LUIS MEJÍA, Ph.D. en
Economía
Historia, ¿una
narrativa de dirigentes o de masas?
Hay
historiadores, y lectores no sofisticados, que se dan a la tarea de identificar
la cadena de mando que va de quienes dieron una orden de importancia para la
vida de un pueblo a quienes la transmitieron y a quienes la hicieron cumplir. De
allí algunos concluyen que la cadena de mando es cadena de responsabilidades,
de méritos y de culpas.
Esto tiene
algún sentido en dos situaciones:
1) cuando se
trata de periodos históricos de los que solo quedan las crónicas de héroes y
monstruos, de sus hazañas y crímenes, y de los notables que los acompañaron, y
2) cuando las
acciones son cometidas por miembros de cuerpos armados organizados
jerárquicamente, entrenados para la obediencia ciega de órdenes dadas por
superiores inmediatos, como son los soldados, los policías, los milicianos de
escuadrones paramilitares, la tropa guerrillera.
En el caso de
soldados y similares aceptamos -no siempre de manera explícita- que el
entrenamiento a que han sido sometidos tiene por objeto fortalecer sus cuerpos,
crear dependencia con respecto a sus compañeros de armas, enseñarles a obedecer
la voz de mando sin pensarlo, debilitar el instinto de supervivencia individual
y eliminar el sentido de responsabilidad moral personal.
Este entrenamiento es
necesario para crear una máquina humana capaz de matar con eficiencia y así ganar
batallas y triunfar en la guerra. Por lo mismo, si el entrenamiento ha sido
efectivo no se puede considerar a los soldados personalmente responsables de
sus acciones como soldados. Por razones que yo no entiendo del todo los pueblos
y sus élites presumen que los soldados sin uniforme olvidan el entrenamiento
recibido, pero eso es tema de otra discusión.
De otro lado hemos
empezado a ver documentada la participación de círculos de actores cada vez más
amplios en la vida de los pueblos. Ya no son solo los poderosos los que llenan
el relato histórico. Los últimos dos o tres siglos han dejado documentación
exhaustiva de la participación de la
gente del común y de la gente bien que sirve de intermediaria del poder central
en la ejecución de las políticas y decisiones de este.
Participación popular en la violencia
Vivimos en el
siglo XX y hemos vivido en lo poco corrido del XXI horrores inconmensurables en
guerras sociales causadas por el control de los recursos productivos de un país
o en conflictos inspirados en diferencias étnicas, religiosas, políticas, etc.
En todos ellos es imposible ignorar la participación de la gente sin
influencia, sin papel en la toma de decisiones que afectan a toda la sociedad.
Ello no elimina la responsabilidad preeminente de los líderes y de la clase
dominante cuya tarea es -obvio lugar común- liderar sino que reconoce el papel
de las clases subalternas como cooperantes en el éxito o fracaso de las
decisiones tomadas por aquellos.
Podemos invocar
muchos ejemplos: el genocidio de tutsis en Ruanda, las masacres de musulmanes y
cristianos en la guerra de partición de Yugoeslavia, en la guerra civil del
Líbano y en las guerras inter-sectarias de Irak y Siria; la expulsión y muerte
de haitianos en la República Dominicana; la persecución de musulmanes en Birmania,
la de tamiles en Sri Lanka; el desplazamiento forzado y robo de tierras de
campesinos colombianos, el de palestinos en el territorio ocupado por el estado
de Israel, el de campesinos salvadoreños en Honduras; los pogromos comunales de
la India, el exterminio de indígenas en las Américas, la hecatombe de supuestos
comunistas en Indonesia, la discriminación racial y los linchamientos en los
Estados Unidos, la hambruna provocada en la Ucrania soviética, el genocidio
camboyano, la Revolución Cultural china, etc.
