Índice:
Presentación
Parte I: Lecciones de historia para el coronavirus –
Frank Snowden
Parte II: Lecciones literarias de epidemias – Orhan Pamuk
PRESENTACIÓN
Presento a
continuación a mis lectores dos artículos de interés sobre la historia y la
literatura de las epidemias como un marco cultural de referencia para la que
estamos viviendo por causa del CORVID-19.
El primero es una
entrevista hecha por la revista alemana Der Spiegel al profesor e investigador
de historia médica Frank Snowden. En ella se refiere a las consecuencias
culturales y políticas de las epidemias pasadas. Hace énfasis en las lecciones
que podemos derivar de esos eventos, en especial:
1) la necesidad de reconocer los avances de la
ciencia como parte necesaria del bienestar humano y los servicios de salud como
un derecho humano,
2) el impacto que las
epidemias pueden tener en la historia política y económica de los pueblos,
favoreciendo a algunos y debilitando a otros, y
3) la conveniencia de
reevaluar críticamente el alcance y los mecanismos de la globalización y el
desarrollismo contemporáneos para impedir que destruyan el medio ambiente y el
destino colectivo de la humanidad.
El profesor Snowden
es figura muy popular en los medios y le han hecho muchas entrevistas en las
últimas semanas[i].
Esta de Der Spiegel resume bien su visión didáctica.
El segundo es un
artículo del intelectual turco Orhan Pamuk, autor de algunas de las novelas más
bellas de la literatura contemporánea, como Me llamo Rojo, El
castillo blanco, Nieve y Estambul. En este escrito, preparado
para el diario estadounidense The New York Times, habla de la literatura inspirada
en las epidemias del pasado y, como podría anticipar el lector, ofrece algunas
enseñanzas
El interés de Pamuk es
usar los textos literarios para describir el mundo político, social y cultural
creado por las epidemias y cómo dichos textos crean y consolidan la percepción
popular de que estas son originadas en lugares lejanos y transportadas y
extendidas por agentes con intenciones perversas.
De especial interés
para él es el estereotipo literario occidental de que la plaga viene de Oriente
y de que esta se haría más contagiosa por el fatalismo musulmán que minimizaría
la necesidad de tomar precauciones. Valga anotar que en castellano la peste
bubónica era también llamada peste levantina, esto es oriental, y así se
identifica en el diccionario de la Academia.
Para Pamuk los medios
de comunicación de hoy en día pueden transmitir información correcta que
justifique el miedo colectivo cuando los hechos confirman la gravedad de la
epidemia. Ante esto podemos darnos ánimo aceptando la realidad de nuestra
vulnerabilidad colectiva y nuestra común humanidad.
Ambos autores ponen
de presente:
1) el deseo de las
autoridades y de los hombres de negocios de ignorar el peligro inicial y
demorar las decisiones que afecten la vida económica, lo que agrava la
virulencia inicial de la epidemia y genera desconfianza y protestas en la
población,
2) la propensión de
la población a crear y creer rumores falsos sobre el origen y transmisión de la
epidemia y sobre la identidad de los transmisores de esta y de actuar
violentamente contra personas acusadas injustamente de transmitirla,
3) los sentimientos
ambivalentes de la humanidad con respecto a dios y a las religiones organizadas
en tiempo de epidemias, que van de una fe ciega en los poderes milagrosos de la
oración y los actos litúrgicos al rechazo de una divinidad aparentemente
indiferente al sufrimiento humano y
4) la importancia de
los conocimientos científicos y de la solidaridad humana para enfrentar la
epidemia y superar sus secuelas sociales y personales.
Debo agregar un par
de notas sobre la manera de referirse a la presente pandemia. Snowden y Pamuk
se dirigen a un público amplio, beneficiario de una educación general, y no
hablan de los aspectos médicos o clínicos de la misma, por lo cual no necesitan
referirse a ella con los términos técnicos usados por los especialistas.
En esta traducción
sigo el consejo de FUNDÉU
BBVA con respecto a la mejor manera de referirse al coronavirus del
momento: el virus es oficialmente identificado como SARS-CoV-2 y produce la
enfermedad llamada COVID-19. En ambos casos se conserva la nomenclatura
inglesa.
En lenguaje coloquial
se usan las palabras peste y plaga como sinónimas. En ocasiones se llama plaga a
una calamidad que causa daño masivo a una población animal o vegetal. Ahí
incluimos de manera genérica las plagas que afectan a los seres humanos y al
ganado, una plaga de langostas y las plagas infecciosas o de insectos que
asolan los cafetales, plataneras y cacaotales del trópico o asolaron los
cultivos de papa en Irlanda en el siglo XIX. La peste es más específica y se
refiere a una enfermedad que causa gran mortandad. Lo es por excelencia la
peste bubónica y sus afines la peste neumónica y la peste septicémica.
