de la discusión y la comprobación hemos logrado que la noción de benevolencia sea más clara y eficiente, más amplia y adecuada.

La gran tradición social de ayudar al pobre tiene dos aspectos: (1) el instinto de benevolencia que cuando predomina hace que una parte de nuestra naturaleza se incline a hacerle bien a la humanidad, y (2) el concepto intelectual de benevolencia que nos hace comparar varios cursos de acción y nos lleva a preguntarnos: ¿Es esto beneficioso o no? Cuestionándonos y respondiéndonos estas preguntas continuamente el concepto se perfila de manera más amplia y nítida y el instinto se fortalece y mejora.

2.10 Cuestionando y perfeccionando las tradiciones

Entonces, la parte intelectual de los conceptos que heredamos de la tradición nos empodera para hacer preguntas, las cuales, a su turno, los fortalecen y enderezan. Si no cuestionamos la tradición perdemos gradualmente nuestra capacidad de pensar sobre ella y nos quedamos con una lista de reglas que no tenemos derecho a llamar moral.

Estas consideraciones se aplican de manera más obvia y evidente, si es posible, al acervo de creencias y conceptos que nuestros antepasados nos dejaron con respecto al mundo material. Nosotros nos reímos fácilmente del australiano que sigue amarrando su hacha al costado del mango a pesar de que las hachas modernas tienen un ojo para encabarlas. Sus antepasados amarraron las hachas, ¿quién es él para desconocer su saber? Ese australiano ha caído tan bajo que no puede hacer lo que alguno de ellos hubiera podido hacer en el pasado, es decir, cuestionar una costumbre e inventar o aprender algo mejor.

Este ejemplo pone de presente que la misma regla elemental se aplica al momento del nebuloso origen del conocimiento, cuando la ciencia y el arte eran uno solo, y que el gran árbol cósmico del conocimiento ha crecido porque cuestionamos los conocimientos tradicionales.

Hay una manera correcta de aplicar lo que ha sido acumulado y transmitido hasta nosotros. La practican los que actúan como actuaron los creadores originales, los que hacen preguntas adicionales, examinan, investigan, tratan con seriedad y honestidad de encontrar la mejor manera de mirar y manejar las cosas.

2.11 Preguntas y método científico

Una pregunta hecha correctamente es una pregunta que ya tiene la mitad de la respuesta, decía Jacobi [N. del T.: No pude encontrar el origen de esta cita, es posible que uno de estos dos sea el autor: Friedrich Heinrich Jacobi, 1743-1819, filósofo alemán; Carl Gustav Jacob Jacobi, 1804-1851, matemático alemán]. Podemos agregar que la manera de contestarla es la otra mitad. El resultado final no tiene importancia comparado con la formulación de la pregunta y la manera de solucionarla.

Tomemos el telégrafo, por ejemplo, cuyos avances diarios en teoría y práctica benefician a la humanidad. Su punto de partida es la llamada ley de Ohm [N. del T.: Georg Simon Ohm, 1789-1854, físico y matemático alemán] que establece una conexión entre una corriente eléctrica, la pila que la genera y la longitud del alambre que la transmite. Esta ley es parte de las cosas que creemos; pero lo más valioso no es la manera como está formulada sino la pregunta implícita y el método para contestarla.

La pregunta que nos hacemos es: ¿qué relación guardan entre sí esos tres factores? Ya en esa pregunta está incluida la idea de que los tres factores deben ser medidos y comparados.

La respuesta implica un método de averiguación: ¿cómo se miden esos factores y con qué instrumentos?, y ¿cómo se usan estos instrumentos?

El estudiante que empieza a estudiar electricidad no recibe la orden de creer en la ley de Ohm. Se le hace entender el problema, se le pone frente a los instrumentos y se le enseña a comprobar la validez de la respuesta que dio Ohm. Él aprende a hacer cosas, no a creer que sabe cosas; a usar instrumentos y a hacer preguntas, no a aceptar una fórmula respaldada por la tradición. Un genio formuló la pregunta correctamente y ahora un aprendiz la puede responder.