Hay, por
supuesto, casos de violencia popular espontánea. Tienden a ser de corta
duración, explosiones de resentimientos comunales reprimidos. También es
posible que los organizadores de la violencia traten de hacer obligatoria la participación
popular, como pasó durante la reconquista española de la Nueva Granada (hoy
Colombia) en 1815, durante la guerra de independencia, cuando las autoridades
militares peninsulares crearon una Junta de Secuestros para legalizar la confiscación
de bienes de los independentistas y ordenaron a la población que se volviera
informante. O pueden ofrecer incentivos económicos -una parte de los bienes
expropiados- para obtener la colaboración voluntaria de denunciantes y
testigos.
En este ensayo quiero referirme a la masacre
de armenios en Turquía y al régimen nazi en Alemania.
Turquía y su población de armenios en 1915
El imperio
turco se distinguió durante buena parte de su existencia por la política de
tolerancia de los sultanes a la diversidad religiosa, cultural y étnica de sus
súbditos. Ocasionalmente llegaban al trono fanáticos religiosos que perseguían
a quienes no compartían fe con ellos, pero esos eran la excepción. Como
resultado de esa tolerancia el imperio fue por generaciones una rica mezcla de
pueblos y naciones de África, Asia y Europa; entre ellos los armenios,
industriosos, comerciantes, generadores de riqueza, educados, poliglotas,
servidores del sultán como administradores del imperio, intérpretes y enlaces
con otras naciones.
Sultanes de las
últimas décadas del imperio desmontaron la política de tolerancia de sus
ancestros y desataron pogromos contra las minorías no turcas o no musulmanas del
imperio, solo en parte, valga decirlo, en respuesta al progresivo
desmembramiento del imperio por parte de las potencias europeas.
Los armenios
fueron víctimas de persecuciones sangrientas que culminaron en 1915, cuando la
elite que dominaba el gobierno en Estambul decretó su expulsión hacia lo que
hoy es Siria, forzando su desplazamiento a pie, sin avíos y sin que los lugares
de destino estuvieran preparados para recibirlos.
Hay discusión
entre historiadores y demógrafos sobre el número de armenios residentes en
territorio turco en esa época (2’000.000 según un estimado) y el número de
víctimas de la persecución ordenada por las autoridades (no menos de 600.000 y
hasta 1’500.000, según varios estimados).
No se discute
que el cumplimiento de esta orden resultó en la muerte de la mayoría de los
afectados, por asesinato o por hambre, sed, exposición a los elementos y
maltrato en las caravanas organizadas para desterrarlos. Muchas mujeres fueron
violadas y niños arrebatados a sus padres y criados por familias turcas que les
borraron la memoria de su origen. Todos perdieron sus bienes, unas veces expropiados
por las autoridades, otras apropiados directamente por funcionarios públicos,
turcos influyentes y vecinos de las víctimas. Los sobrevivientes debieron
empezar nueva vida en otras tierras.
Ümit Kurt,
historiador especializado en el tema, escribió su tesis doctoral para Clark
University sobre el papel jugado por los vecinos y notables en la expulsión y simultánea
confiscación de las propiedades de los armenios en un pequeño pueblo en el sureste
de la Turquía contemporánea. El periodista británico Robert Fisk, reconocido
internacionalmente por su cubrimiento del Medio Oriente, hace un excelente
resumen del trabajo de Kurt en el artículo que presento en otra parte de este
blog.
Los nazis, un movimiento respaldado por los alemanes
El periodo de predominio
nazi es el tema de una reseña bibliográfica publicada recientemente por una importante
publicación literaria y científica neoyorquina. Los tres estudios descritos por
el reseñador describen la manera como la gente común vivió, respaldó y
justificó el régimen criminal de los nazis. Incluyo una traducción de esa
reseña en otra parte del blog.
Los nazis no
llegaron al poder y no se consolidaron en él por medios subversivos. Asumieron
el gobierno del país cuando las élites conservadoras del país se lo entregaron;
al principio la violencia e intimidación que usaron fue selectiva y paso a paso,
alerta siempre a las actitudes de la población, fueron estableciendo su tiranía
generalizada.
