Cómo interpreté a Hinestrosa
Sobre la comunidad de estudiantes y profesores presidía Fernando Hinestrosa con autoridad intelectual e institucional. Era rector y, como lo he mencionado arriba, profesor de derecho civil. En ese momento él era visto por todo el cuerpo universitario como primus inter pares, fideicomisario de un patrimonio intelectual y político cuya conservación era tarea de todos nosotros.
El año lectivo empezaba con una charla que él dictaba a los que empezaban estudios y a la que podían asistir los demás estudiantes, en la cual contaba la historia, describía la mentalidad y señalaba el camino del Externado. A clase llegaba puntual, llamaba a lista para aprenderse el nombre de todos nosotros -lo que lograba en un par de semanas y recordaba para siempre-, sacaba el paquete de cigarrillos y el encendedor del bolsillo del saco y los ponía sobre el escritorio en frente suyo, encendía un cigarrillo y empezaba a hablar. Golpeaba la mesa con sus dedos, largos, finos, sensitivos, manchados de nicotina, como signos de admiración para hacer énfasis en algún punto. Su voz era pareja y monótona. Para muchos era un soporífero y se echaban a dormir descaradamente, lo que parecía no molestarle. Si uno lograba seguir su charla durante los diez primeros minutos quedaba como hipnotizado. El venía preparado para disertar sobre el tema del día pero cada presentación era original e improvisada, no usaba notas ni escribía en el tablero. Hablaba en frases completas, presentaba los temas con claridad, desarrollaba los argumentos con precisión, daba ejemplos de la vida diaria, traía a colación anécdotas de la historia o la literatura universal, escogía las palabras por su significado preciso y las ponía en el lugar exacto de la oración. No cometía errores gramaticales ni ganaba tiempo con sonidos vacíos. Yo, que amaba desde niño la belleza de la palabra hablada, jamás me distraje en su clase. Solo otros dos profesores tenían el mismo dominio de la palabra: Eduardo Umaña Luna y Carlos Restrepo Piedrahita.
Decían los que habían sido discípulos de Ricardo Hinestrosa que en cada clase traía a cuento un episodio del Quijote para ilustrar el tema que estuviera desarrollando. De Fernando yo recuerdo que hablando del dolo en la formación de obligaciones civiles nos dijo una vez que la ley estaba hecha para proteger al hombre de buena fe pero no para proteger al pendejo.
Aprendí muchas cosas de Fernando Hinestrosa. Algunas de ellas él mismo olvidó en el curso de su vida.
Yo empecé mis estudios en el Externado en el segundo año de su rectoría. Todavía vivía sus ideales de juventud; según se decía no hacía muchos años había abandonado el partido comunista y estaba fresco de sus estudios de jurisprudencia en Alemania. No estoy seguro de estas cosas pues en ese entonces no existía Internet y la hoja de vida de los administradores y docentes de las universidades no se subía a una página Web; la biografía de la gente importante todavía viva se transmitía como historia oral.
En los cinco años de mi carrera la suya fue vertiginosa. Rector del Externado, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, ministro de justicia, ministro de educación. Vivía sus treinta años. Era alguien a quien obviamente bendecía la fortuna y favorecía el sistema. Los calculadores y cazadores de oportunidades, que trataban de acercarse a él eran infinidad. Jamás olvidaré el gesto de desdén y la expresión de desprecio que ponía frente a los más arrodillados. Lo veo como si fuera ayer bajando por las escaleras de la vieja casona que fue sede de la universidad en el barrio Santafé. Una casona sucia, empolvada, estrecha, olorosa a humo de cigarrillo pues la mayoría de nosotros fumaba todo el tiempo y en todas partes. Y él tratando de abrirse paso con gesto de paciencia agotada por entre la montonera de aduladores que cerraba su paso. Cuando se acostumbró al poder, la riqueza y la influencia perdió el pudor frente a la adulación, le gustaron los privilegios personales que no se avenían al espíritu de una república de ciudadanos iguales y encontró insoportable la falta de incondicionalidad de algunos de los colegas que le ayudaron a dirigir el Externado mientras adquiría experiencia y madurez.