PARTE I: LECCIONES DE HISTORIA PARA EL CORONAVIRUS
POR FRANK
SNOWDEN, entrevistado por Veronika Hackenbrocht
Publicado originalmente en la edición alemana de DER
SPIEGEL el 25 de abril del 2020
Traducción de LUIS MEJIA, Doctor en economía y en
derecho
Frank SNOWDEN, de 73
años, es profesor de historia de la medicina en la Universidad Yale y autor del
libro Epidemics and society: From the
black death to the present (Epidemias y sociedad: De la peste negra al
presente)[ii].
Hace casi cincuenta años lo sorprendió en Roma, donde vivía e investigaba, un
brote de cólera que paralizó a la ciudad. De nuevo en la capital italiana
haciendo sus investigaciones, ha quedado detenido allí otra vez por causa del COVID-19.
El historiador estaba en cuarentena y recuperándose del coronavirus cuando DER
SPIEGEL habló con él el lunes pasado.
¿HASTA DÓNDE PUEDE
LLEGAR NUESTRA CEGUERA?
DER SPIEGEL: Hace
años que usted nos advirtió que el SARS, la influenza aviar y la gripe porcina
no eran más que ensayos de algo más grande, de una pandemia realmente terrible
que estaba en camino. ¿Pensaba en ese momento en un patógeno como el SARS-CoV-2?
SNOWDEN: Sí.
Completamente. Pero no fui solo yo quien esperaba una pandemia causada por el
virus pulmonar. Virólogos y epidemiólogos de todo el mundo habían anticipado
esto muchas veces. Yo me pregunto: ¿Hasta dónde puede uno llevar la ceguera?
Cuando Donald Trump pregunta “¿quién lo hubiera sabido?” mi respuesta es: Todo
el mundo.
DER SPIEGEL: ¿Por qué
no se oyó el mensaje?
SNOWDEN: Con
frecuencia ese es el sino de Casandra. Anthony Fauci, director del Instituto de
Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos, explicó gráficamente
la situación en el 2006: Si uno vive en el Caribe los climatólogos le dirán que
con seguridad habrá un huracán. No podrán decirle cuándo ni qué tan fuerte pero
es muy importante que usted se prepare. Es exactamente lo mismo con una
epidemia. En cambio, ¿qué hicimos? Hubo un breve periodo de preocupación cuando
pasó lo del SARS y la influenza aviar; luego nos olvidamos del peligro. Por eso
en la Unión Europea no tenemos políticas comunes para enfrentar las epidemias,
la Organización Mundial de la Salud no tiene fondos suficientes y carecemos de
hospitales para atender un brote súbito.
DER SPIEGEL: Algunos
han comparado el coronavirus a la plaga bubónica. ¿No le parece que cuando
leemos sobre esta pandemia, que fue realmente terrible y que por siglos asoló a
Europa, podemos sentir que la comodidad de nuestras casas de europeos
occidentales nos ha vuelto indolentes?
SNOWDEN: (ríe)
Interesante que lo vea de esa manera. Lo acompaño en eso de sentirse indolente.
Y aunque para mí el COVID-19 es algo muy serio creo que no deberíamos
compararlo con la plaga bubónica. Esta mató cerca de cien millones de personas
en Europa entre 1347 y 1743. Dejó regiones enteras despobladas y causó un
terror que no veo en el caso del coronavirus.
DER SPIEGEL: ¿Nos ha
debilitado el sistema de salud existente?
SNOWDEN: Aunque nosotros
estamos al borde del desespero mientras esperamos una vacuna, la población de
Florencia probablemente hubiera bailado de la dicha si alguien les hubiera
dicho que en dieciocho meses habría una vacuna contra la plaga. He estado
pensando sobre esto. Las enfermedades que cobran más víctimas no son
necesariamente las que generan un mayor sentimiento de desesperación o tienen
más impacto político y social.
DER SPIEGEL: ¿Cómo
así?
SNOWDEN: Creo que es
mayor el impacto causado por enfermedades nuevas y desconocidas que aparecen de
súbito, como el coronavirus; enfermedades médicamente inestables como lo es el
COVID-19. La viruela, por ejemplo, fue una enfermedad terrible, morían más de
la mitad de los infectados, los niños con frecuencia, y desfiguraba a la mayoría
de los sobrevivientes. La gente le temía, por supuesto. Pero para principios
del siglo XVIII la gente de alguna manera la había incluido en su realidad, la
había aceptado como cosa del destino.