Uno puede decir
que los nazis asumieron cada vez más poderes de viva en viva, con el aplauso o
la indiferencia de las masas. La persecución de judíos, gitanos y opositores o
disidentes, la esclavización de las poblaciones ocupadas por el ejército, la
corrupción de los jerarcas del partido, la arbitrariedad de sus cuadros, no
despertaron oposición colectiva.
En el respaldo
popular que recibieron los nazis jugó un papel importante el manejo que le
dieron a la economía. Recordemos que su nombre oficial era Partido Nacional
Socialista Obrero Alemán y que su plataforma proponía el control de la economía
por el estado. Eso hicieron. Los grandes industriales, la banca, los
agricultores y los empresarios medianos y pequeños se sometieron a la dirección
del estado, primero para reorganizar la economía, luego para rearmar el país y
finalmente para sostener la guerra. Por varios años Alemania prosperó, empleados
y trabajadores se beneficiaron de altos salarios, abundancia de bienes de
consumo, mejores servicios públicos y excelentes obras de infraestructura.
La gente del común tiene poder
Los poderosos
(jefes de partido, caudillos de movimientos, presidentes, ministros, generales,
líderes empresariales) no tienen poder cuando las clases subalternas rehúsan
obedecer. Por eso diseñan estrategias para homogenizarlas, aborregarlas. Esas
estrategias incluyen:
a) el control
de los instrumentos de represión e intimidación (ej., el sistema judicial y los
cuerpos armados estatales y paraestatales) y
b) las
herramientas de manipulación de la
opinión (ej., los medios sociales y de comunicación de masas).
Cuando falla
ese control los ciudadanos mantienen un nivel de individualidad y son más
libres de resistir. Ese control falla cuando:
a) la gente no
se deja intimidar y
b) no cree la
propaganda y los mensajes dirigidos a manipularla.
La literatura
ofrece bellos ejemplos de resistencia al poder abusivo. En un episodio de Cien años de soledad Úrsula Iguarán se rebela contra su nieto que
ha establecido un régimen de terror y arbitrariedad en Macondo, lo depone y
asume el gobierno. En Antígona, la
heroína del mismo nombre entierra a su hermano a pesar de que el rey ha
prohibido hacerlo bajo pena de muerte; en su conciencia el deber familiar de
enterrar a los muertos es un mandato de los dioses que anula las órdenes de la
autoridad civil y que ella debe cumplir aunque muera en el empeño.
En la vida real
también existen ejemplos: movimientos civiles de oposición política,
organizaciones no gubernamentales que defienden derechos humanos, ciudadanos
que participan en demostraciones callejeras y se plantan frente a los hombres armados
defensores del régimen, votantes que no se dejan intimidar por los seguidores
de un partido antidemocrático.
Los turcos y
alemanes del común que ocultaron y ayudaron a sus vecinos perseguidos, los
empresarios, diplomáticos, ministros del culto y empleados oficiales que
desafiaron a las autoridades nazis para salvar a las víctimas de persecución,
los intelectuales, estudiantes, obreros y campesinos, periodistas y políticos
que protestan contra la violencia decretada,
exigida o tolerada por las clases dirigentes de un país muestran el
poder de la conciencia individual y del valor personal.
A veces la
resistencia de las clases subalternas lleva a un cambio de gobierno, otras el gobierno
sobrevive. La realidad en ambos casos es la de un poder existente, aunque sea difuso
la mayor parte del tiempo, por fuera de las instituciones y acciones de la
clase dominante.
