Día 13: Hablando
Como Los Colombianos
El Modo Impersonal
Reflexivo Irresponsable
“Guachificación”
del Lenguaje
Innovaciones del
Lenguaje
Vulgarización de “Mi
Amor”
El Modo Impersonal Reflexivo Irresponsable. Existe una tendencia mundial hacia el lenguaje neutro, en oraciones de
sujeto anónimo, hecho para proteger a las elites y sus representantes de las
consecuencias de sus actos. Es un lenguaje que niega al oyente la posibilidad
de establecer la conexión entre un acto o decisión y el nombre de quien hizo o
decidió. Es el lenguaje diplomático y de los documentos de estado. También de
los escritos hechos para corporaciones y empresarios por sus agentes de
publicidad y relaciones públicas. Aunque en apariencia idéntico al de los
textos legislativos o normativos hay una gran diferencia entre los dos. Este
último describe situaciones hipotéticas en las que puede caber cualquier
persona, por ejemplo: se prohíbe la esclavitud, se garantiza la libertad de
conciencia, para citar la Constitución colombiana. Por supuesto que hay
circunstancias que hacen válido el uso del reflexivo en tercera persona y de
oraciones sin sujeto, pero no es de eso de lo que estoy hablando aquí.
En Colombia el uso de este lenguaje se ha llevado al
extremo. Es como si al país lo manejaran manos invisibles. Nadie asume
responsabilidad y a nadie le atribuyen responsabilidad de algo si en ello va el
nombre de un miembro de la elite o de algún funcionario, empleadillo o bufón a
quien le hayan dado autoridad temporal sobre algo que los verdaderamente
poderosos no quieran manejar. Los medios, las declaraciones de los funcionarios
del estado, los voceros de empresas y compañías hablan de esta manera: se tiene
conocimiento, se han tomado medidas, se está haciendo un estudio, se están
recibiendo ofertas, se ha decidido, se ha considerado, se ha cometido un
crimen, se ha metido a la cárcel, se ha llamado a declarar, se han robado un
dinero, se ha incumplido un contrato, se ha cometido un error, se ha obrado
correctamente, se castigará al responsable, se hizo un mal cálculo y así ad
infinitum. A veces se usa un nombre abstracto como sujeto de la oración: las
autoridades, la gerencia, la administración.
El diario bogotano El Tiempo en su edición del 7 de enero
del 2013 provee un buen ejemplo de este uso del impersonal irresponsable en un
solo artículo. En un reporte sobre un asesinato múltiple cometido en el cabo de
año dice: “…se han encontrado
nuevas pistas”, “…una de las nuevas conjeturas que se maneja en la
investigación…”, “…se investiga si…”, “…se avanza en recopilar
la información…”, “Las autoridades confirmaron que…”.
El mismo diario en su edición del 9 de enero del 2013
trae una entrevista con el director de la red nacional de prisiones. El
reportero del periódico y el entrevistado dicen cosas como estas: “…se lanzó un plan de choque
contra la corrupción…”, “…se hizo un mapa de riesgos…”, “Se activó una
emergencia…”, “…se pagaba por visitas…”, “Cobran [oración sin sujeto
gramatical] por la ubicación, por un cupo para que estudien o trabajen, por
permitir visitas, por no sancionar al interno…”.
“Guachificación” del Lenguaje. Un mito muy
popular entre los colombianos es el de que hablan el español más castizo del
mundo. Yo ni sé ni quiero saber de dónde sacaron ese embeleco mis paisanos. Lo
que sí sé es que en las últimas dos generaciones ha habido una innegable
vulgarización de la expresión hablada entre
los colombianos, lo que Alfredo Iriarte llama “guachificación” del lenguaje.
La expresión es interesante. La palabra “guache” la heredamos de los indios o
habitantes primigenios del territorio que hoy es Colombia y la usamos para designar a alguien que es burdo, zafio,
ordinario, atarbán. Hablaban los colombianos un lenguaje educado, formal, lleno
de eufemismos para remplazar todo lo que tuviera que ver con funciones
fisiológicas, actividad sexual, enfermedades vergonzosas, manchas de familia y
delitos cometidos por miembros de las clases altas. Había, por supuesto, un
lenguaje de rufianes y bazofia consignado a estratos marginales de la sociedad.