DER SPIEGEL:
¿Parecido a lo que pasó con la tuberculosis?
SNOWDEN: Quizá, pero
con una diferencia. Uno no muere rápidamente de tuberculosis. La mayoría de la
gente se iba consumiendo por años. Por eso en el siglo XIX hasta era un poco
romántico tener tuberculosis. En cambio, con la plaga bubónica o la cólera la gente
caía muerta en lugares públicos. Los médicos en tiempo de plaga eran
impotentes, nada podían hacer. Algo similar se vio por televisión en Wuhan. Es
fácil imaginar que estas circunstancias extraordinarias provoquen crisis
económicas y cambios políticos aunque la tasa de mortalidad sea relativamente
baja como es el caso del COVID-19.
DER SPIEGEL: Algunas
personas creen que la China podría alcanzar el status de superpotencia gracias
al coronavirus.
SNOWDEN: Como pasó
con los Estados Unidos gracias a la fiebre amarilla.
DER SPIEGEL: ¿Cómo
así?
SNOWDEN: Me parece
que tengo que darle alguna información complementaria. Hacia 1800 la colonia
francesa de Haití era una de las más ricas del mundo, resultado de las
plantaciones de azúcar que cultivaban los esclavos. Pero los esclavos empezaron
una revolución. Napoleón, quien tenía la ambición de extender el poder francés
al Nuevo Mundo, envió más de 60.000 soldados a suprimir esa revolución. Pero a
la mayoría los mató la fiebre amarilla. Napoleón tuvo que enterrar sus
ambiciones de ultramar y, además, en 1803 vendió la Luisiana a los Estados
Unidos. Eso dobló el territorio nacional de los Estados Unidos, lo que fue un
paso importante en el camino a potencia.
DER SPIEGEL: ¿Ha
habido potencias que desaparecieran por culpa de los microbios?
SNOWDEN: Muchas. La
Plaga de Atenas, una enfermedad misteriosa y letal que producía ampollas en
todo el cuerpo, contribuyó a la decadencia de la antigua Grecia. La malaria
junto con muchos otros factores jugó un papel en la caída de la antigua Roma.
Un cambio en el clima en el siglo V hizo que la malaria empezara a extenderse
por el sur de Europa. Los que sobrevivían tenían ataques regulares de fiebre
por el resto de sus vidas; en consecuencia, no podían trabajar lo mismo que
antes; esto contribuyó a una baja en la agricultura. En la Gran Bretaña la
viruela acabó con la dinastía de los Estuardo. Y el ejército de Napoleón no fue
destruido en el campo de batalla en Rusia sino que fue diezmado por el tifo y
la disentería.
DER SPIEGEL: La pandemia
actual ha estado acompañada de un drama moral que se expresa en la discusión
sobre las medidas que han paralizado la vida pública. Básicamente se trata del
dilema entre salvar vidas y proteger la economía.
SNOWDEN: Esto suena
conocido. La cólera hizo que de 1851 hasta más o menos 1910 se convocaran
frecuentes conferencias internacionales para discutir maneras de parar la
propagación de la enfermedad. Se hablaba, por ejemplo, de cuarentenas de buques
y prohibición de viajes. Y específicamente se discutían las consecuencias
económicas de estas medidas, Se decía, por ejemplo, que una cuarentena de cinco
días le haría perder valor al Canal de Suez.
DER SPIEGEL: Eso
suena como los argumentos que circulan hoy en día.
SNOWDEN: Cierto. Y
hay otros ejemplos. En 1720 llegó al puerto de Marsella, en el sur de Francia,
un barco cargado de telas finas de Esmirna y Trípoli. Durante el viaje habían
muerto de la plaga ocho marineros, un pasajero y el médico de abordo. Las
cuarentenas generalmente duraban cuarenta días pero esta vez bajo presión de
los comerciantes locales fue acortada a diez días y las costosas mercancías no
fueron quemadas. A raíz de estas decisiones más de la mitad de los cien mil
habitantes de la ciudad murieron de la plaga. Para disminuir el impacto que el
acortamiento de la cuarentena podría tener en la opinión pública se la llamó
‘cuarentena corta’. Me trae a la memoria al presidente Trump que le restó
importancia al COVID-19 llamándolo inicialmente ‘gripa común’ e ‘influenza’.
DER SPIEGEL: ¿Quiere
decir que después de todo hay paralelos entre la pandemia del coronavirus y la
plaga?
SNOWDEN: Talvez sí.