Si la ley de Ohm se perdiera u olvidara de repente pero se conservara la pregunta y el método de solución, la ley seria redescubierta en una hora. Pero si la ley sola quedara en manos de gente que no entendiera la importancia de la pregunta o la manera de responderla sería como un reloj en manos de salvajes que no supieran cómo darle cuerda.

2.12 Tradición de investigar y cuestionar

En conclusión, la tradición sagrada de la humanidad no consiste en proposiciones y afirmaciones que uno debe aceptar y creer con base en la autoridad de las generaciones pasadas sino en las preguntas hechas correctamente, en conceptos que nos permiten profundizarlas y en métodos para contestarlas. El valor de todas estas cosas depende de nuestra voluntad de ponerlas a prueba día a día.

Nosotros tenemos el deber y la responsabilidad de cuestionar y comprobar, de acrecentar y perfeccionar hasta donde podamos el legado precioso y sagrado de nuestros antepasados.

El que use la tradición para embozalar las dudas o para entorpecer el cuestionamiento que otros hagan es culpable de un sacrilegio que no se borrará con el paso del tiempo, su nombre y sus obras deberán echarse al olvido y excluirse del templo del saber que construiremos con el trabajo investigativo de los hombres y mujeres que con honestidad y valentía han revisado la herencia del pasado.

2.13 Crítica de las religiones como sistemas de creencias

Una sección del ensayo aplica a las religiones mahometana y budista los mismos criterios de validación que aplica a la autoridad de alguien para creer lo que dice. En esta sección interrumpo la traducción del texto original para hacer un resumen de los puntos sobre los que Clifford desarrolla su argumento:

1. El mensaje de Mahoma gira alrededor de tres principios: No hay sino un solo Dios, Mahoma es su profeta y quien crea en él gozará de vida eterna, el que no crea se condenará.

2. Este mensaje descansa en la revelación que recibió Mahoma del arcángel Gabriel mientras oraba y ayunaba en el desierto.

3. El creyente puede justificar su aceptación del mensaje porque Mahoma fue hombre de carácter grande y noble y porque los pueblos que lo siguieron desarrollaron una gran civilización que incluso llegó a inspirar a Occidente cuando este empezó a expandirse.

4. El no creyente por su parte puede argumentar lo siguiente con respecto a la verdad de lo dicho por una persona que respetamos por su carácter:
4.a El carácter de Mahoma es prueba de que era honesto y decía la verdad hasta donde la conocía, pero no es prueba de si él sabía que era verdad todo lo que decía.
4.b Mahoma no podía saber si la forma que identificaba como la persona del arcángel Gabriel era verdadera o era una alucinación y si su visita al paraíso había sido un sueño, pues está comprobado médicamente que la soledad y el ayuno inducen alucinaciones y enfermedades mentales.
4.c Mahoma podía estar honestamente convencido de que el cielo lo guiaba y que era instrumento de una revelación sobrenatural pero no podía saber si estaba equivocado en su convicción pues la información que uno atribuye a un ser extraterrestre puede surgir inconscientemente de algo que ya ha percibido por los sentidos.
4.d La información que uno recibe de alguien –sea o no un ser extraterrestre- es creíble siempre que pueda ser verificada por el ser humano usando los conocimientos e instrumentos que tenemos.
4.e El hecho de que alguien me dé información que yo puedo verificar no me sirve de base para creer que es verdadera la información no verificable que me dé; a lo sumo puedo usar esta información para formular conjeturas interesantes que eventualmente uno acepte como verdaderas si logra confirmarlas con la ciencia y el conocimiento.