La movilidad social –hasta donde es posible en un país rígidamente
estratificado en clases sociales-, el ascenso de estratos bajos enriquecidos
por el narcotráfico, el paramilitarismo y la corrupción oficial, la claudicación
de los medios de comunicación a lo que
ellos mismos identifican como gustos de las masas y el esfuerzo de los
humoristas populares ha producido un deterioro en la calidad del lenguaje, un
empobrecimiento del léxico, una desvalorización del insulto, un abuso de las
palabras soeces, una pérdida de respeto en la manera de hablar a amigos y
desconocidos y, en general, una creciente aceptación del lenguaje bajo. El
mejor ejemplo de este uso es el hijueputazo (y el lector me perdone la
expresión) con que muchos humoristas rematan sus chistes provocando un ataque
de hilaridad entre los oyentes.
Innovaciones del Lenguaje. Para
contrarrestar la “guachificación” del lenguaje los colombianos han inventado
uno nuevo, elaborado con acepciones espurias asignadas a palabras cuyo
significado parecía ya establecido. Es como si algunas palabras parecieran bajas o descorteses y para
“adecentar” el lenguaje fuera necesario reemplazarlas por otras elegantes o de
clase alta. Es eso, o que en el afán de parecer originales y bien leídos
algunos comunicadores sociales, profesores de escuela y tertuliantes de café
echan mano del primer vocablo que les viene a la memoria sin saber qué
significa. Mejor les quedaría echar mano de un diccionario pues el mal ejemplo
que dan contagia al número infinito de desconocedores del idioma
que se gradúan en bachilleratos y universidades.
Me he referido a este tema en una entrega anterior,
cuando traté del desaparecimiento del verbo poner del lenguaje culto e inculto
de los colombianos. Se encuentra en este enlace: http://blogluismejia.blogspot.com/search/label/Poner
Muchos usan el verbo regalar cuando quieren comprar algo;
por ejemplo, regáleme un sancocho, dicen al mesero del restaurante, o
regáleme una cerveza, al mozo del bar;
también cuando quieren pedir algo prestado: regáleme un vaso, dicen al
anfitrión de una recepción. Son innumerables las anécdotas de los colombianos
viajeros en otros países hispanoparlantes que despiertan reacciones airadas, y
con toda razón, cuando andan pidiendo que les regalen cosas en establecimientos
comerciales. Regalar en el resto del mundo, y en Colombia antes de que se re-inventara
el idioma, quiere decir en su acepción principal dar sin contraprestación, es decir, donar o
desprenderse de algo sin cobrar por ello.
Otra expresión que me
ha llamado la atención es la de colaborar usada en lugar de ayudar.
Aunque hay un área de superposición entre ambos verbos el resto del mundo
hispanohablante prefiere decir ayudar cuando se trata de asistir a alguien más
débil, más pobre, más ignorante, limitado de alguna manera en sus capacidades o
habilidades, y colaborar cuando se trata de agregar el esfuerzo de uno al de
sus pares o iguales. Hay una acepción
derogatoria de colaborar y es la que se refiere a quienes ayudan a las fuerzas
de ocupación o a los poderes de opresión de un país, de ahí deriva la palabra
colaboracionista que es una modalidad de traición a la patria o a la clase
social a la que uno pertenece. Es posible que la tendencia de los colombianos a
decir colaborar oculte una renuencia a dar
y pedir ayuda, la que a su turno puede reflejar delirios de grandeza,
incapacidad para aceptar limitaciones personales o aspiración a una igualdad
social que la estructura social les niega minuto a minuto, pero eso no lo
sabremos sin estudios de psicología social que exploren en detalle las
frustraciones y decepciones colectivas.
El novelista Fernando Vallejo en su obra La Rambla
Paralela crea un personaje que se queja constantemente del abuso colombiano del
verbo escuchar en reemplazo de oír. Lo mismo podríamos decir del reemplazo de
ver con mirar y de opinar, parecer y creer
con conceptuar, todo lo cual ha ocurrido sin que los colombianos –y sus
orientadores de opinión en la radio y la televisión- hayan adquirido mayor
profundidad de visión, atención o entendimiento. De manera similar sucede con
el adjetivo puntual en expresiones como oposición puntual, hecho puntual, realización puntual, decisión puntual y
similares, cuyo sentido no coincide con las seis acepciones del diccionario de
la Real Academia y que uno no puede colegir del contexto pues parece una
palabra de relleno usada por quienes escriben y hablan cuando no conocen la
palabra que realmente querrían usar, sin que por eso los colombianos se hayan
vuelto más puntuales.
Entre las innovaciones lingüísticas hechas por los
colombianos una de las más peculiares es el pronombre personal colectivo, una
variación del plural mayestático, muy usado por el proletariado. Plural
mayestático es el pronombre de primera persona plural usado por un individuo.