Por ejemplo, la gente muy rica escapa al coronavirus yéndose a lugares remotos,
de la misma manera que diez muchachos florentinos huyeron de la plaga bubónica
yéndose a una casa de campo en las afueras de la ciudad, según lo describe el
autor italiano Giovanni Boccacio en su libro Decamerón. También en el
hecho de que la China y los Estados Unidos están tratando de echarse la culpa
el uno al otro de la pandemia; me hace recordar que durante los brotes de plaga
bubónica le echaban la culpa a las prostitutas y a los judíos. Esto daba pie a
pogromos violentísimos.
En la novela
histórica Los novios, de Alessandro Manzoni, se narra la historia de
cuatro españoles que fueron acusados de propagar la plaga intencionalmente y
los ejecutaron con crueldad. Pasaba lo mismo con la cólera. En un episodio
histórico ciudadanos estadounidenses encolerizados trataron de defender el país
de inmigrantes que podrían estar infectados. Ahora, en los días del
coronavirus, ha habido ataques verbales y aún físicos contra personas de
apariencia china.
DER SPIEGEL: La plaga
bubónica llegó a tal extremo que mucha gente perdió la fe en dios. ¿Qué efecto
está teniendo el coronavirus en las creencias de nuestra sociedad secular?
SNOWDEN: En mi
opinión hace que nos cuestionemos la fe que tenemos en la globalización. Nos
estamos dando cuenta ahora de lo vulnerables que nos ha hecho. Creo que esta
pandemia realmente despierta las grandes ansiedades de nuestra psique, las
preocupaciones más serias que tenemos como seres humanos. Pero la globalización
no es un accidente de la naturaleza. La hemos creado nosotros mismos. Nosotros
mismos hemos creado condiciones casi ideales para que el coronavirus
apareciera, se propagara y nos golpeara; lo hicimos con el mito de que podemos
hacer que la economía crezca exponencial e indefinidamente, con el crecimiento
de la población mundial hasta alcanzar casi ocho mil millones de personas, el
exceso de viajes, la polución ambiental, el repliegue constante que le hemos
impuesto a la naturaleza,
DER SPIEGEL: ¿Puede surgir
algo positivo de esta pandemia?
SNOWDEN: Sí. Nos
encontramos en una encrucijada. Si recaemos en el nacionalismo, como está
sucediendo, renunciamos a la oportunidad de promover un cambio. Enfermedades
como la influenza aviar, el SARS, el ébola, el coronavirus, han surgido todas
de una transmisión de animal a ser humano. El contacto que tenemos con los
animales nunca ha sido tan extenso y frecuente en la historia de la humanidad.
¿No hemos tenido suficientes ejemplos? ¿Qué tanto sufrimiento debemos enfrentar
para finalmente decir, aquí hay un patrón? O para reconocer que debemos hacer
un alto en la expansión constante de nuestro hábitat?
DER SPIEGEL:
¿Necesitamos una economía verde?
SNOWDEN: Sí. Me
parece que ambientalismo y salud pública tienen que ir de la mano. Pero eso
implica que no pensemos como naciones. Los microbios no respetan las fronteras
nacionales. Tenemos que pensar como especie, una especie que vive en un
universo de microbios.
DER SPIEGEL: Pero, ¿y
la ciencia? ¿puede protegernos de una pandemia?
SNOWDEN: Sin lugar a
duda. La ciencia ha progresado mucho y esto lo vemos todos los días en medio de
la pandemia del coronavirus. En tiempos de la plaga la gente pensaba que la
enfermedad era un castigo de dios, lo que causaba un miedo real. En 1973, cuando
estaba en Roma durante la epidemia de cólera, el ministro italiano de salud era
tan supersticioso que no confiaba solo en las medidas de higiene cuando
visitaba hospitales para la cólera sino que con la mano a la espalda hacia el
signo para alejar el mal. Estas cosas están superadas y en comparación con la
epidemia de SARS de hace 17 años la ciencia ha progresado muchísimo.
DER SPIEGEL: ¿Pero no
lo suficiente?
SNOWDEN: El problema
es que no utilizamos la ciencia de una manera constructiva. Después de la
epidemia de SARS se ha debido construir una plataforma que hiciera posible
desarrollar rápidamente una vacuna para el coronavirus. Pero no se hizo. No
porque el conocimiento científico fuera insuficiente sino porque no hubiera
producido ganancias. En la industria farmacéutica todo se mueve alrededor de la
ganancia. Este es también el problema del sector de la salud. Prepararnos para
una epidemia no genera las mismas ganancias que un procedimiento médico
invasivo. Así que nadie se preparó en serio. En muchos países, incluyendo los
Estados Unidos, hay millones de personas sin acceso a servicios de salud de
mejor calidad. Ahora vemos las consecuencias terribles. Una lección de esta pandemia
es que la medicina debe ser un derecho humano.