5. El no creyente puede argumentar lo siguiente con respecto a la inferencia de que los efectos individuales y colectivos de un sistema de creencias confirman su veracidad:
5.a Las enseñanzas de Mahoma han sido aceptadas por una población muy numerosa, han dado paz y alegría a los santos que las aceptaron y han llevado la civilización a pueblos que antes eran salvajes. Eso no prueba que tuviera una misión sobrenatural o que su autoridad fuera confiable en asuntos que no podemos comprobar. Prueba sí su sabiduría en materias prácticas.
5.b La paz y alegría de los creyentes prueba que la doctrina es agradable al alma pero no necesariamente verdadera, prueba el entendimiento y comprensión de la naturaleza humana que tenía Mahoma de la naturaleza humana pero no prueba que tuviera conocimientos teológicos sobrehumanos.
5.c El progreso logrado por algunas naciones que aceptaron las enseñanzas de Mahoma permiten inferir la efectividad de [1] sus preceptos morales, [2] de los medios que empleó para hacerlos obedecer, o [3] de la estructura social y política que él puso en movimiento. En estos casos queda confirmado su entendimiento de la naturaleza humana pero no su inspiración divina o sus conocimientos teológicos.

6. El mensaje de Buda gira alrededor de dos principios: No hay Dios y eventualmente desapareceremos completamente si hemos sido suficientemente buenos.

7. Buda creía –según sus primeros discípulos- que había venido al mundo con una misión cósmica.

8. El creyente puede justificar su aceptación del mensaje porque Buda era persona de gran carácter: se sometió voluntariamente a la miseria, tenía poderes milagrosos, subió al cielo con su cuerpo.

9. Igualmente, el creyente puede invocar los efectos individuales y colectivos del mensaje:
9.a El budismo da consuelo y descanso al enfermo y triste y ayuda a suavizar y endulzar las angustias naturales del ser humano.
9.b El budismo ha protegido a casi la mitad de la humanidad de las persecuciones religiosas[ii], lo que es un logro admirable y noble.

10. Con respecto a Buda y el budismo el no creyente puede plantear los mismos argumentos expuestos con respecto a la autoridad de Mahoma y el mahometismo en asuntos que no podemos comprobar con poderes humanos. Es decir, para poder comprobar la verdad de lo que dijeron tendríamos que dejar de ser seres [sic] humanos.

11. Mahoma y Buda no pueden ser infalibles en sus enseñanzas a un mismo tiempo; en consecuencia, uno de los dos sufría de alucinaciones y hablaba de cosas de las que realmente no sabía. ¿Cuál de los dos?

Concluimos, entonces, que la bondad y grandeza de un hombre no nos da justificación para acepar una creencia respaldada por su autoridad, a menos que haya bases razonables para suponer que sabía la verdad de lo que estaba hablando. No hay bases para suponer que alguien sabe lo que nosotros no estamos en capacidad de verificar sin dejar de ser humanos.

3. Inferencia o ampliando el universo de lo que creemos

3.1 Creencias y experiencia personal

¿Cuándo podemos creer cosas que van más allá del ámbito de nuestra experiencia? Esta es una pregunta muy amplia y delicada. Para darle respuesta aproximadamente precisa necesitamos un desarrollo considerable del método científico pero entretanto debemos usar estrictamente el existente. Pero hay una regla simple y de inmensa aplicación práctica que se encuentra a la base del tema.

Un momento de reflexión nos mostrará que toda creencia, aún la más elemental y básica, va más allá del ámbito de nuestra experiencia cuando se la mira como una guía de nuestras acciones.

Un niño que ha sido quemado le tiene miedo al fuego porque cree que lo volverá a quemar, pero esta creencia va más allá de la experiencia y presume que el fuego desconocido de hoy es como el fuego conocido de ayer. Aún la creencia de que el niño se quemó en el pasado va más allá de la experiencia del presente que contiene solo la memoria de la quemadura pero no la quemadura misma y presume que esta memoria es confiable, aunque sabemos que la memoria con frecuencia se equivoca. Pero si la usamos como guía de nuestras acciones, como pista de lo que puede ser el futuro, debemos empezar por asumir que ese futuro será consistente con la presunción de que la quemada realmente ocurrió. Esto, como hemos dicho, va más allá de nuestra experiencia.