Luis Mejía
7 de agosto
del 2018
Publicado en
blogluismejia.blogspot.com
Nota para el blog: La supervivencia del régimen de Bashar Assad en la guerra civil de Siria es un ejemplo corriente de la tolerancia de un sector importante de la población de la violencia desatada por las élites. No es, por supuesto, el único factor que lo ha puesto tan cerca de ganar la guerra, como lo documenta este artículo:
ReplyDeletehttps://www.theatlantic.com/international/archive/2018/08/assad-victory-syria/566522/
El tema de este ensayo es tambi'en discutido en
ReplyDeleteSomos cómplices, por María Paula Saffon en:
https://www.elespectador.com/opinion/somos-complices-columna-802294
Somos cómplices
ReplyDeletePor María Paula Saffon
Me senté a trabajar esta mañana, pero no pude. No puedo parar de pensar en los asesinatos de líderes y lideresas sociales, cada día más frecuentes, y casi por completo impunes. Seguir trabajando con ellos en la mente es una forma de complicidad. Que la vida de la mayoría, pero en especial de las minorías privilegiadas, siga como si nada pasara es lo que hace posibles esos asesinatos. Los asesinatos no les duelen lo suficiente a las personas que pueden pararlos. Y por eso esas personas continúan con su vida, algunas indignadas a ratos, pero todas la mayor parte del tiempo olvidando lo que sucede.
Ese olvido no solo es altamente funcional para la comisión de los crímenes. También puede considerarse una causa importante de ellos. Sabemos bien ya que, a pesar de tener perpetradores distintos y de no obedecer a un plan centralizado, los asesinatos de líderes y lideresas obedecen a un patrón claro: sus blancos son personas que defienden causas que tienen el potencial de cambiar el statu quo de la distribución del poder y los recursos a nivel local. De ese statu quo se benefician élites locales, legales e ilegales, cuyo apoyo o aquiescencia es fundamental para que las élites nacionales ganen elecciones y extraigan ganancias de las actividades económicas. Por eso no parece casual que los esfuerzos de protección de las potenciales víctimas y de esclarecimiento de los crímenes sean tan magros.
Cada vez es más evidente que las instituciones colombianas son débiles en las regiones no solo por falta de capacidad, sino sobre todo por falta de voluntad de las élites. La capacidad de las instituciones estatales se exhibe a plenitud cuando a las élites les conviene. Ello explica que tengamos uno de los ejércitos con más recursos y mayor profesionalización del mundo, que los arrestos, investigaciones y juicios sean céleres cuando hay víctimas poderosas. También explica que, al mismo tiempo, ese ejército no logre combatir eficazmente a los miembros de las bandas criminales, que la Unidad de Protección no dé abasto con las solicitudes que le hacen, que la Fiscalía no logre identificar a ningún perpetrador intelectual de los asesinatos de líderes y lideresas, y que incluso aprehender a los autores materiales le cueste a la policía.
Aunque la superación de esas debilidades institucionales no es tarea sencilla, ello no parece ser óbice cuando los intereses en juego son lo suficientemente importantes. El problema es, justamente, que hasta el momento no lo han sido. A pesar de que haya casi un muerto al día, las élites políticas hacen caso omiso de los llamados de analistas a hacer un pacto amplio en contra de los asesinatos, y las actividades rutinarias de la sociedad continúan como si nada sucediera.
Como la fortaleza institucional depende en buena medida de la voluntad política, y como esa voluntad es aparentemente escasa frente a los crímenes contra líderes y lideresas, la única manera de lograr su prevención y esclarecimiento parece ser la presión de la sociedad civil. Solo con una presión fuerte, constante y organizada, que incomode a las élites políticas y económicas nacionales hasta el punto de que les impida seguir con sus actividades y ganancias como si nada sucediera, podemos parar esta matazón.
Somos cómplices – Cont.
ReplyDeletePor María Paula Saffon
Como lo hemos empezado a comprender, la presión no puede provenir única ni principalmente de las zonas en donde más amenazas hay, pues ello solo aumenta la vulnerabilidad y, al parecer, no les importa a las élites lo suficiente. Las protestas son más eficaces cuando se hacen en los centros de poder y son masivas. Por ello sorprenden las voces que instan a no politizar el asunto, cuando la única posibilidad de hacerlo relevante es volverlo un asunto político, esto es, un tema que a todos atañe.
Ahora bien, a pesar de la importancia simbólica de las protestas esporádicas, estas resultan insuficientes, pues permiten que las actividades rutinarias de la sociedad continúen (muestra de ello es que, tras la marcha del viernes, ha habido ya cuatro asesinatos más). Ello no quiere decir que tengamos que tomarnos a diario las calles (aunque ¡qué bueno sería que lográramos al menos por un día entero bloquear las actividades de los políticos!).