DER SPIEGEL: ¿Estaría
usted de acuerdo con Louis Pasteur, el pionero en la investigación de
enfermedades infecciosas, en decir que los microbios tendrán la última palabra?
SNOWDEN: Creo que eso
dependerá de si queremos o no aprender de nuestros errores pasados. Sabemos
cuáles son las vulnerabilidades nuestras que abren el camino a pandemias como
la que estamos viviendo. Tenemos la capacidad para colaborar y las herramientas
para prevenir epidemias venideras o para al menos reducir la probabilidad de
que ocurran. ¿Haremos algo? Yo espero que sí. Pero no estoy seguro. Baste con
ver el progreso tan lento en la protección del medio ambiente.
DER SPIEGEL: Aunque
el coronavirus no puede ser ignorado tan fácilmente como las consecuencias del
cambio climático.
SNOWDEN: Usted tiene
razón. Quizá cambiemos ahora que estamos afectados directamente por el
coronavirus. ¿No es esa la esencia del drama griego? Es posible que los seres
humanos aprendan pero ese aprendizaje generalmente llega a través del
sufrimiento.
DER SPIEGEL: Gracias
por esta entrevista, profesor SNOWDEN.
Parte II: LECCIONES LITERARIAS DE EPIDEMIAS
Por ORHAN PAMUK
Publicado originalmente como What
the Great Pandemic Novels Teach Us,
New York Times, April
23, 2020
Traductor LUIS MEJIA, Doctor en economía y en derecho
En los últimos cuatro
años he estado escribiendo una novela histórica cuya acción sucede en 1901
durante la que se conoce como la tercera epidemia de la plaga. En Asia murieron
millones de personas por un brote de plaga bubónica; en Europa fueron
relativamente pocas las víctimas.
En estos últimos dos
meses amigos y parientes, editores y periodistas enterados del tema de mi novela
Nights of plague -Noches de la
plaga- me han estado bombardeando con preguntas acerca de las epidemias.
Quieren saber si en algo se parecen la actual, causada por el coronavirus, y
los episodios de plaga y cólera del pasado.
Hay muchos parecidos.
Las epidemias a través de la historia humana y literaria son similares no solo
por la presencia de gérmenes y virus sino también por las reacciones iniciales de
la gente, que son siempre las mismas.
La respuesta inicial
ha sido siempre la de denegación. Los gobiernos nacionales y locales siempre han
demorado sus decisiones y han manipulado los números para negar la existencia
de un brote. En las primeras páginas de A
journal of the plague years (Diario del año de la peste), la mejor obra
literaria que se haya escrito sobre contagio y conducta humana, Daniel Defoe
cuenta que en 1664 para disminuir el número reportado de víctimas de la plaga
las autoridades de algunos vecindarios de Londres atribuyeron las muertes a
otras causas de su invención.
En Los novios, novela de 1827, quizá la
novela más realista que se haya escrito sobre un brote de plaga, el escritor
italiano Alessandro Manzoni describe y aprueba el disgusto popular que causó la
reacción oficial a la plaga en Milán en 1630. A pesar de la evidencia disponible
el gobernador de la ciudad ignoró el peligro de la enfermedad y llegó al
extremo de permitir la celebración de las fiestas de cumpleaños de un príncipe
local. Manzoni describe cómo la plaga se extendió rápidamente porque las
restricciones adoptadas fueron insuficientes, no se hicieron cumplir
estrictamente y sus conciudadanos no las obedecieron.
La mayor parte de la
literatura de plagas y enfermedades contagiosas atribuye la furia de las masas
exclusivamente a la desidia, incompetencia y egoísmo de los que están en el
poder. Pero los mejores escritores, como Defoe y Camus, han dado a sus lectores
la oportunidad de identificar algo más que la política como un factor
subyacente en la oleada de furor popular, algo intrínseco a la condición
humana.
La novela de Defoe
nos muestra que detrás de las interminables protestas y la ira incontenible,
también había rabia contra el destino, contra la voluntad divina que
presenciaba y quizá aprobaba la muerte y el sufrimiento humano en gran escala,
y rabia contra las instituciones de la religión organizada que parecían
inseguras sobre cómo lidiar con todo esto.