Ni siquiera la expresión elemental de “Yo soy”, que no admite duda, es una guía de acción si no va acompañada de “Yo seré”, lo que va más allá de la experiencia. La pregunta, en consecuencia, no es la de “¿Podemos creer lo que está más allá de nuestra experiencia?” –lo que ya es parte de la naturaleza misma de la creencia- sino la de “¿Hasta dónde y de qué manera ampliamos nuestra experiencia al formar nuestras creencias?”

Y la respuesta, de gran simplicidad y universalidad, la sugiere el ejemplo que hemos dado: el temor del niño al fuego.

3.2 Uniformidad de la naturaleza

Podemos ir más allá de la experiencia cuando suponemos que lo que no sabemos es similar a lo que sabemos. En otras palabras, podemos aumentar nuestra experiencia con la presunción de uniformidad de la naturaleza.
Dejamos de lado por ahora dos temas: ¿Qué es exactamente esta uniformidad? y ¿cómo aumenta nuestro conocimiento de esa uniformidad de una generación a otra?, y nos enfocamos en dos ejemplos que nos ayudan a precisar la naturaleza de esa regla.

Ciertas observaciones hechas con el espectroscopio nos permiten inferir la existencia de hidrógeno en el sol. Cuando miramos el sol por la abertura del instrumento vemos ciertas líneas brillantes que coinciden con las observadas en otros objetos terrestres y que indican la presencia de hidrógeno. Presumimos entonces que las líneas brillantes, no conocidas, que vemos en el sol son como las conocidas que vemos en el laboratorio y que el hidrógeno se comporta en el sol de la misma manera que en condiciones similares se comportaría en la tierra.

Sin embargo, ¿no estamos confiando demasiado en nuestros espectroscopios? Veamos. Sabemos que el espectroscopio es confiable con respecto a substancias terrestres pues sus resultados pueden ser confirmados por el ser humano y, en consecuencia, podemos aceptarlos con respecto a otros casos similares. ¿Podemos también confiar en él cuando nos da información sobre las cosas del sol donde sus resultados no pueden ser verificados directamente por el ser humano?

Sin duda querremos saber un poco más para justificar esta inferencia. Por fortuna podemos hacerlo. El espectroscopio da exactamente el mismo resultado con respecto a vibraciones luminosas que tienen la misma medida en la tierra y en el sol. Ha sido diseñado de tal manera que si se equivocara en un caso, se equivocaría también en el otro.

Cuando analizamos el raciocinio que hemos seguido reconocemos la presunción implícita de que el sol está hecho de la misma materia de que está hecha la tierra. Hemos hecho la presunción de que la materia de que está hecho el sol es similar a la materia de que está hecha la tierra, que ambos son un compuesto de distintas substancias las cuales cuando están expuestas a altas temperaturas tienen una velocidad de vibración especifica que permite reconocer e identificar cada una por separado.

Esta es la clase de presunción con que podemos enriquecer nuestra experiencia. Es la presunción de uniformidad de la naturaleza, que solo podemos comprobar por comparación con otras presunciones que hacemos en casos similares.
¿Es la creencia en la existencia de hidrógeno en el sol una creencia verdadera? ¿Puede ayudarnos a guiar las acciones del ser humano?

Por supuesto que no si la aceptamos sobre bases insuficientes o sin entender los procedimientos que nos llevaron a ella. Pero cuando los procedimientos sirven de base para la creencia, se convierte en un asunto de interés práctico. Por eso, si no hubiera hidrógeno en el sol el espectroscopio sería un instrumento en el que no podremos confiar para reconocer diferentes substancias y, en consecuencia, no debería ser usado para análisis químicos, lo que economizaría tiempo, dinero y trabajo. Sin embargo, la aceptación del método espectroscópico como confiable nos ha dado no solo nuevas substancias, lo que de por sí es una gran cosa, sino también nuevos procedimientos de investigación, lo que es todavía más importante.