Cuando era ministro doble de educación y de justicia en la administración Lleras Restrepo, hubo unos disturbios estudiantiles muy serios en todo el país. Como el manejo de la universidad se le estaba saliendo de las manos -el rector encargado era Carlos Medellín, competente como jurista, no así como administrador- tuvo que autorizar la suspensión de algunos estudiantes que participaron en los disturbios en la ciudad. Uno de ellos era compañero mío de clase así que me metí en una comisión que fue a verlo en su despacho de uno de los ministerios a pedirle que reconsiderara la medida. Tuvimos una conversación interminable de la que solo recuerdo la parte final, cuando nos dijo que entendía el espíritu que nos animaba y que admiraba la lealtad que sentíamos por nuestros compañeros pero que nos aconsejaba recordar que "uno acompaña a los amigos hasta el cementerio pero no se entierra con ellos". Esto fue exactamente lo que hizo con sus amigos que murieron en la masacre del palacio de justicia.
Su servicio como magistrado fue de muy corta duración y sus aportes a la jurisprudencia no fueron proporcionales a sus conocimientos y poderes de estudio. Cierto que sirvió con distinción como rector del Externado y como conferencista e instructor por muchos años, pero simultáneamente y por muchos más años que los dedicados a la magistratura hizo la carrera de litigante, consultor y miembro de juntas arbitrales a que tienen acceso los que por sí mismos o por mediación de sus protegidos tienen influencia en los círculos del poder.
Los colombianos importantes que mueren son sometidos a un desmedido proceso de canonización por parte de los que, a su turno, fueron introducidos al poder por el muerto. Quizá esto sea entendible dado el desdoroso desempeño de nuestras elites en la crisis moral y política de la república en las últimas décadas.
En su ensayo sobre cómo se ha formado la nación colombiana Luis López de Mesa dice que al rededor de los hombres que lograron la independencia de España hemos formado un mito heroico, único, maravilloso, unificador. Ese mito, por supuesto, se combina con el territorio, el idioma, la religión y la raza para darle al pueblo un sentido de nación. Lo que no dijo López de Mesa es que las elites tienen que mantener vivo ese mito y tienen que mantener al menos la apariencia de que, de alguna manera, descienden de esos héroes fundadores y merecen por ello la obediencia del pueblo. ¿Necesitaré repetir las múltiples maneras como las elites le han fallado al pueblo y han destruido la presunción de que su autoridad es heredada de los héroes que crearon la república? ¿Necesitaré repetir de qué modo y manera las elites nuestras han sido parte, por acción u omisión, de la destrucción moral y política de la nación?
Ante ese vacío de presencia histórica en la construcción de una nación próspera, ordenada, de ciudadanos iguales ante la ley, parece natural que las elites aprovechen la muerte de un notable para magnificar sus logros, despersonificar su papel en la vida del estado y la sociedad, fabular su conducta, olvidar sus momentos de duda y debilidad, y, en general, reemplazar la persona real con una máscara de perfección apolínea.
La historia verdadera de Fernando Hinestrosa, la descripción objetiva de su legado social y cívico, el recuento de sus acciones de manera que sea útil a las generaciones presentes y futuras, exigirán del biógrafo un gran dominio de los matices y el claroscuro. El Externado fue empresa de masones, librepensadores, demócratas y filántropos de los que dedicaban su tiempo, riqueza y talentos a liberar las masas de la ignorancia, la superstición, los poderes abusivos, las constricciones arbitrarias del desarrollo personal, las limitaciones a los derechos civiles y políticos. ¿Estuvo en manos de Fernando Hinestrosa mover la influencia institucional, profesional, política y social del Externado de Colombia para que el estado y las elites abrieran espacios de libertad para las masas?
Luis Javier Mejía Maya
Luis Javier Mejía Maya
Nueva York - 21 de marzo de 2012
Publicado en blogluismejia.blogspot.com
Como externadista guardo memoria de mis maestros muertos en 1985:
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