Otra respuesta que ha
dado la humanidad –respuesta universal y al parecer no guiada desde afuera- ha
sido siempre la de crear rumores y divulgar información falsa. Durante las epidemias
del pasado los rumores fueron alimentados por desinformación y la imposibilidad
de tener una vista de conjunto.
Según la descripción
que hacen Defoe y Manzoni, cuando las personas se encontraban en la calle
durante la plaga se saludaban manteniendo distancia física e intercambiaban noticias
e historias sobre sus respectivos vecindarios y lugares de origen; de esta
manera lograban formar una visión más amplia de la enfermedad y con ella hacer
planes para escapar a la muerte y encontrar un lugar seguro donde refugiarse.
En un mundo sin
periódicos, radio, televisión o internet las mayorías analfabetas solo tenían
la imaginación para darse una idea de donde estaba el peligro, su severidad y
el alcance de los sufrimientos que podía generar. Este apoyo en la imaginación
daba al temor de cada persona su propia voz individual y le infundía una
cualidad lírica, espiritual y mítica apropiada al lugar.
Los rumores más
comunes durante los brotes de la plaga tenían que ver con quién trajo la
enfermedad y de dónde había salido.
A mediados de marzo,
cuando el pánico y el miedo comenzaron a generalizarse en Turquía, el
administrador de mi banco en Cihangir, el vecindario de Estambul donde vivo, me
dijo con aire de entendido que “esta cosa” fue la respuesta económica de la
China a los Estados Unidos y al resto del mundo.
Como el mal mismo, la
plaga fue siempre considerada algo que venía de afuera. Había empezado antes en
alguna otra parte y no se había hecho lo necesario para contenerla. Tucídides empieza
su relato de la plaga en Atenas diciendo que el brote inicial ocurrió muy
lejos, en Etiopía y Egipto.
La enfermedad es
extranjera, viene de afuera, fue traída con mala intención. Los rumores sobre
la identidad supuesta de los portadores originales son siempre los más
persistentes y populares.
En Los novios Manzoni describe a un
personaje que ha estado presente desde la Edad Media en la imaginación popular durante
los brotes de plaga: una presencia malevolente y demoníaca que salía en la
noche a untar un líquido infectado con la plaga en los pomos de las puertas o a
contaminar con él las fuentes de agua. Todos los días había un rumor nuevo
sobre lo mismo. O quizá se trataba de un viejo que cansado se echó a descansar
en el piso de una iglesia y a quien una transeúnte acusó de sacudir el abrigo
para regar la enfermedad. Y en un momento se armaba un grupo de linchamiento.
Estas explosiones de
violencia, inesperadas e incontrolables, de rumor, pánico y rebelión son
comunes en relatos de la plaga del Renacimiento en adelante.
Marco Aurelio le echó
la culpa a los cristianos del imperio romano de la epidemia antonina de viruela
cuando ellos no participaron en los ritos de propiciación de los dioses
romanos. En plagas subsiguientes los judíos fueron acusados de envenenar pozos
tanto en el imperio otomano como en la Europa cristiana.
La historia y la
literatura de las plagas nos muestran que la intensidad de la rabia y del descontento
político de las masas populares obedecen también a la intensidad del
sufrimiento, al temor de la muerte, al pavor metafísico y a la sensación de
estar ante algo mentalmente inconcebible que experimentan estas.
Igual que en esas
viejas epidemias, los rumores infundados y las acusaciones basadas en identidad
nacional, religiosa, étnica y regional han tenido un efecto significativo en
cómo se han desarrollado los eventos durante el brote de coronavirus. El entusiasmo de los medios sociales y de los
medios de la derecha populista por amplificar mentiras también ha jugado su
parte.
Hoy en día, sin
embargo, el volumen de información válida sobre la pandemia que vivimos es
mayor y más accesible que el que tuvo la gente en episodios anteriores. Eso
hace que también sea diferente el temor razonable que experimentamos todos. Es
un temor respaldado por información correcta, no ya por rumores.
Cuando observamos
cómo se multiplican los puntos rojos en los mapas de nuestros países y del
mundo nos damos cuenta de que no hay lugar a donde escapar. Ni siquiera
necesitamos nuestra imaginación para empezar a temer lo peor. Vemos los videos
de los grandes camiones negros del ejército, en caravana, cargados de cadáveres,
camino a los crematorios cercanos de las pequeñas ciudades italianas, como si
viéramos nuestra propia procesión funeral.
El terror que
sentimos, sin embargo, excluye la imaginación y la individualidad y revela que
en realidad nuestras frágiles vidas y nuestra humanidad compartida son
inesperadamente parecidas. El temor, lo mismo que el pensamiento de la muerte,
nos hace sentir solos, pero el reconocimiento de que todos estamos
experimentando una angustia similar nos empuja fuera de nuestra soledad.