En este mundo contemporáneo, existen enormes oportunidades de sabotaje desde nuestros lugares de trabajo: exponiendo y avergonzando públicamente a través de redes sociales a quienes no se pronuncian en contra de los asesinatos (por ejemplo, a los políticos y empresarios que no marcharon), negándonos a hacer transacciones y a establecer relaciones de cualquier tipo con esas personas y sus instituciones, haciendo redes transnacionales de alerta y denuncia de las amenazas a líderes y organizaciones, impulsando sanciones económicas internacionales contra las empresas e instituciones públicas que no actúan eficazmente contra el problema, etc.
Nada de esto es tan fútil como parece. Recordemos que regímenes muy difíciles de desmontar como el apartheid sudafricano y la dictadura argentina cedieron a la presión de la sociedad civil nacional e internacional. Acá se propone algo harto más sencillo: detener las muertes políticas que se han desencadenado en medio de un proceso de paz.
Pero, además, esta parece ser la única alternativa que tenemos para no ser cómplices diarios de la tragedia que ocurre en Colombia. Ni un muerto más tiene que convertirse no solo en el grito de marchas ocasionales, sino en el reclamo constante de un paro general.
https://www.elespectador.com/opinion/somos-complices-columna-802294
“La experiencia enseña que los derechos no son protegidos por la ley sino por la conciencia social y moral de la sociedad. Los derechos estarán salvos y seguros si la conciencia social está preparada a reconocer los derechos que la ley decida definir. Pero si a comunidad se opone a los derechos fundamentales no hay Ley, ni Parlamento ni poder judicial que pueda garantizarlos en el sentido real de la palabra. De ahí que podamos preguntarnos, ¿de qué les sirven los derechos fundamentales a los negros en los Estados Unidos, a los judíos en Alemania y a los intocables en la India?”
ReplyDeleteRANADE, GANDHI AND JINNAH by B. R. AMBEDKAR , BOMBAY, THACKER & CO, LTD., 1943
El autor fue jurista, economista, político y reformador social, cofundador de la república de la India y presidente del comité redactor de la constitución del país.
http://www.columbia.edu/itc/mealac/pritchett/00ambedkar/txt_ambedkar_ranade.html
No Men Are Foreign
ReplyDeleteby James Kirkup
Have you ever thought of some people as strange or other countries as foreign? We have many ways of thinking of other people as different from us as them. They may belong to a different country, or speak a different language. In this poem, however, the poet reminds us of the many ways in which we are all the same — for we are all human.
Remember, no men are strange, no countries foreign
Beneath all uniforms, a single body breathes
Like ours: the land our brothers walk upon
Is earth like this, in which we all shall lie.
They, too, aware of sun and air and water,
Are fed by peaceful harvests, by war’s long winter starv’d.
Their hands are ours, and in their lines we read
A labour not different from our own.
Remember they have eyes like ours that wake
Or sleep, and strength that can be won
By love. In every land is common life
That all can recognise and understand.
Let us remember, whenever we are told
To hate our brothers, it is ourselves
That we shall dispossess, betray, condemn.
Remember, we who take arms against each other
It is the human earth that we defile.
Our hells of fire and dust outrage the innocence
Of air that is everywhere our own,
Remember, no men are foreign, and no countries strange.
"museum officials who cooperated with the occupiers..."
ReplyDeletehttps://www.nytimes.com/2018/11/11/arts/design/in-a-netherlands-museum-director-the-nazis-found-an-ally.html
Can the world stop genocide?
ReplyDeletehttps://www.economist.com/international/2018/12/08/can-the-world-stop-genocide
This new history of the Christian genocide during the Ottoman Empire sounds a dark warning for the future
ReplyDeletehttps://www.independent.co.uk/voices/genocide-christian-armenian-holocaust-ottoman-empire-jewish-palestinian-history-a8790316.html