3.3 Uniformidad del carácter humano

Otro ejemplo es la manera como inferimos la verdad de un acontecimiento histórico, digamos el sitio de Siracusa durante la guerra del Peloponeso. Por experiencia sabemos de la existencia de manuscritos que dicen ser y se dice que son copias de la historia de Tucídides. Según se dice otros manuscritos escritos por historiadores posteriores informan que Tucídides vivió en la época en que ocurrió esa guerra. En varios libros, escritos en la era del renacimiento de los conocimientos, se cuenta cómo esos manuscritos se conservaron y adquirieron. También sabemos que por regla general nadie falsifica libros e historias sin un motivo especial. Nosotros presumimos que en estas materias la gente del pasado se comportaba como la gente de hoy y vemos que en este caso no había ese motivo especial.

En otras palabras, enriquecemos nuestra experiencia con la presunción de uniformidad en el carácter humano. Sin embargo, como nuestro conocimiento de esta uniformidad es mucho más incompleto y menos exacto que nuestro conocimiento de la uniformidad que aplica a la física, las inferencias de tipo histórico son más precarias y menos firmes que en muchas otras ciencias.

De otro lado, el caso cambia si hubiera alguna razón especial para sospechar del carácter de alguien que escribió o transmitió algunos libros específicos. Si un grupo de documentos provee evidencia interna de que fueron producidos entre gente que falsificaba libros con nombre ajeno o que al describir eventos suprimía detalles que no le convenían o aumentaba los que sí le convenían, y que no solo cometía estas faltas sino que se enorgullecía de ellas como prueba de humildad y entusiasmo, entonces deberíamos decir que esos documentos no dan base para  hacer verdaderas inferencias históricas sino únicamente para hacer conjeturas insatisfactorias.

3.4 Inferencias y uniformidad de la naturaleza

Podemos, entonces, usar la presunción de uniformidad de la naturaleza para incrementar nuestra experiencia. Podemos completar nuestro conocimiento de lo que es y ha sido, acorde con lo que observamos por experiencia, de manera que podamos lograr una descripción del todo consistente con esta uniformidad. 

La inferencia basada en la práctica, que nos da el derecho a creer en sus conclusiones, demuestra claramente que solo la veracidad de estas conclusiones puede mantener válida la uniformidad de la naturaleza.

En consecuencia, ninguna prueba nos permite creer que una afirmación sea verdadera si es contraria o cae por fuera de la uniformidad de la naturaleza. Si en nuestra experiencia encontramos algo que no sea consistente con esta unidad, todo lo que podemos concluir es que hay un error en alguna parte, desaparece la posibilidad de hacer una inferencia y atenernos a nuestra experiencia sin ir más allá.

Si de hecho hubiera ocurrido un evento que no hubiera sido parte de la uniformidad de la naturaleza, este tendría dos propiedades: [1] solo los que lo experimentaron pueden creer en él y nadie más, bajo ninguna circunstancia, y [2] con base en él no se puede hacer ninguna inferencia que valga la pena creer.

3.5 Inferencia, experiencia y creencia

¿Quiero esto decir que estamos obligados a creer que la naturaleza es absoluta y universalmente uniforme? Por cierto que no. No tenemos derecho a creer nada así. La regla solo nos dice que al construir creencias que van más allá de nuestra experiencia podemos hacer la presunción de que la naturaleza es prácticamente uniforme hasta donde nos concierne. Con la ayuda de esta presunción podemos formar creencias dentro de los límites humanos de acción y verificación. Más allá solo podemos formular las hipótesis que nos permitan hacer preguntas más precisas.

3.6 Conclusión

Para resumir:

Podemos creer en algo que va más allá de nuestra experiencia solo en cuanto podamos inferirlo de esa experiencia con base en la presunción de que lo que no sabemos es similar a lo que sabemos.