Saber que toda la
humanidad, desde Tailandia hasta Nueva York, comparte nuestras ansiedades sobre
cómo y dónde usar una máscara, la manera más segura de manejar la comida que
hemos comprado en la tienda y si conviene guardar una cuarentena autoimpuesta
nos sirve para recordar en todo momento que no estamos solos. Engendra un
sentido de solidaridad. El temor ya no nos afecta negativamente sino que lo
vemos como un valor humano que induce a la comprensión mutua.
Cuando veo las
imágenes televisadas de la gente a la espera en frente de los grandes
hospitales del mundo puedo ver que el resto de la humanidad comparte mi terror
y no me siento solo. Con el paso del tiempo me siento menos avergonzado de mi
temor y cada vez más llego a verlo como una reacción perfectamente sensata.
Recuerdo el adagio aplicable a epidemias y plagas: los que temen viven más
largo.
Con el tiempo me doy
cuenta de que el temor despierta dos reacciones en mí y quizá en todos
nosotros. Unas veces me lleva a aislarme, a buscar el silencio y la soledad.
Otras veces me enseña a ser humilde y solidario.
Yo empecé a soñar con
una novela sobre la plaga hace treinta años y desde momento quería enfocarme en
el temor de la muerte.
En 1561 el escritor
Ogier Ghhiselin de Busbecq –quien era el embajador del imperio de los
Habsburgos ante el imperio otomano durante el reinado de Solimán el Magnífico-
escapó a la plaga que asolaba a Estambul yéndose a la isla de Prinkipo, la
mayor de las Islas de los Príncipes al sureste de la ciudad en el mar de Mármara.
Él percibió que las medidas de cuarentena tomadas en Estambul no eran
suficientemente estrictas y afirmó que los turcos eran “fatalistas” por causa
de su religión, el Islam. Cosa de siglo y medio más tarde hasta el agudo Defoe
escribió en su novela de la plaga en Londres que los turcos y mahometanos
“creían en la idea de la predestinación y que el día de la muerte de cada
persona estaba predeterminado’. Mi novela de la plaga me ayudaría a pensar
sobre el “fatalismo” musulmán en un contexto de secularización y modernidad.
Fatalistas o no,
siempre ha sido más difícil convencer a los musulmanes de que toleren una
cuarentena durante una epidemia que convencer a los cristianos, especialmente
en el imperio otomano. Las protestas motivadas comercialmente que tendían a
surgir entre comerciantes y campesinos de todas las religiones para oponerse a
una cuarentena, se agravaban en las comunidades musulmanas por consideraciones
sobre la modestia femenina y la privacidad doméstica. Las comunidades
musulmanas exigían “doctores musulmanes” a principios del siglo XIX, cuando la
mayoría de los médicos eran cristianos, aun en el imperio otomano.
Desde la década de
1850, cuando la navegación a vapor abarató el costo de viajar, los peregrinos
que viajaban a la tierra santa de Meca y Medina se convirtieron en los
portadores y propagadores más prolíficos de enfermedades infecciosas. A la
vuelta del siglo XX los británicos establecieran en Alejandría, Egipto, una de
las agencias de cuarentena más importantes de la época para controlar el flujo
de peregrinos hacia la Meca y Medina y de regreso a sus países de origen.
Estas circunstancias
históricas tuvieron la culpa de que se difundiera la noción estereotipada del
‘fatalismo’ musulmán y de que, además, se estableciera el prejuicio de que los
musulmanes y otros pueblos del Asia eran los originadores y únicos portadores
de enfermedades infecciosas.
Al final de Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski
el protagonista de la novela, Raskólnikov, sueña con la plaga. Lo expresa en la
misma tradición literaria: “Soñó que el mundo entero estaba condenado a una
nueva y extraña plaga terrible que había llegado a Europa desde el fondo de
Asia”.
En mapas de los
siglos XVII y XVIII la frontera política del imperio otomano quedaba en el
Danubio; se consideraba que allí empezaba el mundo más allá de Occidente. Pero había
una frontera antropológica y cultural entre los dos mundos que estaba marcada
por la plaga; se tenía por un hecho que la probabilidad de adquirirla era mayor
al oriente del Danubio. Todo esto reforzaba no solo la idea del fatalismo
innato atribuido a las culturas orientales y asiáticas sino también la noción
prejuiciada de que las plagas y otras epidemias siempre venían de los rincones
más obscuros del Oriente.