Lo usaban los reyes y los papas. Por ejemplo, Nos, Alejandro VI, Sumo Pontífice
por la gracia de Dios [y la virtud de nuestras mulas cargadas de oro, hubiera
podido agregar] declaramos que el nuevo mundo es propiedad de Castilla y
Portugal, o Nos, Pedro I, autócrata de Rusia por la gracia de Dios [y la virtud
de la violencia sistemática y selectiva que soy capaz de hacer, también hubiera
podido agregar], decretamos la pena de muerte contra nuestro hijo el zarévich.
El plural mayestático a la colombiana funciona así: Uno
entra a un almacén u oficina oficial o privada donde los clientes se aglomeran
sin orden. De pronto sale de la oficina del gerente un subalterno con orden de
poner orden y valga el pleonasmo. Su
misión empieza por decir en voz alta: Hagamos fila, señores, u Organicémonos,
señores. En una versión menos culta sería: Enfilémonos, señores. Lo que
realmente está pasando es que alguien consciente de su inferioridad social está
tratando de ejercer autoridad sobre un grupo de extraños y para hacerla
aceptable la disimula con una combinación de lo mayestático y lo colectivo. Un
uso muy interesante ocurre en conversaciones que bordean la agresión personal y
alguien dice: Vamos ‘jalándole’ al respetico, lo cual presenta una mezcla del
imperativo falsamente colectivo, un vulgarismo regional y un diminutivo
apaciguador muy propio de los colombianos.
Vulgarización de “Mi Amor”. Una vulgarización
que me ha llamado la atención es el uso de la expresión “mi amor” en todo tipo
de situaciones, especialmente por las mujeres. En el mundo hispanohablante no
colombiano mi amor es una expresión de ternura, afecto, intimidad, entre personas
que comparten un cariño muy grande. Por eso cuando una vendedora de ropa
interior me dice: ¿En qué le puedo
servir, mi amor?, o una recepcionista de oficina me dice: Qué pena contigo, mi
amor, pero el doctor no te puede atender en este momento, o una telefonista me dice: No, mi amor, no
puedo corregir ese error de facturación por teléfono pues la política de la
compañía es obligarte a hacer cola en nuestras oficinas, yo no sé si sentirme
ofendido o halagado. Al fin y al cabo somos perfectos desconocidos y si tomo la
expresión literalmente me molesta que alguien me invite a una intimidad que no
busco o me trate con una familiaridad que no le he autorizado; si la tomo en
sentido figurado no encuentro en ella nada que me incline a tratar a mi
interlocutora con mayor respeto del que doy a todo mundo o me inhiba de
manifestarle mi desagrado por un servicio mal prestado.
Estas innovaciones del lenguaje me hacen pensar que la
educación universal realmente no educó a la gente; apenas si le enseñó a leer y
escribir.
Luis Mejía – 29 de enero del 2013
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
Voy a refirme de manera muy breve a algunas de sus notas sobre su capítulo "Hablando como los colombianos"que hace parte de sus crónicas sobre su viaje a Colombia En su aparte sobre la guachificación del lenguaje alude usted a un personaje creado por Fernando Vallejo en una de sus obras que se queja del uso del término escuchar en vez de oír y usted agrega el vocablo ver en vez de mirar.
ReplyDeleteDesde mi primaria comprensión creo que la información del mundo exterior a través de nuestros sentidos es percibida de diferente manera dependiendo del sujeto que la reciba. No estoy hablando de nivel intelectual sino de percepción. Para mí, sin tener en cuenta definiciones del diccionario, no es lo mismo ver que mirar ni oir que escuchar. Oigo los ruidos y escucho los sonidos. Oigo el ruido de una piedras al caer o el ruido de los pitos de los automóviles, pero escucho el sonido del agua, el canto de los pájaros o una sinfonía.Veo lo perceptible por el tacto y miro lo que me interesa. Veo los edificios desde mi ventana o el tumulto de gente en los centros comerciales, pero miro los desplazados en los semáforos, las fotos de mis hijos, la belleza del arte. En suma, para mi ver y oir son facultades sensoriales mecánicas y mirar y escuchar involucra mi inteligencia, mis sentimientos.
Sobre el abuso de MI AMOR para todo: Se lo debemos agradecer a las telebobelas Venezolanas. Nuestro pueblo aprende muy bien y pronto lo que no debe de aprender.
ReplyDeleteCuando se comenzó con la modita de mi amor, llamaron por teléfono a mi empleada, contesté: ¿a la orden? Y me dice una mujer: Mi amorcito, ¿me pasa a Angélica?
Le respondí: Está equivocada porque el único amor que tengo está a mi lado; no la conozco a usted, solicito respeto.
Dijo que yo era una bruja amargada.
Esa es nuestra gente: folclórica hasta el irrespeto