Podemos creer las afirmaciones de otra persona cuando hay bases razonables para suponer que él sabe el asunto de que habla y que dice la verdad hasta donde la conoce.

Siempre está mal creer en algo sin prueba suficiente. Aunque hay osadía en la duda y la investigación, la hay mayor en el creer.

Traducción, edición y subtítulos de Luis Mejía
1 de octubre del 2019
Publicado en blogluismejia.blogspot.com




[i] En la intimidad de sus consciencias o en su fuero interno.
[ii] Este reconocimiento de la superioridad moral del budismo debe reconsiderarse a la luz de eventos contemporáneos. La persecución de los musulmanes en Burma y de los hinduistas en Ceilán tiene causas múltiples pero monjes budistas han proveído la motivación religiosa para la violencia desatada contra ellos.

8 comments:

  1. A technical review of Clifford’s ethics of belief at the Stanford Encyclopedia of Phylosophy:

    https://plato.stanford.edu/entries/ethics-belief/

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  2. The Ethics of Belief: William Clifford versus William James
    By Peter Krey

    http://www.scholardarity.com/?page_id=4165

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  3. The Virtues Of ‘The Ethics Of Belief’: W. K. Clifford’s Continuing Relevance
    By Timothy J. Madigan

    https://secularhumanism.org/1997/03/the-virtues-of-the-ethics-of-belief-w-k-cliffords-continuing-relevance/

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  4. W.K. Clifford’s challenge to religious belief stemming from his moralized version of evidentialism is still widely discussed today.
    By Luis R.G. Oliveira

    https://philpapers.org/archive/OLICWK.pdf

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  5. On W. K. Clifford and ‘The Ethics of Belief,’ 11 April 1876
    By Daniel Bivona

    https://www.branchcollective.org/?ps_articles=daniel-bivona-on-w-k-clifford-and-the-ethics-of-belief-11-april-1876

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  6. Woody Allen on Abraham and Accepting Authority

    https://mysticscholar.org/the-sacrifice-of-isaac-jewish-humor-from-woody-allen/

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  7. The Fixation of Belief
    Charles S. Peirce
    Popular Science Monthly 12 (November 1877)

    http://www.peirce.org/writings/p107.html

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  8. IDEAS Y CREENCIAS, por José Ortega y Gasset

    Recomendaciones a los niños españoles:

    ¿Veis cuán importante seria que vosotros llegaseis a la
    madurez con una exquisita sensibilidad para distinguir entre
    el valer verdadero y el falso?
    A este fin yo os recomendaría, entre otras, cuatro reglas o
    criterios:
    1. No hagáis nunca caso de lo que la gente opina. La
    gente es toda una muchedumbre que os rodea -en vuestra
    casa, en la escuela, en la Universidad, en la tertulia de
    amigos, en el Parlamento, en el circulo, en los periódicos.
    Fijaos y advertiréis que esa gente no sabe nunca por qué dice
    lo que dice, no prueba sus opiniones, juzga por pasión, no
    por razón.
    2. Consecuencia de la anterior. No os dejéis jamás
    contagiar por la opinión ajena. Procurad convenceros, huid
    de contagios. El alma que piensa, siente y quiere por
    contagio es un alma vil, sin vigor propio.
    3. Decir de un hombre que tiene verdadero valor moral o
    intelectual es una misma cosa con decir que en su modo de
    sentir o de pensar se ha elevado sobre el sentir y el pensar
    vulgares. Por esto es más difícil de comprender y, además, lo
    que dice y hace choca con lo habitual. De antemano, pues,
    sabemos que lo más valioso tendrá que parecernos, al primer
    momento, extraño, difícil, insólito y hasta enojoso.
    4. En toda lucha de ideas o de sentimientos, cuando veáis
    que de una parte combaten muchos y de otra pocos,
    sospechad que la razón está en estos últimos. Noblemente
    prestad vuestro auxilio a los que son menos contra los que
    son más.

    http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2015/01/doctrina39846.pdf

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