Muchas historias
locales nos dejan la impresión de que aún durante las mayores epidemias de la
plaga las mezquitas de Estambul seguían celebrando funerales, los dolientes
seguían visitándose para darse el pésame y abrazarse llorando, y que en lugar
de preocuparse sobre el origen de la enfermedad y su difusión la gente se
preocupaba más pensando si estaban bien preparada para el próximo funeral.
Aún así en la actual pandemia
del coronavirus el gobierno turco ha adoptado una posición secular, ha
prohibido los funerales para los que mueren de la enfermedad y ha tomado la
decisión inequívoca de cerrar las mezquitas los viernes, cuando regularmente
los fieles se congregan en grupos numerosos para celebrar la plegaria más
importante de la semana. Los turcos no se han opuesto a estas medidas. Nuestro
miedo no es solo grande, también es prudente y resignado.
Para que surja un
mundo mejor después de esta pandemia debemos aceptar completamente los
sentimientos de humildad y solidaridad nacidos del momento que vivimos.
Orhan Pamuk recibió
el premio Nobel de literatura en el 2006 y es autor de la novela Nights of plague (Noches de la plaga)
próxima a aparecer. Este ensayo fue traducido el turco al inglés por Ekin
Oklap.
Traducción y edición de Luis Mejía
18 de abril del
2020
Publicado en
blogluismejia.blogspot.com
[i] Frank Snowden: [1] "Las epidemias son
como mirarse al espejo de la humanidad, y puedo decir que no todo es
bello": https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/frank-snowden-las-epidemias-son-como-mirarse-al-espejo-de-la-humanidad-y-puedo-decir-que-no-todo-es-bello-nid2348455; [2] “La crisis puede persuadir a las personas de que se puede
imaginar y crear un mundo diferente”: https://www.latercera.com/tendencias/noticia/frank-m-snowden-la-crisis-puede-persuadir-a-las-personas-de-que-se-puede-imaginar-y-crear-un-mundo-diferente/DZ4ABJ53YVBY5KY3J53EHSIKJI/; [2] “Las pandemias sacan provecho de las oportunidades
que crean las sociedades”: https://www.ynetespanol.com/tendencias/salud/article/ByzPoRx00L; [3] "La libertad ha sido a menudo una de las víctimas
de las pandemias: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-51939961; [4] “El mundo tras el Covid-19: cómo las
epidemias transformaron civilizaciones”: https://www.elconfidencial.com/mercados/the-wall-street-journal/2020-03-30/mundo-covid-epidemias-transformado-civilizaciones-wall-street-journal_2524195/
[ii] José R
Bertomeu S: Epidemias y sociedades (I): Las lecciones históricas de las primeras
pandemias del siglo XXI: https://www.investigacionyciencia.es/blogs/ciencia-y-sociedad/90/posts/epidemias-y-sociedades-i-18530;
Epidemias y sociedades (II): Perspectivas históricas desde la larga duración: https://www.investigacionyciencia.es/blogs/ciencia-y-sociedad/90/posts/epidemias-y-sociedades-ii-18531
Pandemia de mitos - Hay quienes tratan de encajar, a la fuerza, las causas de la pandemia en sus teorías, por Moisés Wasserman
ReplyDeletehttps://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/moises-wasserman/pandemia-de-mitos-columna-de-moises-wasserman-498162
Humankind has made so much progress in bending nature to our will that we sometimes forget our own place in it. The history of pandemics shows that the proverbial fourth horseman of the apocalypse – pestilence – can never be vanquished, only contained. By EDOARDO CAMPANELLA
ReplyDeletehttps://www.project-syndicate.org/onpoint/the-invisible-killers-by-edoardo-campanella-2020-04
Decamerón, peste negra, moral social
ReplyDeleteOtra perspectiva de la moralidad medieval, Por Lina Gabriela Carrillo Rodríguez
http://zonadetolerancia.byethost3.com/2020/07/01/otra-perspectiva-de-la-moralidad-medieval/
O FRACASSO DE UMA CIVILIZAÇÃO
ReplyDelete...o cidadão foi definitivamente convertido em mero consumidor. Tal mecanismo atesta o fracasso de uma civilização, e sua comprovação brutal se dá justamente graças à pandemia, cujo imperativo do isolamento social atua como um xeque-mate nos caixas do Grande Mercado.
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2020/06/agulha-revista-de-cultura-153-maio-de.html
Pestes, plagas y pandemias desde la literatura antigua, por Orlando Solano Bárcenas julio 13, 2020
ReplyDeletehttps://razonpublica.com/pestes-plagas-pandemias-desde-la-literatura-antigua/